NÓMADAS - REVISTA CRÍTICA
DE CIENCIAS SOCIALES Y JURÍDICAS 13-2006/1 | Universidad Complutense de Madrid | ISSN 1578-6730 |
Un
yo que es un nosotros Individuo y Sociedad en la obra de Norbert Elias y Max Weber |
Pablo Nocera >>> CV |
RESUMEN.-
El escrito se propone abordar la obra del sociólogo Norbert Elias
examinando el tratamiento conceptual que realiza de la dicotomía individuo-sociedad. A partir del análisis de los aportes teóricos
con que intenta superar dicha oposición, se ensaya una comparación
con la perspectiva de Max Weber a los fines de relativizar las críticas
que el primero hiciera extensivas a éste último. Recorriendo la trama conceptual de la sociología
weberiana, se sugiere una perspectiva de lectura que coloca a ambos autores
en una cercanía considerable, incluso en términos epistemológicos
(mayor a la que el propio Elias reconoce), que se refuerza a partir de los
estudios realizados por ambos en relación a los orígenes del
capitalismo y a los orígenes del proceso de civilización.
“Nada
está dentro, nada está fuera. Pues lo de dentro es lo de fuera”
Goethe
Marcel Duchamp
0. Introducción |1. Una falsa dicotomía |2. Un modelo de interdependencias |3. Figuraciones y sentido weberiano |4. Proceso civilizatorio y racionalización |5. Conclusión
El tratamiento
de la dicotomía individuo—sociedad es objeto de reflexión constante
en la propuesta sociológica de Norbert Elias. Una sociología
que con ahínco busca subvertir los límites de lo pensado y
de lo heredado, aunque esa intención suponga un enfrentamiento con
las tradiciones más consolidadas. Si el pensamiento sociológico
ha circulado en un devenir fructuoso -aunque no exento de dificultades- en
las huellas de esa famosa polaridad, la sociología eliasiana se planta
frente a ella con una doble postura. Por un lado, como un acercamiento que
permite detectar las limitaciones conceptuales con que la tradición
sociológica se aferra a sus nociones básicas, y por el otro,
como un alejamiento lo suficientemente profundo, como para concluir que es
necesario un cambio en el lenguaje utilizado en la disciplina.
La necesidad de una transformación conceptual que Elias pregona en sus escritos, es producto del silencioso trabajo de revisión de las tradiciones clásicas y contemporáneas que nutren la producción sociológica. De esa tradición emerge la figura de Max Weber. Su presencia en los trabajos de Elias es el reflejo de una herencia que aflora recurrentemente, en el marco de una recepción no por ello menos crítica. La universidad de Heildelberg constituye el escenario donde se desarrollarán sus primeros acercamientos a la materia, ámbito desde el cual la fuerte impronta de los análisis de Weber comienza a hacerse extensiva a toda la sociología alemana. El círculo de Marianne Weber –al cual Elias visitará asiduamente, probablemente gracias a la intercesión de Manheim (van Voss-van Stolk, 1995)— abre un espacio que lo contacta con personalidades tales como Simmel, Alfred Weber y el joven Lukács. En esta primera generación de sociólogos, tal cual Elias la denominará más tarde, las disputas teóricas rivalizan en torno al patrimonio teórico que legan Karl Marx y Max Weber. En el seno de esos debates, comienzan a surgir sus reflexiones tendientes a resaltar las dificultades que encierra en sí misma la estructuración del lenguaje sociológico y la consecuente necesidad de su revisión.
El acercamiento
a Elias desde Max Weber plantea un desafío. En cierta medida, como
afirmó alguna vez Simmel, en toda comparación que busque paralelismos
entre grandes pensadores, se hace violencia. Se corre el riesgo de que cada
posición sea desviada de sí, cuando se pretende su reducción
a un denominador común. La silenciosa unión y disminución
que muchas veces supone la enunciación de paralelismos, parece conferir
a las miradas epigonales una cierta familiaridad con el autor, que permite
atemperar la novedad que el encuentro con su obra sugiere. Elias no es una
excepción. En consecuencia, las líneas que siguen no prometen
en modo alguno realizar una comparación exhaustiva entre ambos pensadores,
sino tan sólo reflexionar sobre los contactos esenciales que las enlazan.
En buena medida, como consecuencia de su propia posición poco ortodoxa
frente a la academia, Elias nunca prestó demasiada atención
al cuidado de las formalidades profesionales para la estructuración
de sus escritos. No se encarga pues, de una revisión explícita
sobre lo dicho en la materia con anterioridad a sus análisis, ni se
preocupa en localizar su trabajo en una línea que lo ponga en relación
con sus pares, para evaluar el alcance y la pertinencia de su propuesta.
Elias se centra más que nada, en el desarrollo y ampliación
de sus propias teorías.
Por esta razón,
el desafío de reflexionar sobre su obra teniendo como referencia los
dichos weberianos, se acerca en cierto sentido a una provocación.
En primer lugar, porque mientras que Elias, por un lado, se enfrenta críticamente
a las formulaciones teóricas de Weber; por el otro, rescata positivamente
los aportes de sus trabajos empíricos. Y en segundo lugar, porque
esta dualidad en la recepción, no hace más que reforzar las
propias tensiones que el pensamiento weberiano expone con referencia a la
mencionada dicotomía. Teniendo presente esta particularidad, a continuación
se intenta abordarla sin descuidar el hecho de que Elias también
recupera -aunque no siempre explícitamente- elementos de otras tradiciones
sociológicas. Dado que los límites de este trabajo, no nos
permiten reconstruir todo el arco de filiaciones y críticas que nuestro
autor desarrolla, seguiremos sus aportes resaltando en qué puntos
su sociología es continuadora de la de Weber. Para ello,
y teniendo a sus escritos como prisma mediador, procuramos un acercamiento
a la sociología weberiana que creemos se escapa, de los marcos tradicionales
de su recepción.
En un primer
apartado, analizamos el diagnóstico de Elias en torno a
los problemas que trae aparejados el bagaje terminológico clásico.
En una postura que recuerda mucho a Durkheim, Elias propone un
cambio de actitud mental que permita transformar los supuestos tradicionales
del “método sociológico”, con el objeto de evitar falsos problemas.
Dado que muchas de las críticas a esa tradición recaen en la
figura de Weber, decidimos
reseñarlas para luego reflexionar en torno a ellas. En consecuencia,
tomamos dos conceptos claves de la propuesta sociológica eliasiana,
como son el de figuración e interdependencia,
para presentar una revisión teórica que pueda ponerlos en diálogo
con la noción weberiana de sentido. A partir de examinar
los usos y el contexto en que Weber utiliza dicha
noción, intentamos rescatar, desde y a pesar de lo formulado por el
propio Elias, un espacio
lógico donde se acortan considerablemente las distancias que comentamos
en el primer apartado. Este doble rescate, que a simple vista parece contradictorio,
intenta potenciar las tensiones metodológicas que ofrece la sociología
weberiana –que en parte ya hemos trabajado antes (Nocera, 2006) frente a
las cuales, el propio Elias se muestra tan crítico como continuador.
