NOMADAS.4 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN 1578-6730

UNA LOGICA DE LA SEPARACION
 (Para discutir con Negri)
[Juan Pedro García del Campo]

1. DOMINIO Y SABOTAJE COMO DIAGNÓSTICO Y COMO PROGRAMA
2. LOS PARÉNTESIS DE DOMINIO Y SABOTAJE
3. INDEPENDENCIA SOÑADA O INDEPENDENCIA SUPUESTA

 Todos los textos tienen fecha de composición. También Dominio y Sabotaje la tiene. Para nosotros, que queremos permanecer en la tradición materialista del pensamiento (que nos situamos al margen de las mistificaciones y de las pretendidas “evidencias” del tiempo que corre), decir que se trata de un texto “fechado” y que es, por tanto, deudor de esa fecha, no puede significar ningún tipo de renuncia a su actualidad. Pero tampoco una fecha puede convertirse en el fetiche por cuya fuerza se anule la comprensión y la reflexión crítica. Decir que un texto tiene fecha de composición es tanto como afirmar que sólo puede ser entendido (sus objetivos y sus puntos de partida, sus aperturas y sus bloqueos, sus aciertos y sus fallos, sus determinaciones coyunturales y las virtualidades conceptuales que derivan de su arquitectura) desde la consideración del tiempo en el que surge la necesidad de su escritura; también desde la delimitación del lugar teórico y político desde el que la palabra se lanza, porque, además de “fechados”, los textos son también textos “situados”: se despliegan a partir de una toma de postura y desde ella operan eligiendo el enemigo, delimitando el campo de batalla, estableciendo disposiciones (sintácticas y semánticas) para asegurar posiciones, lanzar andanadas, conquistar finalmente la plaza enemiga.

 Dominio y Sabotaje se sitúa (en lo temporal y en lo político) en una de las encrucijadas (una de las últimas que hemos podido vivir) de la lucha de clases: la que corresponde al momento culminante del enfrentamiento a las condiciones de la explotación en la fase del compromiso fordista y, por eso mismo, a un período incierto, de prospectiva y crisis, para las dinámicas de reordenación del precario equilibrio funcional de la mediación capitalista; Italia, 1978. Apenas unos meses después, en lo social y en lo político, el universo cambió de rostro, arrojando, al parecer, a la sima del olvido, la más grande experiencia de contra-poder que socavó los cimientos del Orden en la Europa post-fascista.
 

1. Dominio y Sabotaje como diagnóstico y como programa

 En la década de los años 70 y hasta su ruptura brutal por la actuación combinada de las instancias del Orden, se desarrolla en Italia uno de los más fastuosos episodios de contrapoder obrero del último medio siglo. En realidad, en esa década Italia es sólo uno de los muchos lugares en los que, en Europa y en todo el planeta, la potencia constituyente de las fuerzas antisistémicas está poniendo en cuestión la existencia misma de la relación capitalista; sin embargo, el grado de maduración que allí alcanza la revuelta y la intensidad del proyecto alternativo que la cataliza, permiten tomar esa experiencia como caso-modelo de estudio en el laboratorio de la teoría y en el taller de la práctica. El “caso italiano” es, así, el nombre privilegiado de una experiencia sin parangón que, por su singularidad, tiene que convertirse en uno de los campos fundamentales de investigación sobre el que proyectar las dinámicas del enfrentamiento y desde cuyo recuerdo prever los movimientos esperables de respuesta.

