La complicidad europea
Para
quien sepa leer, los informes sobre los vuelos de la CIA del Consejo
de Europa y del Parlamento europeo, al igual que los informes previos
de Amnistía Internacional, Human Rigths Watch y Statewatch, no
ofrecen muchas dudas acerca de la colaboración de los gobiernos
europeos con las actividades ilícitas del espionaje norteamericano.
Como dijo Dick Marty, el senador suizo que ha dirigido la elaboración
del informe del Consejo de Europa, “no es verosímil que
los Gobiernos europeos no hayan estado al corriente de los vuelos de
la CIA” (El País, 24-1-2006). Una opinión
compartida por el ex secretario Colin Powell, quien, ante la hipocresía
de los políticos europeos, ha dicho claramente que “los
países europeos estaban al corriente de lo que sucedía
en su territorio” (El País, 24-2-2006).
Hace
ahora algo más de un año, con motivo del referéndum
sobre el proyecto de Tratado constitucional europeo, tuvimos que soportar
una estomagante propaganda acerca de la gran distancia que supuestamente
existía entre la culta y civilizada Europa y los unilaterales
e imperialistas Estados Unidos. Había que votar a favor de ese
Tratado —se nos dijo— para poder consolidar la Unión
Europea y hacer de ella un nuevo polo de poder con el que pararle los
pies a los neocons del otro lado del Atlántico. Votar
negativamente, por el contrario, equivalía a hacerles el caldo
gordo a los brutales dirigentes norteamericanos. Y eso se decía
de un texto que consagraba a la OTAN como el pilar fundamental de la
defensa europea. Muy poco tiempo después, los gobernantes europeos
se hacían los remolones ante las peticiones de información
de los relatores de los informes mencionados. Cuando éstos, a
pesar suyo, se han hecho públicos, los gobiernos europeos se
han apresurado a descalificar su contenido aduciendo, entre otras cosas,
su escaso fundamento empírico. Su desfachatez es tan evidente
como su complicidad.
Esa
complicidad es la continuación de la política de siempre,
de la que empezó en los inicios de la guerra fría y que,
tras la caída del Muro de Berlín, han acabado haciendo
suya todos los Estados de la Europa de los 25. Es la continuación,
para no alejarnos tanto en el tiempo, de su apoyo y participación
en la Guerra del Golfo de 1991, en la posterior política de sanciones
contra Iraq acompañada de bombardeos periódicos, en la
desmembración de Yugoslavia y en la agresión contra lo
que quedaba de ella en la primavera de 1999 (frontalmente contraria
a los principios más básicos del Derecho internacional),
en la fantasmagórica “guerra contra el terrorismo”
y en la guerra de Afganistán. Es también la continuación
de su apoyo —disfrazado de aparente equidistancia entre ocupantes
y ocupados— al Estado de Israel y a sus políticas de “apartheid”
y de “limpieza étnica” de los palestinos. Dicho apoyo
ha culminado con la congelación de los fondos destinados a la
Autoridad Nacional Palestina porque la población de los territorios
ocupados ha votado a Hamas en unas elecciones alentadas por los propios
Estados occidentales. Y eso se ha decidido tras la construcción
del Muro y tras haber hecho oído sordos a la Recomendación
del Parlamento europeo de 13 de diciembre de 2002, en la que se solicitaba
al Consejo y a la Comisión la suspensión del Acuerdo de
Asociación Euromediterránea UE-Israel por incumplimiento
palmario de su artículo 2, que literalmente dice: “Las
relaciones entre las partes, así como todas las disposiciones
del presente Acuerdo, se fundamentan en el respeto a los principios
democráticos y a los derechos humanos, los cuales inspiran sus
políticas interiores y exteriores y constituyen un elemento esencial
del presente Acuerdo”.
Por
último, la complicidad entre Europa y Estados Unidos en el asunto
de los vuelos y los secuestros de la CIA es también la continuación
de su colaboración en la ocupación de Iraq, que ha sido
y es decisiva en el plano jurídico-político y en de la
batalla propagandística. Como esta afirmación puede sorprender
a algunos, vale la pena ilustrarla con detalle.
Como
todo el mundo sabe, durante los meses de febrero y marzo de 2003 se
planteó, en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la posibilidad
de dictar una Resolución que legalizase el ataque a Iraq. Como
también sabemos, Rusia, China, Francia y Alemania se opusieron
a ello. Esta negativa fue presentada como una ruptura en toda regla
entre EEUU y sus aliados de la “vieja Europa”. Algo de rupturista
tuvo ese incidente, desde luego, como también la decisión
de Francia y Alemania de no enviar tropas para invadir y ocupar Iraq.
