mientrastanto.e Num. 87, del mes de enero de 2011

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Olot: el contexto de dos tragedias
Por Albert Recio

Cuaderno de crisis / 24
Por Albert Recio

El travestismo empresarial en el nuevo modelo de gobierno estatal
Por Antonio Madrid

�Superar� la izquierda catalana el delirio identitario?
Por Laurentino V�lez-Pelligrini

Comentarios prepol�ticos: 1. Relato
Por Joan Busca

La utop�a po�tica. entrevista  a Rabah Ameur-Za�meche
Por Pere Ortega y Josep Torrell

Vae victis! �ay de los vencidos!
Por Antonio Madrid

La Biblioteca de Babel
Enric Prat Carvajal (ed.)
Las ra�ces hist�ricas de los conflictos armados actuales

Tony Judt
Algo va mal
 

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Revista mientras tanto
N�mero 114


Número 87
Enero de 2011

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 Olot: el contexto de dos tragedias

Albert Recio Andreu

Este n�cleo industrial de la provincia de Girona ha ocupado en pocos d�as las p�ginas de la cr�nica negra con dos sucesos luctuosos: el asesinato de varios ancianos a manos de un trabajador del geri�trico en el que estaban acogidos y la matanza en cadena de un peque�o empresario de la construcci�n, su hijo y dos empleados de una sucursal bancaria a manos de un trabajador amenazado con el despido a fin de mes y atenazado por una deuda bancaria. La proximidad de ambos sucesos y el hecho que en la misma localidad tuviera lugar, hace a�os, el famoso secuestro de la hija de un empresario local, ha generado un debate sobre si Olot re�ne caracter�sticas especiales que la hacen particularmente proclive a este tipo de sucesos. No ha faltado tampoco la respuesta local en forma de concentraci�n de 300 personas para reivindicar �el buen nombre del pueblo�.

Al focalizarse en lo local se han perdido otras �pistas� sobre las que conviene llamar la atenci�n. Vale por delante que cada crimen es un hecho particular. Que cada individuo es distinto y que en las acciones criminales, como en muchas otras, intervienen m�ltiples factores psicol�gicos, sociales, culturales que no pueden reducirse a una explicaci�n monocausal. Pero, sin caer en esquematismos, resulta bastante obvio que los dos casos comentados se sit�an en una �contexto ambiental� que constituye por s� mismo un marco que hace entendible aunque no la justifique la acci�n de estas personas. Se trata de sucesos particulares que obedecen a pautas ya conocidas, a modelos que se han repetido otras veces y que por ello merecen ser subrayados.

Que a alguna de entre las miles de personas que a diario ven esfumarse su peque�a red de seguridad econ�mica (el empleo que contribuye a dar sentido a su vida social) enloquezca y se tome la justicia por su cuenta no deber�a sorprender a nadie. Tampoco que alg�n cliente maltratado de un banco reaccione de igual modo. En los �ltimos a�os, son millones las personas que han vivido experiencias semejantes, y muchas de ellas han padecido por ello profundos traumas psicol�gicos. Posiblemente agravados en muchos casos por la evidencia que su contraparte (el empresario que los despide, el banquero que les embarga) no padece el mismo grado de inseguridad econ�mica (a veces su situaci�n incluso ha mejorado). Cuando alguien experimenta, a la vez, fuertes sentimientos de inseguridad e injusticia hay posibilidades de respuestas explosivas. Que acaben en un crimen o en otro tipo de patolog�a social, que la respuesta da�e al propio individuo al que aparece como su oponente o a terceras personas es posiblemente resultado de muchos factores, incluido el azar. Pero donde es m�s f�cil actuar es en contexto original, o �ste es al menos el campo donde deber�an focalizarse las respuestas.

Las muertes en el geri�trico obedecen a otra pauta, pero en la que la situaci�n laboral tiene tambi�n un componente importante. Por eso este tipo de sucesos se repiten con cierta frecuencia. Cuidar a personas que caminan hacia la muerte es siempre una experiencia dif�cil. Hacerlo en las condiciones que predominan en los geri�tricos y otras instituciones parecidas lo es a�n mucho m�s. Se trata en todas partes de una actividad  mal retribuida, poco valorada socialmente, psicol�gicamente exigente, en horarios indeseados. En el mundo de los geri�tricos privados las cosas a�n son peores, puesto que las presiones por la reducci�n de costes se traducen en subdotaciones de personal, sobrecarga de trabajo y ausencia de buenas pol�ticas de soporte y formaci�n continuada a la plantilla. No es extra�o que las primeras v�ctimas de la situaci�n sean los propios ancianos: atenci�n inadecuada, falta de est�mulos etc. No es extra�o que las personas menos indicadas acaben recalando en una actividad que nadie ve como una salida profesional vocacional. Y que de vez en cuando a una de estas personas se le �vaya la olla� y cometa atrocidades que generan enorme alarma social.

Los cr�menes de Olot son, adem�s de sucesos tr�gicos, s�ntomas de una situaci�n laboral y social que favorece su posibilidad. Son uno de las muchos costes sociales que genera el actual modelo econ�mico y laboral. Una buena oportunidad para empezar a discutir de seguridad econ�mica, de equidad social, de c�mo organizar la actividad de cuidado a ancianos y enfermos graves, de c�mo generar entornos profesionales adecuados. Es posible que el contexto local influya en actitudes, pero, dados los par�metros actuales, m�s bien es posible que hechos luctuosos como �stos vuelvan a suceder en otros lugares, sin conexi�n territorial. Los sucesos de Olot son, en este sentido, la punta de un iceberg de patolog�as que el contexto socio-econ�mico dominante contribuye a favorecer.

 

Cuaderno de crisis / 24

Albert Recio

Depreflaci�n

I

En la d�cada de 1970 se populariz� el t�rmino estanflaci�n (estancamiento con inflaci�n). M�s all� de reflejar una situaci�n de hecho (la coexistencia en el tiempo de un per�odo de estancamiento econ�mico con elevada inflaci�n), el fen�meno era presentado como el fiel reflejo del fracaso de las pol�ticas keynesianas de activaci�n de la demanda y una prueba de la bondad de los an�lisis te�ricos de uno de los m�s importantes economistas ultraliberales, Milton Friedman. �ste hab�a argumentado con anterioridad [El punto de partida te�rico de la ofensiva neoliberal puede fecharse con la aparici�n del art�culo de Friedman �The role of monetary policy� (American Economic Review, marzo de 1968)] que las pol�ticas de demanda efectiva solo funcionaban mientras los sujetos realizaran sus c�lculos en t�rminos nominales (precios corrientes), pero cuando aprendieran a considerar los precios reales (por ejemplo el poder adquisitivo del salario una vez descontada la inflaci�n de precios) y a tomar decisiones en base a los mismos su potencial para reducir el desempleo quedar�a bloqueado. Cuando ello ocurriera los intentos de expandir la econom�a a trav�s de insuflar dinero p�blico a la misma s�lo generar�an inflaci�n sin expandir la actividad econ�mica. Para este autor, y sus seguidores, hab�a un nivel de desempleo que s�lo pod�a reducirse por pol�ticas estructurales del tipo que hemos conocido en los �ltimos treinta a�os: flexibilizaci�n de las pautas de contrataci�n laboral, endurecimiento de las pol�ticas de ayuda a los desempleados, debilitamiento de los sindicatos etc.