 La estrategia del compromiso fordista había articulado las líneas básicas del funcionamiento (económico, social, sindical, político) del Estado italiano desde el momento mismo en que la nueva constitución puso fin al episodio de enfrentamiento que culminase tras la segunda guerra mundial, en un acuerdo por cuya virtud los “agentes” sociales y políticos, los instrumentos de la mediación, trabajaban sobre el supuesto de la bondad del desarrollo y del incremento de la potencia productiva: estrategia aceptable para el capital, porque el precio de una ligera redistribución de la riqueza eliminaba la conflictividad y garantizaba una estabilidad necesaria para el beneficio privado; estrategia igualmente aceptable para las fuerzas tradicionales del movimiento obrero (sindicatos y partidos) porque su participación en la gestión, además de mantener unas altas cuotas de aceptación electoral, presentaba como cercano el momento en que, ganadas unas elecciones, la “conquista” de los aparatos del Estado abriría el período socialista: de la co-gestión a la hegemonía y de ella al socialismo; tal era la perspectiva. El Estado-plan, su mantenimiento y su fortalecimiento, eran entonces el objetivo común de cuantos, en una tradición inconfesadamente socialdemócrata, jugaban a la moderación de los conflictos y a la recomposición de los enfrentamientos, con vistas al mantenimiento de un Orden institucional y social que, cada uno desde un punto de vista, consideraban irrenunciable peldaño de una escalera que llevaría a objetivos “más altos”; transición necesaria; periodización de la Historia; juego ineludible de la más alta dialéctica.

 Ya en la década anterior, y en todo el planeta -no hará falta recordarlo-, el movimiento real del viejo topo de la historia había hecho añicos semejante apuesta de Orden formulada por las viejas instituciones de la clase obrera, que se vieron ampliamente desbordadas por la capacidad de auto-organización (a sus espaldas) de un nuevo proletariado cada vez más amplio (en virtud de la extensión social de la salarización) y cada vez más antisistémico, más “des-obediente”. Si el 68 fue un momento culminante de esta (nueva) ruptura del proletariado con los que pretendían ser (en y desde la mediación) sus dirigentes, la década de los setenta significó en buena medida la conciencia clara de esa ruptura, su teorización y la formulación de una (de varias) alternativas programáticas. En Italia, además, este proceso se desarrolla en un horizonte de conflictividad social y política creciente: el Estado-plan se había convertido paulatinamente en un Estado-crisis, en un Estado incapaz, por la fuerza de los movimientos que se le opusieron, de garantizar la recomposición de los conflictos hacia una entente cordial que permitiese, con el entendimiento, el desarrollo y el beneficio: en los setenta, el grado de conflictividad social y política anti-sistémica puede equipararse, por su omnipresencia fundante y por la clarividencia de las intervenciones teóricas que origina (de Foucault a Negri, de Guattari a Vaneigem), con el de los momentos cruciales de los 20 y los 30. Hasta tal punto se trata de una conflictividad imposible de re-integrar que el capital percibe con claridad el cierre de un ciclo, pero aún no termina de decidirse sobre la adecuada política que reemplace al compromiso fordista (en América latina está precisamente ensayando por entonces las virtualidades de una ofensiva salvaje que, tras su triunfo -la eliminación física y/o simbólica de los disidentes permite dar a las calles un nuevo y “ordenado” aspecto de concordia- será finalmente estandarizada como receta neo-liberal). Con todo, las viejas instituciones comunistas, apegadas ciegamente a la estrategia de la transición necesaria o involucradas conscientemente en el empeño por cercenar cualquier revolución de la que no fueran vanguardia, se lanzan a un último envite que lleva al PCI a ofrecer a la derecha democristiana un “compromiso histórico” para la cogestión explícita de los aparatos del Estado y a su secretario general Enrico Berlinguer a hablar (como al español Santiago Carrillo) de lo que, como correlato de la tesis de la “autonomía de lo político” viene a llamar “eurocomunismo”: dar carta de naturaleza “teórica” a la práctica de la mediación y el consenso practicada durante las últimas décadas.

 Es en este contexto histórico y en la posición del movimiento obrero no-pactista donde hay que entender la redacción de Dominio y Sabotaje. No se trata, como algunos han querido entender, de un simple llamamiento al sabotaje y a la acción directa: es mucho más que eso. Se trata, frente al lenguaje y la propaganda del PCI, de ofrecer un diagnóstico de situación que, precisamente, muestra la absoluta inutilidad (cuando no otra cosa) de las propuestas programáticas de la reconciliación y del consenso. Se trata también, frente a la actuación “como-vanguardia-militar” de ciertos sectores del movimiento empeñados en una batalla que sólo puede tener efectos de desestabilización política, de reivindicar la unidad del movimiento mismo como proyecto de recomposición global de la convivencia, como experiencia que, sin olvidar la necesaria imposición de su realidad irreductible, pretende la destrucción completa del sistema capitalista y la apertura de una nueva y diferente, autónoma y libre, inventiva, forma de socialidad: se trata, en fin, de generar una propuesta programática que permita la construcción, sin dilaciones -“¡empecemos!”, repite Negri en las últimas páginas del texto-, de la propia liberación, de la “autovalorización” proletaria.