Por ello evaluamos finalmente, el uso de la dicotomía individuo-sociedad
en las investigaciones respectivas en torno al proceso civilizatorio y de
racionalización, con el objeto de poner en evidencia esta peculiaridad
que comentamos.
El reclamo de
la propuesta de Elias por el abandono de los compromisos afectivos a la hora
de ejercitar el discurso sociológico, evoca de alguna forma, los ecos
de la “neutralidad axiológica” que tanto defendiese Max Weber. Es necesario,
no sólo alcanzar un mayor distanciamiento de los fenómenos
sociales para intentar explicarlos, sino también lograr un mayor distanciamiento
de las propias herramientas metodológicas que destinamos para ello.
Ese giro reflexivo con que Elias conduce a la sociología hacia sí
misma, permite afrontar con una mirada diferente los aportes de los clásicos.
En este sentido, las líneas que siguen, se tornan provocativas porque
apelan a una lectura que se apoya, tanto en un distanciamiento eliasiano
de Weber, como a un distanciamiento weberiano de Elias.
La gran mayoría
de los trabajos de Norbert Elias se hermanan detrás de una preocupación
fundamental: el intento de evitar el conformismo lingüístico
y los usos conceptuales corrientes, en los que silenciosamente la sociología
parece tejer sus límites. La dualidad individuo—sociedad es el ejemplo
paradigmático. En una auténtica labor deconstructiva, Elias
inspecciona con detenimiento esta dupla terminológica, no con el objeto
de justificar la elección de uno u otro de sus componentes. Por el
contrario, su revisión apunta a desmantelar el planteamiento de dicha
tensión, por considerarla simplemente ficticia. Así afirma:
“[...] si no se está
en condiciones de pensar más allá de la oposición de
los términos ‘individuo’ y ‘sociedad’, y se considera ésta
simplemente evidente, se cae en un error. La costumbre lingüística
que lleva a considerar los mencionados términos en este sentido es
un hecho relativamente reciente.” (Elías, 1990a:180)
Su proposición
hace referencia a la necesidad –que en cierto sentido lo acerca a Marx—de
poner en evidencia los condicionamientos históricos que gradualmente
moldean los conceptos y las formas de conocimiento humanas. De esta forma,
a través de la reconstrucción histórica, cuestiona la
naturalidad con que se apela a la noción de individuo tanto en la
ciencia como en el sentido común. En la actualidad, comenta, el uso
lingüístico que envuelve a este concepto pondera la primacía
de una identidad única y reflexiva fijada en cada sujeto, opuesta
a la imagen de la sociedad. Las distancia semántica que separa a estos
vocablos con el arribo de la modernidad, en nada se corresponde con sus usos
en el mundo antiguo. En la praxis social de la Antigüedad, no se concebía
la idea de un individuo sin una pertenencia grupal, sin un referente identitario
de substrato colectivo. La importancia que otrora tuviera la comunidad en
la construcción de la identidad, hacía innecesario el surgimiento
de un término universal que diera cuenta de que todo ser humano, sin
importar su grupo de pertenencia, es una persona autónoma, única
y distinta de sus congéneres.
Dado que para
Elias, el desarrollo de los usos conceptuales se corresponde íntimamente
con el curso del desarrollo social, la reflexión sociológica
sobre el propio conocimiento le permitirá poner en perspectiva los
conceptos y clarificar su carácter instrumental en la trama histórica
de interacciones humanas. De esta manera, apelando a la comparación
histórica, capitaliza las ventajas de la revisión etimológica,
con el fin de evitar la naturalización de las acepciones terminológicas
corrientemente utilizadas.
“Las palabras dadas con que
cuenta el hablante particular, los mismos conceptos, que contribuyen de forma
decisiva a determinar el modo de pensar y las acciones de la persona criada
bajo su esfera, hacen, en último término, que parezca como
si el ser humano particular, tildado de individuo, fuera ontológicamente
distinto a la multiplicidad de las personas presentada como sociedad.” (Elías,
1990a:11)
La postura filosófica
que absolutiza al ego como único espacio habilitado para la reflexión,
es el símbolo de una perspectiva que entronizando al sujeto, fagocita
implícitamente la dimensión colectiva de la cual él
es parte integrante. Este individualismo tan extendido y retomado por tradiciones
filosóficas, será criticado doblemente por Elias. Por un lado,
en tanto la carencia de conocimientos empíricos termina por reducir
la experiencia de la reflexión a una experiencia inmediata del sujeto
pensante. Por el otro, en cuanto esta misma reducción, absolutiza
y eterniza como nociones trascendentales, a representaciones que poseen un
origen histórico y que son producto de un particular entramado de
interacciones sociales.(1)
Serán
estas las causas –afirma el autor— del olvido notorio y recurrente del hecho
de que todo individuo ha sido niño alguna vez y como tal se ha visto
impregnado de los conocimientos de otras personas a través de un proceso
de aprendizaje, antes de poder reflexionar individualmente sobre esos conocimientos
aprendidos. Desde Descartes hasta Popper, pasando por los empiristas y Kant,
estos pensadores forjaron una tradición de pensamiento que se ha apoyado
en una distinción tajante entre “sujeto” y “objeto”. Pensando al “sujeto”
como un ser aislado y autónomo de los otros y del mundo exterior,
las ideas de los individuos aparecen como producciones independientes y sin
vinculaciones con el medio social donde se producen. Este sociológico
“llamado de atención” con el cual nuestro autor se aproxima críticamente
a las tradiciones del pensamiento filosófico, lo autoriza a cuestionar
las bases epistemológicas donde se apoya la sociología.
Detrás
de los más variados contrapuntos escolásticos, se han atrincherado
posturas teóricas que han aplazado la introspección, perpetuando
en ciertos nudos del lenguaje sus limitaciones explicativas y analíticas.
En su ensayo sobre el tiempo, Elias pondrá en evidencia el carácter
reificador con que los filósofos alimentan su jerga conceptual, y
que se ha hecho extensivo a la sociología.(2) Naturaleza
y cultura, sujeto y objeto, interior y exterior, individuo y sociedad, son
los pares conceptuales más utilizados en una disciplina que no siempre
se ha reflexionado a sí misma. El carácter cosificador del
lenguaje tradicional, se pone al descubierto especialmente cuando hacemos
referencia al concepto de sociedad o intentamos reflexionar entorno a ella.(Elias,
1995b:14)
Este juego de
dicotomías con que el pensamiento occidental se ha manejado habitualmente,
no sólo petrifica las realidades de las que se intenta dar cuenta,
sino que esteriliza también cualquier tentativa de aproximación
teórica que busque captar su dimensión procesual.