La evoluci�n econ�mica a partir de 1973, tras la subida de precios del petr�leo, pareci� darle la raz�n a Milton Friedman y fue el argumento esgrimido por muchos economistas acad�micos para sepultar el keynesianismo y rendirse a los nuevos predicados del neoliberalismo te�rico y pr�ctico. Las pol�ticas antiinflacionarias que sustituyeron a las de demanda ten�an objetivos claros: reducir el poder excesivo (a ojos de los grandes grupos empresariales) del sector p�blico y lde a clase obrera y recomponer el poder simb�lico y efectivo del capital sobre la sociedad. En este planteamiento hab�a dos cuestiones que resultaban claves: la de la inflaci�n y la de la rigidez. La inflaci�n era presentada como el gran mal econ�mico a combatir y en funci�n de ello deb�an ponerse en pr�ctica medidas tendentes a bloquear la espiral inflacionista. Si sube el precio de un producto o grupo de productos y el resto se mantiene estable se produce un cambio en las condiciones de intercambio que favorece a los agentes (individuos, empresas) que han conseguido aumentar sus precios. Si toda la operaci�n acaba aqu� simplemente se habr�a producido un cambio en la distribuci�n de la renta a favor de unos grupos y en detrimento de otros. Pero si los perdedores reaccionan subiendo, a su vez, los precios (incluidos los salarios) para evitar el deterioro de sus posiciones, es posible que entremos en una espiral inflacionaria en la que cada aumento de precios de una parte es respondido con otro de la otra. En una espiral de este tipo pierden aquellos colectivos que no son capaces de incrementar �sus precios�. Si existen mecanismos de indexaci�n podr�a ser que nadie perdiera efectivamente y simplemente lo que ha variado son los precios nominales. Si esta espiral s�lo tuviera lugar en un pa�s, los productos de este pa�s se encarecer�an frente al exterior, aunque ello podr�a ser contrarrestado mediante la devaluaci�n de su divisa (algo que ahora no pueden hacer, por s� solos, los pa�ses que han adoptado el euro). Acabar con la espiral inflacionista requer�a por tanto que una de las partes aceptara una p�rdida de poder adquisitivo renunciando a revisar sus precios o aument�ndolos a un ritmo menor. En esto consistieron muchas de las pol�ticas antiinflacionarias de los 1970s y 1980s, en forzar a la clase obrera y a los l�deres sindicales a aceptar una moderaci�n salarial y una p�rdida de peso relativo de sus rentas. Lo que se practic� por v�as muy diversas: grandes pactos sociales, imposiciones gubernamentales (en muchos pa�ses se liquidaron los mecanismos de indexaci�n de salarios y rentas), pol�ticas antisindicales, reorganizaci�n empresarial, introducci�n de dobles escalas salariales, etc. La estanflaci�n fue el se�uelo que justific� estas pol�ticas y ayud� a asentar las pol�ticas neoliberales.

II

El contexto actual es muy diferente del de hace treinta y cinco a�os. Al inicio de la crisis la posici�n de las clases trabajadoras era mucho m�s d�bil, producto de la triple combinaci�n de las pol�ticas neoliberales, la globalizaci�n y la reestructuraci�n de las organizaciones empresariales. Como se�al� el fallecido Andrew Glyn en un texto publicado un a�o antes del gran estallido est�bamos ante una situaci�n de �apretujamiento� de los salarios� (A. Glyn Capitalism Unleashed, Oxford University Press, 2006. Hay trad. cast.: Capitalismo desatado, La Catarata, 2009). Tampoco el contexto de precios es el mismo .Y si diferente era la posici�n estructural m�s a�n lo han sido las pol�ticas de respuesta a la crisis. En lugar de emprenderse decididas pol�ticas expansivas, lo que se esta produciendo en Europa es justamente lo contrario: aplicar planes de ajuste, de recortes del gasto que  tienen un efecto depresor sobre la actividad econ�mica adem�s de innumerables costes sociales. No hay ni por asomo pol�ticas expansivas cl�sicas, al menos en Europa. Y es en este contexto de estancamiento econ�mico donde reaparecen alzas de precios que exigen ser explicadas en un contexto sin embargo diferente al de la estanflaci�n.

Despu�s del par�n de 2008-2009 ha bastado una moderada recuperaci�n econ�mica, incapaz de reducir sensiblemente el nivel de desempleo en la mayor�a de pa�ses, para que vuelva a incrementarse el precio del petr�leo y el gas natural. La explicaci�n de este crecimiento exige tomar en cuenta la complejidad de los mercados de materias primas. Mercados donde adem�s de los oferentes y demandantes finales operan relevantes agentes especulativos. Aunque no debe descartarse el papel de la especulaci�n financiera, es posible que este alza refleje en parte la inflexibilidad de la oferta de algunas materias primas frente a alzas de la demanda. Si �ste es el caso la conclusi�n a la que podr�a llegarse es que dado el modelo tecno-productivo imperante y dada la imposibilidad de expandir de forma sostenida la oferta de estas substancias (por las conocidas razones que cualquiera con nociones b�sicas de econom�a ecol�gica maneja) vamos a estar confrontados de forma recurrente a tensiones inflacionarias que nada tendr�n que ver con las pol�ticas salariales de las que se ocupan preferentemente los modelos macroecon�micos est�ndar. De hecho ello ya ocurri� en 2007 y dio lugar a un alza s�bita de los tipos de inter�s por parte del Banco Central Europeo, con el objetivo de frenar la inflaci�n (aunque posiblemente a lo que m�s contribuy� fue a acrecentar la crisis financiero- inmobiliaria). Ello fue debido a que el alza de tipos provoc� que los hipotecados m�s pobres vieran incrementadas sus cuotas mensuales a niveles imposibles de pagar.

Las actuales alzas de precios obedecen, adem�s, a otra conocida pol�tica neoliberal. La que se basa en traspasar a los consumidores el coste pleno de los servicios (o cuanto menos aumentar su cuant�a) con el argumento de que las subvenciones distorsionan el mercado y generan individuos aprovechados. Las alzas de los precios de muchos servicios p�blicos (y el anuncio de otros futuros) obedece a la misma l�gica que ha conducido en muchos pa�ses en desarrollo a la eliminaci�n de las subvenciones a los alimentos b�sicos. Y van a estar acompa�adas con desindexaciones de las rentas b�sicas. O sea, un dise�o orientado a generar que sean los asalariados los que vean disminuida su parte del pastel para que su �sacrificio� contribuya a frenar la inflaci�n y a �racionalizar� la econom�a. Estamos ante una situaci�n parad�jica en la que las pol�ticas econ�micas por un lado frenan la actividad econ�mica y por otra aumentan los precios de bienes b�sicos. Las recientes decisiones de las Administraciones espa�olas en materia de precios (energ�a, transporte p�blico, etc.) y rentas (salario m�nimo, pensiones etc.) se inscriben en esa variante de las pol�ticas de ajuste, en las que se imponen restricciones tanto al empleo como a las rentas.