 Dominio y Sabotaje es, en este sentido, un texto de diagnóstico y un texto programático; un “manifiesto” por la autovalorización (posible) de la clase obrera.

 A este respecto, Negri parte de la constatación de las transformaciones que se han producido en la lógica del mando como consecuencia de los distintos estadios del despliegue de la relación capital a partir de la crisis de los años 30, recogiendo buena parte de los análisis realizados desde los más variados ámbitos de la “autonomía” y distinguiendo tres “épocas” diferentes (la keynesiana, la del estado-crisis y la del tránsito al obrero “social”) en cuyo transcurrir, como consecuencia de la resistencia a la explotación protagonizada por la clase obrera -como consecuencia de la lucha de clases-, el ejercicio del poder habría ido variando la estrategia y el contenido mismo de su actuación: de la adecuación más o menos “planificada” del ritmo de la producción al de una demanda incentivada políticamente hacia el consumo masivo como instrumento para garantizar el beneficio de los capitalistas y obviar el fantasma de la crisis, al intento de -cuando ese “control” de los equilibrios deja de ser posible- disgregación de la conflictividad por la disgregación de la continuidad de la reproducción social antes planificada como horizonte: cuando no es posible mantener bajo control el deseo obrero (que ya no se atiene a la demanda sujeta a las condiciones de la planificación), la única posibilidad de mantener el funcionamiento del sistema es aceptar la crisis de la planificación social del beneficio.

 Con el estado-crisis y con su progresiva caracterización defensiva, sostiene Negri, lo que pasa a primer término es la necesidad de mantener el mando pese a que ello ponga en peligro el enriquecimiento capitalista normalizado: mantener la posibilidad de la reproducción misma del sistema al precio de una renuncia a la ampliación del beneficio. Esta “crisis de la ley del valor”, esta obligada “renuncia” del capital a la “prioridad” de la plusvalía, no sólo constituye el verdadero origen de la crisis económica de los años setenta sino que permite entender hasta qué punto el dominio capitalista se manifiesta, de manera tendencialmente exclusiva, como mando.

 En Dominio y Sabotaje (capítulo III), por eso, Negri caracteriza la última etapa del capitalismo como “la pura forma del dominio”, como una fase en la que el control de las dinámicas sociales se mantiene sólo como mando, en la más absoluta indiferencia de sus contenidos, y en la que el vacío (un vacío lleno de barbarie y sufrimiento) es la única determinación de la reestructuración capitalista: técnica del poder al margen de la racionalidad interna de los ciclos productivos y económicos.

 Precisamente desde esta perspectiva adquiere sentido la inicial apuesta del texto por la conjunción estratégica y táctica de dos opciones aparentemente contrapuestas como son la de la desestabilización del régimen y la de la desestructuración del sistema: para el capital, ambas cosas van -ahora-, dice Negri, unidas.

 El “sabotaje” entonces es entendido como la actuación “política” que se enfrenta al orden “político” del mando: como afirmación de la separación y como apuesta por la autovalorización que, al mismo tiempo, pone el poder al margen -lo desestabiliza y lo desestructura-, se reapropia de la riqueza acumulada en el proceso de valorización del capital y genera una nueva socialidad en el enfrentamiento: el rechazo del trabajo como “programa”, como “estrategia” y como “práctica”, no sólo en tanto que es exaltación del valor de uso del trabajo contra la sumisión capitalista (por cuanto afirma la unidad del trabajo social, destruye los mecanismos de la renta, impone el reconocimiento de la centralidad del producto social e impone una reducción drástica de los horarios de trabajo) sino porque además de ser una buena “medida” del enfrentamiento es también la “medida” de la propia autovalorización obrera: de la libertad conquistada. El rechazo del trabajo no sólo ataca el salario sino que, combinado con la exigencia de extensión del gasto social, supone una verdadera e inmediata reapropiación del plusvalor históricamente acumulado: pone, de hecho, el funcionamiento de lo social al margen de las dinámicas que garantizan la valorización del capital.