Pero ambas cosas no abrieron un abismo entre los dos lados del Atlántico,
como dijeron algunos, sino, más bien, una pequeña grieta
que, además, empezó a cerrarse muy pronto. Sólo
seis semanas después de que los invasores llegaran a Bagdad,
el 9 de abril, Francia y Alemania votaron a favor de la Resolución
1483 del Consejo de Seguridad de NNUU que, en lugar de condenar la flagrante
violación del Derecho Internacional que se acababa de producir,
concedió a las fuerzas invasoras el control político,
económico y militar de Iraq. Con todo, esa Resolución
todavía hablaba de “potencias ocupantes”, una denominación
que desapareció en la Resolución 1511, aprobada el 16
de octubre de 2003, en la que sólo se mencionaba una “fuerza
multinacional bajo mando unificado” a quien la ONU encargaba que
tomase “todas las medidas necesarias” para asegurar la seguridad
y estabilidad de Iraq. Mientras tanto, una decena larga de Estados europeos
—la mayoría pertenecientes a la UE— enviaban tropas
para lavarle la cara a Bush y poder presentar la ocupación como
una acción de la “comunidad internacional”. La complicidad
alcanzó su cenit un año después, a raíz
de la aprobación, el 8 de junio de 2004, de la Resolución
1546. En ella se proclamaba el final de la ocupación de Iraq,
sin que las tropas extranjeras hubiesen hecho amago alguno de volver
a su casa. Pero gracias a esa Resolución, las tropas de la “coalición”
pasaron a ser “tropas invitadas” por el nuevo gobierno iraquí,
un gobierno nombrado a dedo... ¡por los propios ocupantes! Todos
los Estados europeos miembros del Consejo de Seguridad, tanto los miembros
permanentes como los temporales (como sería el caso de España,
cuyo gobierno, por cierto, ya presidía Zapatero), dijeron amén
a esa monstruosidad jurídica y política. Una consecuencia
poco mencionada de esa Resolución ha sido la negación
al pueblo de Iraq de su derecho a resistir la ocupación o, para
decirlo con más exactitud jurídica, la negación
de su derecho a resistir una ocupación colonial para, de este
modo, hacer efectiva su libre determinación. Se trata de un derecho
reconocido en el Derecho Internacional, en especial en la importantísima
Resolución 2625 de la Asamblea General de Naciones Unidas, aprobada
en 1970. Si Iraq ya no estaba legalmente ocupado, de acuerdo con la
fantasía jurídica expresada en la Resolución 1546,
entonces los iraquíes tampoco podían invocar legalmente
su derecho a la resistencia. ¿Aceptarían los británicos,
los franceses, los estadounidenses o los españoles —o los
vascos sólo vascos o los catalanes sólo catalanes—
un tratamiento jurídico similar si sus países se encontrasen
en una situación semejante? Seguro que no, lo que da una idea
del trasfondo racista y neocolonial que hay por debajo de esa farsa
jurídica.
Volviendo
a lo que nos ocupa, la complicidad europea en los vuelos de la CIA y
la política posterior de ocultarla cuando ha salido a la luz
son síntomas claros de la voluntad de seguir colaborando, hasta
sus extremos más terribles, con la política antiterrorista
liberticida iniciada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Ésta incluye una redefinición en sentido restrictivo del
concepto jurídico de la tortura, el maltrato y los tratos inhumanos
y degradantes (como se puede comprobar leyendo los memorándums
de los leguleyos de la Administración Bush recogidos en el libro
editado por Mark Danner, Torture and Truht, publicado por The
New York Review of Books, New York, 2004, especialmente el apartado
titulado “What is Torture?”, pp. 107-214). En paralelo,
se está experimentando con nuevas técnicas de “interrogatorio”
en Guantánamo y otros lugares que puedan quedar fuera de esa
redefinición, como pueden ser todas las prácticas que
ahora se intentan describir con esas siniestras expresiones sobre “posiciones
incómodas”, “aislamiento temporal” o “presión
psicológica moderada”. Esas nuevas técnicas ya se
han exportado a Abu Ghraib, a Bagram y a otros frentes de la guerra
planetaria contra el “terrorismo”. Pasado mañana,
si no lo impedimos, acabarán por ser aplicadas en las comisarías
de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Polonia,
Chequia, Hungría o España. Se puede pensar que eso es
una cuestión puramente formal porque en esos países ya
se tortura, como lo documentan los informes anuales de Amnistía
Internacional y ha vuelto a recordar el asunto de los vuelos y las prisiones
secretas de la CIA. La diferencia es que ahora lo que se pretende es
seguir el ejemplo del Estado de Israel y convertir en “legal”
la práctica de la tortura (a la que jurídicamente no se
llamará así) y acabar, de un vez por todas, con las denuncias
en los tribunales y los consiguientes escándalos en la prensa,
como el que se ha producido al hacerse públicos los informes
mencionados. Se trata de legalizar la tortura y después luchar
contra el “terrorismo” con todos “los medios legales
del Estado de Derecho”, como dirían José María
Aznar y Mariano Rajoy. Recordemos que el proyecto de Tratado constitucional
europeo preveía involucrar a los ejércitos en la lucha
contra el terrorismo y que concebía esa lucha como una tarea
que se debía llevar a cabo dentro y fuera de los territorios
de la Unión Europea. Recordemos asimismo que, según la
decisión marco aprobada por el Consejo de la Unión Europea
a finales de 2001, por “terrorismo” había que entender,
por ejemplo y entre otros actos, la destrucción de la propiedad
privada o pública (papeleras, contenedores de basura, autobuses
públicos, por ejemplo) realizada con la intención
de “intimidar gravemente a una población”, “obligar
indebidamente a los poderes públicos o a una organización
internacional a realizar un acto o a abstenerse de hacerlo” o
“desestabilizar gravemente o destruir las estructuras fundamentales
políticas, constitucionales, económicas y sociales de
un país o de una organización internacional”.
Dicen
las encuestas que la opinión pública europea rechaza esas
políticas antiterroristas. Sin embargo, las elites políticas
y empresariales de la vieja y la nueva Europa no dudan en manifestar
en público su desprecio por esa maldita plebe que insiste en
expresar su indignación por semejantes métodos y en considerar
a los EEUU de Bush como la principal amenaza a la seguridad mundial.
Sin ir más lejos, el presidente de turno de la UE, el austríaco
Wolfang Schüssel, ha calificado esa opinión popular de “grotesca”
e “ingenua”. Europa está gobernada por gente así.
Por
lo que se refiere a España, el 10 de abril de 2002, Aznar, con
el apoyo del PSOE, suscribió la renovación del Convenio
de Defensa con los Estados Unidos. En él se incluyó un
artículo con el que se daba carta blanca a los servicios secretos
americanos para que actuaran en territorio español. Ese artículo
dice: “El Servicio de Investigación Criminal Naval de EEUU
(NCIS) y la Oficina de Investigaciones Especiales de la Fuerza Aérea
de EEUU (OSI) podrán mantener personal en España para
que actúe en conjunción con sus homólogos de los
Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado y de los servicios de inteligencia
españoles en asuntos de interés mutuo y lleven a cabo
investigaciones criminales que afecten a personas o bienes de EEUU”.