III

La respuesta autom�tica a estas pol�ticas es la del rechazo. Negarse a que el coste de la crisis recaiga sobre los grupos sociales que ni han sido responsables de la misma, ni se han beneficiado del auge anterior. Hay sin embargo una variante que no podemos soslayar. Se trata de las alzas de precios de materias primas que est�n, de un modo u otro, record�ndonos que el nivel de consumo mundial es insostenible. En estos casos podemos sin duda denunciar a los especuladores (y promover reformas institucionales que limiten su papel), podemos discutir las modalidades de aplicaci�n de los aumentos, podemos exigir medidas compensatorias... Pero esto puede resultar a medio plazo insuficiente y hasta inadecuado. En este caso lo que debe plantearse es una pol�tica de reorganizaci�n ecol�gica de la sociedad, priorizando los consumos y las formas de vida sostenibles. Algo que va contra la l�gica del capital pero que a menudo choca con los h�bitos consumistas (y con muchas formas de vida sujetas a estructuras vitales bastante r�gidas a corto plazo, como es el modelo espacio-tiempo que domina nuestra vida cotidiana) de la poblaci�n. Afrontar las alzas de precios derivadas de la crisis ecol�gica requiere algo distinto que la mera resistencia a las pol�ticas neoliberales. Requiere tener alguna prospectiva de c�mo transformar las reglas del juego econ�mico en clave de justicia social y racionalidad ecol�gica.

 

El travestismo empresarial en el nuevo modelo de gobierno estatal

Antonio Madrid

La crisis financiera de 2008 ha puesto de manifiesto algo que con toda probabilidad va a perdurar en el tiempo m�s que la propia crisis financiera: el derrumbe de referencias pol�ticas y culturales (adem�s de econ�micas) que ya ven�an mostrando importantes debilidades desde los a�os 90. Ante esto, es preciso trabajar en la formulaci�n de discurso transformador con capacidad de an�lisis y propuesta social. Y este discurso ha de partir necesariamente de una confrontaci�n cultural.

El p�rrafo anterior puede ser tomado a t�tulo declarativo, aunque enlaza directamente con lo que ahora se quiere explicar: la consolidaci�n ideol�gica de la empresa como agente econ�mico, pol�tico y cultural en el modelo de gobierno de los estados contempor�neos.

Hace ya tiempo que (bastante tiempo antes de la actual crisis) la gran empresa metamorfose� su presentaci�n y su intervenci�n p�blica. Hemos asistido a la transformaci�n y, en buena medida, al travestimiento de la empresa. Frente a un modelo asociado a la producci�n, a partir de los a�os 50 y 60 algunas empresas estadounidenses potenciaron su imagen como l�deres sociales. Lo hicieron vendiendo dos ideas b�sicas: se presentaron como creadoras de riqueza y adem�s se anunciaron como benefactoras sociales. Estos rasgos se han ido extendiendo y potenciando en las dos �ltimas d�cadas, de forma que no hay empresa grande que se precie que no haya incorporado estos esl�ganes en su propaganda.

Pero como se sabe, la cuesti�n central no es ya propagand�stica. Ya no se trata, como ocurr�a en los a�os 90 del siglo pasado, de poner un poco de solidaridad en los negocios, o de incorporar la etiqueta �moral� en sus distintas presentaciones. Ahora, el paso que se ha dado es diferente y mucho m�s relevante. El pensamiento que parece imponerse en estos momentos de incertidumbre es el que contin�a, precisamente con la crisis financiera, los dictados del neoliberalismo que muy equivocadamente hab�amos dado por debilitado hace dos a�os. Nada m�s lejos de la realidad. Lo que se impone es un neoliberalismo versi�n situaci�n de emergencia, que se legitima con el lenguaje de la necesidad econ�mica de orden mundial (en este sentido, tiene gran inter�s releer, a la vista de la situaci�n actual, el texto de Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, 2007).

En este pensamiento, la empresa es una pieza clave en la �gobernanza� de los estados contempor�neos, entendiendo por �gobernanza�: la persecuci�n del bien com�n a partir de las aportaciones de individuos e instituciones, p�blicas y privadas, que manejan sus asuntos comunes. En este contexto, la empresa ya no es tan s�lo una unidad de organizaci�n econ�mica y productiva, es mucho m�s. Pasa a ser vista como la instituci�n salv�fica, como la entidad con capacidad t�cnica para innovar, como agente pol�tico que ha de intervenir en la definici�n de los intereses p�blicos, como entes que protegen el medio ambiente y son solidarios (sobre esta cuesti�n puede leerse T. G. Perdiguero, T. G, La responsabilidad social de las empresas en un mundo global, Anagrama, Barcelona, 2003).

Este cambio est� suponiendo una importante transformaci�n cultural en la percepci�n de la funci�n de la empresa, tanto en las nociones acerca de qu� ha de hacer, como acerca de qu� hace realmente. En el caso espa�ol, el avance del Bar�metro de noviembre de 2010 del Centro de Investigaciones Sociol�gicas indica lo siguiente: Ante la pregunta: �De las siguientes instituciones o colectivos, �cu�l cree Ud. que tiene m�s poder en Espa�a?�, la poblaci�n encuestada contest� (se dan los datos totales, sin desagregar edad ni sexo): los bancos (31.6%); el Gobierno (26.4%); las grandes empresas (15.1%); los medios de comunicaci�n (8.7%); los partidos pol�ticos (7.6%); el Parlamento (2.6%), los sindicatos (2.1%) y los militares (0.9%).
(http://www.cis.es/cis/opencms/CA/Novedades/Documentacion_2853.html)

Los resultados de esta encuesta pueden leerse coyunturalmente, especialmente si se tiene presente el desalentador caso espa�ol. Sin embargo, estos datos exponen qu� piensa la gente acerca de la correlaci�n de fuerzas existentes. Dicho en prosa, a ojos de las personas encuestadas muestra qui�n corta el bacalao, qui�n detenta mayor poder. Ante este panorama, una de las principales tareas que hay que afrontar es discutir qu� papel han de jugar las grandes empresas, al tiempo que informar y controlar su actuaci�n. Esto supone discutir democr�ticamente si se apuesta por marcos regulatorios controlados estatalmente o se apuesta por sistemas de autorregulaci�n, como piden las grandes empresas. Supone pensar si apostamos por democratizar el �mbito de las relaciones laborales o seguimos con un importante d�ficit en este espacio. Exige seguir pensando qu� intereses p�blicos queremos defender y c�mo alcanzarlos. No se trata ya s�lo de puestos de trabajo, tambi�n se trata de la gesti�n de servicios b�sicos (transportes, energ�a, agua, educaci�n, informaci�n�) que son esenciales en la configuraci�n de cualquier sociedad. Para afrontar estas cuestiones hay que pensar pol�tica y culturalmente las grandes empresas, algo a lo que no estamos acostumbrados.

Hace unos meses asist� a una jornada sobre responsabilidad social corporativa organizada por un sindicato. La situaci�n que se dio fue esperp�ntica, pero aleccionadora en su esperpento. Ante la pregunta del coordinador de la mesa redonda, un representante de la patronal ech� por tierra la fe del moderador sindical en la responsabilidad social empresarial, por lo menos en su versi�n propagand�stica. Record� c�mo se configuran los rankings empresariales de responsabilidad social corporativa, qui�n los otorga� y por estas v�as tan poco saludables (record� el ponente) precisamente las grandes empresas que encabezaron la crisis del 2008 ocupaban los puestos m�s destacados en los rankings internacionales de responsabilidad social corporativa. Por tanto, nada nuevo bajo el sol.

