Juan-Ramón Capella
El
movimiento Democracia real ya, ¿es un movimiento apolítico?
Evidentemente, no: el conjunto de sus reivindicaciones y de sus
acciones, y las modalidades y características de éstas, muestran que se
trata de un movimiento eminentemente político.
Pero no
es "político" en un sentido convencional, institucional. Es un
movimiento horizontal, en el seno de la sociedad. A contracorriente de
la despolitización y domesticación de ésta impulsada por las políticas
neoliberales que buscan liberar de toda atadura al capital. Un
movimiento complejo, susceptible de extenderse a otros países, y en
cuyo interior se dirimirán sin duda controversias políticas. Una de
las cuales, más o menos precisado un horizonte programático abierto,
tendrá por objeto dilucidar si el movimiento se mantiene enteramente al
margen de las instituciones públicas o ha de buscar alguna inserción en
éstas, por supuesto sin dejar de pretender modificarlas.
Ésta es
una vieja controversia sobre la que es preciso reflexionar, y hacerlo en
diferentes planos. El presente material de trabajo trata de aportar
elementos para esta reflexión, tanto desde el punto de vista práctico,
como teorético, como desde la experiencia histórica.
Tratar
de insertarse en las instituciones y convertir esta inserción en una
prioridad política es lo que ha intentado Izquierda Unida —y antes el
PCE— en el período de libertades, pese a contar inicialmente con una
considerable masa de activistas. La consecuencia de priorizar la
inserción en las instituciones está en la base de la tremenda crisis de
este agrupamiento político. La máxima prioridad de sus activistas —con
excepciones de gran honestidad— ha acabado convirtiéndose en ocupar
cargos electos, de los más importantes a los más modestos, esto es, en
asegurar su profesionalización política. Eso ha llenado a esta
organización de cuadros que acababan sacrificando sus principios al
pragmatismo y los debates programáticos a la carrera por ocupar un lugar
viable en las listas electorales. Eso ha dividido repetidamente a sus
gentes, ha desanimado a muchos, la propia organización centrifuga hacia
el Psoe a los cuadros más pragmáticos, y, lo peor de todo, se ha
abandonado casi por completo la movilización de las personas de la
sociedad civil y el esfuerzo por convertirse en un intelectual popular
colectivo.
Esta
lógica perversa, que no es la única —hoy la comprensión de esa lógica
institucional puede ganar mucho con la lectura de los Propos sur le
champ politique de Pierre Bourdieu—, está estudiada desde hace
muchísimos años. La obra de Robert Michels Los partidos políticos
señala algunos de sus aspectos. Uno de los cuales es la tendencia de los
grupos parlamentarios a hacerse con la dirección de los partidos
correspondientes, esto es, la tendencia a que la dirección del partido y
sus más destacados representantes sean una y la misma cosa. Para
tratar de soslayar esta tendencia la socialdemocracia anterior a la
primera guerra mundial (también otros partidos) separaba estrictamente
la dirección del partido y el grupo parlamentario, que quedaba sometido
a ella. En España sólo sigue haciendo eso el PNV. También cabe mencionar
otras consecuencias de esa lógica de la inserción en las instituciones:
las tendencias a la burocratización cuando se trata de grandes partidos,
al estrangulamiento de la democracia interna, al liderismo y a la
despolitización de la afiliación. Al surgir los Verdes en
Alemania en la década de los noventa como un partido importante, a
partir de notables aspectos movimentales —sociales—, también trataron de
protegerse contra esta lógica perversa de la inserción en las
instituciones (por ejemplo, al limitar el tiempo de permanencia de los
activistas en cargos electos, al asegurar y facilitar su posterior
retorno al trabajo previo, etc.); pero ese sistema de protección, por
decirlo todo, no ha funcionado demasiado bien, y, al no funcionar bien,
ha dividido por dentro al movimiento de los verdes.
En
conclusión: la desconfianza hacia la inserción en las instituciones de
la punta más política de un movimiento está sobradamente justificada. Se
inscribe en una lógica paralizante del movimiento. Esta lógica, sin
embargo, no es ahistórica ni metafísica. No está dicho que no pueda ser
superada.
Veamos
ahora lo que significa el rechazo de esa inserción: el rechazo a la
participación en las instituciones.
El
movimiento de mayo de 1968 nos suministra un buen ejemplo
histórico. Su principal portavoz en Francia, Daniel Cohn-Bendit,
enfrentado a este problema, afirmaba que precisamente la no inserción en
las instituciones era el principal impulsor de la extensión del
movimiento mismo. De modo que, aparte de su inmenso impulso de cambio
cultural, el movimiento fue contundentemente derrotado en el plano
político: el general De Gaulle, presidente de la república francesa,
dejó que el fuego se apagara solo, y luego hubo en Francia gobiernos de
derecha durante trece años, hasta 1981.
Otro
ejemplo paradigmático nos lo da el movimiento anarquista español, que
decidió no votar en las elecciones de 1932 por entender que los
cambios sociales debían ser previos a la participación en las
elecciones. Pero las elecciones las ganó la derecha, que desmanteló
todos los avances republicanos, y encarceló y torturó. Por eso en 1936,
en cambio, el conjunto del movimiento antes abstencionista decidió
participar en las elecciones, lo que dio un gran triunfo al Frente
Popular.
Estos
apuntes bastan para mostrar que tanto la participación en la política
institucional como la no participación en ella y el mantenimiento en un
plano extrainstitucional tienen grandes problemas graves. Una opción
tiene el riesgo de la integración; la otra, el de la desmovilización y
la derrota política.
¿Que
camino seguir?
Aquí se
sostiene que es necesario pensar dos cosas a la vez. Y caminar
sobre dos patas: de un lado, el movimiento debe tener una punta
política que trate de adentrarse en las instituciones públicas, de
Estado; de otro, debe fortalecer y extender su lado movimiental, crear
un sector común de actividades voluntarias. Entrar en la
política sin permitir que la lógica interna de ésta afecte a la
actividad movimental.
Ésta
fue la opción de los Verdes en Alemania. Que por lo menos
perduran y constituyen una fuerza importante en esa sociedad.
Hay un
motivo para creer que la posibilidad de avanzar sobre las dos patas,
la movimental y la política, se hace ahora más fácil. Todas las
cosas son históricas, todo cambia, y ahora tenemos una tecnología que
facilita y refuerza la comunicación horizontal, esto es, movimental. La
capacidad de confluir movimentalmente en muy poco tiempo se ha
acrecentado de un modo impensable hace pocos años. La comunicación del
movimiento ya no precisa viajar primero desde la base a una cúpula y
desde allí de nuevo a la base: ahora es la interconexión de la base
social del movimiento la que lo hace —con algunas deficiencias ligadas a
las inevitables franjas lunáticas— profundamente democrático.
No es
fácil que hoy, en un momento crítico, se equivoque todo un
movimiento. La reacción popular con ocasión de los atentados de
Madrid (el 11M) muestra que la comunicación horizontal sólo se convierte
en activa cuando cada persona comprende por sí misma, sin dirigismos, lo
que hay que hacer, y se pone a hacerlo. Lo mismo ocurre con el
movimiento centrado en Democracia real ya. La comunicación
movimental horizontal es por otra parte muy rápida, mucho más que la
comunicación política tradicional. Esa facilidad de la comunicación ha
impulsado además compartir valores, una moral esencial que se contrapone
al pragmatismo de los oportunistas de siempre.