Un año después, este artículo comenzó a
mostrar sus efectos prácticos. En los prolegómenos de
la invasión de Iraq, Colin Powell protagonizó una sonada
intervención ante el Consejo de Seguridad, el 5 de febrero de
2003, con la que pretendía justificar el ataque a Iraq. Uno de
los argumentos que utilizó fue la supuesta conexión entre
Sadam Hussein y Al Qaeda que ejemplificó en la persona del “superterrorista”
Al Zarqawi, el cual era un perfecto desconocido hasta ese momento y
que la intervención de Powell lanzó al estrellato mundial.
Bush más tarde diría de él que se trataba del “hombre
más peligroso del planeta, después de Osama bin Laden”.
Según el que entonces era Secretario de Estado, Al Zarqawi dirigía
un grupo que se había instalado en el norte de Iraq y que estaba
preparando ataques con armas químicas contra ciudades de Francia,
Gran Bretaña, España, Italia, Alemania y Rusia, es decir,
de países que formaban parte del Consejo de Seguridad. El mismo
día, José Mª Aznar repetía como un loro la
misma cantinela en el Parlamento español citando explícitamente
a Al Zarqawi y a un grupo de supuestos “terroristas” relacionados
con él que poseían armas químicas y que había
sido desarticulado en enero en Barcelona gracias a la colaboración
norteamericana (y al que, desde luego, se le había aplicado la
legislación antiterrorista). Las supuestas armas químicas
resultaron ser polvos de detergente para lavar la ropa, por lo cual
el grupo fue bautizado popularmente con el nombre de “Comando
Dixán”. Los jueces que vieron el caso dejaron a todos los
detenidos en libertad sin cargos, no ya por falta de pruebas, sino de
algún indicio mínimamente racional que fundamentara lo
afirmado por Aznar. Al Zarqawi volvió a ocupar un lugar estelar
como supergenio del mal, a imagen y semejanza de los malvados de los
tebeos de Supermán, a raíz de los atentados de Madrid
del 11 de marzo de 2004. La CIA, en fecha tan temprana como el 13 de
marzo, lo señaló como el principal instigador de los mismos.
La verosimilitud de esa versión debía ser la misma que
la de Aznar, que consistió en endosarle los muertos a ETA aprovechando
que el Pisuerga pasa por Valladolid. La destrucción de Faluya
se justificó, asimismo, por ser el refugio de Al Zarqawi. Por
suerte este malo malísimo ha muerto y lo ha hecho, además,
en el momento más oportuno: unos pocos meses antes de las elecciones
legislativas en EEUU.
Hasta
la fecha el gobierno del PSOE no ha dicho nada sobre la posibilidad
de revisar ese convenio que legaliza en suelo español las acciones
y los tejemanejes de los espías estadounidenses. El gobierno
de Zapatero no puede escudarse eternamente en la retirada de las tropas
para no seguir oponiéndose a las barbaridades de los norteamericanos.
Porque son ya una de cal y muchas de arena. En especial, cuando se sigue
permitiendo el uso de las bases militares para el aprovisionamiento
y tránsito de las fuerzas armadas estadounidenses que, con tanto
éxito, están propagando el odio y el caos en Oriente Medio.
Y si se considera que oponerse a Bush implica un riesgo muy serio de
desestabilización de nuestro renqueante sistema de libertades,
algo a lo que el Partido Popular, con el aplauso no muy encubierto de
Washington, se dedica a provocar con ahínco, entonces que Zapatero
explique públicamente que este país tiene una soberanía
muy limitada en cuestiones económicas, militares y de política
exterior. Así, al menos, todo el mundo tomará conciencia
de la necesidad urgente de conseguir un estatuto de autonomía
para Europa y para España dentro de la muy centralizada estructura
del Imperio de las barras y las estrellas.
En
los años ochenta, en el período final de la guerra fría,
los propagandistas de la OTAN presentaban a los pacifistas occidentales
como los abogados de la “finlandización” de Europa,
esto es, como los partidarios de aplicar a toda Europa la política
de buena vecindad y apaciguamiento que, según ellos, practicaba
Finlandia en su relación con la Unión Soviética.
Agnes Heller y Ferenc Feher, dos discípulos de Luckacs que por
entonces se habían pasado al ala más derechista de la
socialdemocracia atlantista, dieron un paso más y acusaron a
los pacifistas de favorecer la implantación de regímenes
políticos que fueran tan complacientes con el “totalitarismo”
soviético como lo había sido la Francia de Vichy respecto
a la Alemania nazi. Lo que son las cosas. Resulta que ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma, como dijo aquel excelente poeta que,
por cierto, también acabó recomendando el voto afirmativo
a la OTAN. Los que entonces acusaban a los pacifistas occidentales de
claudicar ante el autoritarismo y el supuesto expansionismo de la Unión
Soviética, los que, sobre todo en la Europa oriental, anteponían
el respeto a los derechos humanos a toda propuesta de distensión
y desarme, han acabado colaborando muy activamente con el imperialismo
y las salvajadas de los vencedores de la guerra fría. De este
modo se han acabado convirtiendo —ahora sí— en los
más aventajados discípulos del Mariscal Pétain.
[José
Luis Gordillo]
Movilizaciones de jóvenes
En
el aletargado panorama social de la era Zapatero, han aparecido nuevas
fórmulas de movida juvenil. Como las concentraciones en diversas
ciudades en demanda de una vivienda digna. O el discurso de los “mileuristas”
que denuncian una situación dominada por salarios bajos, precariedad
del empleo y alto coste de la vivienda.