Replantear el lugar ocupado por la gran empresa exige pensar colectivamente de nuevo cu�les son sus responsabilidades. Ya no basta con seguir manteniendo una visi�n pol�tica en la que el di�logo y la exigencia principal se establece entre el ciudadano y el estado, como centro principal de poder. Se hace preciso profundizar esta visi�n al tiempo que se ampl�a, enfocando la relaci�n entre las personas (sean o no ciudadanas) y las grandes compa��as. Hay que apostar por una cultura de la responsabilidad, no s�lo de la persona (como se va poniendo de moda), sino tambi�n de las principales estructuras que configuran nuestro mundo y de sus dirigentes y beneficiarios directos. No es causalidad que la especulaci�n financiera siga ocupando el centro neur�lgico del modelo econ�mico. Hay que precisar el discurso para reconocer las diversas realidades empresariales existentes. Si se mira, por ejemplo, el n�mero de trabajadores por empresa, a principios de 2010 en el panorama espa�ol (http://www.ine.es/jaxi/menu.do?type=pcaxis&path=/t37/p201&file=inebase&L=0) hab�a 893.005 empresas que ten�an 1 � 2 trabajadores; 318.155 entre 3 y 5 trabajadores; 143.016 entre 6 y 8. Empresas con 5.000 o m�s trabajadores hab�a 101, y 651 que tuvieran entre 1.000 y 4.999 trabajadores. Por tanto, bajo la palabra �empresa� conviven realidades muy diferentes, esto no hay que olvidarlo.

Es a partir del poder que actualmente detentan las grandes estructuras empresariales que hay que exigir deberes, y sobre esto hay que construir una cultura pol�tica capaz de exigir responsabilidad al ejercicio del poder pol�tico y econ�mico all� donde resida. �Qu� hace falta? Impulsar la dimensi�n sociopol�tica y cultural de las estructuras sindicales que todav�a tengan capacidad para afrontar los temas de la vida; potenciar grupos de trabajo que analicen la actuaci�n de las grandes empresas y sus conexiones con los gobiernos; exigir responsabilidades a los gestores p�blicos y tambi�n a los gestores de estructuras empresariales en la medida en que sus actuaciones afectan a los intereses p�blicos. Continuar�.

 

�Superar� la izquierda catalana el delirio identitario?

Laurentino V�lez-Pelligrini

Los resultados del pasado 28-N han llevado al Govern a una federaci�n nacionalista que, mal que nos pese y por muy centrada o �centrista� que se reivindique (al menos en comparaci�n a la caverpetovet�nica derecha espa�olista), lleva encima la responsabilidad de haber impulsado las pol�ticas m�s retrogradas que se aplicaron en Catalu�a en pr�cticamente todos los �mbitos durante los m�s de veinte a�os de pujolismo.

Malos tiempos nos esperan, sobre todo a la vista de que un gobierno auton�mico de derechas va a poder sacar adelante las peores y m�s conservadoras medidas sociales y econ�micas con el apoyo parlamentario de otra formaci�n todav�a m�s a la derecha que �l, sin que apenas la izquierda pueda hacer nada para frenarlas. Como aperitivo, Artur Mas ha anunciado que suprimir� los impuestos sobre sucesi�n: es evidente que en la mente del se�or Mas no est�n precisamente los herederos del asalariado padre de familia sin otro patrimonio  que legar que el de un modesto piso en el Raval. Para nadie es un secreto que CiU es, ha sido y continuar� siendo la portavoz, en Catalu�a y en Madrid, de los grandes intereses econ�micos conservadores y de toda una suerte de colectivos adscritos a la Barcelona de los �Vencedores�,  ayer �Catalanes de Franco� y buenos y altivos castellanoparlantes y hoy catalanistas de coyuntura.  Se supone que la cortes�a democr�tica exige respetar los resultados, aunque la catadura moral y el tributo a la verdad no nos pueda hacer olvidar hasta donde es capaz de llegar el cinismo de la derecha pujolista o pospujolista, como se la quiera llamar. As� est� el patio pol�tico.

Aqu� lo que suscita reflexi�n no es cu�l va a ser la pol�tica de la derecha catalana, sino cu�l ha sido y cu�l ser� la de la izquierda. En ese sentido, el primer tema que merece atenci�n es la realidad del Tripartito y  los or�genes de su lamentable fracaso. Tambi�n la un�nime decepci�n que gener� entre quienes vimos en �l la posibilidad de un cambio real y la consecuente revitalizaci�n pol�tica y social de una Catalu�a atolondrada por la demagogia victimista y el raquitismo nacionalista que defini� al pujolismo.

La primera interpretaci�n remite al excesivo hincapi� que hicieron los gobiernos de Pasqual Maragall y de Jos� Montilla en las cuestiones identitarias, en detrimento de asuntos m�s apremiantes para la ciudadan�a, en especial los sociales y econ�micos. El hecho es innegable y todav�a por queda por aclarar qu� clase de enajenaci�n mental ha podido apoderarse de la izquierda como para lanzar la absurda, innecesaria y contraproducente reforma del Estatut, por mencionar el tema estrella. Esto todav�a m�s cuando dicha reforma se centr� sobre todo en la redistribuci�n de las cuotas de poder (que s�lo benefician a las elites pol�ticas y sus redes clientelistas) y en una especie de delirio simbolista basado en una visi�n monol�tica de la identidad colectiva de Catalu�a, que se convirti� por su parte en el caldo de cultivo de la demagogia nacionalista e independentista. Probablemente la reforma del Estatut hubiese suscitado m�s inter�s entre la ciudadan�a  de haber tenido en el horizonte la mejora de los canales de participaci�n democr�tica y de la propia cohesi�n social. Pero la escasa participaci�n en el refer�ndum ilustra muy bien el desinter�s de la ciudadan�a hacia una reforma que no parec�a dar respuesta a sus problemas m�s cotidianos.

Dicho esto, habr�a que interrogarse sobre si la estrategia adoptada por el Tripartito en general y el PSC en particular no est� en relaci�n con la herencia nefasta de los veinte a�os de pujolismo. En efecto, por cuestionable que haya sido y siga siendo la labor del gobierno de izquierdas al frente de la Generalitat de Catalunya, no estar�a de m�s recordar que los vientos identitaristas vinieron sobre del hemisferio de la derecha convergente y del estilo pol�tico de su l�der m�s carism�tico: Jordi Pujol. Acaso habr�a que recordar que Pujol vertebr� todo su poder y sus sucesivos triunfos electorales en base a una explotaci�n pol�tica de los agravios cometidos por la dictadura franquista al encuentro de Catalu�a y una capitalizaci�n partidista de los comprensibles resentimientos de un sector de la sociedad catalana. Desde la aprobaci�n de la LOAPA y el estallido del affaire Banca Catalana esa fue su estrategia. Habi�ndose encontrado Maragall y posteriormente el propio Montilla, por lo tanto, con una Catalu�a reducida al com�n denominador del victimismo y la demagogia barata, casi puede entenderse que el PSC optase por adaptarse a las circunstancias, rumiando en las praderas previamente establecidas por la derecha nacionalista. Dif�cil es no reconocer que el PSC carga con buena parte de culpa, sobre todo al no haber sabido salir del gui�n grabado a fuego por la derecha pujolista. Bueno es recordar a ese respecto que la emergencia de Ciutadans de Catalunya y las actitudes sumamente autodefensivas generadas en un cierto sector de la intelectualidad de izquierdas es en gran parte el resultado de la profunda decepci�n generada por el PSC. No s�lo por no haber sabido operar el proceso de despujolizaci�n de la vida catalana, sino por haber seguido el credo nacionalista, reh�n del apoyo parlamentario de Esquerra Republicana de Catalunya y sobre todo de un agudo complejo de inferioridad gestado durante el pujolismo. No cabe duda a ese respecto, que el PSC ha pagado el precio de su progresiva desconexi�n con su base sociol�gica natural, castellanoparlante y no nacionalista. Los resultados del Partido Popular en los llamados �cinturones rojos� es un ejemplo elocuente, m�s all� de la irresponsabilidad que haya podido caracterizar a la campa�a electoral de la se�ora Alicia S�nchez-Camacho.