“La cosificación y
deshumanización de las figuras sociales que se da en la reflexión,
favorecidas por la tónica predominante de formación de las
palabras y los conceptos, conduce a su vez a la peculiar ‘metafísica
de las figuras sociales’ que se usa tanto en el pensamiento cotidiano como
en el sociológico.” (Elias, 1995b:16)
En un esforzado
intento por evitar caer bajo el pesado manto de los determinismos (tanto
individualistas como colectivos), Elias intentó demoler la artillería
lingüística clásica, ejercitando la búsqueda de
nuevos espacios conceptuales. De ahí, el peso específico que
en su teoría confirió a un modelo de análisis que intente
rescatar particularmente las mediaciones. Por ello, busca alejar el costado
metafísico del pensamiento sociológico, evitando tanto la substancialización
de los conceptos, como cualquier esencialismo que termine por privar a la
teoría de agudeza analítica.
“La antinomia que aquí
se trata es bastante irreal y sólo puede explicarse en el contexto
de dos tradiciones político-filosóficas, de las cuales una
considera la ‘sociedad’ como algo extraindividual, y la otra considera al
‘individuo’ como algo extrasocial. Como es obvio ambas ideas son ficticias.”
(Elias, 1982:31)
La potencia de
la propuesta eliasiana reside justamente, en el hecho de ofrecer una superación
teórica que apunta fundamentalmente al rescate de una perspectiva relacional,
que apela tanto a la labor empírica cuanto a la historia, como formas
de nutrir el trabajo de desnaturalización conceptual que la sociología
requiere. Ya sea desde perspectivas nominalistas o realistas, el pensamiento
sociológico no ha podido escapar a visiones estáticas del curso
de la realidad. Esta particularidad ha contribuido a que se piense alternativamente
en orden-estabilidad y conflicto-cambio como los pares conceptuales fundamentales
para el análisis de las relaciones sociales. Esta discontinuidad que
acarrea la tajante división de conceptos, es en gran medida la responsable
de la reificación en que termina cayendo la teoría sociológica.
En este sentido Elias es categórico:
“Las investigaciones que
siguen no son comprensibles si compartimos estas ideas y permitimos que se
nos oculte lo que de hecho es observable en el comportamiento de los seres
humanos; no son comprensibles cuando se pierde de vista el hecho de que los
conceptos como ‘individuo’ y ‘sociedad’ no se remiten a dos objetos con existencia
separada, sino a aspectos distintos, pero inseparables, de los mismos seres
humanos [...] Ambos conceptos tienen el carácter de procesos y no
es posible en absoluto hacer abstracción de este carácter de
proceso en una construcción teórica que se remita a los seres
humanos. Por el contrario, resulta imprescindible incluir este carácter
procesal en la teoría sociológica y en las otras que se refieran
a los seres humanos.” (Elias, 1987:16)
Esta auténtica
“revolución copernicana”, tal cual él mismo la denomina, intenta
considerar de forma recíproca y relacional, aquellas nociones que frecuentemente
son consideradas como ontológicamente distintas, opuestas y con existencia
independiente una de otra. “Individuo” y “sociedad” no son dos objetos que
existan de forma separada como a menudo se los reconoce. Por el contrario,
sólo son dos planos analíticamente distintos pero inseparables
de una misma realidad. (Elias, 1987:156)
Se hace evidente
para Elias, que no se logrará comprender la relación entre
estas nociones centrales del discurso sociológico mientras se los
siga considerando como dos cuerpos con existencias separadas y como si su
estado normal fuera el reposo. Por esa razón, en el decurso de sus
investigaciones aborda las problemáticas desde variadas perspectivas
disciplinarias. Erosionando las clásicas fronteras de la sociología,
sus aproximaciones teóricas construyen espacios conceptuales, que
otrora eran considerados como propios de la psicología o la antropología,
estrechando vínculos también con disciplinas tan distantes
como la física o la biología. En su Teoría
del Símbolo, pondrá de manifiesto esta mirada multidisciplinaria
con la cual intenta aplicar un modelo de larga duración en el que
los procesos sociales y biológicos están conectados entre sí,
con el fin de comprender tanto la capacidad humana para elaborar símbolos,
como el papel que juega el lenguaje en el desarrollo de nuestras sociedades.
La dimensión
histórica que permanentemente involucra Elias en su sociología,
toma cuerpo a través de una reconstrucción psicogénética
y sociogenética de los procesos sociales. Evitando
así, la elección unilateral de uno de los componentes del binomio
individuo—sociedad, este doble rastreo procura rescatar el carácter
procesual y dinámico que evidencia el desarrollo de la trama de interacciones.
“Aunque contravenga en principio
las convenciones lingüísticas y de pensamiento habituales, se
ajusta mucho más a la realidad decir que el hombre está en
constante movimiento; no sólo atraviesa un proceso, él mismo
es un proceso. Se desarrolla. Y si hablamos de un desarrollo, nos referimos
al orden inmanente de la sucesión continua en la que en cada caso
una figura posterior procede de la anterior, en la que, por ejemplo, no hay
interrupción en la sucesión de la niñez por la adolescencia
o de ésta por el estado adulto.” (Elias, 1995b:142)
Es necesario,
reclama nuestro autor, dejar de aferrarnos a la imagen del homo
clausus. Ese enfoque del hombre como cáscara cerrada, como sujeto
libre, autónomo, singular e irrepetible, es el responsable de una
visión que coloca más allá la existencia autónoma
de la sociedad. En contraposición a este clásico homo sociologicus, Elias propone hablar de homines
aperti, es decir, sujetos cuya existencia presupone un referente plural
ubicado en un entramado de interdependencias con otros y frente a la cual,
el modelo de figuraciones –del cual luego hablaremos—constituye
una útil herramienta de observación, que pone al descubierto
lo poco adecuados que se hallan nuestros hábitos mentales para la captación
dinámica de los procesos sociales.
Dentro de los
marcos generales de este diagnóstico, la teoría sociológica
de Weber surge como blanco de la crítica. Si bien es cierto que Elias
no es un autor que brinde mucho espacio a la polémica con otras tradiciones
sociológicas, la mención de Weber en sus escritos es muy frecuente
en comparación con otros pensadores. Tal vez la particular influencia
que el entorno de Heilderberg ejerció en sus años de formación
sea la causa principal de esta presencia. Pero más allá de
esto, lo cierto es que Elias se enfrenta a Weber en numerosas oportunidades,
centrando sus críticas en la teoría de la acción social.