Internet proporciona además unos espacios que (polución de mensajes
descerebrados aparte) facilitan el debate de ideas, el crecimiento y la
concreción del pensamiento colectivo. Eso vuelve menos peligroso el
riesgo de la participación en la política institucional.
Y, al
llegar aquí, nos encontramos con dos problemas distintos.
Uno
consiste en la consolidación del esfuerzo movimental. En no delegar en
otros, sino en el afianzamiento del activismo del movimiento y en su
aprendizaje de una tarea ambiciosa en este terreno, que es central para
neutralizar a los sectores sociales más retardatarios y a los
antipopulares: la tarea de crear una nueva cultura cívica, democrática e
igualitarista hegemónica en la sociedad, con sus propios valores y
principios, contrapuestos a los que nos han llevado al mundo de
desastres actuales.
El otro
problema está en la inserción en la política. Complicado por la
naturaleza de las instituciones legadas por la transición, y por
las circunstancias concretas de hoy.
Las
instituciones de la transición han favorecido la creación de dos grandes
partidos y de partidos menores cuyas políticas muchas veces resultan
difíciles de aceptar. El escritor Juan José Millás apuntaba la curiosa
paradoja en que se encuentran quienes desean votar en conciencia:
oscilan entre el voto en blanco —lo que favorece objetiva y
precisamente, sistema electoral mediante, a los dos grandes partidos— o
abstenerse de votar (que no les favorece): la paradoja de que en la
política española el mejor voto sea para muchos el no voto. Pues los dos
grandes partidos en los que se sobredimensiona artificialmente el
resultado del sufragio materializan, ambos, políticas neoliberales,
sacrificando a los mercados —a los especuladores— el bienestar de
la población, aunque con distintas coloraciones culturales.
Las
circunstancias concretas de España, con una gran crisis para la que
tanto el empresariado como los dos grandes partidos materializan más
neoliberalismo, esto es, más individualismo, más insolidaridad, más
cargas sobre la mayoría, y menos bienes y servicios públicos,
colectivos, vuelve urgente la maduración del movimiento, lo que
no es posible sin un gran debate interior.
Esa
maduración debe correr —se propone aquí— en una doble dirección: la
búsqueda de aliados, por una parte, y probablemente la aparición
política autónoma, en forma de asambleas que propongan listas
cívicas, abiertas unas y otras a todo el que quiera sumarse sobre la
base de un programa que el propio movimiento debe determinar.
Sin
eso, sin un contrapoder importante y que goce de amplias adhesiones
sociales, lo que se dibujaría en un horizonte próximo sería el poder de
un gobierno de derechas, un gobierno de "los de arriba" una vez más,
lleno de corruptos y de complicidades con los poderes económicos,
inevitablemente represor del movimiento que acaba de cristalizar, y
servidor, justamente, de lo contrario de lo que son los objetivos de
este movimiento formulados ya.
¿Hacia
adónde orientar la indignación?
Joaquim Sempere
Cuando el movimiento del
15-M se pregunta ¿qué hacer de ahora en adelante?, es oportuno que se
aplique a sí mismo un precepto aplicable a toda persona civilmente
activa: la acción civil no se hace para uno mismo, sino para la
ciudadanía en general. Así, nadie posee en exclusiva el derecho a
reclamar la renovación democrática de la política, y hay que convocar a
quienes tengan algo que decir al respecto.
A mi parecer es preciso
formular los objetivos del movimiento de la mejor manera posible. Los
indignados
—que
tienen el mérito indiscutible de haber sacudido la opinión pública y de
haber revelado los enormes agujeros de nuestra vida civil—
tienen la autoridad moral necesaria para convocar a quienes tengan algo
que decir. Los indignados tienen esa autoridad moral, pero no han
aparecido desde la nada. Han emergido de una sociedad donde cientos y
miles de activistas variopintos llevaban años denunciado injusticias y
abusos, a veces desde el mero voluntarismo ciudadano y a veces, también,
desde una formación técnica, jurídica, política, económica, histórica,
etc. Estos activistas aprovecharon o crearon estructuras varias con las
cuales y desde las cuales han mantenido un tejido sociopolítico más o
menos denso que ha venido resistiendo a las embestidas de los poderes,
denunciándolas y a veces luchando activamente contra ellas.
Me refiero a sectores
del movimiento vecinal y el movimiento obrero, de las organizaciones
ecologistas y pacifistas, de los observatorios (de la deuda externa, de
los derechos humanos, de la sostenibilidad, etc.), a grupos múltiples
movilizados por múltiples causas justas, a ciudadanas y ciudadanos que
actúan por su cuenta efectuando una labor capilar de educación política,
social e ideológica, como profesores, abogados y profesionales o simples
activistas, publicando artículos, organizando actividades culturales y
políticas en ateneos y centros de barrio. Éste es un activo esencial de
personas que ni por activa ni por pasiva pueden ser consideradas
cómplices de un orden injusto que, en general, se han dedicado a
combatir.
Habría que juntar a
“indignados” del 15-M con gente de esta galaxia social y política
para que, juntos, elaboren una plataforma común y compartida de ideas
alternativas que den respuesta a los problemas denunciados, plataforma
que no tiene por qué aspirar a ser definitiva. La indignación, vieja y
nueva, versa sobre muchos temas, y se necesitará encontrar respuestas
para empezar a avanzar. Sólo avanzando, aunque sea fragmentariamente y
con soluciones parciales o provisionales, se podrá incidir sobre una
realidad a la que es difícil hincar el diente. En esta línea, propongo
la celebración de una Convención para la Renovación Democrática, en la
línea de lo que en Francia llaman “Estados generales”: un encuentro en
el que poner en común soluciones y propuestas que puedan ser compartidas
por amplios sectores de la población, esos sectores que en las encuestas
muestran por el movimiento del 15-M niveles de simpatía que oscilan
entre el 60 y el 80% de la población total. Esta simpatía tan amplia es
una riqueza del movimiento que éste no debería dilapidar. La enorme
responsabilidad que esto implica exige estar a la altura de las
circunstancias.
El movimiento
altermundialista, cuya dinámica se ha comparado con la movilización de
los indignados, muestra un modelo organizativo en el que
inspirarse. Y, de paso, una experiencia de la cual sacar lecciones
prácticas para mejorar resultados y evitar errores. Inmediatamente
habría que dotarse de un núcleo coordinador que marcara ámbitos de
trabajo, fijara fechas, buscara espacios físicos donde reunirse la
Convención y estableciera normas de funcionamiento. Las webs y
publicaciones digitales de que el movimiento se ha dotado serían de una
ayuda inestimable para coordinarse, trabajar en red y difundir ideas. Un
encuentro de estas características contribuiría a precisar ideas, a
definir modos de trabajo, a resolver interrogantes sobre las posibles
maneras de influir en una realidad que no nos gusta.
