NOMADAS.5 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN 1578-6730

La lucha contra el racismo
[Angel Rodríguez Kauth] (*)


Ante la evidencia ofrecida por múltiples ejemplos de episodios xenófobos ocurridos en los últimos tiempos y sobre los que ya nos hemos ocupado -aunque debe recordarse que nunca tal ocupación sobre el tema será en demasía- de la existencia y sobrevivencia de conductas típicamente clasistas escondidas tras un manto de indisimulable racismo, las que se expresan de manera a veces violenta -o también suelen hacerlo enmascaradas, trás alguna forma socialmente aceptable- es preciso que desde la vereda de enfrente se les ofrezca combate, que no se regalen espacios políticos y sociales. Preciso es tenerlo presente, esta lucha no puede hacerse con los argumentos ni con las armas o metodologías que los racistas usan para enfrentar a sus "enemigos" raciales. Sería extremadamente fácil -y a la vez inútil y no consecuente con los principios de la tolerancia- salir a enfrentarlos con piedras, palos y hasta con cuchillos y revólveres, pero el tema en cuestión no pasa por la eficacia en la pronta y definitiva derrota del sentir y pensar racista, sino que la acción debe -en sentido categórico kantiano- transcurrir por la moralidad implícita que llevan explícitamente consigo mismos los instrumentos que se utilizan para destruir aquello considerado moralmente nefasto y perjudicial para los propósitos contrarios a las formas fascistas de pensar y actuar. Hacerlo de otra manera sería, por parte de los movimientos y organizaciones antirracistas, una forma de alentar las conductas racistas -de un modo indirecto- con la ejecución de sus propias acciones criminales y delirantes que se pretenden combatir para la convivencia pacífica.

Tampoco es cuestión de enfrentar al racismo esgrimiendo argumentaciones que se han convertido en perimidas con el tiempo y las nuevas formas que adopta la xenofobia en la contemporaneidad. Esto no es una contradicción, aunque sea posible observar que -desde los grupúsculos fascistas y las organizaciones nazis modernas- se continúan haciendo alusiones nostálgicas al pasado nazista de un Estado -el Tercer Reich- que fuera glorioso y triunfante hasta hace algo más de medio siglo atrás. Los discursos y las arengas de la extrema derecha se han modificado -como lo hacen todas las expresiones sociales ante las nuevas realidades que les toca vivir, ya sea por "oportunismo" circunstancial (Ferrater Mora, 1971) o por sentido de la oportunidad política- y la argumentación añosa de la protección de la "pureza racial" -en términos sanguíneos- ha sido reemplazada -en la mayor parte de los casos- por el de la defensa de la "identidad cultural", del "ser nacional", al que pertenece el pueblo al que se dice proteger.

Lo que preocupa en la actualidad a la "gente", al pueblo llano, es el temor a la pérdida del empleo, como asimismo al "peligro" del mestizaje que -seguramente- ha de aparecer del entrecruzamiento de parejas heterosexuales de diferentes orígenes étnicos y culturales. Esto no es novedoso, ya estaba en el contexto escenográfico con que se rodeaban a las multitudes que asistían a las concentraciones partidarias, a los encendidos y virulentos discursos que se les dirigía a la juventud alemana, es decir, los niños y jóvenes hitleristas. Esas escenificaciones multitudinarias eran organizados de manera periódica por el melómano B. Von Schirach (1) con el objetivo de adoctrinarles bajo que condiciones es que se llegaba a ser un buen ciudadano alemán, vale decir, una persona -si es que así se les puede calificar- al servicio de la voluntad y caprichos del Führer. Este montaje escénico parafernálico estaba especialmente dirigido a las mujeres jóvenes para que no fuesen a tener la osadía -el deseo, en última instancia- de procrear un hijo con un judío, lo cual era considerado algo así como un pecado capital (2).

El caso de Von Schirach no es el único que encuentra la inspiración de su proceder en la visita a personajes siniestros de la historia universal. También Nerón -el emperador en la antigüedad romana- fue un mecenas protector y admirador de las bellas artes y de las letras. Aunque eso no obstó para que simultáneamente fuera un sanguinario asesino de sus rivales políticos, como también de las minorías cristianas despreciadas por los romanos, tanto en los ámbitos metropolitanos como en colonias. Y, nuevamente, encontramos rastreando en la historia la aparición de minorías que hacen el papel de chivos emisarios de los enojos, tanto de la plebe como de la aristocracia que se aprovecha de las conductas de los plebeyos para "llevar agua a su molino".

Actualmente, el temor a la pérdida de la pureza de la raza aria, sospecho que ha desaparecido ... debido a que la raza aria poco le importa a alguien como para perder tiempo en tal necedad. El argumento que presentan los demagogos nacionalistas y patrioteros actuales es el de defender aquello que son las propias condiciones culturales en las que se ha vivido y se vive. Por tal razón es que los ciudadanos "autóctonos" reclamen para sí el "derecho a la diferencia", estatuto éste que se ha estado poniendo de moda en la contemporaneidad, como ejemplo, lo que ocurre entre los franceses acaudillados por los dirigentes del xenófobo Frente Nacional (3).

El derecho que defienden actualmente las expresiones políticas e ideológicas de la extrema derecha xenófoba es fundamentalmente el de la protección de las fuentes de trabajo de los ciudadanos nativos, ante la "invasión" demográfica de los inmigrantes (Rodriguez Kauth, 2001). El miedo a la pérdida laboral es un miedo racional, sobre todo cuando tiene lugar en un contexto en el cual los trabajadores dejan de contar con estabilidad laboral, a la vez que son fácilmente reemplazables por la moderna tecnología robótica o -lo que es peor aún, en el sentido solidario- lo son por otros trabajadores que venden su fuerza laboral a menor precio de su valor según la cotización en el mercado. No se combaten los argumentos - evidentes cuando se está obnubilado por el temor- de que los inmigrantes vienen a "robar" los lugares de trabajo (Rodriguez Kauth, 2001b). Si bien esto es falso, sin embargo, como estrategia de enfrentar a la nueva derecha, correspondería ser más sensatos políticamente y hacer notar que los puestos de trabajo que aquellos vienen a ocupar no son lugares demandados por los nativos. Valga, como un ejemplo, el caso de los inmigrantes nicaragüenses que viajan a los Estados Unidos; llegan a una ciudad e inmediatamente tienen asegurado un trabajo en algún hospital realizando la tarea de "lava culos", trabajo por el cual ganan buen dinero -inimaginable en las condiciones de vida de su país- y no le quitan el trabajo a norteamericano alguno. Ninguno de estos quiere trabajar limpiándole todos los días y a cada hora el trasero a los internados, es una tarea desdorosa para ellos y despreciable, que no es demandada.

Algo semejante ocurre con las tareas serviles a que están llamados a ocupar los inmigrantes que arriban a la Comunidad Europea, quienes cumplen con las labores de exigencias más duras y de más bajos salarios que están a la venta en el mercado ocupacional, pero que con ellas los inmigrantes se benefician de manera notable. Para un europeo comunitario, tales tareas no son sólo denigrantes para su autoestima, sino que -además- las mismas no son económicamente rentables. Se trata de labores rechazadas por parte de la población laboral europea que se encuentra bajo el rubro de "económicamente activa". A todo esto hay que sumarle la competitividad de las mercaderías provenientes del Asia -en especial del Extremo Oriente- que venden sus productos manufacturados mucho más baratos en el mercado internacional. Esto ocurre ya que los fabrican con costes laborales más bajos debido a las condiciones de cuasi esclavitud en que mantienen a sus obreros, que lo hacen -por lo general- sólo por un techo y un plato de comida diaria.

