mientrastanto.e Num. 74 del 11-2009

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Cuaderno de crisis/ 11
Por Albert Recio

Working poor, working rich
Por José A. Estévez Araújo

La reforma sanitaria en EE.UU. Un futuro incierto
Por Ana Madrid y Ananda Plate

Los premios “Príncipe de Asturias”
Por Juan-Ramón Capella

Así que pasen treinta años. Kira Muratova y Síndrome asténico
Por Josep Torrell

La Biblioteca de Babel
· Gianni Vattimo
Ecce comu, Cómo se llega a ser lo que se era

· Gracia Trujillo Barbadillo
Deseo y resistencia. Treinta años de movilización lesbiana en el Estado español  (1977-2007)
 

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Número 74
Noviembre de 2009

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Cuaderno de crisis/ 11

Albert Recio

TANGENTÓPOLIS HISPANIA S.A.

I

La vida económica y política española cada vez se parece más a la italiana. Hace tres décadas Italia era una referencia en ambos planos: los distritos industriales italianos aparecían como un modelo productivo a seguir y la izquierda era un referente claro para muchas de nuestras elaboraciones locales. Después Italia embarrancó. Con años de semi-estancamiento económico, con la autodisolución de la izquierda, con el ascenso del neopopulismo berlusconiano. Tangentópolis, la emersión de la corrupción endémica que puso fin a la era Craxi, constituyó un momento central de esta crisis. Lejos de propiciar una regeneración social y política, dicha crisis favoreció el ascenso de Berlusconi, un empresario que había conseguido despegar (primero en la promoción inmobiliaria y después en los medios de comunicación) gracias al amparo y los favores de Craxi, el político que mejor representaba el tipo de gestión que dio lugar al proceso judicial conocido como Tangentópolis.

En los últimos años, el Gobierno español sacaba pecho. Ahora era España quien aspiraba a ser el “tigre mediterráneo”. El PIB per capita español llegó a superar al PIB italiano. Y nuestro país ejercía una cierta fascinación para muchos italianos progresistas. Hoy las cosas vuelven a ponerse en su sitio. La crisis económica ha vuelto a cebarse en España, mostrando que nuestro crecimiento tenía píes de barro (o de cemento y especulación). Y la corrupción, que siempre fue endémica, aparece de nuevo como una cuestión de primera página periodística y afecta al núcleo central de casi todo el arco parlamentario. De la cadena de escándalos locales hemos pasado a los casos “Gürtel”, un cáncer que corroe el núcleo central del Partido Popular, “Millet” (donde Convergència i Unió, una coalición que siempre bordeó el escándalo, sale malparada) y “Pretoria”, que afecta a la vez a parte del núcleo del PSC (el mayor aportador de votos a los gobiernos socialistas) y a Convergència. A parte de la unión por el fútbol, en poco tiempo se ha producido una preocupante convergencia en los planos económico y político.

II

Podemos achacar la extensión de la corrupción a factores culturales y estructuras sociales comunes. Algo hay de cierto en todo ello: el mundo mediterráneo ha tenido un desarrollo propio en lo económico y lo político, empezando por el prologando proceso histórico de las dictaduras fascistas y siguiendo por un modelo diferente de industrialización con fuerte presencia de estructuras familiares, cuya influencia no sólo se refleja en el modelo de cuidados, sino en el sistema de relaciones sociales y, posiblemente, en la importancia de las redes de informalidad. Cada sociedad tiene su propia historia, su modelo institucional y ello explica que casi ningún país sea igual a otro (de la misma forma que tampoco hay dos personas idénticas). Pero quedarse solo en la foto fija tampoco ayuda ni a entender los procesos ni a avanzar los cambios. Puede conducir a una sensación de impotencia y fatalismo como la que ahora parece dominar en nuestras sociedades.

En el resurgir de la corrupción también hay, a mi modo de ver, aspectos coyunturales, procesos más dinámicos que se entroncan y combinan con las estructurantes históricas y que permiten completar la explicación del fenómeno y generar un diagnóstico más certero. Los aspectos de coyuntura tienen que ver con los procesos que denominamos globalización y neoliberalismo. Fenómenos que han situado a las economías del Sur de Europa en una posición de mayor fragilidad y que han abierto nuevos espacios (o reforzado los existentes) al fenómeno de la corrupción, una sola de las variantes del más extendido delito económico tan prolífico en las últimas décadas.

III

La globalización afecta de forma diversa a territorios con estructuras productivas diferentes. La producción a escala mundial genera ganadores y perdedores tanto en aspectos de clase social como territoriales. Unos espacios, unas empresas, tienen mayor capacidad de adaptación que otras al nuevo contexto. En la producción industrial las ventajas adoptan varias formas: las plantas que producen con grandes economías de escala y pueden abastecer un mercado amplio, los productores de bienes sofisticados que pueden beneficiarse de nichos de mercado particulares y los productores con salarios muy bajos que pueden ampliar su demanda de bienes de poco valor. Los países del Sur de Europa están mal posicionados en las “ventajas” del primer tipo (economías de escala) y del tercero (muy bajos salarios). Gran parte de las deslocalizaciones y pérdidas de mercados se han producido por ese doble proceso: migraciones empresariales a países de bajos salarios y cierre de plantas productivas de pequeñas dimensiones (que en muchos casos han trasladado producción a otras plantas de la Unión Europea). En el caso español se ha contado con el agravante de que en un gran número de casos las plantas productivas eran propiedad de multinacionales extranjeras (instaladas en décadas anteriores o que compraron empresas locales en la década de los 1980s) cuyas decisiones tienen un mínimo anclaje en nuestro país. La “segunda” ventaja es más transitable (y en parte explica el buen funcionamiento de algunas regiones como la Emilia italiana y quizás también de algunos segmentos de la industria vasca), pero requiere un importante esfuerzo tecnológico, organizativo, de formación profesional, de especialización en el tipo de producto adecuado, etc., que sólo se consigue en el largo plazo y exige desarrollar un marco institucional y empresarial coherente. Hay además otro factor que complica el panorama: la moneda única europea apreciada respecto al dólar aumenta aún más las presiones de los productores de bajos salarios sobre la industria local y dificulta sus respuestas: una apreciación del Euro de, pongamos, un 10%, se traduce automáticamente en un encarecimiento de las exportaciones en el mismo porcentaje (y abarata las importaciones).