Entiendo que es
importante la afirmación de principios generales, como algunos que ya se
han formulado, del tipo: “La economía ha de estar al servicio de las
personas y no al revés”; “Los derechos sociales deben preservarse porque
son el patrimonio de la inmensa mayoría de la sociedad (frente a los
derechos minoritarios asociados a la gran propiedad)”; etc. Son el
fundamento filosófico de la movida, y deben ser proclamados con el mayor
énfasis posible.
A la vez, no obstante,
hay que identificar, discutir, elaborar y calificar técnicamente las
propuestas concretas de acción. Ahí entrarían temas como la dación en
pago de las hipotecas, el endurecimiento de las penas contra el fraude
fiscal, la reforma de las leyes electorales (incluida la regulación del
referéndum), la exclusión de los corruptos de la vida política
(empezando por las listas electorales), el sufragio revocatorio de los
cargos electos y una multitud de propuestas posibles que se abren
camino, o pueden hacerlo, si se crea un marco de debate adecuado. Cabría
pensar en un trabajo de lobby sobre los representantes electos
para hacerles llegar propuestas y presiones morales desde el movimiento,
para evitar que las únicas presiones que reciban sean las del poder
económico. En temas que exigen una acción internacional (como la
prohibición de los paraísos fiscales, la homologación fiscal en todos
los países de la UE o la tasa Tobin), habría que pensar en coordinarse
con movimientos de otros países para ejercer presión sobre los
europarlamentarios.
El camino es largo, las
posibilidades muchas y las fuerzas dispersas. Por eso hay que encontrar
vías de trabajo que resulten eficaces.
La
mejor juventud
Agustín
Moreno
Les han
catalogado con mil etiquetas sin preguntarles:
generación X, jóvenes aunque suficientemente preparados
o, últimamente, generación nini, para definir a los jóvenes que
ni estudiaban ni querían trabajar. Pero era evidente que había muchos
más que sí estudiaban y sí trabajaban o aspiraban a ello, aunque
explotados y con bajos salarios (mileuristas).
Ahora
existe
una amplia generación que son universitarios, están debidamente
formados, saben idiomas, informática, pero forman parte de ese 43,5% de
tasa de paro juvenil; están de becarios, son precarios de diverso tipo
que no llegan a mil euros, no se pueden emancipar, se ven sin pensión,
renuncian a los hijos. Ninguneados, despreciados, aunque sepan más que
sus jefes, muchos están pensando en irse al extranjero.
Pero
por fin, ha cuajado un movimiento. Se definen como jóvenes sin trabajo,
sin casa, sin futuro (según el sistema). También como juventud sin
miedo. Por eso, el pasado 15 de mayo se manifestaron, autoconvocados por
una miríada de pequeñas organizaciones y redes sociales, junto con
personas de diferentes edades y condición, padres e hijos. Y llenaron
las calles, desde abajo y sin permiso de las grandes formaciones
políticas y sociales, que no tomarán nota, ensimismados en su irrealidad
y esperando que sean una tormenta en un vaso de agua. He estado allí y
he visto a esos ciudadanos críticos que siempre hemos querido educar y
sentí que no todo está perdido, sino por ganar, y que es posible.
Es un
movimiento complejo, que se inspira en las revueltas árabes, en la
contestación griega, francesa y sobre todo en su propia desesperación.
Son los indignados que se han echado a las plazas a pedir Democracia
Real Ya. Protestan por la crisis, los ajustes sociales, el saqueo de los
mercados legitimado por una democracia que se reduce a votar cada cuatro
años a opciones para ellos análogas. Cuando muchos lamentaban la pérdida
de las utopías, de pronto reaparecen: quieren cambiar un mundo hecho a
la medida de los poderosos. Con la expectativa de vivir peor que sus
padres, la generación más preparada de la historia de este país no se
resigna y es una esperanza de futuro si lucha y se organiza. Que se les
oiga.
Manos
muertas
Miguel Ángel Lorente y Juan Ramón Capella
La
crisis va para largo. Procede de un crecimiento ciego alimentado por un
crédito desmesurado y artificiosas ingenierías financieras. Pero no
hablaremos hoy de eso, sino del divorcio entre la economía financiera,
especulativa, y la producción real. Hoy, en la crisis, son posibles
enormes ganancias especulativas, puramente financieras, sin impulsar la
actividad productiva, en contra de la economía real. Ganancias en
detrimento de los patrimonios públicos y a costa de la mayoría de la
población.
Nos
limitaremos aquí a algo muy elemental, incluso desde un punto de vista
interno al capitalismo. Se trata de imponer límites al distanciamiento
de lo especulativo respecto de la actividad productiva real; de
conseguir que la colosal masa de liquidez dineraria internacional y
nacional, hoy básicamente especulativa, vuelva a encaminarse a la
financiación de la producción de bienes.
Pues
una gran masa de dinero mundial está en manos muertas. En manos
dedicadas a especular con las deudas públicas, con los precios de
mercancías futuras, con títulos bursátiles cuya sustancia no les
importa. Cuando no a jugarse billones en la evolución de los precios de
entes reales o jurídicos sin poseer ningún título de propiedad, siquiera
transitorio, sobre ellos. No se trata, en puridad, de mercados
financieros, sino de juegos de apuestas que generan inestabilidad
económica y sobre todo pobreza. Esa especulación enriquece a las
manos muertas al tiempo que empobrece los bienes públicos creados
por el trabajo de generaciones, incrementa las deudas públicas y
destruye no sólo los empleos sino las posibilidades de crearlos.
Es
necesario desamortizar, acabar con las manos muertas de la
especulación. Imponer los diques y los cauces que canalicen el dinero
hacia inversiones productivas.
Regular,
imponer
normas, está más que justificado. Quienes han especulado y especulan no
se juegan su dinero. Ahí están los rescates bancarios para hacerlo
evidente: esos rescates han salido de las manos de quienes no
especulaban y han ido a parar a quienes sí lo hacen. Dinero público que
pasa a manos privadas para que especulen con lo público: no puede ser.
Señalemos algunas medidas que pueden contribuir a la necesaria
desamortización del siglo XXI.
Es
preciso limitar la especulación en el mercado de capitales. Para ello
hay que determinar que se compre y se venda en ese mercado con plazos
determinados.
No se
debe permitir que en un mismo día se realicen varias operaciones sobre
títulos que representan el capital de una empresa, o sus deudas a medio
y largo plazo, o se vendan y se recompren varias veces en el mismo día
títulos de deuda pública con vencimiento aplazado. Esas operaciones
especulativas generan movimientos bursátiles que pagan incluso quienes
no operan en bolsa. Porque los altibajos de las expectativas económicas
se traducen en empleos y ajustes y en el alza de las primas de riesgo de
la deuda pública. Una nueva regulación debe gravar fortísimamente los
beneficios de ese tipo de operaciones intradía o simplemente
prohibirlas.
A un
capitalismo menos destemplado le convendría que los mercados fueran
mercados de capitales, no agrupaciones especulativas. La invención
de las sociedades anónimas y de las bolsas le facilitó a este sistema el
crecimiento económico: pequeños capitales, incapaces por sí solos de
emprender nada, de instrumentar ninguna empresa, se unían en
proporciones alícuotas; y la Bolsa moderna nació para crear grandes
capitales a partir de aportaciones pequeñas.