Estos -y no otros- son algunos de los argumentos a esgrimir a la hora de hablar de la xenofobia surgida por el temor a la pérdida ocupacional y cómo combatirla; hay que decirlo con todas las letras: el enemigo de los trabajadores vernáculas no es el inmigrante, el enemigo de los trabajadores amenazados por la desocupación es el propio sistema de producción capitalista (4), el que gracias a la colaboración prestada por los notables avances tecnológicos contemporáneos, está en condiciones de imponer sus reglas de juego: las de producir con bajos costos y con mayores ganancias en los balances de los propietarios del capital económico y financiero.

Curiosamente -para la forma de pensar racional- en la Alemania unificada se ha comprobado que unos dos tercios de sus nativos opinan que los extranjeros no solamente usan al sistema de protección social alemán, sino que abusan del mismo, en tanto que -a su vez- una cuarta parte de la población dice "comprender" los argumentos y conductas xenófobas de la derecha. Y de la comprensión de las argumentaciones esgrimidas a la aceptación y participación en actos xenófobos, cuando la racionalidad está ausente o muy teñida por lo emocional, hay un paso pequeño. Sin embargo, existen otros estudios de investigación en los cuales se refleja la percepción de que los extranjeros no han llegado para "robar" espacios laborales a los nativos, sino que también operan como generadores de riquezas en Alemania que facilita que las disfruten allí; pero de ello poco se habla, la extrema derecha los ignora y los progresistas no suelen recurrir a los mismos para enfrentar a su adversario ideológico.

Se intentó explicar lo que sucedía -con datos contradictorios, aunque fiables- tomando en cuenta lo que ocurría en la ex Alemania Oriental en su relación con el rechazo manifiesto de los inmigrantes por parte de los alemanes nativos. Esta conducta podría ser interpretada como una respuesta en la que se combinaban la situación económica y la historia cultural, como la base de las motivaciones para el rechazo de los extranjeros. Ellos estaban -y continúan estando- sin empleos. Tomado como muestra un botón, en todas las universidades del territorio oriental, la mayoría de los cargos de profesores han sido cubiertos con alemanes occidentales, los que han reemplazado a los originales docentes, ya que las autoridades temían que se pudiera seguir hablando y enseñando a los alumnos de temas tan "peligrosos" y urticantes como los del comunismo o de la dialéctica marxista; lo cual desde una lectura comparativa por parte de los protagonistas desplazados, provoca que sientan una pérdida relativa (Merton, 1949) de su capacidad adquisitiva en el mercado de bienes. Asimismo se sienten humillados ante la opulencia con que se vive del lado "ex" occidental. Es que la reunificación fue un éxito político indiscutible para la ideología del capitalismo, aunque el proceso ha venido asociado -de modo necesario- con algunas lacras sociales, como son la desocupación y la recesión económica que conllevan directamente hacia el aumento de la delincuencia y de las conductas desviadas. Entre estas últimas las que provocan mayor resistencia son el consumo de drogas, el alcoholismo y la prostitución; fenómenos que azotan sus ciudades y preocupa seriamente a las autoridades germanas.

Sin embargo, tal lectura deja de costado a un aspecto que considero crucial para el análisis de la situación; los alemanes orientales -ya reunificados- vienen de sobrevivir más de cuatro décadas de dominación de conductas y modelos autoritarios impuestos por los bolcheviques; eso ha dejado una huella indeleble en sus modos de sentir, pensar y actuar. No solamente el nazismo ha sido un ejemplo de autoritarismo, también el "comunismo real" lo fue, no solamente en la Unión Soviética, sino en todos los territorios en los que entró por la fuerza de la ocupación y contra la voluntad de los habitantes. Y esa condición psicológica que supone la presencia del autoritarismo en la base del pensar y del sentir de la gente, hace que del mismo modo como poco tiempo antes -diez años- los alemanes occidentales eran considerados como sujetos diferentes -y hasta enemigos- luego de producido el proceso de reunificación alemana, todos los que son extranjeros sean percibidos de la misma manera, incluyendo en esa categorización a los alemanes "del otro lado", ahora sus hermanos. Es que concluida la Guerra Fría, solamente terminó una hipótesis de conflicto bélico a nivel de las grandes potencias hegemónicas de entonces, pero las condiciones psicosociales demoran más tiempo en reestructurarse y adecuarse a las condiciones objetivas posteriores a la belicosidad encubierta.

Y, para terminar con las argumentaciones acerca de que los inmigrantes extranjeros -o los migrantes de otras regiones del país en que se presente el problema- se acercan al terruño para "robar" empleos puede ser rebatida, no solamente con ideas (5), las que más veces de las convenientes están faltando, ya que los antirracistas también se movilizan más por sentimientos que por el dominio de la racionalidad; sino también hay que hacerlo con hechos políticos -por los funcionarios de turno- que apunten a la creación de auténticos y genuinos puestos de trabajo (6) que generen satisfacción psicológica y social en los trabajadores a la par y simultáneamente, que dichos trabajos contribuyan a hacer crecer, los indicadores del producto bruto interno de cada país o región, de modo tal que el consumo poblacional -no solamente el perverso consumismo a que nos tiene acostumbrados la publicidad- aumente de manera sensible en beneficio de aquellos que con su labor requieren que la producción sea consumida para continuar produciendo con la misma intensidad. Estas medidas conducirán necesariamente al equilibrio de las cuentas fiscales que, no por ser un objetivo permanente de los representantes del capitalismo en los organismos internacionales de crédito, deba ser una cuestión que no merezca una atenta consideración -y rectificación- cuando las cuentas de los egresos fiscales superan a las de los ingresos públicos. Caso contrario no es posible una administración que logre avances políticos, ya que cuando se gasta más de lo que se gana, las políticas sociales no podrán ser mantenidas por mucho tiempo. Y esto no es una cuestión ideológica, es pura y simplemente economía básica, la misma que se utiliza en el ámbito familiar.

No es posible -ni conveniente a los intereses democráticos- continuar haciendo el juego ideológico a los que sostienen que el proceso de generación de fuentes de trabajo está asociados con el crecimiento de la productividad en el ámbito de los mercados, ya que así se facilita la recolección de réditos rápidos e inmediatos en función del monto de la inversión de capital realizada. Esto no es necesariamente verdadero, aunque sea presentado como tal por los ideólogos del capitalismo. Durante la década de los años treinta, en pleno proceso de recesión económica y los consecuentes trastornos sociales que trajo aparejados la recesión, el Presidente F. D. Roosevelt enseñó al mundo que se puede seguir el camino inverso para lograr el propósito del crecimiento económico y social.