Aun as�,  hay que reconocer d�nde est� el origen del mal y apuntar a que el socialismo no hizo otra cosa que recoger las tempestades �identitaristas� cuyos vientos ya hab�an sido  sembrados por CiU. El hecho mismo de que un analfabeto pol�tico como Joan Laporta haya entrado en el Parlament informa ya no s�lo del proceso de �termundizaci�n� de nuestra vida p�blica, en el que cualquier pelele populista y demagogo puede entrar en las instituciones, sino tambi�n de la situaci�n en la que ha ca�do una Catalu�a prisionera del delirio identitario.

Ahora ya en la oposici�n, sabr� la izquierda en general y el PSC en particular superar el papanatismo nacionalista y abordar las cuestiones concretas que afectan a la sociedad catalana? Es decir, los problemas de desigualdad y fragmentaci�n social que la derecha pospujolista, con sus propuestas neoliberales, amenaza con acentuar? El tiempo lo dir�. Pero por el momento est� claro que la izquierda perdi� la oportunidad de cambiar de ra�z la vida pol�tica catalana y de que, m�s all� de la incidencia que pueda estar teniendo la crisis econ�mica y social y del disgusto generado por las medidas del gobierno de Rodr�guez Zapatero, el origen de la derrota del PSC debe ser buscado en sus propios errores : el haber sucumbido ante el delirio identitario.

[L. V�lez-Pelligrini es una voz relevante en el debate identitario y es autor de El estilo populista.Or�genes, auge y declive del pujolismo, El Viejo Topo, Barcelona, 2003]

 

Comentarios prepol�ticos: 1. Relato

Joan Busca

Cada equis tiempo aparece en el debate pol�tico alguna cuesti�n que se repite insistentemente entre los comentaristas y los propios actores pol�ticos. En los �ltimos tiempos la referencia al relato, a la forma como se explican las propuestas pol�ticas, a la manera como se lee la situaci�n, como se enfoca la comprensi�n de la realidad y como se presentan las iniciativas de los propios pol�ticos ha tomado una inusitada importancia. Este ha  sido, por ejemplo, uno de los n�cleos de la interpretaci�n que he recibido de personas relevantes de la izquierda catalana a la hora de abordar el fracaso del Tripartit y de situar la dificultad de plantear la salida de la crisis en t�rminos de izquierdas. En este contexto entiendo que el fallo del relato ten�a en cuenta diferentes cuestiones: la ausencia de un discurso coherente de la acci�n de Gobierno, la ausencia de adecuados canales de comunicaci�n y la imposibilidad de impulsar un marco interpretativo de la crisis y de la pol�tica diferente del de la derecha y el nacionalismo.

Las cuestiones que se plantean son relevantes. Cualquier proyecto pol�tico necesita de buenos canales comunicativos, de una buena capacidad explicativa, de un discurso cultural que permita relacionar la experiencia cotidiana de la poblaci�n, sus necesidades y anhelos con las propuestas de acci�n pol�tica que trascienden lo individual. Pero me temo que reducir, o sobrevalorar, este fallo comunicativo a la hora de explicar los fracasos sirve poco para reorientar la situaci�n. Sobre todo corre el peligro de concentrar excesivos esfuerzos en la conquista de canales de comunicaci�n y en la elaboraci�n de una presentaci�n formal de las propuestas que deje fuera de vista otras tareas importantes.

Es cierto adem�s que el gobierno tripartito ha sido incapaz de explicar sus realizaciones, y ha estado sometido a un intenso bombardeo medi�tico por parte de una derecha que controla buena parte de los medios m�s influyentes y que ha sabido jugar con eficacia una serie de slogans machacones: el nacionalista, pero tambi�n el de la �seriedad�  (explotando h�bilmente las divergencias entre los socios del Gobierno) y la necesidad de un Gobierno fuerte. Pero el fracaso de la izquierda, su incapacidad para imponer su propia historia tiene muchos m�s puntos d�biles que la simple capacidad de comunicar un producto coherente.

En primer lugar hay un problema de credibilidad. Entre las evanescentes referencias a los valores de izquierda y la pr�ctica de la mayor�a de dirigentes pol�ticos el trecho es demasiado grande. Es poco cre�ble que alguien se crea que uno defiende la escuela p�blica cuando env�a a sus hijos a la privada. Y quiz�s es a�n menos cre�ble que la trayectoria vital de muchos pol�ticos de izquierdas sea estar todo el tiempo ocupando puestos profesionales ligados a su carrera pol�tica. Sin una inmersi�n real en la vida cotidiana de los comunes, sin pol�ticos de izquierdas que al dejar el cargo electo vuelvan a sus puestos de trabajo corrientes, a mantener una actividad socio-pol�tica activa, es dif�cil que se ganen el respeto de la mayor�a de la poblaci�n y puedan desprenderse del aura de privilegiados que gran parte de la misma les asigna.

En segundo lugar y esta es posiblemente una cuesti�n central�, la izquierda simplemente no tiene un proyecto claro sobre el cual construir relatos significativos. La socialdemocracia hace tiempo que se pas� intelectualmente al campo liberal y a pesar de impulsar proyectos diferentes de los de la derecha, �stos acaban olvid�ndose en cuanto soplan vientos de recesi�n, o los poderes econ�micos los aprietan. Despu�s del �ltimo giro de Zapatero va a ser imposible que fuera del grupo de fans incondicionales alguien vaya a pensar que sus pol�ticas son sustancialmente de izquierdas. Pero tambi�n el resto de la izquierda presenta importantes lagunas. Sus planteamientos oscilan entre una defensa de et�reos valores de izquierda a una referencia abstracta de un anticapitalismo inconcreto, que omite adem�s una reflexi�n seria sobre qu� tipo de sociedad se esta pensando construir. Hoy, cuando por una parte los nuevos movimientos sociales han puesto en evidencia la importancia de cuestiones omitidas por la izquierda tradicional y, por otra, la experiencia de los socialismos burocr�ticos ha cuestionado la posibilidad de construir una alternativa al capitalismo, es m�s necesario que nunca construir un proyecto que trate de plantear algunas l�neas de acci�n coherentes, de hacia donde queremos ir, y que al mismo tiempo ofrezca propuestas realistas de acci�n en el corto plazo que permitan a las gentes dar sentido a sus luchas cotidianas. Urge encontrar una v�a de intervenci�n que evite caer en el Scilla del reformismo sin proyecto del pol�tico profesional y en el Caribdis de los valores intocables y las referencias abstractas al fin del capitalismo. S�lo superando est� dicotom�a, cuando menos reflexionando sobre la misma, se puede construir un n�cleo de ideas que permitan establecer un relato cre�ble.