Ante la ausencia de políticas de respuesta bien definidas, y ante un empresariado en muchos caso avezado a la vieja tradición de bajos costes laborales y fiscales, la respuesta de estas economías, especialmente la española, ha sido la de buscar campos de especialización en los que se pudiera continuar la historia de ganar dinero fácilmente. En el caso español, el turismo y la construcción han sido la principal respuesta, especialmente tras la crisis de 1991-19944. Y esta particular especialización productiva lleva en su modus operandi enormes posibilidades de corrupción. Porque la forma más rápida de enriquecerse es mediante el aumento el espacio construido por metro cuadrado de suelo comprado. Y esta es una posibilidad que depende crucialmente de las decisiones políticas a nivel local. La corrupción inmobiliaria es una forma de funcionamiento “normal” de un mercado, a menos que este se haya organizado de tal forma que impida, o minimice, sus efectos. Por ejemplo, mediante la calificación de suelo como bien público y la puesta del mismo en manos de los promotores sin posibilidad de alterar a posteriori el volumen edificable. Sin perder de vista desde luego la promoción pública directa.

IV

El neoliberalismo ha ampliado asimismo otro espacio para la corrupción. Aunque la retórica oficial (y en muchos casos el discurso asumido por sectores de la izquierda) se ha centrado en glorificar al mercado como espacio de organización económica, en realidad muchos de los espacios de mayor crecimiento han tenido lugar en el campo mixto de lo público-privado. Con diferencias nacionales, en casi todos los países se han producido privatizaciones y externalizaciones de actividades públicas sin que los estados hayan reducido sustancialmente su peso en la economía. El cambio ha sido más bien el paso de la provisión pública directa hacia la provisión pública por intermediarios privados. Con ello el mercado significativo para las empresas que operan en estos campos no son los usuarios finales de sus servicios sino los organismos públicos que los contratan. No se compite para ganar clientes sino para obtener una contrata. Y ya se sabe que en cualquier competencia siempre está el tramposo y por tanto el problema de las comisiones y los sobornos se convierte en un peligro importante. Un problema tradicionalmente presente en mercados como el del gasto militar (ahí están los casos recientes de Haliburton o BAE Systems en el mundo anglosajón) y que ahora ha multiplicado por diez su área de influencia.

“Mercados” que además se desarrollan sobre bienes y servicios no estandarizados y donde por tanto existen buenas posibilidades de fijar precios abultados: cada obra pública es diferente del resto, es difícil determinar detalladamente la valoración de cada servicio público especializado, etc. No es casual que el campo de los “eventos” haya sido un buen coladero de comisiones, ya que muchos de estos actos particulares permitan un camuflaje de sobrecostes más difícil de realizar en servicios más estandarizados.

La propia transformación organizativa del sector público bajo la pretendida necesidad de flexibilidad ha propiciado la aparición de organismos de estatus jurídico diverso que han añadido opacidad al control público y han permitido generar sumideros de recursos económicos en beneficio de particulares y de la financiación de los grandes partidos.

V

Los aspectos estructurales no lo explican todo. Los comportamientos individuales cuentan y estos no sólo están influidos por los incentivos (como dogmáticamente explica la secta económica dominante), cuentan también las percepciones, las influencias culturales, las convicciones éticas... Y también en este sentido la ideología neoliberal ha sido un elemento crucial en pérdida de elementos de control sobre las conductas delictivas. Una ideología que defiende la búsqueda de enriquecimiento personal como único elemento de organización social tiene todo los puntos para convertirse en coartada de todo tipo de abusos. Al fin y al cabo los políticos corruptos no son más que aprendices de esos directivos bancarios que convierten sin rubor parte de las ayudas públicas recibidas en bonus autoconcedidos, o que practican toda suerte de políticas antisindicales, o que generan graves problemas ambientales con el argumento de perseguir la rentabilidad de la inversión, o de los accionistas enriquecidos que cortan alegremente el cupón sin preocuparse del comportamiento social de sus empresas.

No se puede consolidar un comportamiento moral solidario allí donde predomina la ideología del “cuanto mayor tajada sacas mejor”, ni se puede pedir racionalidad allí donde se predica que lo mismo vale un esquema de Ponzi que una actividad productiva real.

La misma corrupción política es en parte el resultado de un modelo en que el ciudadano y el militante han sido rebajados a la categoría de clientes o fans. Un espacio donde el marketing ha sustituido a la verdadera acción política. Y donde incluso militantes de buena fe pueden ser atraídos a prácticas corruptas con la coartada moral de que no lo hacen en beneficio propio sino para satisfacer las insaciables necesidades financieras de su partido.