Antes de continuar con el desarrollo temático, es preciso señalar que la obra de Roosevelt no fue solamente una inspiración genial de él, fue el producto de la combinación del desempleo masivo reinante en los Estados Unidos junto al colapso en que cayeron los precios de los productos agrícolas en los mercados internacionales; todo ello dio lugar a la exigencia de los sindicatos -y de los sectores no sindicalizados- acerca de la necesidad existente imperiosa de que el gobierno central interviniese de manera activa para controlar aspectos de la economía que hasta entonces estaban librados a la suerte de las leyes económicas no escritas del capitalismo. Ni el Presidente norteamericano, ni sus colaboradores más cercanos, admitieron en momento alguno que las medidas que estaban tomando eran anticapitalistas, por el contrario, las presentaron como una forma indispensable para evitar el colapso del capitalismo y que con las mismas terminarían por afirmar la vigencia de aquél. Las principales medidas adoptadas fueron las siguientes:

- Estricto control de precios en los mercados;
- Severo control de la producción y comercialización agropecuaria;
- Legislación sobre seguridad laboral;
- Contratación colectiva;
- Aplicación del impuesto sobre la renta, de tipo progresivo y no regresivo;
- Control y regulación del mercado de valores bursátiles;
- Control y seguimiento firme sobre la evolución de la moneda;
- Firme fiscalización gubernamental en las actividades bancarias;
- Financiación, con déficit inmediato, de las obras públicas que se sonvirtieron en un reproductor de trabajo y de ingresos fiscales;
- Medidas convincentes a la reducción de las altas tasas de paro laboral a niveles mínimos.

Estas acciones fueron, en un principio, fuertemente resistidas por los propietarios del capital que poseían las rentas anuales más altas del país pero luego, ellos mismos, abandonarían su posición de resistencia debido a que vieron la conveniencia de la aplicación de aquellas para mantener no solamente un alto nivel de ingresos y ganancias, sino que también servían para paralizar los avances de los agitadores sindicales y políticos de la izquierda. Esto tampoco fue original en la historia reciente, algo semejante ya había ocurrido en la Alemania del "Canciller de Hierro", O. Von Bismarck, en los estertores del Siglo XIX, quien "... para mantener el sistema, es decir, para que los poderosos siguieran gozando de su riqueza, aprobó leyes fundamentales que exigían los socialistas [...] En cierto sentido les ganó de mano a los socialistas, dio algo para no perder todo" (Bayer, 1999).

Volviendo a lo que aquí nos preocupa, cual es salir de la trampa tendida por los ideólogos del nuevo capitalismo (7), es la ya señalada: generar fuentes de trabajo, de empleos que permitan -a mediano y largo plazo- recoger desde el Estado los beneficios de los impuestos indirectos -que, vale acotar, son injustos y regresivos, ya que el pago generalizado de tales imposiciones fiscales, hace que tanto un pobre como un rico tengan que abonar la misma tasa impositiva por un producto de primera necesidad, como puede ser el azúcar o la leche- con lo cual se crea una dinámica facilitadora del crecimiento financiero y económico de la renta nacional y, por ende, de la renta particular. Con tales políticas elaboradas desde el Estado, al capital privado le quedarán dos opciones: o se asocia a estas iniciativas o quedará marginado de las ganancias que dichas políticas arrojen. Esto ya se hizo en los EE.UU. hace más de siete décadas atrás y nada quita que pueda repetirse la experiencia en otras partes del mundo que están sufriendo situaciones recesivas como la que venimos de comentar. Para ello hace falta coraje por parte de los dirigentes políticos progresistas y, lo que es más difícil, que pierdan las ataduras perversas que los ligan a los intereses capitalistas que pretenden, en definitiva, el absoluto y total corrimiento del Estado de todas aquellas actividades que puedan significar alguna inversión de los aportes fiscales en obras de infraestructura y en la administración de empresas públicas. Esta es la estrategia y la mecánica que implementan para hacer entrar al mundo actual en la era de las privatizaciones, dónde todo se privatiza, hasta el propio Estado se encuentra en vías de ello.

Afirmar la necesidad de idear y aplicar tales políticas en los albores del tercer milenio, a más de uno le sonará en sus oídos como el relato de un disparate; pues bien, no lo es. Las otras soluciones propuestas, las vigentes, han demostrado que no sirven para mantener en sus lugares de trabajo a las fuerzas laborales de millones de trabajadores que han pasado -muy a su pesar- a engrosar las negras estadísticas del paro. Entonces, señores, la imaginación al poder y a ponerse a pensar en hacer cosas originales, aunque sea copiando las experiencias exitosas de antaño que oportunamente dieron buenos frutos, sin considerar que los mismos también hayan redundado en beneficio de los capitalistas. Las actuales políticas económicas y sociales no satisfacen las demandas de los trabajadores y, a los únicos que benefician, es a los propietarios de los bienes de producción. A nadie se le escapará que existen soluciones más radicales que la presentada, que beneficiarán a los trabajadores, pero estimo -muy a mi pesar- que en el mundo civilizado actual no existe todavía la madurez política suficiente como para aplicar políticas revolucionarias que terminen de una vez con las nuevas formas de las dictaduras: las del mercado.


Otro tema al que actualmente apela en sus metarrelatos el discurso instrumentado por la extrema derecha internacional, y la europea en particular, en la propaganda xenófoba que intenta su inserción en el sentir y pensar de la gente común, es el tan remanido de los problemas que generan las condiciones de inseguridad que se viven en las calles de las cosmopolitas ciudades pletóricas de historias arquitectónicas y anécdotas ilustrativas del desarrollo de la cultura y la civilización. Y este no es un argumento menor, se trata de un problema verdadero, de auténtica preocupación para las personas y las autoridades, de mucho peso para la vida cotidiana del ciudadano que en ellas habita, que cualquiera puede comprobar sin necesidad de ser experto en criminología. Ocurre que la expresión de la criminalidad -la grosera, para distinguirla de la de "cuello blanco" (Sutherland, 1949)- no solo se encuentra estadísticamente en crecimiento considerable durante los últimos tiempos, sino que los principales grupos étnicos responsables de los asaltos -callejeros como domiciliarios- con fines de robo o hurto, de las violaciones sexuales, de las vejaciones físicas, etc., son cometidos por individuos que rápidamente son identificados como pertenecientes comunidades de inmigrantes, ya se trate que estos hayan ingresado legal o ilegalmente en el lugar donde ocurrieron los hechos, para el caso tal condición es absolutamente irrelevante.

A. Maalouf (1999), estudioso francófono libanés, ha investigado acerca de lo que Zaffaroni (1989) -en otro contexto histórico- llamó la criminalización de los diversos grupos culturales inmigrantes por las poblaciones autóctonas; es decir, sin suficientes pruebas judiciales se les adjudican condiciones delictivas a los extranjeros. Existen evidencias del probable carácter "letal" -le llama así Maalouf- o, por lo menos, de características agresivas y beligerantes, por parte de los miembros de diferentes identidades, ya sean éstas étnicas, lingüísticas, culturales o religiosas, tal como se comprueba observando el mapa de los múltiples y complejos conflictos nacionales e internacionales que tienen lugar en buena parte del mundo. Tal argumentación prende rápidamente en el gran público, ya que, por ejemplo, de un balcánico se va a afirmar que cómo no va a ser una persona agresiva y violenta si proviene de una región en dónde buena parate de su vida la transcurrió en medio de conflictos y guerras. Quizás, benevolentemente, se le adjudique la condición de "traumatizado de guerra", pero eso no lo hace menos peligroso para un imaginario colectivo que está presto a buscar -y encontrar- responsables a sus problemas de violencia cotidiana.

