NOMADAS.6 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN 1578-6730

La Conferencia Intergubernamental para elDesarrollo
de Monterrey: realismo político vs idealismo
[Carlos Sánchez Hernández]

En marzo de 2002 las Naciones Unidas convocaron la Conferencia Intergubernamental para el Desarrollo en Monterrey (Méjico). Los objetivos de esta Conferencia eran básicamente dos: el primero hacer válidos y viables los propósitos de la Declaración del Milenio, o sea, reducir a la mitad la pobreza en el mundo antes de 2015, intentando corregir además algunas de las peores manifestaciones de esa pobreza. El segundo era implementar cambios normativos en las Relaciones Internacionales para "universalizar" más la Globalización en el sentido de hacerla más incluyente, para que los efectos más positivos de esta alcancen a todos los países del mundo. Este segundo objetivo incluía un marco macroeconómico referido a recursos domésticos, inversión extranjera, comercio internacional, deuda externa y Ayuda Oficial al Desarrollo. Pero tras la celebración de la Conferencia quedó claro que de un lado estaban estos bienintencionados objetivos, y de otro los verdaderos intereses que preocupan a las naciones más poderosas, básicamente al Primer Mundo.

Es por ello que esta Conferencia Intergubernamental para el Desarrollo de Monterrey se enmarca, en mi opinión, en lo que yo denominaría como la eterna batalla entre el idealismo y el realismo político, tal como fue desarrollado este último por el gran politólogo Hans Morgentaw.

Efectivamente, el idealismo (no forzosamente el wilsoniano) se esfuerza por extender la idea de que las naciones deben cooperar estrechamente las unas con las otras para evitar la miseria y los conflictos. Esa cooperación no sólo debe ser política, sino también económica.

Así, en 1974 las Naciones Unidas declararon el objetivo de que todas las naciones desarrolladas, las más ricas, destinaran el 0,7 % del total de su PIB, osea, de toda su riqueza, para ayudar a los países más pobres en su lucha por superar el subdesarrollo. La ayuda al desarrollo se ha extendido, pero mucho menos de lo que cabía esperar. En la actualidad, sólo cuatro naciones en todo el mundo destinan esa cifra del 0,7 % (o incluso más) a los países más pobres: Noruega, los Países Bajos, Dinamarca y Luxemburgo. Sin embargo, los dos países más ricos del mundo están en la cola en cuanto a esta ayuda. Japón y Estados Unidos apenas dedican el 0,1 % de su riqueza para ayuda al subdesarrollo, y la mayor parte de su ayuda es "ligada", osea condicionada a la compra previa por parte del país beneficiario de equipos norteamericanos o japoneses. Tampoco la Unión Europea se muestra excesivamente generosa (aunque más que estadounidenses y japoneses); Bruselas se ha propuesto alcanzar un promedio de ayuda al desarrollo de los Quince del 0,39 % para 2006, obviando que en 1990 la AOD europea era una media del 0,44 %.

En el caso de los japoneses, y sobretodo en el caso norteamericano, el realismo político se ha impuesto sobre el idealismo. Estados Unidos es precisamente uno de los países que parecen menos interesados en que iniciativas como las que frecuentemente lanzan las Naciones Unidas salgan adelante. ¿Porqué? Quien sabe, pero lo más seguro es que a Washington no le interese alterar el statu quo macroeconómico mundial actual, y además está en su derecho de adoptar esta postura mientras se la pueda permitir. Los países en Vías de Desarrollo y en Subdesarrollo son las ¾ partes de la humanidad, pero resulta que los países desarrollados acaparan el 60 % de los votos, osea del poder y las decisiones, en las instituciones de Bretton Woods, las que dirigen las riendas de la economía mundial, encabezadas estas instituciones por los todopoderosos FMI y Banco Mundial.

Efectivamente, esa batalla entre idealismo y realismo político es constante. El idealismo convoca multitud de cumbres y conferencias intergubernamentales, como esta última de Monterrey, pero el realismo político le contesta diciendo que no tienen porqué servir para algo, en este caso para solucionar el problema de la pobreza en el mundo, sino limitarse a respetar y vigilar escrupulosamente los intereses macroeconómicos marcados que garanticen el progreso económico para las próximas décadas como objetivo prioritario (aunque desde luego este no deba perderse de vista).

La Conferencia de Monterrey supuso una gran oportunidad para reducir a la mitad los 800 millones de hambrientos que se calcula hay hoy en el mundo. En 1996, en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, se llegó a un compromiso similar, pero los resultados no trascendieron. Aquel encuentro de 1996 no consiguió apenas resultados, pero recientemente, en junio de 2002, se ha celebrado otra cumbre sobre la alimentación en la que los dos únicos líderes de países desarrollados asistentes, Silvio Berlusconi y José María Aznar, fueron los embajadores de la actitud general del Primer Mundo respecto al problema del hambre: distanciamiento, aún a pesar de que los países más ricos del mundo reconocen la alimentación como el más elemental de los derechos.

La FAO llevó a Monterrey un mensaje bastante claro: no es posible una paz sólida y un desarrollo sostenible si el mundo no aborda firmemente la lucha contra la forma más extrema de pobreza, el hambre. Desarrollar la agricultura y la producción de alimentos es esencial. Monterrey podía haber sido una ocasión inmejorable para invertir en desarrollo agrícola.