Uno
de los aspectos recurrentes en todas estas “movidas” es
el uso de los nuevos medios de comunicación —internet y
móviles— como forma de comunicación y convocatoria,
lo que ya ha llevado a más de uno a invertir el análisis
causal y sugerir que estos nuevos movimientos son un subproducto del
cambio tecnológico. Es evidente que la tecnología influye
en las formas de actuación de la ciudadanía, y a nadie
puede extrañar que unas innovaciones que tienen a la información
como su elemento básico por fuerza tienen que influir en la forma
de relacionarse de la gente. Pero corremos el riesgo de quedarnos en
este mero aspecto tecnológico y dejarnos de plantear otras cuestiones
tanto o más esenciales.
Hay
sin embargo otros aspectos más relevantes sobre los que vale
la pena parar atención y que en cierta forma continúan
y modifican las dinámicas de alguno de los movimientos sociales
más activos en los últimos tiempos, como puede ser el
movimiento okupa o el antiglobalización. De hecho las últimas
movidas parecen salir del mismo espacio social, pero muestran algunos
indicios de cambio.
El
nexo más evidente es su voluntad de eludir mediaciones. De actuar
a través de la acción autoconvocada (aunque siempre hay
algún núcleo impulsor) que tiene más el aspecto
de representación y denuncia que de paso táctico dentro
de una estrategia más compleja. En esta forma de acción
subyace sin duda la enorme desconfianza de estos sectores juveniles
hacia los movimientos sociales institucionalizados. Una desconfianza
que se debe en gran parte al burocratismo y la renuncia a la ruptura
radical que caracteriza a gran parte del espacio institucionalizado.
Pero también se alimenta de otras bases más discutibles,
como la poca predisposición a negociar sus posiciones con otros
sectores, un cierto autismo autorreferencial —que concibe el cambio
social como una mera extensión de sus prácticas—
y una cierta intolerancia provocada por la edad o la inexperiencia.
La ventaja de tales dinámicas es que permiten una gran flexibilidad
en la actuación, permiten la acción de pequeños
grupos (las okupaciones son buena muestra de ello) y hacen posible mantener
un discurso radicalmente alternativo. El coste o los peligros son también
evidentes en forma de sectarismo, narcisismo y caída en una dinámica
autorreferencial que no permite ir más allá del grupo
de convencidos.
Lo
que resulta más novedoso, al menos en el caso de la vivienda,
es que por primera vez se ha entrado en un debate que plantea un enfoque
que va más allá del movimiento okupa. Que plantea una
cuestión atinente a mucha más gente que la que está
interesada en vivir bajo un determinado modelo de vida. Y que apela
a la necesidad de políticas para solucionar la cuestión.
Se trata sin duda de un aterrizaje apreciable en la realidad cotidiana
capaz, al menos en potencia, de implicar a mucha más gente que
la indirectamente implicada en los movimientos.
Por
esto parece tan importante que todo el mundo implicado en buscar vías
para salir del estrecho ghetto al que nos han reducido el neoliberalismo
tome nota de esta realidad y ayude a transformarla. Tome nota en primer
lugar de todo lo que de nuevo aportan estos impulsos juveniles, desde
la utilización de las nuevas tecnologías hasta la voluntad
de dirigirse a la gente sin la mediación de burócratas
y chamanes. Tome nota del descrédito social que arrastran muchas
de las instituciones con las que la izquierda trató de organizar
al personal en el pasado. Pero tome también nota de la debilidad
que supone reducir el movimiento al mero encuentro de denuncia y la
impotencia que a la larga genera una acción que no se acaba concretando
en demandas específicas y objetivos claros. Denunciar que la
situación de la vivienda es un escándalo es mostrar lo
obvio, garantizar el acceso efectivo a la vivienda exige poner en pie
demandas específicas mucho más complicadas — ¿nacionalizar
la propiedad del suelo?; ¿introducir algún tipo de regulaciones?;
¿intervenir el sistema financiero?...— y ser capaces de
generar un movimiento social masivo capaz de conseguirlos.
Y
por esto es hoy tan necesario tejer espacios de encuentro sin condicionantes,
tratar de aprender de lo viejo y lo nuevo y entender que se requiere
de un esfuerzo paciente para evitar que los partidarios del fin de la
historia se salgan con la suya.
[Albert
Recio Andreu]
Prohibamos la publicidad comercial
Primer
capítulo: Mandan huevos
En
la Unión Europea se crían unos 305 millones de gallinas
ponedoras. El 90% de ellas viven en “jaulas en batería”,
jaulas metálicas apiladas unas sobre otras para que ocupen menos
espacio. Cada gallina dispone de unos 550 cm2 (la superficie de medio
folio) y nunca sale de la jaula, de modo que no puede hacer las acciones
normales de las gallinas: anidar, asearse, escarbar el suelo, etc. El
efecto del calor, el polvo, las heces y el amoníaco que se desprende
es la proliferación de enfermedades, que se combaten con antibióticos
y otros fármacos que se transmiten al consumidor humano. El estrés
que les producen este entorno y la inmovilidad las inducen a conductas
agresivas, y para evitar que se dañen a sí mismas o a
sus vecinas se les corta la punta del pico. Por “mejora”
genética se han logrado variedades que ponen de promedio 260
huevos, doblando el promedio de 1940, que era de 134. Pero el desvío
del calcio a la formación del huevo provoca descalcificación
del esqueleto, de modo que las gallinas padecen osteoporosis y frecuentes
fracturas óseas. Algunas empresas las dejan 15 días sin
comer ni beber para provocarles la “muda forzada” (cambio
de plumas) que comporta el inicio de un nuevo ciclo de puestas. Después
de un año o dos, son “gallinas gastadas” que pasan
a ser ingredientes de sopas, caldos o piensos para animales de compañía.
El
10% restante de las gallinas ponedoras se reparten en tres categorías:
1) criadas en suelo, en naves cerradas donde pueden corretear, pero
muy hacinadas: sólo disponen de unos 1.000 cm2 ; 2) gallinas
camperas, criadas en naves pero con acceso durante todo el día
a espacios al aire libre, donde pueden escarbar, etc.; 3) criadas al
aire libre y con alimentación ecológica.