Sucede que se ofrecen a la percepción -la ingenua, no alertada en separar la paja del trigo- varios supuestos simultáneos que dan lugar para la criminalización -por el imaginario social que recorre a la mayoría de los residentes de un lugar- de aquellos grupos de identidades nacionales o étnicas diferentes al nacional. Esto es algo así como lo que en la sociología clásica se conoce bajo el nombre de "la profecía que se cumple a sí misma" o, si se quiere una metáfora algo más gráfica y pedestre, como un perro que gira sobre sí mismo para morderse la cola. El inmigrante -en general el extranjero pobre- transporta en su presentación cotidiana (Goffman, 1959), los rasgos distintivos de la identidad cultural en la que se crió y que no hace más que la de ser un fiel reflejo -desde una lectura comparativa- de las profundas diferencias que existen entre el Norte desarrollado y el Sur paupérrimo del planeta; las cuales se testimonian en términos de un profundo abismo económico y social. La injusta e inmoral deuda externa (Castro, 1985) que sobrellevan los habitantes de los países del Tercer Mundo los marcan a fuego con una impronta psicosocial, que funciona como un lápiz labial indeleble, por más que sus amantes acreedores del Norte enriquecido los besen en la boca intentando seducirlos para que paguen sus enormes acreencias -de capital e intereses- lo único que les queda en los labios es el gusto a la pobreza y a la miseria que sufrieron en sus lugares de origen, Y esto, sin lugar a dudas, deja un sentimiento de revancha, de "bronca", en los inmigrantes hacia aquellos que los explotan, que expolian a sus pueblos con inversiones engañosas que no son más que capitales "golondrinas" que vuelan en busca de las inversiones bursátiles en los países ávidos de las mismas, pero que huyen raudamente cuando han hecho una buena diferencia de intereses entre lo invertido y el valor accionario del momento en que se retiran de los mercados bursátiles.

Se trata de las inversiones que escapan despavoridas en cuanto sienten el "olor" a una posible inestabilidad política o social en el lugar en que hicieron sus depósitos, o aparentes inversiones de capital y, digo aparentes, porque las mismas no son inversiones de riesgo a largo plazo, solamente buscan ganancias rápidas y escasamente riesgosas en las bolsas de valores. Esas inversiones muchas veces no son más que dineros obtenidos de la explotación del propio pueblo que luego tiene que pagar altísimos intereses por el dinero que se han llevado bajo la forma de regalías o patentes u otras formas -esta vez de estafa- como puede ser comprar caro los insumos a la Casa Central metropolitana que necesita y luego vender a precio vil el producto terminado a aquella, con lo cual hacen una diferencia de ganancia sustancial y los que pierden son los países en los que se realizan este tipo de operaciones. Pero eso sí, ya sea en algún país de Europa o en los EE.UU., de vez en cuando se juntan los "propietarios" del Grupo de los siete países más ricos e industrializados del mundo para -en un gesto verdaderamente hipócrita- hacer como que se devanan los sesos imaginando como se puede disminuir -o anular- aquella deuda externa que agobia a las economías regionales de los países empobrecidos y pauperizados por las "ayudas" financieras que han recibido.

Hasta ahora -principios del siglo XXI- los gurúes de la economía y de las finanzas internacional sólo se han comprometido a hacer pomposos anuncios muy bien publicitados -respecto a la posibilidad de condonación de la deuda externa- pero que no van más allá de lo que se puede calificar como anuncios efectistas, rimbombantes, a los cuales la sabiduría popular los define como de "mucho ruido y pocas nueces". Es preciso hacer notar que en junio de 1999 se reunieron en la ciudad alemana de Colonia (8) el Grupo de los Siete para resolver una política definitiva acerca de la reducción de aquellas deudas, las que objetivamente son incobrables por los acreedores a los deudores morosos que no tienen ya recurso alguno con que poder pagarlas. Por tal razón es que muy posiblemente se condonarán las deudas de países como Nicaragua o Burkina Faso, que representan una parte infima de monto de dinero dentro de la masa multimillonaria de deudas. Pero jamas se lo hará con países hipotecados hasta la médula, como son los categorizados como en vías de desarrollo, ya que si bien ellos no tienen capital en efectivo para pagar sus deudas, en cambio disponen de bienes naturales, como así también de servicios y la posibilidad de ampliarlos, que pueden ser adquiridos por los acreedores al precio que se les antoja en nombre de la deuda que aquellos mantienen.

Aquel enorme e insalvable hiato que se ha abierto entre los países cada vez más ricos y los que cada día se empobrecen más y más para así enriquecer a los primeros, también es posible observarlo en el propio espacio de los países "ricos", en la dimensión de las diferencias individuales entre los pobres y los ricos; vale decir, no ya con una lectura macroeconómica, sino con un análisis de microeconomía. La riqueza de los ricos no es la riqueza de todos los habitantes de la Nación, solamente se trata del enriquecimiento de unos pocos que hacen "engordar" los indicadores macroeconómicos con que se mide el crecimiento de un país y que señalan que el mismo "avanza", aunque en ellos también exista un enorme vacío -como un agujero lleno de nada- entre los pobladores ricos y los pobres; a veces los bolsones de pobreza superan en diámetro a los de riqueza. Más aún, es sabido que no es lo mismo tener un ingreso mensual de 300 dólares en el Norte que en el Sur, en Gran Bretaña que en Haití. El sentimiento de "privación relativa" que emerge ante la disparidad -de un mismo monto de ingreso, aunque con una muy sensible diferencia en el poder adquisitivo del mismo- es mucho mayor para los primeros que para los segundos, ya que los que viven -o que solo sobreviven- con esos escasos 300 dólares mensuales que cobran en los países de la centralidad, están inmersos dentro de la parafernalia escatológica -ubicada en los escaparates de los comercios y en las marquesinas de múltiples colores de los espectáculos- de un consumismo inaccesible para los escasos recursos de sus bolsillos.

De tal forma, así como existe una deuda externa, también está vigente una "deuda interna", es decir, una deuda social y económica dentro de cada Nación Estado, la cual se mantiene como una asignatura pendiente de aprobación por parte de los gobernantes. Pero estas deudas internas son de magnitud diferencial según el lugar de que se trate. En los años sesenta, en EE.UU. había un 22% de pobres; entonces el Presidente Johnson lanzó una campaña contra la pobreza y en menos de una década la redujo a la mitad. Sin embargo, con la llegada de la reaganomics, la misma ascendió al 15% y con Clinton bajó al 13%. Más, las diferencias aumentaron de modo cuantitativo al interior de la reducción. Los que ganan más aumentaron sus promedios de ingresos entre finales de los sesenta y el fin del milenio a un ritmo constante; en tanto que los que ganan menos mantuvieron sus ingresos, con lo cual no solamente han descendido en sus promedios, sino que lo que es peor aún, han perdido varios puntos en su capacidad adquisitiva, si se tiene en cuanta un promedio de inflación anual de, como mínimo, el 4%.