En los países en Vías de Desarrollo se ha calculado que existe una brecha del 12 % entre la formación bruta de capital efectivo en la agricultura y lo que sería necesario invertir para que el sector pudiese jugar su papel en el cumplimiento de los objetivos de la Cumbre Mundial de la Alimentación. Esa brecha se ensancha en Latinoamérica y en el África Subsahariana. Es por eso que las mayores tasas de desnutrición se registran en aquellos países en los que el gasto público en agricultura está en discordancia con las necesidades y el papel de la agricultura.

Monterrey fue también una buena oportunidad para cambiar la tergiversada tendencia de la Ayuda Oficial al Desarrollo, así como el apoyo a las instituciones financieras internacionales a la agricultura, apoyo que ha caído un 23 % en los últimos 10 años. El propio Banco Mundial calculó que para hacer viables los objetivos de la Declaración del Milenio sería necesaria una ayuda adicional de entre 40.000 y 60.000 millones de dólares, además de la AOD que ya se concede. Esto supondría doblar la actual cuantía de AOD mundial, situándola en un 0,5 % del PIB de los países donantes, alejado aún del 0,7 % que exige la ONU y algo por ahora muy difícil de alcanzar, ya que ni siquiera el documento final de Monterrey lo garantiza.

Pero resulta que incluso una ayuda incrementada como ese hipotético 0,5 % resultaría poco eficaz si continúan los obstáculos y las trabas macroeconómicas del Primer Mundo respecto al Tercer Mundo. Los Países Industrializados imponen a los Países en Desarrollo y Subdesarrollados barreras arancelarias de todo tipo, como restricciones a importaciones de determinados productos, cupos de importación, gravámenes especiales, etc ... Además, el Sistema Internacional exige a los Países en Vías de Desarrollo enormes reformas, sin apenas contrapartidas por parte del Primer Mundo.

Los "desármenes arancelarios" y las reformas a llevar a cabo por los Países en Vías de Desarrollo que exige la OMC (por iniciativa del Primer Mundo) son necesarias, pero ni en Monterrey ni en otro foro se abordan cuestiones vitales para los Países en Vías de Desarrollo tales como la inversión, la selectividad de los flujos, la volatilidad de los capitales, la transparencia fiscal, los paraísos fiscales, el proteccionismo, y sobretodo la deuda externa. Es por esto que iniciativas como "El Informe Zedillo" (que proponía el estudio del impacto de la inversión extranjera, constituír un mecanismo arbitral para los casos de insolvencia soberana, o la coordinación en materia fiscal), fueron finalmente desestimadas del documento final de Monterrey

Idealismo Versus realismo es en mi opinión la clave. Tal y como se dice en el artículo, las Naciones Unidas y los gobiernos convocan multitud de encuentros, encuentros que sin embargo no terminan de servir para los propósitos por los que fueron creados. El documento final de Monterrey, el denominado "Consenso de Monterrey" avala esta tendencia, dejando claro que una cosa son la formulación de grandilocuentes y resolutivas declaraciones, y otra muy distinta la adopción de compromisos.

Cuestión aparte del idealismo es la realidad, esta sí palpable y verificable día a día, de la asimétrica y completamente desigual relación económica que rige el mundo. Un hecho constatable es que los países ricos son cada vez más ricos respecto a los pobres, y estos cada vez más pobres respecto a los primeros. Dicho de otro modo, las distancias entre países ricos y pobres, lejos de decrecer se están ensanchando, y lo siguen haciendo, además en forma de incremento exponencial.

Cabe preguntarse qué grado de responsabilidad tiene en todo esto el Sistema Internacional, el político y también el económico. ¿Toda la responsabilidad? Pero si así es, y probablemente lo sea, ¿cúal es la solución?

Marx creyó encontrarla, una alternativa al capitalismo, pero la puesta en práctica de sus ideas, por parte de Lenin, Mao, etc ... ya sabemos como terminó. El hecho es que la actual organización mundial de la economía no es justa, eso está claro, ¿pero donde está la alternativa? ¿una más justa redistribución de la riqueza? ¿pero eso cómo se hace compatibilizándolo con una economía competitiva? Estas propuestas y otras son las que continúan sin respuesta, y Monterrey no parece haber sido una excepción.

Al final en Monterrey para bien o para mal, como casi siempre, se impuso el realismo político, y la sombra del 11-S y su carga de preocupación para el Primer Mundo, empezando por Estados Unidos, pesó sobre lo tratado en aquella Conferencia. Sin embargo, aunque esto trajo como consecuencia que la Cumbre para el Desarrollo fracasó, también quedará la duda de si ese idealismo que se enfrentaba al realismo en este caso en la arena de Monterrey tenía realmente unos propósitos factibles, si era viable, si era realizable, ya que, independientemente del fracaso de Monterrey, suele ocurrir que el realismo político al menos tiene unos objetivos bien marcados y "realistas", cosa que no se puede decir del idealismo.

Mientras tanto, la batalla continúa.


COLABORACIONES - COPYRIGHT | SUGERENCIAS | REGISTRO DE LECTORES | LISTA E-MAIL | FORO

<<< NÓMADAS.6