 Contra el mando capitalista, así, la opción que se despliega en Dominio y Sabotaje parte de la consideración de las modificaciones que, al ritmo de la lucha de clases, se han producido en el propio funcionamiento de los mecanismos de la explotación y el dominio para, desde ese análisis, proponer una práctica de la separación que construya la socialidad nueva situándose fuera de la socialización para la garantía del beneficio. Al hacerlo, se presenta inmediatamente como un texto que afirma la virtualidad política de la separación y que lo hace desde una crítica de las prácticas y de las estrategias que durante muchas décadas fueron las propias del movimiento obrero y de los partidos comunistas institucionalizados; también desde una apuesta por la renovación de la perspectiva teórica.
 

2. Los paréntesis de Dominio y Sabotaje

 Hay, efectivamente, incluso en la propia disposición formal del texto de Dominio y Sabotaje, un intento de conjugar las opciones explicativas y las apuestas programáticas con un posicionamiento teórico que permita obviar los diversos “impasses” en los que la perspectiva tradicional del marxismo “institucinal” bloquea la comprensión del ciclo de la reestructuración y el enfrentamiento: así, a cada nueva profundización analítica le precede la redacción de un “paréntesis” que permite fijar la posición teórica (o teórico-política, porque no hay teoría que no responda a una preocupación política y que no se incruste en la problemática política del nuevo tiempo en que se forja) desde la que la cuestión se aborda.

 Así, antes de entrar en la crítica del reformismo “eurocomunista” (vale decir, del comunismo que piensa el obrero fabril como sujeto revolucionario y su lucha salarial como camino para la reducción del plusvalor apropiado en la explotación), un “paréntesis” sobre el salario permite a Negri mostrar que éste no es ya una variable independiente, por cuanto, al no ser la ley del valor, sino la del mando y su jerarquía, la fuente del poder, está subordinado a la dinámica general de la apuesta por el dominio, le permite también insistir en que el centro de la lucha obrera tiene que abandonar su circunscripción a las instancias fabriles y a las determinaciones sindicales, incribiéndose en el marco del reconocimiento de la figura general del salario como coste de la reproducción de un proletariado que es eminentemente “social”; dicho de otro modo, que en la nueva fase abierta del enfrentamiento de clases, la lucha por el salario debe subordinarse a la lucha general por la autovalirización, y que el “partido de Mirafiori”, el obrero fabril, debe insertarse como un elemento más en la composición social del nuevo proletariado.

 Así, antes de abordar la exposición de la centralidad programática del rechazo del trabajo, un “paréntesis” sobre las fuerzas productivas le permite romper con la vieja tradición (ligada por igual al más rancio mecanicismo y a la más inútil dialéctica) que cifraba en su desarrollo una posible incompatibilidad con las relaciones de producción en cuya virtud el estallido revolucionario estaría “cantado” como posibilidad inmediata. Dada la modificación del modo de producción, y teniendo en cuenta que con la automatización el capital está en condiciones de manipular los mecanismos de la renta diferencial en los que se sustenta ahora el mantenimiento del mando, la principal fuerza productiva es ahora la propia dinámica de la autovalorización obrera: toda la fuerza productiva está hoy, dice Negri, en las manos y en la mente del trabajo vivo.