Sin que ello suponga menoscabar el gran aporte de la sociología weberiana,
en especial el de sus trabajos empíricos, Elias no duda en exponer
los frenos y debilidades que, a su entender, limitan los aportes del sociólogo
de los tipos ideales. A grandes rasgos, su crítica refiere a dos grandes
problemas. Por un lado las consecuencias analíticas que supone su
postura atomista de la sociedad y, por otro, las dificultades que le generaron
la división disciplinaria del objeto de estudio.
Para Elias,
“Max Weber no llegó
nunca a solucionar intelectualmente el problema de la relación entre
dos objetos básicamente aislados y estáticos a que parecen
referirse los conceptos acuñados del ‘individuo’ y ‘sociedad’ por
separado. El intento de Weber de introducir su fe axiomática así
configurada, el ‘individuo absoluto’ como realidad social propiamente dicha,
en un marco teorético gracias al cual la sociología podría
acreditarse como disciplina más o menos autónoma, estaba condenado
de antemano al fracaso.”(Elias, 1995b:140)
El nominalismo
sociológico de Weber, afirma, lo lleva a disolver la “sociedad” en
una masa más o menos desordenada de acciones de individuos adultos
aislados, centrados en sí mismos e independientes. Desde esta posición,
las estructuras y tipos sociales observables le parecían irreales.
De acuerdo con lo expuesto en su teoría de la acción –no así en sus escritos sobre el capitalismo y las religiones
universales—Weber parecería estar dejando a un lado la autonomía
relativa que adquieren los procesos sociales respecto de los sujetos que
toman parte en ellos.
Al igual que
muchos filósofos, Weber habría aceptado la imagen del hombre
encerrado en su autoexperiencia, dejando en evidencia que el concepto de
individuo, para él, es algo que existe “fuera” de la sociedad, en
tanto que ésta sería un mero agregado particular de individuos.
Al presentar los términos del binomio en cuestión como si la
persona singular existiera en principio, totalmente para sí e independientemente
del resto de las personas que conviven con ella, Weber estaría disociando
el accionar de los sujetos en una instancia individual y en otra social.(3) Su sociología está prisionera de la necesidad
de encontrar una frontera que permita distinguir un objeto de estudio propio,
distinto del de otras disciplinas. En este sentido, seguiría atrapada
dentro de la imagen monádica del homo clausus, que
no le permitiría pensar a los individuos en un continuo. Su imagen
del sujeto no es la de un hombre conformado y devenido como tal a través
de un proceso gradual que comienza desde la niñez. Por el contrario,
el individuo en Weber, es un sujeto pensado en situación.
El hombre-situación, según la denominación eliasiana,
es uno de los mitos que debe intentar licuar la sociología. Sencillamente,
porque en esta perspectiva se desconoce el carácter procesual de la
formación individual y de la trama de interdependencias donde los
sujetos interactúan. Este desconocimiento sería lo que le impide
a Weber considerar la problemática del poder (a la que dedica un espacio
marginal en sus escritos teóricos) cuya presencia como mediación,
es fundamental, como condición para comprender el equilibrio en el
juego de tensiones de los entramados.
Si bien su crítica
es atendible en muchos aspectos, no obstante es necesario recordar que las
formulaciones teóricas de Weber se corresponden con una intención
de fondo que ha impulsado su labor como sociólogo(4).
En buena medida, los lineamientos que trazó en sus escritos intentaron
desarrollar un cuerpo conceptual que se viera librado de las consecuencias
más negativas de la hipóstasis frecuente que permeaba el pensamiento
de la época, en especial si se tiene en cuenta, la influencia de ciertas
tradiciones marxistas en la Alemania de principios de siglo. Sin que esto
suponga un aliciente a la crítica eliasiana, su mención es efectiva,
a los fines de reflexionar sobre si los escritos teóricos de Weber
no brindan, acaso, un espacio conceptual que lo coloca más cerca de
Elias que lo permite concluir lo comentado hasta aquí.
2. Un modelo de interdependencias
Habiendo demarcado
los límites explicativos de las nociones clásicas de la sociología,
Elias da un paso más allá intentando proyectar un análisis
que evite las descripciones estáticas y reificantes. Su mirada se
centra primeramente, en lo que dio en llamar los procesos de entramado.
Con este concepto, hace referencia a un tipo de explicación donde
lo que prima es la mutua interdependencia de las partes. En otras palabras,
sólo se hace posible entender y explicar la sucesión de los
actos de los individuos si se los considera en mutua dependencia, sin la
cual, los mismos carecerían de sentido y significación. A pesar
de su simplicidad, esta noción de interdependencia altera de raíz
el plano donde ubicamos las unidades de análisis. Permítasenos
citar in extenso.
“La interdependencia es fundamental
y determina la manera en que los ‘objetos’ actúan sobre los ‘sujetos’,
los ‘sujetos’ sobre los ‘objetos’, los fenómenos naturales no humanos
sobre las personas, y las personas sobre la naturaleza no humana. Como quiera
que se le quiera llamar, se trata de una interdependencia ontológica,
existencial. El dualismo ontológico, la concepción de un mundo
dividido en ‘sujetos’ y ‘objetos’, conduce al error. Crea la impresión
de que los ‘sujetos’ pueden vivir sin los ‘objetos’. Induce al ser humano
a preguntarse cuál de los dos es la causa y cuál el efecto.
Cuando consideramos unidades que se encuentran ontológicamente en
una interrelación funcional mutua –como, por ejemplo, el estómago
y el cerebro, las instituciones económicas y las políticas,
o incluso el ser humano y la naturaleza no humana—, nos topamos con relaciones
de un tipo que ya no puede ser abarcado completamente por un modelo mecánico
de relaciones causa / efecto.”(Elias, 1990b:70)
La trama de interdependencias
habilita un espacio analítico, en el cual sin descuidar la perspectiva
de los actores, se puede reflexionar sobre la autonomía relativa que
adquieren los procesos sociales frente a los sujetos que toman parte en ellos.
Si bien esta autonomía no es algo nuevo históricamente, es
cierto que ella se ha hecho más evidente para la individuos interactuantes,
con los crecientes procesos de complejización social que genera la
extensión permanente de las cadenas de interdependencia. A los fines
de sortear las dificultades que entraña para la sociología
la reflexión sobre estas realidades, sin caer presa de esquemas explicativos
estáticos, Elias recurre al modelo figuracional.