Se
trata de adoptar medidas para que los mercados dejen de ser
agrupaciones especulativas que se imponen a los poderes políticos
y vuelvan a ser mercados de capitales que se invierten productivamente.
Ciertamente, los problemas no terminan aquí, pero ésta es una condición
esencial.
Para
ello se debe gravar fiscalmente los beneficios de los bancos en sus
actividades no crediticias. El dinero que se deposita en los bancos
se puede dedicar, básicamente, a dos cosas: a crédito o a inversiones en
los denominados mercados. Pues bien: los beneficios de lo primero no
pueden equivaler a los de lo segundo. Si se gana en inventos
especulativos se debe tributar mucho más que si se hace en crédito.
Porque el riesgo del crédito lo corre el prestador, pero el de la
especulación lo corremos todos.
La
especulación es peligrosísima: lo fue en el crac del 29 y lo es en la
crisis actual. Los grandes bancos norteamericanos, británicos, alemanes,
irlandeses e islandeses que quebraron en 2008 no cayeron por el impago
de sus créditos, sino por sus inversiones en "instrumentos financieros"
("titulizaciones", "derivados", fondos especulativos). Los estados
soberanos que asumieron sus pérdidas —en vez de dejarles quebrar— las
trasladaron a sus servicios sociales, recortando de ahí. Y además
exigieron y exigen que todos los países, especialmente los más débiles,
paguen sus deudas con los bancos de los países centrales. Eso, en un
contexto de crisis —descenso de la actividad productiva y de ingresos
fiscales—, ha implicado e implica reajustes económico-sociales brutales.
También
hay que limitar los objetos de inversión de los llamados fondos de
inversión y regular fiscalmente sus beneficios.
Los
fondos de inversión se han convertido en la forma moderna del ahorro
neoliberal. En sus versiones más extendidas agrupan ahorros muy
pequeños, incluidos planes de pensiones modestos, y consiguen reunir así
capitales importantes. No serían un problema sistémico si esos capitales
se invirtieran en actividades productivas o en deuda pública. Pero la
inversión especulativa los convierte en problemáticos. Los fondos suelen
invertir en lo que se llama futuros, esto es, en apuestas
sobre los precios futuros de ciertos bienes físicos. De la producción
física de esos bienes —por ejemplo, cacao, café, materias primas— vive
—o sobrevive— mucha gente. Las apuestas sobre los precios tienen un
efecto devastador al influir en la cotización de las divisas y tienen
otras consecuencias económicas que se manifiestan al cambiar el signo de
la tendencia especulativa. Los fondos desregulados son los reyes del
daño colateral: muchísimas personas ajenas a su existencia resultan
damnificadas cuando las burbujas explotan, pero no se benefician de
ellos cuando sus negocios van bien.
La
fiscalidad sobre los beneficios de los fondos es mucho más suave que la
que grava las rentas del trabajo: en España el PP y el Psoe han estado
de acuerdo en que la cotización máxima de aquellos sea el 20%, muy por
debajo de la cotización media de las rentas del trabajo. Esta fiscalidad
carece de equidad.
La
vigilancia pública sobre el crédito es también esencial. La del Banco de
España sobre los bancos, resultado de la experiencia pasada, no se ha
extendido a las cajas de ahorros: los agujeros de algunas de éstas,
resultado de disparatados créditos a la construcción, hubieran debido
ser frenados a tiempo. Tal vez entonces el país no tendría además de un
bajón productivo general un gran problema de paro en una rama industrial
desmesurada, ni tampoco la expectativa de cubrir con dinero público el
fracaso de esas cajas de ahorros.
Dos
cuestiones más: cualquier gobierno de países como el nuestro debe abogar
por el establecimiento de la tasa Tobin sobre las operaciones
financieras internacionales. Intervenir sobre la mala gestión del FMI y
del Banco Mundial en esta crisis, y regular las agencias de
calificación, de rating, que tan fantasiosamente funcionaron
antes del estallido mundial de la crisis y que ahora son poco más que
lobbies de los especuladores.
Lo que
está ocurriendo no es complicado de descifrar. Y tampoco es imparable.
Si hay voluntad política para ello se puede reconducir.
Las
grandes preguntas tras el crack
Armando Fernández Steinko
La
“gran depresión” que arranca con el crack de 2008 marca el fin de un
sueño/pesadilla de un cuarto de siglo. El modelo neoliberal, que
consiguió dividir a clases populares y clases medias enriqueciendo a
grandes propietarios y rentistas, pilotó alrededor de la creación de una
demanda ficticia. Ficticia porque no estuvo alimentada por las rentas
del trabajo sino por la renta financiera e inmobiliaria, no por el pago
del esfuerzo individual y colectivo, sino por el endeudamiento y la
apuesta bursátil. El proyecto fue restaurador en lo social y lo
ideológico porque trató de generar crecimiento hundiendo salarios y
precarizando empleo. Pero sólo pudo durar casi tres décadas porque se
ganó a una parte de las clases medias, e incluso a una fracción de las
clases populares: aquellos con salarios regulares y capacidad
adquisitiva suficiente para adquirir productos financieros e invertir en
bienes inmuebles. Además, creó un sistema en el que la subjetividad y la
inventiva ya no debía ser anulada por las cadenas de montaje y los
directivos controladores, sino todo lo contrario. Surgió un segmento de
asalariados cualificados que se identificaban con lo que hacían
distanciándose de las reivindicaciones laborales clásicas. Son hombres y
mujeres que se autoexplotan hasta romperse la salud porque han
convertido las necesidades de la empresa en sus propias necesidades
fisiológicas y a pesar de que la dinámica del máximo beneficio succiona
su subjetividad, no por ello se identifican sin más con el resto del
cuerpo laboral. El endeudamiento combinado con un trabajar sin fin
—gratificante o repetitivo— ha terminado y con ello todo un sistema de
reproducción cultural. El capitalismo feo español ha sufrido este cambio
de forma más radical pues su sociedad del trabajo fue liquidada por la
gran coalición monetarista que triunfó en la transición instalándose en
fechas tempranas una economía de rentas, de rentas de todo menos de
trabajo ¿qué va a pasar ahora?
Los
bancos, que son los grandes ganadores del neoliberalismo, estuvieron a
punto de perder el inmenso poder acumulado a lo largo de un cuarto de
siglo. La única razón por la que “los expropiadores no fueron
expropiados” en esos meses críticos de 2008/2009 no es ni económica ni
técnica. La razón es política pues los gobiernos siguen siendo hoy los
máximos representantes de los intereses financieros. Es comprensible
que la salida fuera la restitución de la la lógica del funcionamiento
privado haciéndoles pagar a los ciudadanos dicho rescate con sus
impuestos. Ahora los bancos hacen lo que siempre han hecho con el ahorro
recibido: negocios para sus clientes, preferentemente para sus grandes
clientes. Como en los años treinta el problema no es de escasez de
dinero sino de exceso de dinero en manos equivocadas y ese exceso de
liquidez seguirá ahí hasta que se produzca una reforma fiscal progresiva
y un control de los flujos de capital. El capital sobreacumulado sin
control ahora pasa a la ofensiva. Hace lo que tiene que hacer y lo que
siempre ha hecho: buscar su máxima rentabilidad sin preocuparse del
interés general. Ayer fue la apuesta sobre el precio del petróleo o las
materias primas, hoy es la deuda soberana de un gobierno tras otro,
mañana será otra cosa mientras persista la monumental liquidez. Hacia
1970 hubo una oleada de economistas y sociólogos neoliberales —Friedman,
Bell, Huntington— que dijeron con claridad que democracia y
desregulación financiera eran incompatibles, una verdad que no se han
cansado de repetir los gobernadores de los bancos centrales desde
entonces. El centro-izquierda español, que creó un Estado del Bienestar
con financiarización, parecía demostrar lo contrario. Hoy las aguas
retornan al cauce de la lógica y las finanzas fuera de control se
meriendan uno a uno los contratos políticos de la postguerra.