 Así también, antes de enfrentarse a la cuestión de la posibilidad de encontrarse ante una crisis definitiva del sistema de dominio capitalista para, precisamente, insistir en que eso sólo dependerá del grado en que la subjetividad obrera haya hecho suya la separación respecto del capital y haya optado por la dinámica de lo que podríamos llamar una autovalorización “constituyente”, un “paréntesis”, fundamental, sobre el partido, le permite a un tiempo, mostrar la inutilidad y la perversidad intrínseca de la dinámica de las vanguardias mediadoras y reivindicar la necesidad y la urgencia de la organización: una organización de los comunistas para hacer posible la autovalorización que, al tiempo, se afirme en la conciencia de su transitoriedad y en el rechazo de cualquier carácter “dirigente”.

 En referencia a esta última cuestión, hay que señalar un importante matiz para una más clara comprensión de la manera en que se articula el texto: mientras que el último “paréntesis” (sobre el partido, la organización y las formas de la actuación revolucionaria), es presentado como una apuesta política inmediata contra el dirigismo y la mediación, de manera que la reflexión parte directamente de la constatación del rechazo de las mediaciones por parte de los movimientos de la revuelta, los otros dos (sobre el salario y sobre las fuerzas productivas) dependen directa y explícitamente de otro paréntesis inicial “de método” que, junto con una también explícita referencia al “hoy” de la situación analizada, supone la principal apuesta teórica de Negri en el momento de la redacción de Dominio y Sabotaje. De este modo, el capítulo segundo del libro, el “primer paréntesis” (de método), se convierte en la pieza sobre la que se levanta todo su edificio, que da sentido a sus apuestas explicativas y programáticas y que sitúa el horizonte teórico desde el que se proyecta la mirada.

 El punto de vista que articula la obra de Negri (ese es el “método” que el primer paréntesis tematiza) es el de la independencia del proceso de autovalorización proletaria. Y no sólo en Dominio y Sabotaje: toda la producción posterior de Negri se organiza, de uno u otro modo, a partir de los supuestos básicos que en este “paréntesis” se presentan.

 La “autovalorización” proletaria es, por decirlo de ese modo, la forma que asume el (contra)poder obrero, el conjunto de prácticas y formas de lucha, de  instancias de resistencia, de materializaciones de su potencia de cambio, que el proletariado es capaz de levantar contra el poder del capital entendido como régimen y como sistema. La autovalorización proletaria es la actuación colectiva (y sus resultados) que anula la dependencia y la explotación y que, además, pro-yecta la posibilidad de una articulación de la socialidad que se sitúe al margen del mando.

 Negri es consciente de que al introducir el punto de vista de la independencia está haciendo saltar por los aires en buena medida el modo habitual de entender las cosas por parte del movimiento obrero: si éste venía considerando a los capitalistas como los auténticos sujetos del curso de la historia (los que ejercen el poder -mientras el proletariado simplemente lo padece- y los que obtienen el plusvalor -mientras el proletariado es explotado o, a lo sumo, resiste a la explotación-), la nueva perspectiva insiste en el carácter también activo del proletariado, y en él cifra su capacidad de anticipación, de enfrentamiento y de revuelta. Para Negri, en Dominio y Sabotaje, el papel que el proletariado desempeña en la lucha de clases no es el de la resistencia sino, antes bien, el de la fuerza productiva que la burguesía se ve obligada a dominar para afirmar su poder y obtener su beneficio.

 Sucede que la propia perspectiva adoptada, de manera paradójica, hace que la opción de la independencia de clase (ya en este texto pero más claramente en otros posteriores) deriva en unas consecuencias cuya virtualidad teórica y práctica no está tan clara. En un primer término, tanto frente al insurreccionalismo como frente al oportunismo de la “utopía pacífica”, Negri plantea la necesidad de construir la independencia de la clase obrera como proyecto de autovalorización, es decir, de buscar en la independencia frente a la explotación y el mando la clave desde la que entender el objetivo práctico del movimiento; si el proletariado es una fuerza creadora y activa (no sólo de mercancías sino, fundamentalmente, de socialidad y vida, de relaciones sociales), la opción revolucionaria tiene que insistir en la necesidad de una apuesta por la construcción de redes de cooperación que anulen el mando capitalista haciendo inviable el mantenimiento del orden del dominio: lucha eficaz por la independencia proletaria, lucha por la autonomía (independencia proletaria = autonomía = comunismo); sin embargo, desde el momento mismo en que  nos adentramos en el primer paréntesis de Dominio y Sabotaje, lo que era proyecto o afirmación de un deseo empieza a entenderse como una tesis sobre la realidad, lo que era exigencia se convierte en determinación “ontológica” (en el peor de los sentidos). Asumir el punto de vista de la independencia del proceso de autovalorización proletaria, nada más abrir el paréntesis, deja de significar “pretendemos construir la independencia y la autonomía respecto del capital y del mando” para pasar a entenderse como “el proceso de autovalorización obrera es radicalmente distinto del proceso de producción y reproducción capitalista”. En otros lugares y en otros autores la cuestión recibirá una nueva vuelta de tuerca según la cual la clase trabajadora “se mueve y desarrolla con su propia lógica separada”.
 