Los
estados miembros de la UE están obligados a marcar los huevos
que salen al mercado con un código de cifras y letras que se
imprime sobre la cáscara. De la ristra de cifras y letras, fíjense
ustedes en la primera, que es una cifra. Esta cifra indica a cuál
de las 4 categorías mencionadas pertenece el huevo. Su significado
es el siguiente: 0 = huevos de gallinas ecológicas; 1 = de gallinas
camperas; 2 = de gallinas criadas en el suelo y en espacios cerrados;
y 3 = de gallinas enjauladas en las condiciones antes descritas. Cuando
conocí este código, me fijé al ir a comprar y descubrí
que mi tienda habitual la casi totalidad de los huevos en venta
llevaban el número 3, incluso los que se venden como “el
sabor de antes”, “huevos de granja”, etc. Sólo
una marca llevaba el 1, y ninguna el 0.
Segundo
capítulo: Negocios privados e irresponsabilidad pública
Les
reto a que encuentren a alguien de este país que conozca ese
código. No lo conoce prácticamente nadie... Esto significa
que la Administración pública dedica una serie de recursos
(veterinarios, inspectores, etc.) a efectuar unos controles y a etiquetar
un producto con un código cuyo sentido es informar al consumidor.
Pero luego resulta que nadie se entera de nada, de modo que el estado
incurre en una práctica hipócrita y dispendiosa que no
sirve para nada. Se puede suponer que se trata de alguna normativa europea
que no se puede obviar. El resultado es una acción inútil,
un derroche burocrático sin sentido que revela la irresponsabilidad
del estado en un asunto de higiene y salud pública —e incluso
de moral pública, pues lleva implícito un trato cruel
a animales— sobre el que la ciudadanía debe estar informada.
Tercer
capítulo: Publicidad comercial y desinformación
Lo
primero que a uno se le ocurre es preguntarse por qué no se da
información al público de asuntos, como éste, que
le afectan, sobre todo cuando esta información es resultado de
una acción administrativa cuyo sentido es justamente informar
al consumidor. Tenemos el formidable instrumento de la TV, que penetra
al interior de todos los hogares y que facilita difundir estos y otros
mensajes. ¿Cómo es posible que no se utilice este instrumento
para una cosa así?
En
cambio, se cede este espacio público televisivo a la
industria privada para que pueda manipular a placer la conciencia de
las gentes. El volumen mundial de gasto en publicidad alcanzó
en 2002 los 446.000 millones de dólares USA, una cifra que multiplica
por 9 el gasto en publicidad de 1950 —y que representa algo así
como la mitad del gasto mundial en armamento—. Más de la
mitad de esta cifra corresponde a Estados Unidos, donde los anuncios
ocupan por término medio 2/3 de las páginas de los periódicos
y suponen la mitad del correo que reciben los estadounidenses y 1/4
de la programación televisiva. En el resto del mundo el gasto
televisivo no cesa de crecer.
Veamos
cómo percibe la relación entre publicidad y televisión
un alto dirigente de TF1, la principal cadena de TV privada de Francia:
“La tarea de TF1 es ayudar a Coca-Cola, por ejemplo, a vender
su producto. Y para que un mensaje publicitario sea captado, hace falta
que el cerebro del teleespectador esté disponible. Nuestras emisiones
tienen la vocación de hacer que esté disponible: esto
es, distraerlo y relajarlo para prepararlo entre un mensaje y el siguiente.
Lo que vendemos a Coca-Cola es tiempo de cerebro humano disponible”.
Y también: “La lógica de TF1 es una lógica
de poder. Vendemos a nuestros clientes una audiencia de masa, una cantidad
de individuos susceptibles de mirar un spot de publicidad”.
Lo interesante de estas declaraciones no es sólo la descripción
veraz y sin tapujos del negocio televisivo de la publicidad, sino también
el cinismo con que este dirigente acepta la degradación moral
y estética inducida por la televisión como imperativo
del negocio: hace falta “distraer”, “relajar”
—añádase “atontar”, “infantilizar”,
etc.— al espectador. Y el espectáculo televisivo es lo
que acompaña a la sustancia misma del negocio, lo que se coloca
entre anuncio y anuncio. La telebasura no es un accidente,
un daño colateral que podría evitarse con un poco más
de sensibilidad por parte de los programadores: la telebasura forma
parte de esa “producción de cerebros humanos disponibles”.
Y
así va el mundo. La publicidad comercial, no lo olvidemos, no
es información al consumidor. Es seducción, llamada de
atención, reclamo, incitación a un hedonismo primario,
invitación a la irresponsabilidad ecológica y social.
Con la invasión publicitaria de los medios de difusión
masivos, dejamos que el gran capital se convierta en un acondicionador
de la moral colectiva: le conferimos un poder descomunal e inaceptable.
La gota malaya de la incitación permanente a la irresponsabilidad,
además, tiene el efecto lateral lamentable de conducir a la dictadura
de la audiencia y a la degradación estética y moral que
provoca. Mientras tanto, mientras el gasto publicitario mundial supera
el medio billón de dólares, no hay dinero ni iniciativa
para explicar al consumidor cómo se producen los huevos de las
gallinas de los huevos de oro... ni muchas otras cosas que nos interesan
como ciudadanos, como consumidores, como personas.
¿A
qué esperamos para reclamar la prohibición total de la
publicidad comercial?
[Joaquim
Sempere]
Cajón Desastre
Derecha-Derecha
Ha
quedado claro que el PP sólo va a poner palos en las ruedas al
intento de conseguir que Eta abandone definitamente las armas. O lo
hacen ellos o no lo hace nadie.
Y
cuentan con algunas complicidades: en el Consejo General del Poder Judicial,
en algún juez-estrella de la Audiencia Nacional, esa jurisdicción
que llaman especializada pero que en realidad es una jurisdicción
de excepción, al igual que diversas piezas de la legislación
antiterrorista: desde la ley de partidos a la propia ley antiterrorista,
que tiene además contenidos que afectan al derecho penitenciario.