El concepto de
figuración constituye una herramienta para flexibilizar
la presión social que nos lleva habitualmente a pensar a “individuo”
y “sociedad” como si fuesen dos figuras distintas y antagónicas. (Elias,
1995b:142) Lo que se entiende por figuración es, básicamente,
un conjunto de situaciones con múltiples vínculos entre sujetos,
dónde su espacio de pertenencia produce un efecto sobre ellos. Este
sistema de interdependencias supone un modelo cambiante que constituyen tanto
las partes como la totalidad, donde los sujetos intervinientes se hallan
involucrados en toda su persona, en todo su hacer, tanto en su vínculo
social con los otros como en su relación física con las cosas
y el espacio. El modelo de las figuraciones no supone necesariamente como
precondición que las interdependencias entre las partes se apoyen
únicamente en un orden o en un consenso que pueda colaborar con su
sostenimiento. Por el contrario, en el proceso de figuración –afirma
Elias—existe un equilibrio fluctuante en la tensión, una oscilación
permanente de un balance de poder, que en ciertas oportunidades se inclina
para un lado, y en otras para otro. Así, poniendo al poder como característica
principal de los entramados, el modelo le permite analizar interdependencias
que también se cimentan en vínculos de hostilidad o de conflicto.
Con ello, rescata la dimensión procesual y dinámica del análisis
en un doble sentido: por un lado, poniendo de relieve el carácter relacional
con que se integran las partes constitutivas, por el otro, evitando los cortes
por discontinuidad que suponen alternativamente los términos opuestos
de “orden” y “conflicto”. Por esta razón, el modelo de figuración
guarda un cierto parentesco con la tradicional noción de estructura.
“Lo que llamamos ‘estructura’
no es, de hecho, sino el esquema o figuración, de los individuos interdependientes
que forman el grupo o, en un sentido más amplio, la sociedad. Lo que
denominamos ‘estructuras’ cuando vemos a las personas como sociedades son
‘figuraciones’ cuando las vemos como individuos”.(Elias, 1992:190)
Comenzar a ejercitarse
en una mirada figuracional, significa razonar no teniendo como referencia
a individuos aislados, sino a múltiples posiciones que se hallan engarzadas
en un sistema de relaciones.
Ante la falta
de herramientas conceptuales que puedan facilitar el acercamiento a la comprensión
de los vínculos de interdependencia, Elias va a recurrir al uso de
imágenes como medio de ejemplificación. En sus primeros trabajos,
tomando como referencia el entramado de hilos de un tejido, ilustrará
los diversos planos que se entrecruzan en su constitución, con el
objeto de representar los distintos niveles analíticos que intenta
captar mediante el modelo figuracional. De esta manera, como cada hilo que
forma parte de una red, cuya forma y resistencia depende de cada uno y de
todos los que junto a él se hallan entrelazados, así los individuos
se encuentran en relación unos con otros, dando cuerpo al entramado
social.
Una imagen similar,
aunque algo más compleja, utilizará en trabajos posteriores
para dilucidar y esclarecer el patrón figuracional. En Sociología fundamental, le prestará considerable
atención al modelo de los juegos. A través
de un análisis de diferentes tipos de juegos, con distintivos niveles
de dificultad, reglamentaciones y cantidad de jugadores, Elias puntualiza
las ventajas explicativas que encierran estos diseños, a diferencia
de la herencia terminológica clásica. En primer lugar, porque
-en tanto que modelos pedagógicos- permiten facilitar
la reorientación de la capacidad de imaginación para clarificar
las tareas a las que debe abocarse la sociología. El uso de imágenes
de personas entablando un juego entre sí allana, a título de
metáfora, la labor de repensar las imágenes estáticas
que pueblan los referentes conceptuales de la disciplina.
En segundo lugar,
estos modelos sirven para hacer explícitos un conjunto de problemas
del tejido social que, aunque teniendo un lugar central en el curso de las
relaciones humanas, son descuidados en la reflexión sociológica.
El problema del poder es, tal vez, el más importante de ellos. Evitando
una exposición que suponga algún tipo de resolución,
Elias rescata el concepto de poder de su uso habitual –tanto en el sentido
común como en la teoría sociológica—a los fines de lograr
un recorte metodológico lo más preciso posible para abrir una
nueva vía de estudio. El carácter polimórfico de las
fuentes de poder, señala, ha conspirado frecuentemente contra el desarrollo
de esquemas conceptuales que habiliten su tratamiento. A diferencia de la
clásica visión weberiana (el poder entendido como sociológicamente
amorfo), el modelo de las figuraciones brinda un espacio más rico
para emplazar el análisis, dejando a un lado la clásica distinción
entre dominadores y dominados. Dentro de la red de interdependencias, los
sujetos explotan distintas cuotas de poder, que tuercen la balanza de su
equilibrio hacia un lado o hacia otro. El marco de las coacciones que imponen
los múltiples vínculos de mutua dependencia (personales o pluripersonales)
condiciona los saldos en ese equilibrio de poder, tensando o relajando la
dinámica del entramado, en la cual las posiciones se alteran corrientemente.
En tercer lugar,
el modelo permite vislumbrar el juego de interdependencias, instancias cuya
dinámica supraindividual se desarrollan con cierta autonomía
de los sujetos actuantes. Si bien el esquema se estructura básicamente
por las intenciones de las acciones de sus jugadores, el curso de los acontecimientos
no siempre se corresponde directamente con los planes y objetivos individuales.
El modelo de juego hace explícito que en toda praxis humana existe
un conjunto de interdependencias que no son planeadas ni pensadas por nadie.
En este caso, el proceso de juego adquiere una autonomía relativa
frente a los planes y las intenciones de los jugadores individuales que lo
suscitan, más allá del hecho de que su acción le confiera
cierta dinámica inicial. Aunque esta autonomía ha existido
siempre,
“entró a formar parte
con especial claridad de la conciencia humana precisamente en la época
en que, con la diferenciación creciente de la sociedad, se prolongaron
más y más las cadenas de interdependencia, cadenas en las que
un número creciente de individuos estaban vinculados entre sí,
con distribución de funciones y con ámbitos cada vez mas extensos.”
(Elias, 1995b: 142)
Sin embargo,
esa autonomía relativa de los entramados, en modo alguno son formas
de conexión (regularidades de tipo específico) que existan
fuera de los jugadores; por el contrario, estas emanan continuamente de su
integración e interdependencia.
Entre los paradigmas
conceptuales existentes que permiten escapar a los usos cosificadores de
la lengua, la serie de los pronombres personales le dará
a Elias otra vía para poner en funcionamiento el modelo de las figuraciones.
Las ventajas que aporta esta serie, residen en su posibilidad de aplicación
a todos los grupos humanos y a todas las sociedades. En tanto los hombres
se agrupan entre sí, a través de comunicaciones directas o
indirectas, los pronombres operan como un juego de coordenadas que identifican
a los sujetos en el mapa de sus mutuas dependencias. Destacando sobre todo
la variabilidad de los entramados, la sucesión pronominal realza el
carácter de los nexos que entrelazan permanentemente a los sujetos.
Una cadena por ejemplo, puede iniciarse con un “tú”, que siempre presupone
un “yo” que lo identifica, ya sea integrando un “nosotros” o como presunción
de un “ellos” formado por una pluralidad de “él”.