3. Independencia soñada o independencia supuesta

 La lógica de la separación es, entonces, el elemento que permite la recomposición teórica y estratégica que Negri despliega en Dominio y Sabotaje de forma programática; esa lógica de la separación es, pues, un artefacto desde el que es posible pensar en términos de autovalorización, esto es, en términos de no-compromiso con el orden capitalista: una lógica desde la que pensar una práctica que conduzca a la independencia de clase y la autonomía, desde la que levantar un proyecto (constituyente) frente al poder y frente a la resignación o el consentimiento, frente a la mediación que imponen las viejas instituciones del proletariado fabril y de la balanza geo-estratégica.

 Sin embargo, los “saltos” que en el paréntesis de método son pensados como instrumento necesario de la nueva categorización de la alternativa, inmediatamente, en la propia obra de Negri (y de algunos otros autores del ámbito -hablemos en sentido “amplio”- de la “autonomía”) acaban transformándose en determinaciones ontológicas supuestas, inducen derivaciones del pensamiento que, en mi opinión, de ningún modo pueden ser aceptadas sin crítica.

 El “salto” de método que explícitamente fundamenta la apuesta teórica que Negri realiza es un  peligroso salto mortal que no se da sin consecuencias; supone una redefinición completa del proyecto de la “autonomía”, de su concepto mismo: de entender la autonomía como anhelo de liberación (respecto del capital y respecto de cualquier tipo de mediación jacobina de las vanguardias) a entenderla como afirmación fáctica del carácter fundante del proletariado; el proletariado (social, ciertamente, pero proletariado) como sujeto de la historia, como entidad primordial, como la nueva “natura naturans” frente a la que el capital es puro momento reactivo, simple parásito del que habría que librarse.

 Se de muchos compañeros para los que esta afirmación es la nueva verdad transhistórica que sustituye las viejas seguridades y que permite, en su lugar, empezar de nuevo: sin la que no serían capaces de pensar a actualidad –la posibilidad incluso- del comunismo. Para mi, es simplemente la puerta de entrada al más grave error analítico y político que podría cometerse: porque se, con Althusser, que la historia es un proceso que no tiene sujeto alguno (como tampoco tiene fines) y porque se, con el Marx del Manifiesto, que el “motor de la historia” (pero no su “sujeto”) es la lucha de clases: ni el mando capitalista ni el proletariado sino la lucha que los enfrenta a propósito de la articulación de las relaciones sociales (que unos quieren fundar en su posición preeminente en tanto poseedores de los medios de producción y que otros pretenden fundar en la no-subordinación, en la cooperación, en la democracia: en la inmanencia de una potencia constituyente no mediada por imposición alguna).

 No quiero ahora discutir las determinaciones que después de Dominio y Sabotaje adopta la intervención teórica y política de Negri. No voy ahora a plantear objeciones a categorías como las de obrero social, General Intellect, trabajo inmaterial o bio-poder. No pretendo negar, en ningún caso, la validez de sus análisis sobre la diversa composición del proletariado, sobre la pérdida de centralidad del obrero fabril, sobre la necesaria puesta al margen del papel de las vanguardias, sobre el no-trabajo o sobre el comunismo como posibilidad (de) presente. Pretendo simplemente (¡simplemente!) señalar que el nudo del que Negri arranca explícitamente para fundamentarlos, en primer lugar es erroneo y en segundo término innecesario:

 Es innecesario porque para producir una ruptura teórica con la vieja ortodoxia –y eso es lo que en último término hace Negri en Dominio y Sabotaje- del suficiente calado como para abrir la posibilidad de una nueva práctica política, es imprescindible (y basta con) mostrar la profunda esclerosis y la barbarie de pensamiento que supone mantener sus fórmulas y sus recetas, recuperando (y Althusser vuelve a hacerse fundamental para ello) el verdadero sentido materialista –“no contarse cuentos”- del pensamiento marxista: el comunismo como sociedad libre construida por seres humanos libres, como proyecto que no tiene que ser pensado en la perspectiva de una ontologización de la dialéctica de las vanguardias y los plazos. El resto va de suyo.

 Es erroneo, simplemente, porque la tesis en la que se asienta es falsa: en primer lugar porque el proletariado no es “autónomo” (no es cierto que su actuación en lo social esté determinada por una lógica propia, por la lógica de la autovalorización: otra cosa distinta es que pretenda construir su socialización al margen de la valorización capitalista. A este respecto es fundamental la lectura de la distancia que separa, pese a la escritura conjunta, la posición de Negri y la de Guattari); en segundo término porque el capital no es pura fagotización de la productividad obrera: si algo es constituyente de realidad (de realidad monstruosa, pero realidad: el mundo en el que vivimos) es el capital mismo; los tres tomos de la más grande obra de Marx están escritos, precisamente, para demostrarlo (y logran hacerlo).

 La lógica de la separación, la que se ha manifestado en las luchas obreras durante siglo y medio como anhelo de ruptura de los marcos de la (re)producción capitalista, como anhelo de comunismo, no necesita ser pensada como un necesario momento del devenir dialéctico (y parece que es eso lo que Negri hace cuando convierte el paréntesis de método en determinación ontológica), ¿qué problema (teórico o político) encuentra Negri en mantener el comunismo (el comunismo del aquí y ahora, el comunismo de la afirmación presente) en el terreno de los objetivos?

 El proletariado no es expresión del comunismo, no es comunidad libre (autónoma, autonormada) fagotizada por la avidez capitalista. Es, como el capital mismo, resultado de la articulación social capitalista con la que –como con el capital mismo- hay que acabar cuanto antes.

 En mi opinión, la cuestión que planteo es muy importante. Y lo es porque, si se toma en consideración, tiene muy importantes consecuencias. Señalaré sólo dos de ellas: por un lado, hay que tener cuidado cuando se afirma, sin más explicaciones, que la dominación capitalista hoy es una dominación política; en segundo término, hay que tener cuidado cuando, sin más explicaciones, se dice que hoy el obrero social es el sujeto revolucionario por el que circula el flujo del General Intellect que modula afectos e inmaterializa los ciclos (re)productivos. Hay que tener cuidado porque cualquier estúpido podría pensar que al comunismo sólo le falta (y digo “sólo” con todas las comillas que sean pertinentes) la materialización política..., algo así como tomar el poder o ganar unas elecciones: que el mundo “ya está” (y ojo: esta expresión aparece como tal en muchos textos de Negri) cambiado y que sólo hay que cambiar el gobierno. La tesis de la autonomía de lo político no deja de causar estragos..., incluso entre quienes la critican explícitamente.

 La lógica de la separación, la orientación de toda acción y de toda hipótesis al horizonte de la liberación (llamémosla así: a la autovalorización posible) es una exigencia para cualquier opción política que no quiera hundirse en la resignación o la complicidad. La lógica de la separación, sin embargo, no tiene porqué ser pensada como determinación ontológica.

 Los textos que parten de la ontologización de la separación (dicho de otro modo, de la desfundación del carácter explicativo de la lucha de clases como motor de la historia) se han convertido hasta tal punto en fenómeno editorial, han sido tratados con tal amplitud como mercancía de consumo por los medios de comunicación de masas, que, aunque sea sólo como profilaxis, alguna vez habrá que preguntarse los motivos.


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