El
PP cuenta también con la intoxicación mediática
de la Cope, la emisora de la conferencia episcopal, y seguramente con
la mayoría de ésta. Aunque el PP es ahora minoría
socialmente, no hay que engañarse: ha activado a su gente para
que viva en el infierno de mentiras que el partido reparte impertérritamente.
Es una derecha inflamada, y ya se sabe que los descerebrados inflamables
resultan altamente peligrosos.
Bambi,
más feo
Las
complicidades del gobierno con los norteamericanos van quedando cada
vez más al descubierto a pesar de la fábula oficial del
“desencuentro”, muy rentable electoralmente pero que cada
vez responde menos a la realidad. El gobierno ha mirado para otro lado
en los vuelos de la CIA. Colabora en Afganistán, en la ONU y
en la OTAN. Y se camufla entre los gobiernos de la Unión Europea,
mucho más complacientes con Guantánamo que la Eurocámara.
Todo hace temer que cuando los Usa tengan un gobierno menos impresentable
—pero que hará, no os quepa duda, la misma política
que Bush— el Psoe volverá a la amistad oficial de los tiempos
de Felipe González.
Por
otra parte el pacto de Bambi con Convergència va más allá
del Estatut de Cataluña: prefigura una alianza parlamentaria
de la derecha nacionalista con el centro reformista representado por
el Psoe, en detrimento de la patética izquierda parlamentaria
en las Cortes y en el Parlament de Cataluña. Bambi se libera
así de la molesta necesidad de apoyarse en Esquerra Republicana.
Todo lo cual significa que las políticas sociales del gobierno
socialista han tocado a su fin. Ya han dicho que no tienen la menor
intención de legislar sobre eutanasia.
Eutanasia
Será
una batalla próxima. Importante, porque todos nos hemos de morir
y es esencial para cada uno hacerlo sin sufrimiento, conservar la libertad
de decidir y en caso necesario poder obtener ayuda para morir. Este
asunto no sólo es básico para cada uno de nosotros, sino
también para las personas a las que queremos, y que confían
en nosotros. Es básico para todos, quieran o no ejercer lo que
ha de ser un derecho.
Habrá
que hablar, pues, de los médicos. Valdría la pena empezar
por el principio. ¿Recordáis aquella escena de Gigante
en que el médico de los ricos de Texas no atiende a los mexicanos
(que por cierto ya estaban allí cuando los yankees se apoderaron
del territorio)? Eso también pasa hoy en Venezuela —por
eso, y no porque carezca de médicos, ha “importado”
médicos cubanos— y también aquí, en la medicina
privada. Dicho sea esto para que el lector recuerde que entre los médicos,
profesionales cualificados, también hay de todo.
Y
entre el de todo habría que mencionar a los médicos
que creen que el sufrimiento lo manda Dios, y por tanto no hay que intervenir
paliativamente; los médicos que siempre serán objetores
a la eutanasia de cualquier tipo; están además los médicos
del Opus Dei, que no son pocos, y los de movimientos “católicos”
parecidos. Cuando nos ponemos en manos de los médicos —de
la Seguridad Social, de las mutuas— no sabemos qué ideología
médica profesan.
Y
tenemos derecho a conocerla, pues en muchos casos graves los médicos
nos secuestran el derecho a decidir, ya sea considerando que poseer
toda la información sobre nuestra enfermedad podría convertirnos
en enfermos incómodos, difíciles de administrar
hospitalariamente, ya porque se arroguen ellos, directamente, el derecho
a decidir sobre nuestros cuerpos.
Este
asunto no se puede abandonar en las oportunistas manos de los políticos
profesionales: hay que debatir, hay que criticar; hay que reivindicar
el derecho a conocer la ideología de los médicos y a decidir
por nosotros mismos. Hay que combatir la letra pequeña
de los documentos que suscribimos para otorgar nuestro consentimiento
supuestamente informado a los actos médicos.
Quedan
muchos pasos que dar por el camino de la regulación de la eutanasia
voluntaria como derecho fundamental de los seres humanos.
La
Madera
Mucho
llenarse la boca de “estado de derecho”, pero a la hora
de la verdad la madera es la madera y el poder judicial mira para otro
lado.
La
madera se ha pasado varios pueblos en el trato dispensado a los detenidos
por la ocupación de un agujero negro del sistema, un centro para
inmigrantes que la policía tiene en Barcelona. Y se ha pasado
no ya por la peligrosidad de los ocupantes alternativos, sino porque
éstos la han molestado sacando a la luz lo que los maderos tienen
que ocultar. Además ha denigrado en la prensa a los ocupantes,
que para muchos de nosotros, ciudadanos poco informados, merecen toda
nuestra consideración.
Os
propongo un juego para el verano: poner la calcomanía del burrito
catalán a los coches de la policía cuando sus dueños
estén ocupados en sus prolongados desayunos en el bar. El bisturí
de la crítica, que decía K. Marx.
El
Estatut ha venido
...y
nadie sabe cómo ha sido. Tiene el flamante apoyo de una tercera
parte del censo electoral. Da a las instituciones catalanas más
poder público del que han tenido nunca. Lo malo es que estas
instituciones con competencias ampliadas son administradas por la clase
política más corrupta que Catalunya ha tenido jamás.
El
fútbol mundial
Este
entretenimiento no sólo es un gran soporte publicitario sino
un estupendo soporte para la legitimación política. Es
un asunto tan importante que lleva a las competiciones a los funcionarios
más importantes del país: al rey y al heredero de la corona.
El
fúrbol (sic) está bien legitimado por los intelectuales
mediáticos. Pero es una de esas cosas a las que Marx llamó
el opio del pueblo.