VI

Estamos ante una situación realmente peligrosa. E Italia vuelve a ser un espejo en el que mirarse y reflexionar. Allí la crisis de Tangentópolis lejos de traducirse en una regeneración de la política abrió el paso al berlusconismo y la crisis de la izquierda. En una sociedad con tanta incultura política como la española, con un tan claro predominio de medios de propaganda más que de comunicación, con una malla tan debilitada de instituciones intermedias, el fantasma del populismo está a la vuelta de la esquina. No hace falta que alcance una elevada movilización, le puede bastar para imponerse el complemento de la apatía política de muchas personas desencantadas. Y detrás del populismo está la combinación de demagogia, autoritarismo y corrupción que puede convertirse en endémica.

Es hora de levantar un movimiento social que genere otro discurso y otra política.  Difícilmente procederá de los partidos, la mayoría inmersos en su propio autismo y sus inercias. Incluso el conglomerado Izquierda Unida-Iniciativa Verds, el único que no ha sucumbido a la atracción fatal del mercado corrupto, está demasiado inmerso en sus propias dinámicas (la defensa de las esencias y el burocratismo de unos, o la pelea fratricida y un cálculo político a menudo más pendiente de alianzas institucionales que de otra cosa) como para pensar que esté en condiciones de liderar una propuesta de cambio. Hay que partir del supuesto de que dependemos de nuestras propias fuerzas, las de todas aquellas personas que aspiramos a que la acción política sea fundamentalmente defensa de los intereses públicos, las de quienes consideramos que el enriquecimiento no es la razón fundamental de nuestra vida social, las de los que aspiramos a una democracia realmente participativa, deliberativa e inclusiva, las de quienes exigimos que se controlen los desmanes que unos pocos realizan a costa de la mayoría.

Es hora de que esta legión de activistas y personas de buena ve hagan oír su voz, generen una presión sobre quienes aspiran a ser representantes y exijan cambios, pues la movilización social también influye en los comportamientos individuales (por eso el individualismo anómico es tan funcional al neoliberalismo) y la creación de actitudes morales no es ajena a la forma en que somos vistos, criticados, valorados por nuestro entorno. Las transformaciones suelen surgir cuando la realidad social las hace inevitables.

Hay que ser capaces de superar sectarismos y buscar un espacio común que permita cuanto menos introducir algunos elementos de regeneración social. Y mi modesta sugerencia es que éstos no sólo tienen que pasar por exigencias de moralidad pública (insoslayables), de reformas en la esfera política (trasparencia, limitaciones al gasto electoral, financiación de partidos....), sino también por cambios en la esfera económica. Tanto en el funcionamiento del sector público como en la orientación de la actividad productiva. Porque mi hipótesis de partida es que el mismo modelo que nos ha conducido a la crisis y la incertidumbre actuales está en la base de la epidemia de corrupción que se hará endémica… si seguimos prefiriendo ser críticos de sillón antes que modestos activistas por el cambio social.

 

Working poor, working rich

José A. Estévez Araújo

Una comedia norteamericana reciente cuenta la historia de un chico y una chica blancos que comparten piso y que, aunque trabajan ambos, no logran pagar las facturas. Deciden, entonces, hacer una película “porno” para conseguir el dinero que les hace falta.

La película en sí no tiene mucho interés. Ni siquiera es demasiado graciosa. Pero sí refleja un fenómeno al que es necesario prestar atención. Se trata de lo que los sociólogos han venido en denominar los “working poor”, una expresión que podríamos traducir como “trabajadores pero pobres”. Los working poor ponen de manifiesto que hoy en día tener trabajo no es condición suficiente para escapar de la pobreza. Un salario, incluso en los países del Norte, puede ser insuficiente para satisfacer las necesidades básicas de una persona (y no digamos ya de una familia).

Dos informes recientes se han referido al fenómeno de los working poor. El primero es de la OCDE y se titula “Growing unequal” (crecimiento desigual). Fue publicado a finales del año pasado. El otro es el “Informe de la Inclusión social en España” y acaba de aparecer editado por Caixa Catalunya.

El estudio de la OCDE señala que los últimos cinco años han visto crecer la desigualdad y la pobreza en dos tercios de los países de la organización. Ha aumentado la diferencia entre los ingresos que perciben los más ricos y los que reciben quienes peor están. Eso ha determinado un aumento de la pobreza, que es concebida por la OCDE como una magnitud relativa. Son pobres aquellos que ganan menos de la mitad del ingreso medio de un país.

Pero la pobreza relativa coincide la mayoría de las veces con la absoluta. Se traduce en malas condiciones de vivienda, en dificultades de acceso a los servicios de salud, y, como en el caso de los jóvenes de la película, en imposibilidad de pagar las facturas.

La media de la pobreza así entendida en la OCDE es de un 10% de la población. Algunos países las superan ampliamente: el 17% de los estadounidenses son pobres según los criterios de la organización. En España estamos en el 15%, aunque el informe sobre la inclusión social eleva esa cifra al 20% de la población de nuestro país.

¿Quiénes son esos pobres? Los más ancianos (los mayores de 75 años) siguen teniendo mucho riesgo de caer en la pobreza. También las mujeres separadas con hijos. Pero tanto en uno como en el otro informe aparece un nuevo grupo de riesgo. Se trata de los jóvenes de 18 a 25 años. Una de las causas de que ahora ser joven conlleve el peligro de ser pobre son los bajos salarios que percibe este sector de la población. Ser “mileurista” ya no da para pagar las facturas. Especialmente en España donde el precio del alojamiento se ha disparado como consecuencia de la especulación inmobiliaria. Menos mal que aquí funciona el “colchón” familiar. El informe español calcula que si los jóvenes que viven con sus padres tuvieran que independizarse, cuatro de cada diez personas de ese segmento de edad caería bajo el nivel de la pobreza.