Los pronombres
personales son la expresión más elemental del vínculo
de sociabilidad del individuo, de todo hombre con los demás. Su utilización
como herramienta teórica contribuye a erosionar el carácter
estático de las posiciones que se identifican habitualmente con la
noción de rol. El carácter abierto de este espacio lógico—conceptual
que abre el modelo de los pronombres, permite apreciar el referente plural
que nutre cualquier identidad individual. Es justamente esa referencia a
los otros la que denota esa malla de interdependencias en la que se hallan
insertos los individuos y que se torna constitutiva de cada uno de ellos.
3. Figuraciones y sentido
weberiano (5)
Por lo dicho
hasta aquí, el planteo de la serie de pronombres parece reducir notoriamente
las distancias comentadas en las formulaciones teóricas de Weber y
Elias. A pesar de las críticas contundentes con que este último
hace referencia a aquel en buena parte de sus trabajos, existe una mención
aislada en el texto Sociología Fundamental que invita
a la atenta reflexión.
“Max Weber estaba tras las
huellas de este problema. Como algunos de sus predecesores, trató
de dirigir en sus trabajos teóricos y ocasionalmente también
en sus trabajos empíricos la atención a la perspectiva desde
el «yo» y «nosotros» de los hechos sociales. En el
centro de su teoría estaba la demanda formulada a los sociólogos
de estudiar el sentido pretendido, intencional,
que tenían las acciones y los objetivos sociales para los propios
protagonistas de esas acciones. Max Weber mismo alcanzó sólo
en parte la solución de esta tarea, pero avanzó por este camino
bastante más que cualquiera de sus predecesores. El hecho de que este
enfoque del problema no haya alcanzado entre los sociólogos la atención
que merece se deriva en gran parte de que sin un arsenal de relaciones en
alguna medida preciso, como la serie de los pronombres, no es posible hacer
justicia al carácter multilateral de las interrelaciones sociales.”
(Elias, 1995b:153)
¿Por
qué razón la noción de sentido weberiana, amerita el
reconocimiento de Elias?. ¿En qué medida el tratamiento que
Weber le confiere al sentido de la acción colabora en atemperar la
“oposición” individuo-sociedad en sus formulaciones teóricas?
¿Permite esta revisión aligerar las críticas eliasianas
que confirman a Weber como un sociólogo individualista prisionero
de la imagen del homo clausus?
En primer lugar,
es necesario aclarar en qué contexto analiza Weber este punto. Dado
que los límites del presente trabajo no nos permiten extendernos en
demasía, intentaremos ajustar su análisis a dos dimensiones
fundamentales: el vínculo entre el sentido y acción individual,
y la conformación del sentido en la trama de la cultura. Para ello,
las páginas del primer capítulo de “Economía
y Sociedad” y el artículo “Sobre algunas categorías
de la sociología comprensiva” nos brindan el soporte principal.
La noción de sentido aparece allí de la mano del concepto de
acción.
“Por acción debe entenderse
una conducta humana (bien consista en un hacer externo o interno, ya en un
omitir o permitir) siempre que el sujeto o los sujetos de la acción
enlacen a ella un sentido (sinn) subjetivo.”
(Weber, 1992:5)
La palabra “sentido”
que Weber coloca en bastardillas en el original alemán es “sinn”. Para explorar las connotaciones que encierra este término,
nos puede resultar útil recordar que este vocablo germano también
contempla entre sus acepciones la idea de ‘significado’’.
Contemplar la significación en el accionar del sujeto, proyecta en
el análisis un conjunto de factores que difícilmente puedan
circunscribirse al plano puramente individual.
En primer lugar,
el significado de la acción enfatiza la necesidad de contextualizar
la posición del sujeto en tanto su accionar se halla en vínculo
con el de otros. En una rápida aproximación,
podríamos decir que cualquier accionar individual pone en evidencia
una selección de aspectos que el sujeto prioriza, ya sea en el plano
temporal (una anterioridad o una posteridad desde en la cual su acción
se inserta) o bien en el plano atencional (aquello que se expresa como importante,
o aquello que no lo es). Una serie de factores
asociable con intereses, representaciones o ideales son parte constitutiva
de ese núcleo profundo de significación que el sujeto puede
poner en juego a la hora de llevar adelante su acción.
El significado
conlleva la posibilidad de comprender las razones que la persona tiene para
actuar de cierta forma, cuya reconstrucción está en manos del
observador en su estudio. La significación
comporta un cierto entendimiento de las demarcaciones en que la acción
individual se halla inmersa. Más allá
de que sus condiciones de comprensión sean precarias y poco sistemáticas,
su peculiaridad radica en que su constitución está atravesada
por una dimensión simbólica, en consecuencia cultural, que
dificultosamente pueda arrogarse como de origen puramente individual. Siguiendo esta perspectiva, sería posible
pensar, aunque el propio Weber no lo explicita, que el propio concepto de
acción, lleva en sí mismo un componente social que conforma
las prácticas individuales, a partir del sentido que los actores brindan
a su propio actuar. Tanto es así, que la acción social, en
particular, “es una acción donde el sentido mentado por el sujeto
o sujetos está referido a la conducta de otros, orientándose
por ésta en su desarrollo.” (Weber, 1992a:5)
El significado de la acción social se expande para Weber en
la relación intersubjetiva que entreteje el accionar colectivo a partir
de sus individuos componentes.
Deslindando de
la comprensión de la acción social aquellas conductas que puedan
ser puramente imitativas o reactivas, Weber avanza en el armado de su red
conceptual, tratando de precisar, cuáles son las acciones que la sociología
puede llegar a comprender interpretativamente. Para ello su atención
se concentra en aquellas acciones que demuestran ciertas conexiones
de sentido (Sinnzusammenhang).
De forma similar
a lo comentado con el término Sinn, la noción
Sinnzusammenhang, puede traducirse de forma ampliada como
“contexto de significado”, traducción
que nos habilita algunas apreciaciones.
En primer lugar, pensar en términos de “contexto
de significado” permite ver con claridad que la conexión de sentido
es justamente comprensible a partir de un contexto donde la significación
de la acción toma lugar, es decir la relación de un sujeto
con otros mediada por una trama compartida de significados. En segundo lugar,
el “contexto de significado” enfatiza la dimensión social que comporta
toda significación, habilitando analíticamente la incorporación
de la otredad en la propia constitución del accionar individual cuyo
sustrato fundamental es el mapa de significaciones compartidas culturalmente
que sostiene las prácticas de interacción. (Nocera, 2006) En esta perspectiva es que podemos distinguir entre
conducta y acción. En el plano conductual,
el rastreo weberiano se topa con el límite del funcionamiento de la
conciencia. En el plano estructural Weber no
considera posible llevar adelante un análisis del funcionamiento de
ciertas fuerzas colectivas como pueden ser las clases sociales, el estado,
las corporaciones, etc. En consecuencia, el estudio
de la acción es el único ámbito que permite anudar el
registro puramente individual con el supra individual, cuyas aproximaciones
analíticas consideradas de forma aislada son inasibles para la sociología
comprensiva.