[JRC,
junio 2006]
Una solución negociada de la crisis
nuclear iraní está al alcance de la mano
19
de junio de 2006
Por Noam Chomsky
La
urgencia de detener la proliferación de armas nucleares y avanzar
hacia su eliminación total difícilmente podría
ser mayor. Si eso no se logra, las consecuencias serán, casi
con toda seguridad, funestas, incluido el final del único experimento
biológico con inteligencia superior. Sin embargo, pese a lo amenazador
de la crisis, existen los medios para conjurarla.
Parece inminente un semideshielo de la
situación en torno al Irán y sus programas nucleares.
Antes de 1979, cuando el Shah estaba en el poder, Washington apoyó
firmemente dichos programas. Hoy, en cambio, la posición habitual
es decir que el Irán no tiene necesidad alguna de energía
nuclear y que, por tanto, es seguro que está desarrollando un
programa secreto de armamentos. “Para un importante productor
de petróleo como el Irán, la energía nuclear es
un despilfarro de recursos”, escribió Henry Kissinger en
el Washington Post el año pasado.
Hace treinta años, en cambio, cuando
Kissinger era Secretario de Estado del Presidente Gerald Ford, sostenía
que “la introducción de la energía nuclear servirá
tanto para atender las necesidades crecientes de la economía
iraní como para liberar las reservas de petróleo con vistas
a la exportación o a su conversión en productos petroquímicos”.
El
año pasado, Dafne Linzer, del Washington Post, le preguntó
a Kissinger sobre su cambio de opinión. Kissinger respondió
con su habitual franqueza: “Entonces se trataba de un país
aliado”.
En
1976, el gobierno de Ford “respaldó los planes iraníes
para construir una gran industria de energía nuclear, pero también
se esforzó por cerrar un acuerdo por valor de miles de millones
de dólares que habría dado a Teherán el control
de grandes cantidades de plutonio y uranio enriquecido, las dos vías
para llegar a la obtención de una bomba nuclear”, escribió
Linzer. Los más altos estrategas del gobierno de Bush, que denuncian
ahora esos programas, ocupaban en aquella época puestos clave
en el sistema de seguridad nacional: Dick Cheney, Donald Rumsfeld y
Paul Wolfowitz.
Sin
duda que los iraníes no están tan dispuestos como los
occidentales a arrojar la historia pasada al cubo de la basura. Saben
que los Estados Unidos, junto con sus aliados, han estado acosando a
los iraníes durante más de 50 años desde que un
golpe militar dirigido por los Estados Unidos y el Reino Unido derribó
el gobierno parlamentario e instaló al Shah, que gobernó
con mano de hierro hasta que una sublevación popular lo expulsó
en 1979.
El
gobierno de Reagan apoyó entonces la invasión del Irán
por Saddam Hussein, proporcionándole asistencia militar y de
otro tipo que le ayudó a masacrar a centenares de miles de iraníes
(así como a kurdos iraquíes). Entonces llegaron las duras
sanciones del presidente Clinton, seguidas de las amenazas de Bush de
atacar al Irán (en lo que constituye un grave quebrantamiento
de la Carta de las Naciones Unidas.
El mes pasado, el gobierno de Bush aceptó
con condiciones participar junto a sus aliados europeos en unas conversaciones
directas con el Irán, pero se negó a retirar la amenaza
de un ataque, convirtiendo prácticamente en papel mojado cualquier
tipo de negociaciones, que se celebrarían, de hecho, a punta
de pistola. La historia reciente aporta aún otras razones para
el escepticismo acerca de las intenciones de Washington.
En
mayo de 2003, según Flynt Leverett, que ocupaba entonces un alto
cargo en el Consejo de Seguridad Nacional de Bush, el gobierno reformista
de Mohamed Jatami propuso “un programa para iniciar un proceso
diplomático destinado a resolver, sobre amplia base, todas las
diferencias bilaterales entre los Estados Unidos y el Irán”.
Entre los puntos cuya discusión
se proponía estaban “las armas de destrucción en
masa, una solución del conflicto palestino-israelí basado
en el reconocimiento de dos Estados, el futuro de la organización
Hezbolá del Líbano y la cooperación con el Organismo
de Energía Atómica de las Naciones Unidas”, según
informaba el mes pasado el Financial Times. El gobierno de Bush rehusó
y reconvino al diplomático suizo que transmitió la oferta.
Un año después, le Unión
Europea y el Irán negociaron un acuerdo: según los términos
de éste, el Irán suspendería el enriquecimiento
de uranio y Europa, a cambio, daría seguridades de que los Estados
Unidos e Israel no atacarían al Irán. Por presiones de
los EE.UU., Europa se retiró de la negociación y el Irán
reanudó sus procesos de enriquecimiento.
Por lo que se sabe hasta ahora, los programas
nucleares del Irán entran dentro de sus derechos, con arreglo
al artículo cuarto del Tratado de No Proliferación (TNP),
que reconoce a los Estados no nucleares el derecho de producir combustible
para obtener energía nuclear. El gobierno de Bush sostiene que
el artículo cuarto debe hacerse más estricto, y yo creo
que eso es razonable.
Cuando entró en vigor el TNP en
1970 había que salvar una gran distancia técnica entre
la producción de combustible para la obtención de energía
y para la fabricación de armas nucleares. Pero los avances tecnológicos
han acortado esa distancia. Sin embargo, cualquier revisión del
artículo cuarto habría de garantizar el acceso sin restricciones
a los usos no militares, de conformidad con el espíritu de la
negociación inicial del TNP entre las potencias nucleares declaradas
y los Estados no nucleares.
En
2003, Mohamed El-Baradei, director del Organismo Internacional de Energía
Atómica, presentó una razonable propuesta en este sentido:
que toda producción y todo procesamiento de material utilizable
con fines armamentísticos estuviera bajo control internacional,
con “garantías de que los potenciales usuarios con fines
legítimos podrían obtener los suministros necesarios”.