El fenómeno de los woking poor explica por qué no hay garantía de que menos paro signifique automáticamente menos gente pobre. Estados Unidos y (sorprendentemente) Japón son ejemplos de ello. Ambos tienen altos índices de empleo pero una pobreza por encima de la media de la OCDE. En España pasa algo similar. Según el Informe sobre la inclusión, el incremento del empleo fruto de la última ola de crecimiento económico no modificó el índice de pobreza. Éste se mantuvo en torno al 20% a pesar de la disminución del paro.

Hay dos causas que explican el fenómeno de los working poor: por un lado está la precarización laboral que ha acompañado al proceso de globalización neoliberal. Por otro, el desmantelamiento de los mecanismos redistributivos. De hecho, los países de la OCDE donde son menores las diferencias de ingresos y más bajos los índices de pobreza son aquéllos con un sistema impositivo eficaz y un buen nivel de prestaciones y servicios sociales. Eso es algo que ya había señalado Albert Recio en el número anterior de este boletín. La lectura del informe de la OCDE lo corrobora: Dinamarca y Suecia son los países con menos desigualdad (y menos pobreza), porque la redistribución por medio de las políticas públicas reduce la diferencia inicial de ingresos en más un 40%.

En el otro lado del espectro de los working poor están los working rich, los “trabajadores, pero ricos”. Oliver Godechot ha dedicado su último libro a analizar este fenómeno en el mundo de las finanzas. Se trata de asalariados que perciben más de 1.000.000 de euros por año en Francia y que en Estados Unidos pueden ganar una media de 30 o 40 millones de dólares anuales. A pesar de ser personas que perciben sus principales ingresos en forma de salarios, pueden codearse con quienes viven de los beneficios de sus capitales. Forman parte del club de los ricos.

Los abultados emolumentos de estas personas tienen en buena parte la forma de primas o incentivos. Se trata de los famosos “bonus” de los que tanto se ha hablado últimamente.

Se han formulado diversas hipótesis para intentar explicar el inmenso poder negociador de estos asalariados de oro. ¿Cómo consiguen que les paguen esas increíbles cantidades? Robert Reich, ministro de trabajo de Clinton, lo explicó señalando que son portadores de unas capacidades de las que las empresas no se pueden apropiar y que, sin embargo, tienen una importancia estratégica para las mismas. Se trata de personas con la perspicacia suficiente para identificar nuevos problemas, o con la habilidad y pericia de utilizar tecnologías punteras para solucionarlos. O bien, se trata de ejecutivos con la capacidad negociadora necesaria para construir y mantener la estructura en red en que se han convertido las grandes empresas. Godechot, por su parte, atribuye ese poder negociador más bien al capital social que han ido acumulando estos grupos a lo largo de sus años de trabajo en la compañía. En parte ambas explicaciones se solapan. O bien son personas que pueden decir: si me voy, me llevo mi red de contactos o mi cartera de clientes a otra empresa. O bien, son personas que si se van, se llevan su capacidad de innovación a otra parte. Sea cual sea la explicación, el poder negociador de esa muy reducida élite de asalariados es efectivamente muy grande. Todo lo contrario que el de la inmensa mayoría de trabajadores, para quienes pueden encontrarse sustitutos con facilidad en el mercado de trabajo nacional o extranjero.

El fenómeno de los working poor pone de manifiesto la necesidad de que se aseguren las condiciones para que todo el mundo pueda acceder a lo que la Organización Internacional del Trabajo denomina un “trabajo decente”. Es preciso reforzar el poder negociador de los trabajadores para revertir el proceso de precarización. También es manifiesta la necesidad de reinstaurar mecanismos redistributivos de carácter público. Es decir, hay que contar con sistemas impositivos eficaces y progresivos y desarrollar políticas públicas con orientación social.

Pero para conseguir estos objetivos es necesario adoptar medidas de carácter global. Muchos estados no están en condiciones, aunque quisieran, de implementar los medios precisos para alcanzar esos fines.

Por ello deberían instaurarse mecanismos internacionales que asegurasen la eficacia de los derechos laborales. Los derechos de los trabajadores no pueden ser adecuadamente defendidos si se actúa exclusivamente a nivel estatal. Habría, por ejemplo, que reforzar los poderes de la OIT. Se le podrían atribuir facultades sancionadoras del tipo de las que tiene la Organización Mundial del Comercio. En cuanto a esta última, la OMC debería preocuparse de cómo se producen las mercancías y no sólo de cómo se intercambian. Ello le llevaría a introducir la lucha contra el “dumping social” como uno de sus principales objetivos.

En cuanto a los working rich, la limitación por arriba de los salarios, poniendo un tope a lo que puede llegar a ganar una persona, quizá no sería muy eficaz, pero resultaría ejemplar. Supondría empezar a poner en cuestión el tabú del carácter ilimitado de la riqueza que una persona puede adquirir o acumular. De todas formas, sería más importante analizar el problema de la manera como son remunerados estos asalariados de oro. Hasta ahora, esa cuestión se ha analizado exclusivamente en relación con los beneficios para los accionistas y la empresa. Se ha dicho que esas formas de remuneración incentivaban la adopción de riesgos a corto plazo. Y que era necesario vincular los “bonus” a los resultados de la empresa a medio y largo plazo. Ahora sería el momento de indagar también el efecto que tienen esas formas de remuneración sobre los demás trabajadores de la compañía. La obtención de resultados a corto plazo puede ir vinculada a subidas de la cotización de las acciones de las empresas. De eso se benefician tanto los inversores como los ejecutivos que reciben parte de sus “bonus” en forma de “stock options”. Pero todos hemos sido testigos de que una forma de conseguir que las acciones de una empresa suban es despedir a una parte de sus trabajadores. Los mecanismos de remuneración de los working rich no sólo son peligrosos para los accionistas o la empresa, sino también para los propios trabajadores.