La
pregunta hoy es: ¿hasta cuándo, hasta cuándo los gobiernos, custodios de
enormes maquinarias estatales, podrán cortar su principal fuente de
legitimidad?, ¿hasta cuándo permitirán que los mercados les pongan al
borde del abismo o incluso les empujen a él? La respuesta principal es
otra vez política pero ahora lo es también técnica y económica pues es
imposible que se recupere la economía por estas vías. Antes o después
habría que domesticar al sector financiero y los primeros pasos ya se
están dando, aunque darán sus frutos más adelante y la tasa de
beneficios del sector financiero tenderá a caer. Puede ser que haga
falta una réplica del crack del 2008, otro vislumbramiento del abismo
para provocar los cambios, pero los bancos saben que la cosa no va a
seguir como hasta ahora. Por eso se abalanzan sobre las universidades
aprovechando el Plan Bolonia, por eso se abalanzan sobre las Cajas de
Ahorros para deglutirlas, por eso acumulan provisiones antes que
conceder créditos nuevos. La deuda de los bancos que ahora avalan los
gobiernos es impagable y todos los coquetean con la idea de provocar
inflación para devaluarla. También esto les hará a los bancos tragar
aguas amargas, muy distintas a la horchata gratis de la que se venían
hartando hasta ahora. Los fiscalistas irán ganando poder frente a los
monetaristas y también esto les irá arrinconando ideológicamente. La
sociedad se ha quedado sin dinero para financiar las infraestructuras
que necesita para su reproducción: la sanidad, la educación, la
reconversión energética, el cambio climático, el envejecimiento de la
población, la planificación de unas ciudades cada vez más grandes. No va
a haber dinero para nada al menos durante media o tal vez incluso una
generación entera y esto en medio de una civilización derrochadora de
recursos. Los gobiernos seguirán bombeando recursos públicos hacia el
sector privado en espera de que éste cree empleo. Se intentará hundir
aún más los salarios para ser competitivos hacia fuera, se forzarán aún
más las exportaciones para sanearse a costa del vecino y habrá
escaramuzas proteccionistas para intentar evitarlo sin que se note,
incluidas las devaluaciones directas e indirectas. Pero no será posible
continuar mucho tiempo con esta transferencia de recursos colectivos, de
salarios e impuestos a las empresas privadas que no van a solucionar
nunca por sí mismas el problema del desempleo. Será un juego de suma
cero incapaz de sacar a la economía mundial de lo que se antoja como un
largo período de “crecimiento estacionario”, de cuasi estancamiento. Al
no contemplarse la reforma fiscal, la liquidez seguirá tiranizando a las
poblaciones pero ya no se las podrá compensar con una demanda ficticia
basada en el endeudamiento. Esto cuarteará las alianzas entre
neoliberalismo y sociedad, algo que aquél intentará evitar por todos los
medios, por ejemplo recurriendo al populismo, a un shock externo (efecto
Pearl Harbour) o a cualquier otra forma extraeconómica que permite una
movilización rápida y masiva de las poblaciones. Pero antes o después la
economía tendrá que dejar de ser la suma de rentabilidades individuales,
antes o después habrá que hablar de una economía-de-toda-la-casa. Esta
no tiene que ser necesariamente progresista: es posible una
economía-de-toda-la-casa reaccionaria, conservadora de las actuales
estructuras de poder y de propiedad basada en la coerción hacia dentro y
hacia fuera.
¿Cómo
van a responder las poblaciones? Las dos últimas veces que se dio una
situación similar, en el último cuarto del siglo XIX y en el período de
entreguerras, el nacionalismo le abrió el campo ideológico a la
reacción. En los años 1930 toda Europa, con la excepción de Escandinavia
y las dos breves primaveras de España y Francia, se decantó hacia la
derecha mientras América prácticamente entera lo hizo hacia la
izquierda. Pequeños autónomos y grandes propietarios consiguieron
desmontar el sufragio con ayuda del ejército. Puede parecer que el
patrón se repite, pero no así la historia. Ecos reaccionarios nos llegan
de algunos países del Este destrozados por las curas neoliberales de los
noventa y músicas similares cuajan en los intersticios de los partidos
del centro-derecha occidental. La primera reacción al crack de 2008 por
parte de los gobiernos de Francia y de Rusia fue duplicar el gasto
militar: una medida que apunta a la versión reaccionaria de la
economía-de-toda-la-casa. Alemania empieza a despertar susceptibilidades
en Francia y Gran Bretaña, lo cual explica el reciente pacto de
colaboración nuclear. ¿Son sólo escaramuzas? Las rupturas históricas son
siempre el resultado de una acumulación de escaramuzas. No es tan fácil
que este patrón se pueda generalizar por mucho que se siga invocando el
peligro terrorista para asustar a las clases medias o el problema
migratorio para narcotizar a las clases populares. No hay dinero y no lo
habrá si no se trastocan los actuales poderes de clase. El rechazo del
autoritarismo está fuertemente implantado entre amplios sectores de las
clases asalariadas occidentales aunque esto no impide el desarrollo de
nuevas formas de movilización en torno a una versión reaccionaria de una
economía-de-toda-la casa. Ahí donde los autónomos tipo “Joe el
fontanero” de MacCain alcanzan porcentajes muy elevados, como en la
Italia de Berlusconi, en la costa mediterránea del Partido Popular o en
las profundidades de los Estados Unidos, hay ya materia prima para algo
parecido. La llave la tiene el sector profesional, ese trabajador que se
ha desvinculado de las reivindicaciones clásicas y que sigue distanciado
de las clases populares buscando salidas individuales.
¿Cómo
van a responder las poblaciones? En un primer momento la distancia entre
clases medias y clases populares, la clave del futuro político del mundo
occidental, aumentará con la privatización de servicios públicos que no
se van a poder financiar por falta de recursos. La esperanza de vida
entre ricos y pobres aumentará, las ciudades se degradarán junto a las
universidades públicas, los espacios comunes que hoy comparten clases
medias y populares —barrios, plazas, colegios— irán borrándose poco a
poco. Pero esto sólo podrá ir un poco lejos en las zonas más lindas del
capitalismo, aquellas con una alta concentración de profesionales
autónomos cualificados y un alto poder adquisitivo: las grandes
ciudades, el eje que atraviesa Europa desde el sur de Inglaterra hasta
el norte de Italia pasando por el Benelux y el valle del Rin. En el
resto del territorio la clase media no tendrá recursos para pagarse los
servicios que necesita y caerá en una espiral de empobrecimiento. En los
parques abandonados a su suerte se encontrará con las clases populares
aún más empobrecidas que ellas ¿Para hacer el qué? Tal vez para formar
un bloque social con capacidad de forzar una versión no autoritaria de
una nueva economía-de-toda-la-casa, de-todo-el-planeta.