Aquí entramos
de lleno, en el objeto de la crítica eliasiana. Como referíamos
más arriba, Elias acusaba a Weber de establecer una falsa distinción
entre acciones sociales y aquellas que no lo son. La revisión de los
conceptos hasta aquí presentados muestran que el sujeto weberiano,
aún en sus formulaciones teóricas, se halla en una trama social
cuya expresión más evidente es la manipulación de significados
y las construcciones de sentido a partir de las cuales se desenvuelve cotidianamente.
El aparente aislamiento de su acontecer queda ciertamente relativizado si
entendemos que el sentido / significado de su actuar, se comprende sólo
a condición de tomar en cuenta la presencia de los otros en el medio
en el cual él se halla inmerso. Por esta razón, Weber afirma
que el sentido existente puede pensarse de hecho, como construcción
histórica o como promedio de modo aproximado a una determinada masa
de casos. (Weber, 1992a:6) Sin dudas, no se puede pensar la acción
orientada por un significado sino existen en un plano social una malla simbólica,
cultural e ideológica en la que se constituyan las significaciones
que comparten los sujetos que viven en una misma sociedad. Esto vuelve a
ponerse de relevancia en el motivo de la acción social.
“Llamamos ‘motivo’, a la
conexión de sentido [contexto de significado] que para el actor o
el observador aparece como ‘fundamento’ con sentido [significado] de una
conducta”. (Weber, 1992a: 10)
El fundamento
significativo (sinhaft Grund) de la acción, es decir
el contexto de significado que el actor experimenta como motivo de la acción,
nuevamente nos lleva a considerar la trama social que nutre permanentemente
de significación y orientación la acción de los sujetos.
El actor social está ubicado en un momento histórico determinado
y en una sociedad específica. Las condiciones sociales, políticas,
económicas y culturales son el contexto en el cual la acción
del actor y sus motivos deben ser comprendidos. (Nocera, 2006) El propio
Weber afirma:
“Pero la pertinencia para
la sociología comprensiva de procesos que carecen de una «referencia
a sentido» subjetiva, [...] consiste exclusivamente en su papel de
«condiciones» y «consecuencias» respecto de las cuales
se orienta la acción prevista de sentido, como es el caso, en la economía
política, de los estados climáticos o fisiológicos-vegetativos”.(Weber,
1993:179)
Los motivos que
operan como fundamento último de la acción de los sujetos,
deben ser entendidos a partir de los procesos de reinterpretación
y de reconstrucción que el agente propone como una base desde la cual
se orienta su conducta hacia ciertos fines y desde los cuales se instrumentan
una serie de medios para alcanzarlos. Los trama
de motivos que se busca comprender no es un mero proceso individual, psicológico;
involucra una serie de factores desde los cuales, las condiciones económicas,
sociales, políticas y culturales operan como fundamento de los motivos
del individuo; motivos que se constituyen como tales a partir de la reformulación
y “filtrado” de esas condiciones.(Girola, 1985: 106)
Lo dicho hasta
aquí deja a las claras que el sentido posee una semejanza distintiva
con los valores. En tanto se trata de un elemento cultural –y como tal, imbricado
en la trama social— su contenido puede rastrearse como dato histórico,
y en consecuencia no se deduce de una cierta antropología del individuo.
La fuerza histórica de las creencias no es una dimensión que
se reconstruye a partir del substrato individual. El hecho de que el agente
se halle inmerso en una red de sentido que excede el ámbito estrictamente
individual introduce en la sociología weberiana una mediación
cultural e histórica que no es comprensible simplemente desde una
perspectiva atomista de la sociedad. En definitiva, la acción social
es un componente, un momento y una “expresión” particular de una sociedad
o una época. Según lo comenta Aguilar Villanueva:
“[...] entendidas éstas
[sociedad o época] como una ‘totalidad de vida’, ‘como conexión
estructural’, ‘tomarlo como un todo’. [...] Solo la comprensión del
sentido del movimiento de la vida social en su totalidad (el para qué)
posibilita la explicación (el porqué) de los acontecimientos
y realidades particulares.” (Aguilar Villanueva, 1998b: 294-295)
La acción
se da constitutivamente en un “contexto de significado”, a saber: un conjunto
de momentos (circunstancias, medios, fines y consecuencias) que forman una
unidad interdependiente e indivisible en razón de su orientación.
El significado que carga de sentido la acción de los individuos, revela
un componente cultural que desborda los márgenes de una subjetividad
que se supone autónoma o aislada, como nos recuerda la imagen del
homo clausus. En verdad, en la noción de sentido se
halla encapsulada una dimensión social, cuya mediación cultural
es la que busca comprender el observador cuando investiga. La vasta urdimbre
de componentes que pueden integrar el sentido mentado de las prácticas,
junto con la opacidad y complejidad con que estos se conjugan, hace comprensible
el por qué de la utilización de una herramienta como el tipo ideal para acceder a una comprensión explicativa
de la acción.
La noción
de sentido habilita, a nuestro entender, un espacio para pensar a los sujetos
en un juego de interdependencias. Esta trama de significados que integra
los mutuos lazos de sujeción queda expuesto con mayor claridad si
se observa el tratamiento que da Weber a los conceptos de relación
social y orden. No disponemos aquí de espacio como para ahondar en
esa dirección (ver Nocera, 2006), pero lo dicho hasta el momento nos
permite exponer algunas consideraciones. En primer lugar, si se tiene en
cuenta la definición conceptual y los ejemplos con que Weber distingue
la acción social de una mera conducta, uno puede inferir que la frontera
que las separa muestra su delgadez en cuanto se las pone en funcionamiento
como categorías. En segundo lugar, el modelo de motivación diluye
ciertamente la diferencia entre lo que constituye un patrimonio del sujeto,
y lo que es un aporte de la sociedad. Es factible pensar, que en el “yo”
que carga de sentido la acción, se inscribe un “nosotros” que como
referente contextual articula una red de interdependencias simbólicas.
Si bien es cierto que para Elias, la interdependencia no sólo hace
referencia a otros sujetos sino también al nexo que los vincula con
el espacio y con las cosas, también es verdad que dicho enlace no
podría hacerse efectivo sin mediación de representaciones,
valores e ideales que lo carguen de significado. El carácter multilateral
de las interrelaciones sociales que Elias intenta poner de manifiesto a través
de la mirada figuracional se hace visible en este contexto, si se comprende
que el sentido o significado de la acción, es una particular apropiación-elaboración
constante y cambiante del entramado cultural de una sociedad.