Por último, pero no por ello menos importante, para que los estados recuperen su capacidad redistributiva es necesario reinstaurar su poder fiscal. Eso implica adoptar medidas decididas y contundentes contra los paraísos fiscales. También exige llevar a cabo una homogeneización de la fiscalidad sobre el patrimonio y las rentas de capital a nivel global. La Unión Europea podría ser un buen primer escenario para ello. Por otro lado, la implantación de la Tasa Tobin reduciría las operaciones especulativas y permitiría crear fondos globales para fines sociales.

Después de haber ayudado a los bancos y de no haber obligado a los working rich que los llevaron a la quiebra a devolver las primas que cobraron por hacerlo, es más imperativo que nunca volver la vista hacia los working poor. Todas las personas que cobran un salario deberían poder vivir de una forma que no atentase contra su dignidad. El “trabajo decente” se ha convertido en una exigencia más imperiosa que nunca.

 

La reforma sanitaria en EE.UU. Un futuro incierto.

Ana Madrid y Ananda Plate

El New York Times ha planteado a sus lectores: ¿es Obama socialista? La propuesta de reforma sanitaria del presidente americano, entre otras iniciativas, ha suscitado esta pregunta. Los puntos clave de su propuesta eran éstos: la universalidad de la cobertura sanitaria, la rebaja de los precios en sanidad para impedir la bancarrota de las familias, la portabilidad del seguro de manera que la persona pueda conservar su seguro médico a precio razonable en caso de cambio o pérdida de empleo (posibilidad que ahora no se contempla), una mayor transparencia, prevención y promoción en el sistema sanitario y el cumplimiento de unos mínimos en la atención médica, todo ello con el requisito de sostenibilidad fiscal.

La reforma es necesaria por muchas razones. En primer lugar, porque el sistema sanitario estadounidense es el más ineficiente de los países desarrollados, además del menos equitativo: 47 millones de personas sin cobertura alguna y 116 millones con cobertura insuficiente. Actualmente, el gasto sanitario (como porcentaje del PIB) de EE.UU. dobla al de países como Alemania, Canadá, Francia y Gran Bretaña. Sin embargo, el 16% de la población estadounidense legal (con papeles) no tiene seguro médico, lo que equivale a toda la población española. Además, los inmigrantes ilegales u otras personas sin residencia legal en EE.UU. simplemente no tienen cobertura sanitaria. Por otra parte, el 55% de los asegurados lo están en régimen de empleados, lo que es especialmente grave ya que la pérdida del empleo supone automáticamente la rescisión del contrato con la aseguradora.

En segundo lugar, el sistema sanitario estadounidense se enfrenta a un problema de costes. Éstos son muy elevados para familias, empresas y Administración. El 18% de la renta familiar se dedica a gastos de salud y se estima que en 2020 este porcentaje sea del 20%. Las empresas soportan unos costes de seguro médico para sus empleados muy superiores a los de cualquier economía desarrollada. La Ley Taft Hartley Act, de 1947, estableció que los gastos sanitarios de los empleados serían financiados por los empresarios. El hecho de que los empresarios paguen y escojan el seguro médico de sus empleados es un importantísimo instrumento de control sobre los trabajadores. A su vez, la calidad de la cobertura médica depende en buena medida de la fuerza de los sindicatos en las negociaciones colectivas.

En lo referente a la sostenibilidad fiscal, actualmente el 17% del PIB estadounidense se dedica a gasto sanitario (en España, el 6’2%). Además, las predicciones apuntan  que en el 2080 el 50% del PIB estadounidense se dedicará a gasto sanitario, lo que haría tambalear aún más su posición como primera economía mundial. Por si esto fuera poco, los análisis dinámicos indican que el gasto y la desprotección sanitaria crecen a la misma velocidad.

A pesar de la evidente necesidad de cambiar el modelo sanitario, el Plan Obama se enfrenta a una ola de críticas y rumores de fuerza considerable. Una de las tácticas utilizadas por los sectores políticos conservadores, la industria sanitaria y los medios de comunicación es el fomento de la inseguridad y la desinformación para desprestigiar la iniciativa y atemorizar a la población. Estos rumores mantienen que la reforma supondría el cese de tratamientos oncológicos para ancianos, la desaparición de la libertad de elegir un determinado tratamiento, la subida de impuestos para financiar la atención gratuita de inmigrantes irregulares, la creación de death pannels, en virtud de los cuales el Gobierno podría decidir cuándo deja morir a un paciente y la proliferación de médicos poco neutrales debido a que sus salarios son pagados por el Gobierno.

Los lobbies sanitarios, cuyo poder político y mediático es enorme, alcanzando magnitudes que en España serían consideradas inconstitucionales, financian (dentro del marco legal) las campañas electorales de demócratas y republicanos, con el único objetivo de ver reflejados sus intereses en los votos del Congreso. No es de extrañar, por ejemplo, que el senador demócrata Max Baucus, que además preside el Comité de Finanzas del Senado (cuyo criterio es fundamental para aprobar normativas en materia de seguros) no haya incluido en su propuesta una regulación restrictiva de las compañías de seguros, si tenemos en cuenta que la industria sanitaria ha invertido una cifra superior a 5 millones de dólares para que se abstenga de hacerlo. Además del dinero invertido en incentivos, se han invertido aproximadamente 300 millones de dólares para desprestigiar la iniciativa de Obama, lo que ilustra la magnitud de los intereses en juego.