La
histeria va con en el precio
Rafael Poch
Recapitulando.
En
septiembre
se cumplirán tres años de la quiebra financiera de 2008. El motivo de la
crisis fue el hundimiento del gran festival especulativo que eliminó las
fronteras entre la actividad financiera y la simple y pura delincuencia.
El dinero público se utilizó para cubrir las pérdidas y proteger las
fortunas de los agentes del gran casino, en lo que fue la mayor
transferencia de capital de la historia desde la gente común hacia los
ricos. Ninguno de los problemas que entonces se pusieron de manifiesto
se han solucionado, pero se han creado otros encadenados. Por ejemplo:
el brusco aumento de deuda pública que el rescate bancario provocó,
empeoró, a su vez, la solvencia general, incluida la de los propios
bancos, pues el valor de la deuda pública se desplomó y en gran parte
está en manos de bancos e inversores en forma de bonos del tesoro. Ahí
está la génesis de la actual "euro-crisis".
La alternativa a la contestación.
Las peculiaridades de la Unión
Europea
—una
unión monetaria sin fiscalidad ni gobernanza común, con grandes
desequilibrios entre sus miembros—
pusieron en el centro esa "crisis de endeudamiento", que, torpemente
gobernada por Alemania, lastra ahora el viejo continente y despierta sus
ancestrales taras culturales de tan mortífero recuerdo. La solución
anticrisis propuesta es una contrarrevolución social: desmontar derechos
sociales y garantías económicas, lo que arrasa el consenso social,
fomenta ideologías antidemocráticas, racistas o xenófobas, que ofrecen
fáciles chivos expiatorios
—como
ocurrió en el pasado con el antisemitismo—
y favorecen la guerra, tal como pasó en la última gran crisis del
capitalismo en 1929. Europa ya estaba metida de pleno en una guerra
antes de Lehman Brothers, Afganistán, algunas de sus naciones apoyaban
otra, Irak, y en plena crisis se ha metido en una tercera, Libia, un mal
signo. Cada semana la OTAN y las potencias europeas son responsables de
lo equivalente a atentados terroristas con decenas de víctimas civiles
inocentes en Libia y Afganistán, aunque se llamen "errores" y "daños
colaterales". La guerra como telón de fondo de la eurocrisis es un dato
crucial de la actual situación. Avisa de cual es la alternativa a la
contestación ciudadana.
El nexo de todo el asunto.
El programa de regreso
al
siglo XIX andaba más o menos como la seda, hasta que apareció la
ciudadanía. Primero en Grecia, luego en Wisconsin (Estados Unidos, un
movimiento informativamente ignorado, tanto en Alemania como en España),
en el norte de África, y ahora en Europa, pues el referéndum italiano,
la jornada sindical contra el pacto del euro y la próxima huelga
británica forman parte de un mismo paquete. Hasta de China llegan
noticias de la preocupación oficial y de las medidas preventivas ante un
eventual contagio. Pero, ¿de qué se trata?, ¿cual es el nexo de unión
entre todas estas contestaciones? Se trata de la revuelta contra las
oligarquías.
El diccionario define las oligarquías con
tres
brochazos; "Gobierno de pocos", "Forma de gobierno en la cual el poder
supremo es ejercido por un reducido grupo de personas que pertenecen a
una misma clase social", y "Conjunto de algunos poderosos negociantes
que se aúnan para que todos los negocios dependan de su arbitrio". Sea
como fuera, podemos acordar que el mundo actual está gobernado por
oligarquías.
En Europa, Estados Unidos y Japón, la
tríada
central del sistema mundial, las oligarquías financieras dominan la
economía e incluso la política. En la mayoría de los países árabes se
trata de oligarquías, petroleras o no, que son subsidiarias de las
anteriores. En Rusia hay una nueva oligarquía privada que se inspira en
las occidentales y que mantiene cierta tensión con el Estado ruso,
heredero de la Estadocracia soviética, que fue la modalidad de
oligarquía en la que degeneró el llamado socialismo real. Ese Estado
compite y a la vez se imbrica con la nueva oligarquía rusa. En China la
relación es inversa: allí es la Estadocracia la que domina sobre las
oligarquías privadas, que, aunque poderosas, están sometidas e
integradas en la constelación estatal.
Globalización ciudadana.
La
diferencia
última no es entre "democracia" y "no democracia", como insiste el
discurso oficial, sino entre el gobierno de diversos tipos de
oligarquía. No es la divisoria, sino la similitud lo que retrata mejor
la situación. Algunas oligarquías, en sociedades más opulentas, dan
lugar a sistemas mucho más holgados y permisivos desde el punto de vista
de los derechos y las libertades. Otras sólo dan para "democracias de
baja intensidad", o pseudodemocracias, como la rusa, en la que el
partido del poder ni siquiera practica la rotación con una oposición,
sino que nombra a un sucesor de su propio partido que luego es
refrendado en las urnas. Otras se permiten elecciones bastante libres a
nivel local, como en China, pero no en el nivel general, y otras, en
fin, no permiten ningún tipo de elección…. Es decir, hay distintos tipos
de oligarquías, pero todas ellas tienen poco que ver con el "poder del
pueblo", la democracia. En condiciones normales, el voto no decide gran
cosa porque no cambia nada esencial.
Lo que está ocurriendo
ahora
en el mundo, en todas esas zonas señaladas, es un despertar ciudadano
contra la administración de la globalización que llevan a cabo todas
esas oligarquías. Un impulso en favor de una globalización en clave
ciudadana, no empresarial. Cuando la población toma la palabra y se
convierte en sociedad, las cosas no pueden seguir igual. Así se escribe
la historia.
Sobre camellos y barretinas.
Hacía
muchos
años que algo así no ocurría y el establishment ya se había olvidado de
ese factor. De ahí el desconcierto y el nerviosismo con que la clase
política acoge el fenómeno por todas partes. El apaleamiento de
ciudadanos en la Plaza de Catalunya fue la versión local de la entrada
de los camellos de Mubarak en la Plaza Tahrir el 2 de febrero. Fruto de
la misma miopía, luego profundizada por prensa e instituciones entre
histerias guerracivilistas, con listas de "culpables" y "responsables
intelectuales" casi en la periferia del terrorismo ("kale borroka"), que
conducen a la típica pregunta rusa sobre este tipo de situaciones: "¿se
trata de una provocación, o de una estupidez?". La respuesta es que
parece una mezcla de ambas cosas… Pero aquí no hay ninguna novedad.
Estamos ante un clásico.