Para un análisis comparativo paralelo, veamos que ocurre en Argentina, país que no está incluido en el listado de los más pobres del mundo, aunque a finales del 2001 mantiene el primer lugar en la calificación de "riesgo país". Durante la década de los 90, su economía creció un 57% respecto a períodos anteriores. En este caso la situación es compleja, ya que el 10% de la población más humilde descendió -durante la década- del 2,1% al 1,5% su participación en los ingresos totales. En cambio, si se toma al decil superior de la población, esta vio crecer su participación del 33,6% al 36,7% en la distribución de los ingresos totales. Mientras que en EE.UU. los pobres son unos 30 millones y representan menos del 10% de la población, en Argentina existen 14 millones de pobres y representan al 40%, lo cual más que triplica la cifra norteamericana. Y lo más escandaloso de estos datos, es que entre los infantes, la última cifra de pobreza citada supera al 40%. Asimismo, es interesante destacar que, objetivamente, los pobres menos empobrecidos de EE.UU. no serían ubicados por debajo de la línea de pobreza en Argentina, mientras que los que aquí están por encima de la línea imaginaria en algunos centiles, allá serían calificados de pobres de solemnidad.

A su vez, mientras que la pobreza en EE.UU. es transitoria y se ve saturada por el alto número de inmigrantes que arriban a sus costas buscando la salvación, en Argentina la pobreza es una enfermedad endémica; está estrechamente ligada con el desempleo, la subocupación y, aunque paradójico, con la sobreocupación, es decir, personas que trabajan hasta 18 horas diarias para sobrevivir. Además, la pobreza aumenta en orden creciente a las corrientes migratorias; a principios del Siglo XX Argentina era un país poblado de inmigrantes, hoy son minoría y la categoría de pobres aumenta gracias al aporte que le hacen las cada vez más pauperizadas clases medias que desde hace una década se están incluyendo en la categoría de "pobres" (9).

Planteadas así las relaciones entre crecimiento económico y desarrollo social, este es el momento de hacer públicas, si se quiere de denunciar, la falsedad de las argumentaciones que aseguran que el crecimiento económico lleva consigo necesariamente el desarrollo social. Desde 1990 al 98, en la Argentina, existió un sostenido crecimiento económico, aunque el mismo fue acompañado de un profundo deterioro social. Lo cual no demuestra que el crecimiento económico no sea una causal del desarrollo social sino qué, en todo caso, sirve para demostrar que el crecimiento de la economía es razón necesaria aunque no suficiente para garantizar el mejoramiento de las condiciones sociales en la vida de los pueblos. Cuando en 1998 la economía Argentina se estancó, el resultado fue una mayor profundización del deterioro de la "deuda interna". Y para que aparezca la relación óptima de crecimiento económico y desarrollo social es preciso poner en juego la voluntad y el talento de los dirigentes políticos. La economía nunca puede ir delante del carro, es la política la que indica los rumbos a seguir y desde la economía se apoyan dichos propósitos. En el Siglo XVII, el Ministro de Luis XIV, Jean B. Colbert (1619-1683) afirmaba que para tener una buena administración financiera y económica, era preciso tener por encima un excelente plan político de gobierno; lo cual significa que el caballo tiene que estar atado adelante del carro y nunca empujarlo; en este caso no vale el axioma matemático de que "el orden de los factores no altera el producto". Pero pareciera ser que el mundo contemporáneo -a través de la influencia de economistas fundamentalistas y la debilidad relativa de los políticos- invirtió el orden de la relación: la economía dirige al carro y la política lo empuja. Sin la presencia de un Estado que encauce el sentido social del crecimiento, no se podrá abandonar la situación perversa en que en medio del crecimiento los pueblos viven cada vez en peores condiciones materiales y espirituales.

Cuando los pobres son los menos, ganan los partidos políticos moderados y cuando son los más, ocurre lo mismo; pero hay un punto de inflexión a partir del cual los pobres empiezan a escuchar los cantos de sirenas populistas y, entonces, es el momento de la demagogia y su camino fatal a las dictaduras o tiranías. La primera de las citadas fue una relación que devanó los sesos de psicoanalista y politólogo alemán W. Reich (1933) (NOTA: sobre la que hicimos un extenso comentario en Rodriguez Kauth, 2000)- la que hace que los partidos, aún los más revolucionarios, terminan por acomodarse a las reglas del juego capitalista, en un denostable traición al proletariado que lo abastece con su electorado. Por eso, solamente se logrará una auténtica justicia social a través de las acciones revolucionarias. Otra acción será solo poner paliativos a una situación, tal como la propuesta por J. Rawls (1975), quien sostenía que la mejora mayúscula de los que están arriba en la pirámide estratificacional, debía acompañarse de alguna mejoría en los que están por debajo, aunque esto no significase que la mejoría representara un crecimiento proporcional.

Asimismo, en los países ubicados al Sur del globo, la pobreza presenta una correlación positiva con el crecimiento de la deuda externa de aquellos. Tal conclusión no la han obtenido los ideólogos "izquierdistas" en sus febriles afanes por demostrar cuán perverso es el capitalismo, sino que ha sido el fruto de múltiples reuniones de los grandes grupos de acreedores que no pudieron dejar de ver tal relación indisoluble. Los miembros de las grandes corporaciones financieras internacionales están preocupados, no porque les inquiete la pobreza de los "otros" -o a que sientan pruritos morales que los acomplejen- sino a causa de que sus acreencias se han convertido en incobrables. Así lo reconoció el Presidente del Banco Mundial, J. Wolfensohn, en 1999. Es que los economistas y asesores de esas organizaciones transnacionales saben bien que el modelo de la "liberalización" económica no ha dado los frutos esperados -por ellos, nosotros nunca esperamos otra cosa que más de lo mismo, es decir, recesión y ajuste económico para el pueblo trabajador- en los países dependientes. Por el contrario, el propio FMI reconoció -en el desarrollo de una crisis política sufrida en su seno, durante 1999- que las "recetas" y previsiones ofrecidas, en la mayor parte de las ocasiones, fueron un fracaso para sus expectativas y la de los que recibían los préstamos. Quizás, tales fracasos, se deban a que las autoridades de estas instituciones "hicieron la vista gorda" ante los casos de corrupción por el desvío de los dineros prestados, los que se realizaban hacia los intereses particulares de los gobernantes de turno de los países "ayudados". Incluso, se llegó a reconocer públicamente que las autoridades del Fondo tenían conocimiento que muchos de los "préstamos" sirvieron para corromper gobiernos considerados "amigos" durante la Guerra Fría. En América Latina a esto lo sufrió durante las sangrientas dictaduras militares de los años setenta y ochenta, período en el cual el endeudamiento de la región creció de manera gigantesca, aunque sin conocerse aún que con esos dineros se haya producido instalación alguna de obras de infraestructura, o de educación y salubridad, que facilitaran el desarrollo económico y social posterior.

En realidad, éstas organizaciones financieras -que solo sirven para colocar dineros ociosos de los bancos que cubren sus espaldas detrás de una organización internacional- poco se preocuparon por el desarrollo y crecimiento de los lugares -y de los lugareños- adonde facilitaban los dineros confiados a su administración; en puridad, las autoridades de dichas organizaciones estuvieron asociadas con los grupos industriales de los países más ricos -encabezados por EE.UU. y seguidos por Alemania, Francia, Gran Bretaña, Japón, Italia y Canadá- quienes hoy se cobran la deuda de capital e intereses acumulados y la refinanciación de los mismos, aunque esta no se vea descontada ni un céntimo en los balances de las cuentas públicas, merced al cumplimiento de los gobiernos títeres de aceptar de modo aquiescente la propuesta involutiva de adelantar las privatizaciones de las empresas estatales. Tales políticas arribaron a los territorios empobrecidos y se quedaron con las principales y mejores industrias y empresas de servicios, como así también de los establecimientos agrícolaganaderos y mineros sin, obvio es decirlo, en momento alguno abonar el valor nominal de cotización de los bonos de deuda que fijaba el mercado internacional de valores.