Las políticas de EEUU se caracterizan por conceder mucha importancia a las libertades individuales y las políticas sociales se han relacionado históricamente con la intromisión del Gobierno en ellas, por lo que muy pocas han sido aprobadas. Pero esta obsesión por la libertad individual no nace sólo de la voluntad de los ciudadanos, sino que viene impuesta en numerosas ocasiones por intereses económico-políticos. No deja de sorprender a un europeo que la financiación de campañas electorales a cambio de posteriores normativas favorables se defina no como corrupción sino como práctica legalmente aceptada. Un sistema político en que el mejor postor se impone a la mayoría dificulta enormemente la defensa de los intereses de esa mayoría y privilegia las políticas recompensadas económicamente, es decir, las políticas que sean rentables para los grupos de financiación.

Está por ver cuál es el resultado final de este proceso en el que convergen intereses económicos y políticos de primera magnitud. Al fin y al cabo, la llamada reforma sanitaria estadounidense es más bien una reforma de los seguros de salud que la generalización de un sistema universal de salud al que ya se ha renunciado.

 

Los premios “Príncipe de Asturias”

Juan-Ramón Capella

Un año más ha tenido lugar la ceremonia de entrega de los premios “Príncipe de Asturias”. Según el señor Lucas, locutor estrella de la radio y la televisión públicas, se trata de “los premios más importantes del mundo después del Nobel”. Tal vez sea así en magnitudes, pues están generosamente dotados. Pero más que unas distinciones, otorgadas a personas ya más que premiadas en todo el mundo, los “Príncipe de Asturias” son un instrumento de exaltación y legitimación de la institución monárquica española, de la corona. El erario público no sólo sufraga los premios, con sus jurados y sus reuniones, sino que paga sobre todo lo más importante: la ceremonia pública de la entrega, jaleada por los medios públicos del Estado, en el teatro Campoamor de la castigada ciudad de Oviedo: con su alfombra roja como en los Óscar, con los viajes y alojamientos, banquetes y cocktails correspondientes y, sobre todo, con la presencia del heredero de la corona —y destacados miembros de la familia del jefe del estado—. Pues lo que verdaderamente importa de estos premios es que les da nombre y los entrega el heredero de la corona.

El cual tuvo este año la ocurrencia supuestamente progre de decir que “El desempleo hiere la dignidad del hombre”.

El lector juzgará por sí mismo si estas palabras son verdad o merecen otro calificativo. Para el autor de estas líneas ningún parado pierde un ápice de dignidad por serlo: quienes la pierden son las instituciones públicas y privadas que son incapaces de regir el sistema de relaciones económicas para que pueda trabajar todo el mundo. Los indignos son quienes por buscar su lucro particular impiden que haya trabajo para todos.

He mencionado esta cuestión de manera incidental: por destacar lo que ocurre en estas ceremonias que serán celebradas por la revista ¡Hola! y por los demás media que sirven de soporte para la publicidad bajo la pretensión, muy mal satisfecha, de informar. Y no quisiera apartarme de la cuestión principal: el gasto público publicitario de una institución monárquica que sigue necesitando legitimación.

Los responsables de estas cosas saben bien que la tergiversación histórica de la transición, que ha convertido al actual jefe del estado en protagonista principal de un sistema de libertades —sin el cual no hubiera podido afianzarse la institución de la corona—, no resulta suficientemente convincente. Sobre todo dada la pésima calidad de los derechos y libertades y del sistema político inaugurado: una democracia de voltio y medio. Por eso se recurre a cosas como las ceremonias reales: y ésta, la de los premios “Príncipe de Asturias”, resulta particularmente sangrante: en un Oviedo castigado primero por el general Franco y luego por el coronel Aranda, capital de una región minera y siderúrgica hoy medio desmantelada, pero que mantuvo durante décadas un ejemplar espíritu de rebelión, con el que los trabajadores no se resignaban a su suerte —una suerte que hoy les destina al paro o a la prejubilación—; en unas Asturias donde tanta gente tiene un abuelo, o un padre, o un tío represaliado sin que los culpables de una injusticia feroz hayan dejado nunca de campar a sus anchas.

Por eso no estaría de más sugerir, en la más estricta legalidad y sin abandonar jamás las prácticas pacíficas y democráticas, que el año que viene la entrega de esos premios “Príncipe de Asturias” concite una disidencia reivindicativa que exprese el desapego civil. Que el color rojo no esté sólo en las alfombras, sino en los balcones, en los pañuelos y en las solapas. Que en vez de “Asturias, patria querida” se canten las estrofas de “En el pozo María Luisa”. También habrá de estar presente el color negro. Porque este país sigue llevando luto. Que acuda a Oviedo toda la cuenca minera, y también los siderúrgicos. Que esa jornada sea una Jornada de la Memoria, un día de la España de verdad democrática, completamente diferente de la otra, la que sólo dice serlo porque le viene muy bien.

 

 

Así que pasen treinta años.

Kira Muratova y Síndrome asténico

Josep Torrell

La historia del cine es un asunto a la par divertido e irónico. A la vez que miramos el pasado con severidad, en el presente pasamos olímpicamente de las cuestiones que criticamos a los historiadores de ayer. Por ejemplo, la desatención al cine hecho por mujeres. O por ejemplo, el olvido del cine ruso (después de la brevísima perestroika). Cuando se unen ambos polos temáticos, se obtiene sencillamente un descomunal desastre. A la marginación por mujeres se añade el silencio que las rodea como rusas. Por esto, hace falta no sólo reivindicar a las mujeres del cine soviético —y tengo para mí que no es un asunto que afecte sólo a las mujeres— sino reivindicar también a las que todavía intentan hacer un cine personal frente al cine de consumo.