Y en tercer lugar est� la cuesti�n de los medios. Parece que solucionando el acceso a los mismos, utilizando h�bilmente las nuevas tecnolog�as, podremos revertir la situaci�n. El problema de la informaci�n actualmente es menos de acceso y m�s de selecci�n: recibimos o tenemos acceso a miles de datos, y la cuesti�n es c�mo los filtramos. Pero aun resolviendo esta dificultad queda la cuesti�n de la acci�n social. C�mo romper la anomia de las sociedades ricas, c�mo transformar el malestar difuso en acci�n transformadora, c�mo socializar la experiencia individualizada, como generar formas de intervenci�n colectiva. Tambi�n en este campo la propuesta de construir el relato apunta demasiado a una visi�n de la pol�tica profesionalizada y deja fuera de mira una cuesti�n que considero crucial: c�mo organizar, dar fuerza colectiva, capacidad de acci�n, a los millones de personas con pocos derechos que presencian d�a a d�a la impunidad con la que una minor�a social sigue imponiendo sus intereses, poniendo en peligro el presente y el futuro de nuestra vida social.

 

 

La utop�a po�tica. entrevista  a Rabah Ameur-Za�meche

Pere Ortega y Josep Torrell

La IV Muestra de Cine �rabe y Mediterr�neo, en diciembre de 2010, program� El �ltimo combatiente (Dernier maquis, 2009), la tercera pel�cula de Rabah Ameur-Zaimeche, y le invit� a �l para presentarla. El �ltimo combatiente es la conclusi�n de una trilog�a, compuesta por Wesh, wesh, qu�est ce qui se passe (2001) y Bled number one (2006). Es, dig�moslo pronto y claro, una pel�cula pol�tica, de la misma forma que Ameur-Zaimeche es un cineasta pol�tico, algo que se echa de ver en sus palabras.

Una  primera pregunta, que nos ha hecho romper la cabeza a todos, es el t�tulo: Dernier Maquis, es decir, El �ltimo combatiente. �Qu� significa este t�tulo?

�Esta pregunta es muy dif�cil de contestar. Tal vez tuviera que ser la �ltima, �y no la primera! La pel�cula plantea una situaci�n en una f�brica de pal�s. Con los pal�s podemos crear muchos paisajes imaginarios: calles, avenidas, paseos, bloques de pisos, etc�tera. Los pal�s fueron inventados por los norteamericanos despu�s de la segunda guerra mundial, para trasladar las mercanc�as en el mundo entero. Pero aqu� los pal�s tienen la particularidad de ser de un color distinto. Son de color rojo. Eso tiene que ver con el proletariado mundial. Los inmigrantes del tercer mundo emprenden su viaje en condiciones precarias, llegan a Europa y buscan trabajo para vivir. Buena de parte del proletariado, tal como es ahora, son emigrantes. Son emigrantes que vienen con cierta inocencia, pero tambi�n con una visi�n optimista frente al trabajo, y es una visi�n moral de nos enriquece.

El personaje de Tit� parece incorporar esta mirada inocente, que al mismo tiempo tiene un cartel de �Palestino libre� en su casa.

�La secuencia que pasa en el cuarto de ba�o, y que acaba con la circuncisi�n, es la �nica que transcurre fuera de la f�brica de pal�s. El resto de la pel�cula pasa en el recinto de la f�brica, en el patio, en el taller, etc�tera. La secuencia de la circuncisi�n, en realidad, la rod� en mi casa. El cartel, por tanto, es m�o. Me pareci� mal quitarlo, y as� se qued� all�. Efectivamente el personaje de Tit� representa aquel tipo de inocencia, un emigrante que es �rabe pero no musulm�n. Alguien en estado bruto, un novato, dir�amos. Pero, adem�s, es un personaje que tiene un coraz�n muy grande, que va adelante con sus ilusiones. Es un personaje que, en el fondo, no pertenece a la f�brica de pal�s. Quiere convertirse al Islam, como en otro tiempo se habr�a convertido a otra religi�n. En el siglo XVIII, durante la revoluci�n industrial, los amos �es decir, los empresarios� acapararon los aparatos religiosos de la iglesia cat�lica y reformada, para tener un control sobre las creencias de sus trabajadores. Eran unos amos paternalistas, que ayudaron a crear iglesias, hospitales, orfanatos y dem�s, pero al mismo tiempo segu�an siendo amos, dispuestos a defender sus f�bricas costase lo que costase. Ahora este control religioso ha cambiado, por lo menos en Europa y, m�s concretamente, de Francia. Ya no se trata del catolicismo sino del Islam. Ahora, si se quiere mantener un control sobre las creencias de los trabajadores, hay que construir mezquitas, no iglesias.

En tu pel�cula parece no haber nada innecesario.

�En cierto modo, s�. Por ejemplo, los aviones, que es una referente en toda la pel�cula. Es cierto que este tipo de secuencias pertenecen en realidad a un espacio diferente de los pal�s. Es el espacio a�reo, surcado constantemente por aviones. Esto tiene evidentemente un significado, porque como todo el mundo sabe los aviones son tambi�n un arma de guerra.

�C�mo planteaste el tema de la pel�cula?

�El origen de la pel�cula empez� cuando descubrimos aquella f�brica de pal�s. Al mismo tiempo, es una f�brica como hay muchas en la periferia de las grandes ciudades, junto a las autopistas y las principales carreteras. Cuando lo vi tuve clara la pel�cula. Lo m�s dif�cil era el rodaje. Lo primero que hicimos fue ganarnos la confianza de los trabajadores, que son algunos de los que se ven en la pel�cula. Para ello, empezamos a rodar en picado, desde el cielo. Hac�amos grandes panor�micas del lugar, distantes, desde lo alto. Y, de pronto, descendimos hasta el coraz�n de los trabajadores, hasta los problemas que baten en el coraz�n de todos ellos. Y tambi�n llegamos al coraz�n de la propia pel�cula, al conflicto. Porque, en definitiva, siempre hay dominadoras y dominados, opresores y oprimidos. Mi posici�n es �sta y, viendo la pel�cula, es f�cil entender hacia donde van mis preferencias.

�Una de las cosas que sorprende es que t� interpretes el papel de Mao, es decir, el papel del patr�n de la empresa�

��Claro!  �Yo soy el productor! �Qui�n mejor iba a hacer de empresario? (Se r�e.) En realidad, no hemos fundado todav�a una empresa de producci�n, una productora. Pero estamos en ello. En realidad, el papel del empresario era un papel dif�cil, y despu�s de buscar un actor, decid� hacerlo yo.

En tu pel�cula no han ninguna mujer.