Cuando en Alemania arrancaba en
los
setenta el movimiento antinuclear, el establishment hacía afirmaciones y
acusaciones disparatadas del mismo tenor. El Presidente de Baden-Württemberg,
Hans Filbinger, decía que sin la contestada central nuclear de Wyhl,
"las luces de nuestra región comenzarán a apagarse a finales de la
década". Antes de esa fecha, en 1978, Filbinger, un antiguo juez nazi,
tuvo que dimitir al conocerse su participación en sentencias de muerte
del régimen anterior. El movimiento ciudadano era criminalizado sin
complejos. "Su núcleo lo forman puros terroristas, meros delincuentes",
decía el democristiano Gerhard Stoltenberg, presidente de
Schleswig-Holstein. "Hay que hablar no tanto de alborotadores como de
terroristas", decía el ministro de justicia, el socialdemócrata Hans-Jochen
Vogel. Más tarde, en enero de 1980, cuando se fundó el Partido Verde, el
ideólogo del SPD, Egon Bahr, anunciaba el nacimiento de un "peligro para
la democracia", mientras su colega Erhard Eppler comparaba la presión de
las manifestaciones antinucleares con las marchas callejeras de las
escuadras nazis de la S.A.
Todo esto debe ser
recordado
hoy, cuando, después de Chernobyl y Fukushima, Alemania pone fecha al
fin de la energía nuclear. Se ofrece así un poco de perspectiva sobre lo
que le espera a una ciudadanía que ahora toma la palabra. Cualquiera que
hoy hable en Europa de propuestas de cambio tan razonables como
nacionalizar la banca, o prohibir el uso de las fuerzas armadas fuera de
las fronteras sin expreso referendo popular, merece ese tipo de
histeria. Que a lomos del camello haya un truhán cairota con turbante o
un conseller inepto con barretina, cambia poco el asunto: la histeria va
incluida en el precio de cuestionar la oligarquía.
26/06/11
Manifiesto
“Una ilusión compartida”
El
descrédito de la política y las quejas asiduas sobre la corrupción de la
vida democrática no pueden dejar indiferentes a las conciencias
progresistas. Son muchas las personas que, desde diferentes perspectivas
ideológicas, se han sentido indefensas en medio de esta crisis
económica, social e institucional. La izquierda tiene un problema más
grave que el avance de las opciones reaccionarias en las últimas
elecciones municipales. Se trata de su falta de horizonte. Mientras los
mercados financieros imponen el desmantelamiento del Estado del
bienestar en busca de unos beneficios desmesurados, un gobierno
socialista ha sido incapaz de imaginar otra receta que la de aceptar las
presiones antisociales y degradar los derechos públicos y las
condiciones laborales.
Es
evidente que los resultados electorales han pasado una factura
contundente al PSOE. Pero las otras alternativas a su izquierda no han
llegado a recoger el voto ofendido por las medidas neoliberales y las
deficiencias de una democracia imperfecta. Y, sin embargo, no es momento
de perder la ilusión, porque la calle y las redes sociales se han puesto
de pronto a hablar en alto de política para demostrar su rebeldía. Esta
energía cívica, renovada y llena de matices, tiene cuatro preocupaciones
decisivas: la regeneración democrática, la dignificación de las
condiciones laborales, la defensa de los servicios públicos y el
desarrollo de una economía sostenible, comprometida con el respeto
ecológico y al servicio de las personas. Son las grandes inquietudes del
siglo XXI ante un sistema cada vez más avaricioso, que desprecia con una
soberbia sin barreras la solidaridad internacional y la dignidad de la
Naturaleza y de los seres humanos.
La
corrupción democrática se ha mostrado como la mejor aliada de la
especulación, separando los destinos políticos de la soberanía cívica y
descomponiendo por dentro los poderes institucionales. Hay que
devolverle a la vida pública el orgullo de su honradez, su legitimidad y
su transparencia. Por eso resulta imprescindible buscar nuevas formas de
democracia participativa y sumar en una ilusión común los ideales
solidarios de la izquierda democrática y social.
Los
poderes financieros cuentan con nuestra soledad y nuestro miedo. Sus
amenazas intentan paralizarnos, privatizar nuestras conciencias y
someternos a la ley del egoísmo y del sálvese quien pueda. Pero la
energía del tejido social puede consolidar una convocatoria en la que
confluyan las distintas sensibilidades existentes en la izquierda y
encontrar el consenso necesario para crear una ilusión compartida.
Debemos transformar el envejecido mapa electoral bipartidista. El
protagonismo cívico alcanzado en algunos procesos como el referéndum
sobre la permanencia de España en la OTAN, el rechazo a la guerra de
Irak o el 15-M, nos señalan el camino.
Se
necesita el apoyo y el esfuerzo de todos, porque nada está escrito y
todo es posible. El mundo lo cambian quienes, desde los principios y el
compromiso cívico, se niegan a la injusticia, rompen con la tentación
del acomodo y se levantan y pelean dando sentido a la ilusión. La
memoria de la emancipación humana exige una mirada honesta hacia los
valores y el futuro. Nosotros estamos convencidos de la necesidad de
reconstruir el presente de la izquierda. ¿Y tú?
* Manifiesto que
promueven y suscriben una veintena de conocidos juristas, artistas,
periodistas e intelectuales en el que instan a la izquierda española a
reconducir sus planteamientos hacia unos nuevos más acordes con las
exigencias de la calle. La lista de firmantes y un espacio para
comentarios de apoyo en:
http://www.unailusioncompartida.com
Palabras
rotas sin discurso político
Manuel Reyes Mate
Las
soluciones podrán venir cuando entendamos el problema, pero estamos
lejos de ese momento.
La
edición francesa del libro ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, abre
con una reproducción del célebre cuadro de Paul Klee, Angelus novus,
al que Walter Benjamin dedica, tal y como recuerda el propio Hessel,
la novena de sus célebres Tesis sobre el concepto de historia. Lo
que Benjamin dice es que hay dos maneras totalmente diferentes de
entender los tiempos que vivimos: lo que para unos es progreso, para
otros es catástrofe.
Hay
quien vive el presente como un proyecto de vida, dotado, eso sí, de los
medios materiales suficientes como para vivir de acuerdo a sus deseos. Y
hay otros que saben el precio del progreso o, más exactamente, el precio
del bienestar de otros. Son, de acuerdo con el cuadro de Paul Klee, las
ruinas y cadáveres sobre los que camina el ángel de la historia pintado
por el artista suizo.
Al
colocar Hessel ese cuadro como pórtico a su alegato está dando a
entender que los caídos se niegan a ser el precio de la historia y
reclaman para sí el derecho a tener un proyecto de vida propio.
El
famoso cuadro ha llamado la atención de muchos eruditos, atraídos por la
poderosa interpretación política que hace Walter Benjamin, pero es la
primera vez que sirve para expresar la indignación de quienes han sido
degradados a inevitable coste social del progreso.
Dos
posiciones, pues, enfrentadas ante la misma realidad histórica. No
deberíamos perderlo de vista sobre todo a la hora de preguntarnos por su
futuro. Escuchaba en una emisora de radio un debate entre un portavoz de
Democracia Real y sesudos académicos que le acosaban dialécticamente
preguntándole por las soluciones: qué soluciones proponían ellos, los
indignados, a los graves problemas que denunciaban. Ante el balbuceo del
joven indignado, el oyente podía llegar a la errónea conclusión de que
lo que está ocurriendo tiene poco recorrido.