Es bastante sencillo trazar un mapa de las mujeres en la época soviética. Del período soviético suelen destacarse Esfir Schub (1894-1956), Olga Preobragenskaia (1881-1971), Elizabeta Svilova (1900-1975) —demasiado a menudo confundida con su compañero Dziga Vertov—, Julia Sontseva (1901-1989), hasta llegar a Larisa Shepitko (1938-1979) y su obra maestra Alas (1965). Más arriesgado resulta hacerlo para la Rusia actual, porque sigue siendo muy raro que sus películas logren atravesar nuestras fronteras.

De las que siguen empeñadas en hacer cine, la primera sigue siendo Kira Muratova, cuyos inicios se remontan a los años sesenta, es decir, al período soviético. Kira Muratova (nacida en 1934) es un símbolo en su país para los que quieren hacer un cine distinto. Ha hecho unas catorce películas (alguna retirando su nombre de los créditos), pero no es frecuente verlas todas juntas. Las dos primeras fueron prohibidas en su momento, Breves encuentros (1967) y Los largos adioses (1970), y su carrera sólo se regularizó con la llegada al poder de Gorbachov y el inicio de la perestroika.

Al recordarlas, se acuerda uno de detalles, de escenas chocantes, de homenajes, pero rara vez del guión completo (salvo, claro está, Motivos chejovianos, 2002, porque se trata lisa y llanamente de una boda). A veces se trata de un trampantojo, pero tan poderoso, que es difícil seguir lo que viene luego, como en Síndrome asténico (1989), la más famosa de sus obras. Huelga decirlo, en España nunca se ha estrenado ninguna de sus películas. Muratova es, desgraciadamente, el retrato de una perfecta desconocida, que espera aún que alguien repare en su ya larga ausencia.

Síndrome asténico

La película cuenta, en blanco y negro, el trabajo del duelo de una mujer que ha perdido a su marido. Durante cuarenta minutos asistimos a la exteriorización de su congoja, para que, de repente, todo cambie. Cambia la emulsión de la película, que pasa a ser en color. Sorprendidos, resulta que asistimos a una proyección cinematográfica, en la que asiste un hombre, que ha quedado dormido. Y, en realidad, es este hombre —que padece narcolepsia (el síndrome asténico del título)—, quien protagonizará la historia. O, mejor dicho, el que tejerá, a través de la gente que conoce en el instituto en el que trabaja (administrativos, profesores y alumnos), el hilo conductor de una narración que es más colectiva que meramente individual.

El blanco y negro y el color marcan una diferencia clara entre la vida en la Unión Soviética y lo que estaba viniendo después. Aunque no es el único caso de película dentro de la película. Por ejemplo, los tres casos de vida familiar (del protagonista, de la administrativa y de un hombre que sólo aparece en esa escena). Muratova cuida más la completitud de estos elementos que su integración en el ritmo de su película, lo que la hace a menudo difícil en su primera visión.

El comienzo de la parte en color es lisa y llanamente sorprendente y magnífico. El público que acaba de ver la misma película que hemos visto nosotros (nuestros dobles, por tanto) se levanta y se va airada ante una película que no les ha gustado, pese al presentador que insiste que se queden para asistir a un coloquio con la actriz. El único que se queda es Nikolai, el protagonista, que está dormido. Primer dato de la realidad: el creciente desinterés hacia el trabajo de los cineastas, que son parte de la inteligencia (“Aleksei Guerman, Sokurov y Muratova”, le hace decir Muratova al presentador, no sin una fuerte carga de ironía). Pero es inútil: no queda nadie, salvo unos soldados, que van con su capitán, que saludan y se van (pero, por suerte, han despertado al protagonista). Algo importante se estaba rompiendo entre el público ruso y los intelectuales críticos, algo que había constituido el núcleo duro del compromiso de los literatos y artistas durante los dos últimos siglos.

No es sólo el adiós al interés por el compromiso de los intelectuales, sino a algo que va a caracterizar a la nueva mayoría de los rusos: una especie de narcolepsia colectiva, un dejar hacer entre sueños. La secuencia del metro es estupenda y difícilmente igualable. Es la vuelta a casa después del trabajo, y la mayoría de la gente está dormitando en pié. El síndrome asténico es lo que define al ciudadano soviético en su paso al capitalismo más salvaje. No quiere dejar pasar lo que viene, pero al mismo tiempo no sabe (o no puede) hacer nada para impedirlo. La enfermedad del sueño se apodera de todos (al mismo tiempo que el capitalismo se expande). Las imágenes del metro son, treinta años más tarde, llamativas porque alguien tuvo el acierto de rodarlas y dejar que hablen por sí solas de un pueblo que está cansado (cuando está a punto de cambiar de régimen económico).

Este cuidado por los detalles es común a todas las secuencias y, en general, a toda la obra de Muratova, que así despliega su sentido en múltiples aspectos. Por ejemplo, la ingeniosa dedicación a Tolstoi (el escritor preferido de la directora), consistente en que tres ancianas griten acompasadamente ante la cámara “leed a Tolstoi y así comprenderéis alguna cosa”. O la secuencia de la perrera, con el trato inhumano a los perros, que culmina con un cartel (la secuencia es muda): “y después nos dirán que esto no tiene relación con nuestra discusión entre el bien y el mal”. O el juego de miradas de una alumna mirando a otra alumna ensimismada. O alguien que rompe un cristal de una casa y la cámara muestra a los miembros de la familia que ahí habita posando —como en una fotografía—, sorprendidos por la insólita aparición de la piedra.