��Pero en la f�brica de pal�s tampoco! Hay que tener en cuenta que es un trabajo muy duro y cansado. Es muy raro encontrar mujeres que hagan este tipo de trabajo. Las mujeres, normalmente, no lo resistir�an. Por tanto, en la realidad no hab�a mujeres. Podr�amos haber puesto una secretar�a, una mujer de la limpieza, o incluso una prostituta, con un coraz�n enorme, que est� en la carretera y que comprende lo que les pasa a los trabajadores. Podr�amos haber pensado en ello, pero no lo hicimos. Nos pareci� que era introducir un elemento diversivo, y preferimos no hacerlo. Al fin y al cabo, rod�bamos algo muy concreto: la lucha de clases. Decidimos que la mujer ser�a el tema de mi pr�xima pel�cula. Pero, bueno, siempre podemos suponer que ese roedor enorme que encuentran en el garaje es de sexo femenino. (Se r�e.) A partir de ese roedor podemos pensar ciertamente en un s�mbolo. La Jutia conga fue importada a finales del siglo XVIII desde Am�rica, por el valor de sus pieles. Pero algunas lograron escapar, se instalaron en el campo y se multiplicaron. Hoy est�n por todas partes. Y hay qui�n habla ya de exterminarlos. A m� me parece que podr�a establecerse un paralelismo con la situaci�n de los emigrantes. Los trabajadores de �frica han sido �importados� hacia aqu� para realizar los trabajos m�s duros y sucios.

El final es muy impactante.

�Los montones de pal�s sirven para hacer muchas cosas. Sirven tambi�n para hacer barricadas. Y esto es precisamente lo que hacen al final. Una barricada iluminada lateralmente, que puede sugerir muchas cosas. A m�, por ejemplo, me recuerda unos grandes boques de pisos para trabajadores, que vi en mi infancia �en un barrio llamado Le Bosquet, cerca de Clichy, donde crec�� que vistos de lejos daban la misma impresi�n que esa ret�cula de la barricada, iluminada por una luz que deja entrever que m�s all� hay esperanza: en cada piso, hab�a una lucecita, y parec�a que en cada apartamento anidaba alguna ilusi�n. En el final creo que es muy importante el papel de la m�sica, que me gusta mucho como ha quedado. El autor de la partitura es Sylvain Rifflet. Para la �ltima secuencia ha compuesto una especie de suite para saxof�n y pal�s, en la que suena el saxo y se oye el ruido de los pal�s, y crea una sensaci�n muy fuerte en el espectador cuando la pel�cula ha terminado. La barricada, adem�s, no es un final tradicional. Es un final abierto : no est� escrito quien va a ganar. Es un proceso. La lucha continua, pero no est� escrito jam�s qui�n va a ser el vencedor.

Quisiera hablar del tema del Islam, que es un tema colateral en tu pel�cula. En el Islam hay tambi�n un Islam pol�tico.

�Hay un respeto enorme al tratar el Islam. Creo que no existe ninguna pel�cula que trate a la religi�n con tanta consideraci�n. Por ejemplo, la oraci�n en la mezquita. Empieza con el llamamiento a la oraci�n, aunque despu�s cada uno ore a su modo. Vemos como al acabar se dan las manos en se�al de amistad, aunque inmediatamente empiece la discusi�n abierta sobre qui�n ha de ser el Im�n. Por lo dem�s, esto sucedi� con la muerte del Profeta. A�n no estaba enterrado Mahoma, cuando empezaron las discusiones sobre qui�n hab�a de ser el sucesor. Entonces, la mayor�a de los creyentes, establecieron que deb�a ser alguien elegido por la asamblea de creyentes. Pero esto era entre la asamblea de creyentes, no entre la asamblea de ciudadanos. Pero entonces hubo gente que intent� plantear el sistema de elecci�n democr�tico tambi�n a nivel pol�tico, pero esto termin� cada vez en un ba�o de sangre. Tribus enteras, perdidas en la confluencia del Tigris y el Eufrates, que fueron exterminadas. Volviendo a la pel�cula, podr�amos seguir abundando en este respeto que afecta todo lo que trata del Islam. En cualquier caso, no existe ninguna fatwa contra m�.

�C�mo ha reaccionado el p�blico musulm�n hacia tu pel�cula?

�No lo s�. Pero creo que ha quedado impresionado por ese profundo respeto, que no es algo habitual. Quiz�s me repito, pero es la primera vez que se oye en el cine un llamamiento a la oraci�n hecho con tanto respecto. Qui�n dice esto, dice tambi�n el darse las manos en se�al de hermandad, de comuni�n entre todos. Lo que viene despu�s no es algo propio del Islam: es la historia de la humanidad, es la lucha de clases. Es la resistencia a cualquier forma de dominaci�n. Quiz� los creyentes musulmanes discrepen del resto de la pel�cula, pero en cambio estoy convencido de que respetan esta secuencia en la mezquita. La mezquita es un lugar de oraci�n, pero tambi�n es un refugio. Y eso es importante. Entre dos corrientes de pensamiento, el Islam oficial y el fundamentalismo isl�mico, hay la posibilidad de que nazca un nuevo pensamiento. Entre estas dos posiciones, hay que generar espacios, y es en este intervalo que puede aparecer una l�nea a seguir. En cualquier caso, no somos nosotros, los cineastas, quienes hemos de producir una soluci�n pol�tica o religiosa. Nosotros s�lo podemos hacer abrir caminos para la utop�a po�tica.

 

Vae victis! �ay de los vencidos!

Antonio Madrid

La justicia de los vencedores suele ser terrible.

La historia mundial y, de forma especial, la historia europea quedaron marcadas por la experiencia de la segunda Guerra Mundial. La enormidad de la confrontaci�n, los millones de muertes, la destrucci�n, el sufrimiento y la demostraci�n del horror absoluto extendido por el nazismo, siguen ocupando un lugar destacado en la construcci�n de la memoria colectiva occidental.

En la construcci�n de esta memoria colectiva, se ha prestado una atenci�n marginal a que le sucedi� a la poblaci�n alemana durante la postguerra. Autores como G. Grass o W. G. Sebald explicaron parcialmente la tragedia humana que vivi� la poblaci�n civil a manos de las tropas y gobiernos aliados. En El tambor de hojalata, Grass hace referencia a lo que para la poblaci�n alemana supuso la llegada del ej�rcito rojo. Por su parte, W. G. Sebald, en Sobre la historia natural de la destrucci�n explic� c�mo ciudades enteras quedaron arrasadas por los bombardeos aliados, incluso una vez la derrota de Alemania era evidente.

�Qu� le sucedi� a la poblaci�n alemana y a la poblaci�n de origen alem�n en la fase final de la segunda guerra mundial y durante la postguerra? Giles Macdonogh aborda esta cuesti�n en Despu�s del Reich. Crimen y castigo en la posguerra alemana, (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2010, 975 p�gs.). Los ejes de este texto son b�sicamente dos: la constataci�n de lo sucedido y el an�lisis de c�mo se justific� el sufrimiento que se impuso a los vencidos por parte de los aliados. La historia de la liberaci�n aliada es tambi�n la historia de la venganza sobre la poblaci�n civil, la historia de las violaciones sistem�ticas y masivas, de las matanzas, del robo y del pillaje, del saqueo organizado, de la denigraci�n, de la inhumanidad, de la hambruna mantenida como castigo, de los traslados forzados de millones de personas. La historia de esta etapa habla de la prolongaci�n de la barbarie, pero tambi�n de la permisi�n de la misma. Se trata de una parte de la historia europea poco conocida, inc�moda de reconstruir (tambi�n para los alemanes), que habla de los castigos impuestos a la poblaci�n civil alemana, de los cr�menes cometidos por los aliados.