Las
soluciones, sin embargo, solo pueden venir cuando entendamos el problema
y hay razones para pensar que aún estamos lejos de ese momento. Esta
generación expresa su malestar a través de palabras minúsculas, tales
como futuro, casa, trabajo, salud, corrupción o participación.
Son palabras sueltas que las encontramos en los programas políticos de
los partidos existentes. La diferencia es que en esos programas esas
palabras no significan nada y colgadas de las tiendas de los acampados,
sí. Cuando un joven te dice futuro te está interpelando desde una
existencia sin futuro. La palabra es entonces creíble porque está
encarnada en un cuerpo frustrado que habla sin abrir la boca. Esas
palabras tienen sentido en existencias vulneradas. En los programas
políticos, empero, carecen de sentido. Dicen que van a luchar contra la
corrupción y premian a los corruptos. Prometen empleo y lo supeditan a
la competitividad. Les elegimos para que hagan política y se convierten
en mascotas del mercado y así sucesivamente.
De lo
que se trata entonces es de construir un discurso político —o de
encontrar soluciones— partiendo de esas palabras verdaderas. En El
mayor monstruo, los celos, de Calderón de la Barca, el perverso
protagonista ha decretado que si él muere, sus fieles tienen que matar a
su esposa, por honor. Para evitar que el documento llegue a manos de
ésta, lo hace pedazos oportunamente. Pero la mujer llega a tiempo de ver
por los suelos el texto hecho añicos y de leer en un trozo muerte, en
otro su nombre, en aquel de allá honor y en este de acá secreto.
Entiende que está condenada a muerte. Las palabras aisladas adquieren
una fuerza muy superior a la que tenían en el documento. Para que las
palabras iniciales cuajen en respuestas, el político tiene que dejarse
imantar por la tragedia existencial que hay detrás de cada una de ellas.
No nos precipitemos en convertirlas en problemas, es decir, en
accidentes desgraciados del sistema. Antes que problemas son vidas
frustradas, familias humilladas, que interpelan a la conciencia
política. Si fueran escuchadas, podríamos llegar a la conclusión de que
la respuesta no se encuentra en un retoque del sistema —a eso apuntan
las famosas “reformas estructurales” que dicen los empresarios—, sino en
una revisión del modo de vida o de valores sin cuestionar incluso por
los propios indignados.
El
noble arte de la política no nació para reproducir sistemas, sino para
organizar la convivencia y mejorar las condiciones de vida de los
individuos. Hemos llegado a un punto en el que los valores rectores más
indiscutibles se cobijan bajo el paraguas progreso. Lo que el
nonagenario autor del exitoso panfleto defiende es que el progreso
esconde demasiados cadáveres. Han salido a la calle para decir basta.
Con su presencia están invitando a la sociedad en su conjunto a pensar
unas respuestas.
Marraríamos la oportunidad que se nos brinda si redujéramos la
importancia del gesto a los discursos que puedan ofrecer. Pueden caer en
simplezas o pedir lo imposible. Está claro que para algunos el progreso
es catastrófico. A los que de momento están a salvo les toca decidir si
hay algo que hacer.
* Artículo publicado en El Periódico, 27 de junio de
2011
Cajón
Desastre
El Lobo Feroz
La orejita empresarial
Los grandes empresarios quieren vincular los salarios a la
productividad. Saben que la productividad no depende de los
trabajadores, sino de la renovación tecnológica. En la práctica,
jibarización de las masas salariales. Eso frena la actividad económica,
pero a ellos les afecta poco pues consumen bienes de lujo,
preferiblemente de importación, que la gente corriente no consume. Una
latita
de caviar beluga cuesta 169 euros; un amarre para algo que flote, unos
50.000.
Qué producir
La economía española estaba asentada sobre dos pilares básicos: el
ladrillo y el turismo. El
primero
está hundido, aunque las grandes constructoras, gracias a las contratas
públicas, han conseguido ganar tamaño, diversificar sus negocios e
internacionalizarse; se han beneficiado mucho y bien del dinero público.
El futuro ¿es el turismo?
Eso no da mucho más de sí, y según las circunstancias incluso puede dar
menos. El futuro está en la industria de las energías renovables, en la
desconcentración energética, en el
ahorro
energético para sustituir al petróleo.
El futuro está en las tecnologías biomédicas, a partir del capital
social acumulado en la sanidad pública, en las clínicas universitarias,
en los centros de investigación. Sus productos no deben ser
privatizados, sino beneficiar a las personas y
originar
patentes para las instituciones públicas.
Recortar la sanidad pública es
matar
la gallina de los huevos de oro, no sólo precarizar nuestra salud.
En una república bien ordenada el
futuro
estaría también en los servicios de ayuda y asistencia, pero los
dirigentes económicos y políticos de esta Cacaña no están por una
república bien ordenada. Van a lo suyo.
Donde no se ahorra
Grandes recortes sociales, pero hay tropas españolas chaconeando en
Afganistán, en Libia, en el
Líbano,
en el Índico. Los parados sin subsidio pueden preguntarse, etc.
Sacrificios humanos
Otros dos soldados muertos
en
Afganistán. Ya casi un centenar. Más vidas segadas de conciudadanos en
una expedición que sólo se fundamenta en la voluntad de los Estados
Unidos. Vergüenza ajena, esos sacrificios humanos. Y dolor. Demasiado
dolor en la pura estupidez de esas gentes irresponsables
impertérritas frente a la voluntad de la mayoría.
La española según el PP
http://www.publico.es/agencias/efe/383535/toledo-vive-otro-multitudinario-corpus-con-cospedal-como-nueva-presidenta-de-castilla-la-mancha
Para echarse a temblar
Rajoy
le ha encargado un proyecto de
reforma
de la sanidad pública a José Mª Aznar.
junio 2011
El
extremista discreto
Esperando al Barça
Iannis Basilikos
para M.M.
¿Qué hace ese gentío en el estadio?
Es que hoy juega el Barça
¿Por qué amontonáis cerveza y palomitas,
congregados en torno a las pantallas?
Es que hoy juega el Barça
¿Por qué tantos, niños y mayores, visten
camisolas iguales, de colores?
Los colores del Barça. Es que hoy jugarán
¿Por qué los tertulianos no tertulian,
como siempre, ni nos doran la píldora?
Porque hoy es el Barça el que la ha de dorar
¿Y por qué el Rey, el Príncipe e incluso el Presidente
están en ese palco con horteras
en vez de gobernar?
Es por el Barça (mejor que no gobiernen)
y quieren prestigiarse con su seguro triunfo
¿Y por qué tantos nervios, tanto apresuramiento,
tanta noticia deportiva, tanto grito en la radio?
Es porque hoy juega el Barça. No hay otro pensamiento.
¿Por qué de pronto esa inquietud
y silencio (Cuánta gravedad en los rostros.)
¿Por qué la multitud vacía el estadio
y sombría regresa a sus moradas?
Porque la noche cae y no empieza el partido.
Rumores primero, y luego noticiarios, dicen que se acabó,
que ya no hay Barça.
¿Y qué será ahora de nosotros sin Barça?
Esos futbolistas, después de todo,
nos consolaban de nuestra esclavitud. |