La consecuencia inevitable de la descripción sumaria hecha, acerca de las economías paupérrimas y explotadas del Tercer Mundo, es que los inmigrantes que viajan a la centralidad, originarios del Sur, no pueden dejar de sentir desprecio y hasta rabieta; están con bronca contenida con respecto a quienes los reciben en sus territorios, porque saben que están ahí no por su gusto, sino como consecuencia directa de que no pueden vivir en sus lugares de origen, debido a la explotación a que han estado siendo sometidos desde las épocas de la conquista y la colonización de los "hombres blancos". Los mismos hombres que en su momento se disputaron entre sí la conquista de los nuevos territorios -Africa fue un caso paradigmático de tales luchas entre colonizadores- y que en la actualidad los rechazan y desprecian en las metrópolis. Cuando la conquista, los hombres blancos hacían lo imposible -lo posible era cazarlos como animales y alojarlos en la cetina mugrienta de un barco- por llevar en sus navíos a los nativos hacia la Europa continental aunque, eso sí, en la poco cristiana condición de ser misérrimos esclavos. Los que hasta ayer trabajaban como esclavistas, son los que hoy miran y tratan a los inmigrantes con el desprecio propio con que se considera a los invasores, o a la gente "cotizada" como de menor calidad, por llevar éstos consigo el propósito de pretender vivir en sus tierras. Arbesún Rodríguez y Martín Fernández (1995), señalan que una de las causas casi excluyentes de las migraciones al exterior están en la necesidad de buscar nuevos horizontes laborales que permitan vivir con mayor dignidad.

Entonces, cabe preguntarse, ¿de qué viven los inmigrantes del Sur cuando viajan al Norte?; cuándo no han recibido una educación medianamente útil de niños, o de jóvenes, para desenvolverse en lugares altamente desarrollados y de tecnologías sofisticadas; cuándo no sólo están impedidos para el trabajo por su escasa capacitación laboral, sino que encima el mismo les es negado de modo sistemático por ser foráneos -un estigma (Goffman, 1961)- y, en consecuencia "peligrosos", salvo que sean aceptados en condiciones denigrantes para tareas laborales. Pues bien -o, mejor dicho, mal-, solamente pueden vivir de lo que les deja el quehacer delictivo, del robo o asalto callejero o domiciliario, del tráfico de drogas, de la prostitución, etc. Pero hay más en todo este engendro a la hora de encontrar explicaciones más o menos convincentes de lo que sucede. Cuando los inmigrantes roban, trafican con drogas prohibidas, o se prostituyen en lugares públicos o privados, ellos reciben la parte del ratón a la hora del reparto del botín; con la del león se han quedado los proxenetas locales, los que están amparados por la justicia amiga y corrupta; los jefes de los grandes carteles nacionales e internacionales de la droga, que también están amparados por las fuerzas policiales y la justicia (10); los reducidores de objetos robados -personajes tradicionales en el mundo del hampa- que les compran a los ladronzuelos el producto de sus fechorías por monedas y luego los venden -al contado o a crédito- por mayores cantidades de dinero, etc., etc.

Pero estos quehaceres ilegales de los inmigrantes -o de los refugiados políticos- no son los que aumentan las tasas de criminalidad en las concentraciones urbanas europeas, al menos así se infiere del informe publicado por Alloza Aparicio (1999), al decir: "En lo que se refiere a las causas [del aumento de las tasas de los índices delictivos] la pobreza y la exclusión social están sin dudas en la base del problema, así como el desempleo, las drogas, la corrupción política y la incitación al consumo generalizado"; esta última observación puede leerse como aquello que T. Veblen (1899) llamó "el consumo conspicuo" y que se correspondía por finales decimonónicos con los placeres de disfrute de los niveles de las clases adineradas, pero que se vuelve obligatorio para los que menos poseen, para los excluidos, para los marginales, por lo que fue definido por Stouffer (1949) como la "privatización relativa" y que se refiere a la intensidad subjetiva con que cada cual vive el mismo episodio de privación de lo que cree necesitar, porqué así lo convencieron las estrategias publicitarias que aseguran que si no se consume tal producto o marca será un desclasado, o lo que es peor, será más excluido y marginado todavía.

A este nivel del análisis cabe otra pregunta ¿de qué manera responden los Poderes constituidos ante el aumento relativo de los índices de criminalidad callejera?. Aplicando lo que los funcionarios policiales de Nueva York -que fueron paradigmáticos ante el resto de las policías del mundo, aunque en la actualidad se está poniendo en duda su pretendida eficacia- con la acción de lo que allá se conoce como la "Tolerancia Cero" y que en idioma "sudaca" se conoce con el nombre de "gatillo fácil". Es decir, las personas encontradas "in fraganti" en la comisión de un delito cualquiera -por más pequeño que fuera- son de inmediato remitidas al cuartel de policía y consignadas ante los Tribunales. En América Latina, lo más probable es que se los policías disparen primero y luego se pregunten, junto con los fiscales, qué estaban haciendo esos supuestos delincuentes aunque, como lo sospechará el lector, dichas investigaciones terminen archivadas en el cajón de algún funcionario de segundo nivel. Vale aquí anotar, a título anecdótico, el caso de un comisario que una madrugada, en Buenos Aires, mató de un tiro en la nuca a un individuo que estaba en el zaguán de una joyería y cuando fue a recoger lo que quedaba del pobre infeliz, no tuvo más que reconocer que esta ¡estaba orinando!.

Tal "tolerancia cero" habilita a que no sólo el Estado tenga el monopolio de la fuerza sobre las armas, también los ciudadanos de a pie puedan adquirirlas para defenderse de posibles agresores. En la tenencia, contemplación y portación de armas, existe una suerte de placer erótico, casi sensual, si se trata de la portación de pistolas, ya que simbólicamente le permiten a los hombres -no tan hombres, por cierto- tener dos pistolas para poder hacer exhibicionismo de una de ellas, que pareciera que es la que más satisfacciones les produce en sus fantasías sexuales.

La "Tolerancia Cero" es una estrategia de combatir al delito en un solo sector de los tantos en que se evidencia, el de los marginados sociales. La misma no existe para con los grandes traficantes de drogas; ni con los que administran prostitutas de lujo que alquilan sus servicios a ejecutivos de grandes empresas en hoteles de cinco estrellas -como en conferencias de "negocios"- ni tampoco para con los delitos financieros y económicos de los que estafan a mansalva tanto al fisco como a los inversores incautos. Para ellos existe una tolerancia casi total (11). Esto no es casual, los proxenetas, traficantes, etc. son quienes pagan suculentas sumas de dinero mensual a los policías corruptos para que no intervengan en sus maniobras dolosas y, a la vez que son los que se permiten nombrar a los funcionarios judiciales a través de legisladores que han caído en manos de la corrupción. Son los mismos que dictan las leyes, ya que los parlamentos no están poblados de obreros ni de marginados, sino que recoletos espacios están repletos de profesionales de la política que salen del seno de la oligarquía, o que bien le venden sus servicios a ésta (Rodriguez Kauth, 1971).