Éste habría de ser el primer paso, sostenía El-Baradei,
hacia la plena aplicación de la resolución de las Naciones
Unidas de 1993 en favor de un tratado para la eliminación del
material fisible (“Fissban”).
Por
lo que yo sé, la propuesta de El-Baradei sólo ha sido
aceptada hasta la fecha por un Estado: Irán, en una entrevista
de febrero pasado con Alí Larijani, jefe de la comisión
negociadora iraní sobre asuntos nucleares. El gobierno de Bush
rechaza cualquier “fissban” verificable, posición
en la que se encuentra prácticamente solo. En noviembre de 2004,
el Comité de las Naciones Unidas para el Desarme votó
a favor de un “fissban” verificable. El resultado de la
votación fue de 147 contra uno (los Estados Unidos) con dos abstenciones:
Israel y el Reino Unido. El año pasado, una votación celebrada
en el plenario de la Asamblea General dio como resultado 179 votos contra
dos, con las abstenciones también de Israel y el Reino Unido.
Junto a los Estados Unidos votó Palau.
Existen
medios para rebajar y probablemente superar este tipo de crisis. El
primero es retirar las muy creíbles amenazas de los Estados Unidos
e Israel, que en la práctica son un acicate para que el Irán
desarrolle armas nucleares con fines disuasivos.
Una segunda medida consistiría
en cumplir el artículo sexto del TNP, que obliga a los Estados
nucleares a realizar esfuerzos “sinceros” para eliminar
las armas nucleares, lo que constituye una obligación legal vinculante,
tal como estableció el Tribunal Mundial de Justicia de La Haya.
Ninguno de los Estados nucleares ha cumplido dicha obligación,
pero los Estados Unidos son con mucho los más destacados en su
incumplimiento.
Una
serie de medidas equilibradas en esa dirección rebajaría
la creciente crisis con el Irán. Por encima de todo es importante
escuchar las palabras de Mohamed El-Baradei: “No existe una solución
militar para esta situación. Eso es inconcebible. La única
solución duradera es una solución negociada.” Y
esa solución está al alcance de la mano.
[Fuente:
Znet, www.zmag.org.
Texto proporcionado por Agustí Roig.
Traducción de Miguel Candel]
La biblioteca de Babel
Franz J. Broswimmer
Ecocidio
Editorial
Laetoli, Pamplona, 2005; trad. cast. F. Páez de la Cadena. |
Esta
“breve historia de la extinción en masa de las
especies” es una buena lectura para todas las personas
identificadas con el movimiento ecologista y un buen instrumento
para ilustrar los problemas ecológicos del mundo. Dotado
de cuadros y tablas sencillos y apabullantes,
|
obtenidos
de fuentes públicas internacionales, es un material de
trabajo de primer orden para educadores y ecologistas. Esta
iniciativa navarra de traducción del libro debe ser felicitada.
[JRC]
|
Robert Fisk
La gran guerra por la civilización
Destino,
Barcelona, 2005 y RBA, Barcelona, 2006. |
Este
voluminoso libro del reportero inglés Robert Fisk constituye
una excelente obra sobre los conflictos armados que han asolado
Oriente Próximo y Oriente Medio en los últimos
treinta años. No es, por consiguiente, una narración
escrita por un aficionado al estudio del mundo islámico
cualquiera, sino por un periodista que ha cubierto sobre el
terreno para diversos diarios británicos todos esos conflictos
y que, además, posee un amplísimo conocimiento
de la historia de ese mundo. El lector interesado encontrará
en La guerra por la civilización un relato muy
vivo sobre el conflicto palestino-israelí, sobre la resistencia
afgana frente a la invasión soviética, sobre la
guerra Irán-Irak, sobre la invasión iraquí
de Kuwait y sus consecuencias y sobre las recientes guerras
de agresión anglonorteamericanas de Afganistán
e Irak, entre otros asuntos.
Es importante subrayar que el autor de La gran guerra por
la civilización persigue con esta obra tres propósitos
fundamentales. En primer lugar y por encima de todo, Fisk reivindica
un modelo y una práctica de periodismo contrapuestos
a los dominantes en los grandes medios de comunicación
de masas actuales. Para Robert Fisk, el periodista merecedor
de este nombre es un relator de hechos contemporáneos
comprometido con el deber de
|
informar
a la ciudadanía con la mayor veracidad posible, no un
propagandista de un partido, de un gobierno, de un país
o de una “civilización”. En segundo lugar,
el autor quiere poner de relieve la responsabilidad contraída
por Occidente hacia los pueblos de Oriente Próximo y
Oriente Medio a la vista del papel jugado por las grandes potencias
occidentales en esta región, un papel manipulador, arrogante
y despiadado. Y, en tercer lugar, la obra de este veterano profesional
del periodismo puede ser entendida como una denuncia de la absurda
visión de las guerras contemporáneas que los mass
media parecen querer transmitirnos: un vistoso espectáculo
televisivo en el cual los Estados Unidos y sus aliados defienden
al mundo del “terrorismo internacional” o derriban
regímenes totalitarios por razones desinteresadas o sin
razón alguna, se limitan a liquidar “objetivos
militares” bien perfilados y provocan unas pocas víctimas
civiles no deseadas a pesar de todas las precauciones tomadas.
La lectura del libro de Fisk nos proporciona frente a esta imagen
de la guerra la siguiente lección primordial: las guerras
de los últimos tiempos, al igual que sus antecesoras,
son un conjunto de decisiones y acciones humanas cuya finalidad
inmediata es infligir destrucción, sufrimiento, muerte.
[R.C.B.]
|
Foro de webs
“El
Viejo Topo”
A
punto de cumplir su trigésimo aniversario, “El Viejo Topo”
ha puesto en funcionamiento una página Web (www.elviejotopo.com)
con sus últimas novedades editoriales, parte de su fondo editorial
e información actualizada referida a su publicación mensual.
Desde estas páginas felicitamos a los amigos del Topo por esta
iniciativa.