En otras películas, a un espectador occidental, le sorprenden otros aspectos, al presentar como hechos cotidianos algunas particularidades sorprendentes de la cultura de lo que fue la sexta parte del mundo, como es el caso de Ciudadanos de segunda (2001), película sobre los nuevos ricos (es decir, mafiosos) en Ucrania. Por lo demás, lo que hace inconfundible su estilo es el cuidado de los pequeñas cosas, que pasan fugazmente unos segundos ante la cámara, ampliando la influencia de Serguei Paradjanov (que reconoce Muratova) en un sentido nuevo.

Muratova juega también con los hilos que cosen la película dentro de la película. La película en blanco y negro tiene la seriedad de las primeras obras soviéticas de la autora (prohibidas), mientras la parte en color hace gala del desparpajo y la soltura que han caracterizado luego el cine de Muratova.

 

 

La biblioteca de Babel

Gianni Vattimo
Ecce comu, Cómo se llega a ser lo que se era
Paidós, Barcelona, 2009, 173 págs.

Este texto tiene dos ingredientes: uno declarativo y otro de interpretación del mundo actual. En lo declarativo, Vattimo se reconoce como un catocomunista (católico + comunista). La parte católica, como la comunista, la acaba anudando con su actividad caritativa de juventud. En esta parte del libro, más que como un filósofo centrado en la hermenéutica, aparecería como un filósofo que da prioridad a la experiencia como instrumento de aprendizaje moral y político. También se declara creyente en la Unión Europea, admirador de Castro, Chávez y Morales y comunista reencontrado (esto significa el subtítulo del libro: “Cómo se llega a ser lo que se era”). No es poco, ni poca la confusión, para un pensador que se reconoce como nihilista.

En la parte de lectura del mundo actual, Vattimo reproduce cosas que ya han sido repetidas por muchísimos autores: crisis de la democracia formal, la deriva burocratizante de los partidos políticos, la necesidad de recuperar la acción política de las bases, la incidencia de los medios de comunicación en la generación de conciencia política, la crítica a Berlusconi… Nada que no se haya dicho ya repetidas veces.

El libro tiene poca claridad conceptual en nociones básicas, abundan los lugares comunes y no se aportan propuestas. Se anuncia más que lo que finalmente se ofrece. Al final de la lectura, la conclusión es ésta: un buen tema (cómo entender y practicar el comunismo hoy) que ha sido mal tratado.

[A.Madrid]

Gracia Trujillo Barbadillo
Deseo y resistencia. Treinta años de movilización lesbiana en el Estado español  (1977-2007)
Egales, Madrid 2009

Silenciadas incluso en las leyes pensadas contra las minorías sexuales, como lo demuestra una tristemente famosa Ley de Peligrosidad Social en la que ni siquiera son objeto de mención, las lesbianas han tenido que articular por sí mismas un discurso político y una presencia social que paliase su invisibilidad tanto frente al movimiento feminista como al movimiento gay. Teórica queer de nutrida formación intelectual y académica anglosajona, activista lesbiana desde el periodo de la post-movida madrileña y cofundadora en los años 90 junto a otras como Fefa Vila, Carmen Romero Bachiller o Beatriz Preciado del radical y  transgresor grupo de Lesbianas Sin Dudas (LSD), Gracia Trujillo nos brinda un excelente ensayo en perspectiva sociohistórica sobre la evolución del movimiento lesbiano español desde su nacimiento en los años de la Transición. Las difíciles relaciones con el movimiento gay en los 70, la imbricación en el feminismo y el progresivo distanciamiento respecto a él, la experiencia del Sida y las políticas de coalición, el debate sobre el género a  raíz del impacto de la teoría queer,  las discusiones sobre la identidad, la toma de posición de las lesbianas sobre el matrimonio homosexual y la Ley de Identidad de Género en beneficio del colectivo transexual constituyen los diversos bloques temáticos de este ensayo. El libro de Gracia Trujillo no es sólo una crónica de la historia política del lesbianismo, sino una defensa de la memoria colectiva de las minorías sexuales. Sobre todo, he ahí su mérito, un eficaz antídoto contra el maligno virus asimilacionista que parece en nuestros días invadir al cuerpo LGTB.

[Laurentino Vélez-Pelligrini]

 

 

PÁGINAS-AMIGAS

Centre de Treball i Documentació (CTD)
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Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas
http://www.ucm.es/info/nomadas

El Viejo Topo
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La Insignia-
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Sin permiso
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Número 110-111

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Primavera-Verano 2009

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La crisis para quien la trabaja
[A.R.]

La prueba pericial [J.L.G.]

Un tribunal constitucional plurinacional y elegido por sufragio universal [J.A.E.]

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La Europa de la exclusión [A.M.]

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Los designios neoliberales para la Universidad

LA UNIVERSIDAD EN EL SIGLO XXI
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LA CRISIS UNIVERSITARIA Y BOLONIA
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LA EVALUACIÓN UNIVERSITARIA EN EL CONTEXTO DEL PENSAMIENTO NEOLIBERAL
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OJEADA SOBRE LA CRISIS ENERGÉTICA
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LA CRISIS PALESTINA DESMONTANDO ALGUNOS MITOS
Javier Honorato

F. VIDARTE Y LOS ORÍGENES DE LA TEORÍA QUEER EN ESPAÑA
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UNA POÉTICA DEL CINE
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UN TRABAJO CULTURAL EN EL CINE
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CUESTIÓN DE PALABRAS
(nueva sección de poesía)
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RESEÑA
DE LA LOCURA MAOÍSTA AL DESENFRENO NEOLIBERAL
(Ramón Campderrich)

CITA
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Walter Benjamin

 
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