Creo prudente hacer una reflexión psicosocial sobre la crisis de la "seguridad" -o inseguridad, su par dialéctico necesario- qué, según las estadísticas, está atravesando el mundo. La percepción de la inseguridad, por parte de las clases medias y medias empobrecidas, no es solo un reflejo de su existencia, sino que se ve aumentada en relación a la inseguridad en otros ámbitos sociales. Básicamente la referencia se hace en relación a la inseguridad laboral, a la flexibilización laboral que provoca que cada vez menos personas tengan asegurado su trabajo. Se trata de la inseguridad por el papel y posición social que se desempeña y ocupa dentro de la comunidad de amigos y la sociedad toda. Al sentir la persona que la ejecución de un papel social ya no está garantizado, aumentan los temores no solamente por los posibles fracasos en la siempre dificultosa escalada del asenso social, sino por el retroceso en la escala de "status"; surgen los temores de no transmitir a la descendencia los valores y posesiones simbólicas de la clase media. Aún los graduados con excelentes calificaciones y en prestigiosas universidades, no tienen garantía alguna de conseguir "buenos" empleos que permitan reproducir la vida cómoda de sus padres y que les pagaron los estudios; lo cual conduce al sentimiento de fracaso ante "la ley familiar", que imponía la impronta obligatoria del éxito económico y social en todo aquello que emprendieran.

Tal sensación de "inseguridad social", que brevemente intentara describir, está asociada con otras inseguridades de la época, tales como, a título de ejemplo, la inseguridad sexual. Si bien es cierto el "sexo seguro" nunca fue una garantía absoluta para nadie, sin embargo, en la contemporaneidad se observa que la satisfacción sexual se encuentra bajo el manto de terror que ha extendido la difusión del SIDA. Esto hace que aún para las relaciones más íntimas, en las que es preciso depositar la mayor confianza en el otro, ellas se tiñan de temores al contagio, lo cual no es poca cosa dentro de un cuadro febril de "inseguridad" generalizada. A ésta situación casi dramática, que no solamente aqueja a los adolescentes, sino a la población toda, le facilita la sensación interna de un clima de inseguridad "globalizada".

En tercer lugar -y sin significar orden de prelación alguna- se encuentra la inseguridad que aqueja a la población que se mueve navegando por Internet (12). Ahí también se han propagado los virus informáticos, los que tienen la misma capacidad destructiva del SIDA -aunque en otro nivel de compromiso yoico- lo cual provoca el temor a abrir mensajes de correo electrónico -o de textos añadidos- cuyo remitente sea alguien desconocido o de poca confianza para el receptor. Es decir, un nuevo motivo de tener miedo objetivo a la destrucción de archivos que son de la propiedad exclusiva del navegante, pero que en cualquier momento pueden ser violados por algún maníaco perverso de la cibernética, o por un simple gracioso que quiso gastarle una broma al mundo informatizado.

En cuarto término, es hagamos un breve comentario acerca de las marcas terroríficas que dejaron los tránsitos de los totalitarismos, en cuanto a la falta de seguridad brindada por el Estado, cuando aquel se convierte en terrorista. La experiencia del terrorismo de Estado que se soportó hace más de tres décadas -especialmente en América Latina y el Caribe- ha provocado que la gente sienta pánico a comentar cuestiones políticas y sociales con extraños, aún cuando ya no se viva bajo tales condiciones, pero el síndrome persecutorio ha quedado incólume. Esto está presente en los países del Tercer Mundo, en los cuales el terrorismo ejecutado por las fuerzas de (in) seguridad gubernamentales produjo un sentimiento generalizado de inseguridad ante lo desconocido o extraño. A todo ello es preciso que se le sume la sucesión de episodios terroristas ejecutados por grupúsculos "iluminados", o de fundamentalistas nacionalistas o religiosos, los que llevan a que las personas teman ser sorprendidas como víctimas de un hecho de tal naturaleza y en el cual no tienen arte ni parte (13).

En definitiva, estas percepciones teñidas de subjetividad, aunque no por ello desprovistas de un correlato objetivo, el que es magnificado -muchas veces más de lo que el lector o televidente desprevenido sospeche- por el sensacionalismo de la prensa en todas sus expresiones, como así también por algo tan antiguo como es el rumor, provocan un desplazamiento paranoide del papel de víctima al de victimario, del de perseguido al de perseguidor. ¿Y quién será el objeto que se convierta en perseguido de las persecuciones de los paranoicos?. Muy sencillo, aquello que ofrezca flancos más débiles y que a la vez haya sido criminalizado por las autoridades a través de los medios de prensa, es decir, los marginados, los indocumentados, los inmigrantes, todos los que no tengan recursos suficientes como para defenderse de las agresiones violentas, que no sea con la utilización de otro instrumento violento. Ellos no pueden recurrir a la protección policial ni a los estrados de Justicia no solo porque no tienen dinero para pagar sus tasas ni los servicios de un defensor, sino a causa de que -ya lo saben- jamas serán atendidos en sus reclamos: por principio ya son sospechosos de algo, están estigmatizados por el imaginario colectivo, del cual no son extraños los funcionarios policiales y judiciales. Más, la violencia contra aquellas minorías, que han dejado de ser minorías dado que hay más individuos y colectivos que engrosan sus filas, no necesariamente ha de ser violenta en el sentido de la agresión física. En general lo es a través de una mayor exclusión social, lo cual desencadena un efecto retroalimentado en los pacientes de las persecuciones y las mismas no tienen otra forma que expresarse que con "violencia violenta", es decir, agresiones físicas contra los opresores y perseguidores de turno que, en general, no son sus enemigos reales, sólo son encubiertos, ya que actúan la violencia del sistema capitalista que es el verdadero y único actor de la exclusión y marginación social (Dollard, 1939; Miller, 1941).

A muchos de los inmigrantes no les queda más, para subsistir, que dedicarse al delito, como por ejemplo, el tráfico de drogas, en dónde cumplen el papel de simples operarios de aquello que en la jerga de los traficantes son camellos o, en otros casos, a la delincuencia común, como el hurto o robo, que a veces lo cometen a mano armada, con lo cual las penas son mayores. En cuanto uno de ellos es detenido, la prensa recoge inmediatamente su condición de extranjero, lo que hace que la sociedad extienda la comisión de un delito individual al colectivo de inmigrantes a los cuales pertenece el detenido e, incluso, a todos los inmigrantes sin consideración alguna acerca de que no pertenece al grupo cultural del presunto ofensor. Este es un fenómeno que se produce en todos los países del mundo pero, en Europa, se ha reaccionado en contra de este proceder y, al respecto, ya se han manifestado organizaciones antirracistas. En España, en concreto, existe una que es presidida por el diputado gitano Ramírez Heredia y, en Francia, la organización SOS Racisme; ambas organizaciones llevan campañas de esclarecimiento. Pero aquellas actividades ilícitas de algunos inmigrantes desocupados, se calcula que el 25% de los jóvenes africanos que residen en Europa están en esa condición, provocaron un extendido rechazo social entre los vecinos de los barrios afectados, lo cual ha sido aprovechado políticamente por la extrema derecha en su propaganda xenófoba.