Lo que se narra en el libro no son simplemente los desastres naturales de la guerra o, dicho en t�rminos contempor�neos, sus �da�os colaterales�. Lo que se explica es mucho m�s que esto, es c�mo aplicaron su justicia los vencedores. Se trat�, en buena medida, de una venganza, del ejercicio del derecho de conquista que impuso castigos colectivos a una poblaci�n a la que se consider� colectivamente culpable. La informaci�n recogida es tan detallada que identifica ciudades, prisiones, campos de concentraci�n reconvertidos en campos de prisioneros o particularidades territoriales (como la tremenda violencia desatada en Checoslovaquia).

Conocer estos hechos, documentarlos y guardar memoria de ellos es importante para romper el silencio animado por la verg�enza de unos y por la arbitrariedad de otros sobre esta parte de la historia europea. En todo caso, los silencios no son fruto de la casualidad. Como bien sabemos por la experiencia espa�ola, la reconstrucci�n de la memoria hist�rica altera las verdades establecidas, remueve los silencios pol�ticos, obliga a enfrentarse como lo que hemos sido y somos. Esta tarea de documentaci�n y explicaci�n tambi�n es importante para evidenciar la hipocres�a con la que en no pocas ocasiones se han silenciado, cuando no justificado, las atrocidades cometidas sobre la poblaci�n alemana.

Qu� memoria guardar? La respuesta honesta es: recordar lo que realmente sucedi�, evitar hasta donde sea posible los enmascaramientos de lo que sucedi�, reconocer el sufrimiento ajeno de igual modo que se reconoce el propio. Lo vivido durante la postguerra alemana plantea una cuesti�n determinante: �Qu� progreso moral hab�a en contestar a un mal con otro mal? �Merec�an compasi�n los ni�os alemanes o las decenas de miles de mujeres que fueron sistem�ticamente violadas? �Pod�an justificarse los cr�menes cometidos por los aliados a partir de los cr�menes cometidos por el r�gimen nazi?

Macdonogh concluye su texto con una advertencia acerca de c�mo se ha construido la memoria oficial: �Alemania occidental no tard� en recomponerse; crecieron edificios como setas para sustituir a los destruidos en la guerra. Una inmensa fealdad sustituy� a las ruinas. Si se les permitiese, podr�an acabar olvidando la sangre que hab�an derramado y se centrar�an en el nacimiento de una nueva Alemania que hab�an regado con la suya�. Se trata de un doble horror del que hay que guardar memoria: del horror creado por el nazismo y tambi�n del castigo al que qued� sometida la poblaci�n alemana.

 

 

La biblioteca de Babel

Enric Prat Carvajal (ed.)
Las ra�ces hist�ricas de los conflictos armados actuales
Publicacions de la Universitat de Val�ncia, Val�ncia, 2010, 170 p�gs. Presentaci�n de Josep Joan Moreso (Rector UPF) e introducci�n de Enric Prat.

El libro re�ne las ponencias presentadas en el seminario organizado en Barcelona por el Institut Universitari d�Hist�ria Jaume Vicens i Vives, durante el curso 2008-2009, sobre las ra�ces hist�ricas de cinco conflictos armados actuales que se caracterizan por su letalidad y enquistamiento: Chechenia, Colombia, Sud�n y zona del Sahel, Afganist�n y Oriente Medio. Los textos sobre los mismos, fruto de diferentes especialistas (Carlos Taibo, Georges Corm, Ferran Iniesta, Mar�a Luisa Rodr�guez Pe�aranda y Marc W. Herold), van precedidos por una reflexi�n introductoria de Mark Duffield sobre insurgencia y contrainsurgencia globales. La calidad de los trabajos es desigual pero de todos se aprende mucho.

[Jos� Luis Gordillo]

Tony Judt
Algo va mal
Taurus, Madrid, 2010, 256 pp.

En un art�culo reciente, Immanuel Wallerstein ha afirmado que la socialdemocracia ya no tiene futuro como movimiento pol�tico, sino como preferencia cultural para aquellos ciudadanos que siguen creyendo que una sociedad debe tener un Estado del Bienestar fuerte y una filosof�a pol�tica basada en la redistribuci�n de la riqueza. Porque la socialdemocracia radicalmente reformista que en su momento pens� Eduard Bernstein ha muerto y �teniendo en cuenta las pol�ticas econ�micas que est�n propugnando y llevando a cabo los partidos adscritos a la Internacional Socialista� no parece que vaya a resurgir. Una interpretaci�n parecida es la que ofreci� el malogrado historiador Tony Judt (1948-2010) en su Algo va mal. Un libro apasionado y erudito, que explica con brillantez por qu� la socialdemocracia ha abandonado la justicia social como objetivo para convertirse en un neoliberalismo de rostro humano.

Aconsejado para los j�venes que no han conocido otra �socialdemocracia� que la de Zapatero, Socrates, D�Alema, Papandreu y Schr�der, y para los activistas de todas las izquierdas que quieran reflexionar sobre una de las ramas hist�ricas de la tradici�n emancipatoria.

[Giaime Pala]

 

P�ginas amigas

Centre de Treball i Documentaci� (CTD)
http://www.cetede.org

Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas
http://www.ucm.es/info/nomadas

El Viejo Topo
http://www.elviejotopo.com

La Insignia-
http://www.lainsignia.org

Sin permiso
http://www.sinpermiso.info/

 

Revista mientras tanto

N�mero 114

 mientras tanto
BCCBBHBCCBBBCBBBCBBBBCCB

Oto�o 2010

A los 25 a�os de la muerte de Manuel Sacrist�n
Presentaci�n
Manuel Sacrist�n Luz�n: Ponencia de las jornadas intelectuales comunistas de Barcelona
Manuel Sacrist�n Luz�n: Introducci�n a un curso sobre los nuevos movimientos sociales
Juan-Ram�n Capella: La obra de Manuel Sacrist�n Luz�n: sugerencias de lectura

 Los cr�menes del franquismo y la justicia espa�ola
LOS JUECES Y EL APRENDIZAJE DE LA IMPUNIDAD, A PROP�SITO DE LOS CR�MENES DEL FRANQUISMO
Ram�n Saez

ILEGITIMIDAD FRANQUISTA FRENTE A LEGALIDAD REPUBLICANA
Carlos Jim�nez Villarejo

JUECES Y FISCALES ANTE CR�MENES DEL FRANQUISMO
Antonio Do�ate Mart�n
 

RESE�AS
Retrato del cerebro
de Adam Zeman
Alfons Barcel�

Sobre los escritos filos�ficos de Castoriadis
Xavier Pedrol

CUESTION DE PALABRAS
Tres consideraciones
de Luis Garc�a-Montero

CITA

mientras tanto bitartean mientras tanto mentrestant
BCCBBHBCCBBBCBBBCBBBBCCB

 

 

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