El insolidarismo contemporáneo que se materializa -entre otras manifestaciones- por el rechazo explícito a expresiones "raciales" diferentes tiene otro punto de manifestarse en el resurgir de los nacionalismos chauvinistas. A ello se une el distanciamiento de las esferas de decisión -las estatales- debido a la complejidad que han adquirido los aparatos burocráticos, que usan para argüir que "ése no es problema a solucionar por ellos". Las personas se encuentran sin un rumbo preciso, lo cual los conduce a agruparse alrededor de los círculos que giran en la inmediatez física, ahí encuentran el apoyo psicológico, social y moral, con aquellos con los que se identifica al compartir orígenes e intereses comunes.

El proceso de desideologización generalizado, después de la crisis de los países del Este, que formaban un bloque solidario común, ha traído consigo una especie de crisis axiológica, la que provoca que tanto los individuos como los colectivos, recurran a retornar férreamente a los principios culturales de su tradición; de ahí el retorno a las prácticas religiosas y a las nacionalistas, que históricamente han venido unidas de consuno (Dupret, 1996).

En el Este europeo renacen los sentimientos nacionalistas, los cuales han desembocado en el despertar de odios atávicos entre pueblos vecinos -e, incluso, en pueblos que habitan un mismo espacio geográfico común- una vez desaparecida la homogeneización impuesta con mano de hierro por el comunismo. En tanto que en Occidente, se ha despertado la ilusión en algunas comunidades de, amparándose en la posesión de una misma lengua o en un remoto pasado independiente, pretender formar su propio Estado. En ambos casos, grupos nacionalistas, no exentos de cierta carga xenófoba, se han levantado como verdaderos paladines de la "causa nacional", lo que desata el miedo a los extraños y las reacciones xenofóbicas hacia ellos.

Tanto unos como otros sacaron del arcón de los recuerdos antiguos litigios por cuestiones territoriales; ha renacido el rechazo por las expresiones culturales "extrañas", los odios fundados en cuestiones religiosas, en fin, los problemas de una identidad nacional no consolidada, etc. Vale decir, una inmensa bola de nieve que puede arrastrar en su alud a todo el continente europeo. La violencia se inició con mayor virulencia, en la última década, en la ex Yugoslavia (Rodriguez Kautn, 1995) y en algunas ex repúblicas soviéticas, a partir de encarnizadas guerras civiles. Varias de aquellas ex URSS, entre las que se cuentan Rusia, Ucrania y Bielorrusia, proveen armas en la Guerra del Cuerno de Africa; ya lo hacen a Eritrea como a Etiopía aduciendo -en el caso de los rusos y según expresiones de su Ministro de Comercio- que el problema moral ¡no es de quien hace la venta, sino de quienes les compran!.

Asimismo, frente a estos resurgires nefastos, se pone de moda la desconfianza de la ciudadanía en la dirigencia política de las partidocracias democráticas. En América Latina el desencanto con todo lo que tenga que ver con la política es producto de que la gente, el ciudadano común y corriente, observa que los partidos tradicionales son incapaces de solucionar sus problemas cotidianos, ya se trate de la desocupación -quizás lo que más angustia al ciudadano en estos momentos-; la recesión económica que juega como causa y efecto de lo anterior; la atribución de efectos perversos a la inmigración de ciudadanos vecinos o de otras regiones del propio país, cual es la inseguridad ciudadana y rural; la atención de los servicios públicos que están privatizados pero que funcionan peor que antes, cuando eran estatales y al menos servían como fuente laboral; los sucesivos aumentos de los impuestos, so pretexto de reiterar ajustes económicos y fiscales para cerrar las cuentas públicas y el déficit fiscal de los Estados; la permanente situación de corrupción que recorre a políticos, jueces y policías que realizan malversación de fondos en sus propios beneficios; etc.

Aunque parezca extraño y hasta ridículo, las mismas quejas se oyen en Europa en contra de la partidocracia tradicional, sean éstas conservadoras, liberales o socialdemócratas. Es verdad, también allá se cuecen habas, como son los reiterados escándalos financieros que involucran a buena parte de su dirigencia política. De lo que se desprende que tanto a uno como a otro lado del Atlántico el electorado adhiera a novedosos movimientos políticos que prometen aplicar la terrorífica "mano dura" para con los delincuentes comunes y, también, para con los delincuentes políticos. El caso Chávez, en Venezuela, puede ser paradigmático al respecto, ya que él llegó al Poder para terminar con un reparto del mismo entre dos agrupaciones que duró cuatro décadas y que en las sucesiones no eran otra cosa que "más de lo mismo", es decir, más y más corrupción en la cúpula y más y más pobreza entre la gente de a pie. La propuesta de estos mesías arribistas de la política es muy simple: poner orden en el desorden y terminar de una vez para siempre con la perversa corrupción que aqueja a la mayor parte de las sociedades contemporáneas, estén ubicada geográficamente en el Norte o en el Sur, en el Este como en el Oeste.

Esta ha de ser la única forma de combatir seriamente al racismo instalado, no con medidas punitivas hacia los extranjeros, como las leyes de extranjería que se están poniendo a la moda en Europa ni con la represión violenta. solamente con políticas activas de los Estados que protejan los intereses de todos sus habitantes, nativos como extranjeros, y no los intereses espurios del capital apátrida.


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NOTAS

(*) Profesor de Psicología Social y Director del Proyecto de Investigación "Psicología Política", en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina.
(1) El aristócrata y amante de las bellas artes que, siendo delegado de Hitler durante la ocupación de Viena, se encargó de deportar a no menos de sesenta mil judíos vieneses hacia los mortales campos de exterminio del Este. Mientras tanto, él entretenía su tiempo escuchando música clásica en la Opera de Viena.
(2) Este no era el único propósito que animaba a Von Schirach, lo que básicamente lo alentaba era mostrarle al Führer -a su líder- la capacidad que tenía de organizar movilizaciones juveniles para, a su vez, ser premiado con galones y pompas por el supremo dictador.
(3) Que preciso es decirlo, en cada elección parlamentaria que se ha sucedido en el último lustro han estado perdiendo adeptos.
(4) Que algunos definen rápida y alegremente como "neoliberalismo".
(5) Para usar ideas en la lucha intelectual, es preciso que el adversario también las tenga y esto no es lo que sucede con los xenófobos, quiénes se mueven al compás de la irracionalidad emocional, antes que por el compás que marca la razón.
(6) No con subsidios encubiertos y la vez mal pagados, por no realizarse una tarea económicamente útil y que produzca alguna satisfacción, además que la económica, en el trabajador.
(7) Al cual el Papa Juan Pablo II calificó de "salvaje", como si fuese concebible la existencia de alguna forma de capitalismo no salvaje, o con características de "civilizada".
(8) Valga pensar, por unos segundos, nada más, en el juego polisémico a que se presta el nombre de la ciudad alemana dónde se discutió tan espinoso tema, que precisamente afecta a las colonias.
(9) Cada día se incorporan 2000 personas en la categoría de pobres.
(10) Escrita con minúscula, ya que con mayúscula le queda grande.
(11) Alguna vez encarcelan a alguno para demostrar que la policía y la justicia, sobre todo, es "justa".
(12) Que la mayor parte lo hacen como en el Mar de los Sargazos, no pueden encontrar el puerto de destino ni de partida.
(13) El ejemplo más cercano se lo encuentra en los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.


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