En la interrelación
de planes y acciones de los hombres aislados, se gestan cambios y configuraciones
que nadie ha creado o planeado. De este orden de interdependencias de los
seres humanos se deriva un tipo muy concreto de orden que es más fuerte
y más condicionante que la voluntad y las intenciones de los individuos
aislados que la constituyen. Por esta razón, nuestro autor explora
cuáles son las redes de interdependencia específicas que fundamentan
el curso que ha tomado lo que él dio en llamar el proceso civilizatorio.
En este particular,
la cercanía con Weber se pone de manifiesto al menos en un punto fundamental:
las formulaciones relativas a la relación entre “individuo” y “sociedad”
que estructuran las investigaciones de ambos autores en torno al proceso
de civilización y de racionalización respectivamente, reflejan
sus similitudes mucho más claramente que lo comentado en sus enunciados
teóricos.
4. Proceso civilizatorio y racionalización
El estudio que
emprendiese Elias en la década del ’30 sobre el desarrollo civilizador
en Occidente nos permite observar la riqueza de su propuesta sociológica
en el dinamismo propio de una investigación. Disolviendo las fronteras
ontológicas entre individuo y sociedad, en este trabajo que funde
historia y sociología, nuestro autor lleva adelante un doble seguimiento
analítico del proceso civilizatorio. La necesidad de esta doble aproximación
estriba en que:
“no es posible entender la
psicogénesis de los hábitos de los adultos en la sociedad civilizada,
si se considera independientemente de la sociogénesis de nuestra «civilización».
Según una especie de «ley fundamental de la sociogénesis»,
durante su vida, el individuo vuelve a recorrer los procesos que ha recorrido
su sociedad a lo largo de la suya.” (Elias, 1987:49) (6)
En el curso de
una evolución que lleva varias generaciones, la civilización
debe entenderse como un proceso de larga duración, con movimientos
graduales de aceleración, de estancamiento y aún de retraimiento,
cuyas manifestaciones son perceptibles tanto a escala individual como social.
Alejándose de las perspectivas clásicas, en lo que a progreso
lineal y uniforme se refiere, Elias recupera del evolucionismo el tratamiento
de la historia como desarrollo en un continuum, cuyo avance
o retroceso puede adquirir ritmos diferentes e impredecibles. Sin que ello
suponga una teleología particular, ni un postulado moral que fije
un horizonte de meta –como primó en las tradiciones decimonónicas—,
la perspectiva eliasiana pasa, como afirma Nathalie Heinich, “de un evolucionismo
teórico y especulativo a un evolucionismo empírico y refutable.”
(Heinich, 1999:31)
A partir de acentuar
la mirada en los micro—espacios donde se desenvuelven las costumbres cotidianas,
a simple vista poco trascendentes (desde la forma de sentarse a la mesa,
hasta el uso de la ropa y los hábitos higiénicos), el autor
inspecciona las aristas menos exploradas de lo que para él es el eje
del avance de la civilización: el aumento progresivo del control y
del autocontrol. Pero la comprensión de la civilización del
comportamiento, como así también el cambio correspondiente
de la conciencia y de la contención de los impulsos de los seres humanos,
no puede entenderse sin estudiar el proceso de constitución del Estado
y la centralización progresiva de la sociedad. A través de
lo que denomina “psicogénesis del Estado”, Elias va a reconstruir
el curso del proceso civilizatorio en Europa, teniendo como referencia el
período que se inicia en el siglo XI en la Baja Edad Media hasta su
apogeo en la Ilustración.
La dinámica
de este proceso tiene dos características principales. La primera,
refiere al incremento progresivo de un doble monopolio del poder real: por
un lado, el monopolio fiscal que monetariza las relaciones entre señores
y el soberano; por el otro, el incremento del monopolio de la violencia legítima,
que deja exclusivamente en las manos del rey la fuerza militar y los marcos
de condiciones para cualquier pacificación. La segunda característica,
remarca las tensiones existentes entre la burguesía y la nobleza.
Elias afirma que en tanto ninguno de los dos estamentos resultó ser
lo suficientemente fuerte como para mantener la supremacía sobre el
otro, eso trajo como resultado el ascenso de una institución con un
poder central, cuya imagen visible es el Rey o el Príncipe. El Estado
absoluto surge, de esta forma, como consecuencia de la coacción emanada
de situaciones competitivas que generan enfrentamientos crecientes entre
una serie de señores feudales. A medida que el círculo de competidores
se reduce lentamente como producto de las luchas, comienza a gestarse gradualmente
un monopolio de alguno de ellos, hasta que todo el poder recae en uno sólo.
Así,
con el repaso del origen del Estado absolutista, Elias rastrea la génesis
de una trama de interdependencias que determina la marcha del cambio histórico
en el que puede encontrarse el fundamento del proceso civilizatorio. Con
el objeto de situar históricamente esa particular trama de interdependencias,
pone un énfasis especial en el análisis de la Sociedad de
Corte, cuya dinámica permite observar la génesis de un
particular tipo de figuraciones de individuos que se hará extensiva
a la sociedad moderna.
La Sociedad
de Corte constituye para nuestro autor el auténtico foco genético-explicativo
del curso del proceso civilizatorio. A diferencia de Weber, el interés
genético de Elias no se dirige a la determinación de la especificidad
occidental por oposición a otras culturas. Su atención principal
se concentra en la dirección del proceso y la determinación
de su dinámica. Para él, el proceso de racionalización
se muestra como una de las tantas formas de su manifestación, cuyas
características no pueden separarse de las estructuras humanas. Por
otra parte, Elias considera inoportuno interrogarse sobre los cambios que
ha producido en la sociedad el pasaje de pensamientos y comportamientos menos
racionales a otros con un nivel mayor de racionalidad. El proceso de racionalización
debe ser entendido como un fenómeno tanto psíquico como social.
Es inútil reflexionar, sobre si son las ideas las que influyen en la
sociedad, o a la inversa; el individuo y la sociedad son dos realidades separables
solamente en el pensamiento.
En este sentido
-y en esto vuelve a alejarse de Weber- Elias hace hincapié en la dinámica
de la sociedad cortesana para explicar la racionalización de la conducta.
Con ello no busca asignarle a la aristocracia el rol de creadora de un nuevo
tipo de racionalidad. Por el contrario, Elias invalida cualquier tipo de
explicación que intente justificar su origen como producto de un estamento,
una clase o un conjunto de individuos brillantes. Los pensamientos y las prácticas
se hacen más racionales a partir de la dinámica particular
que ponen en juego ciertas figuraciones de individuos y no como consecuencia
del influjo que provocan las ideas.
Mientras que
en Weber, será la burguesía, desprendida ya de los preceptos
religiosos, quien llevará los estandartes de una nueva racionalidad,
para Elias las cosas son distintas. Desde su punto de vista, los procesos
de racionalización que luego se continuarán con la clase burguesa,
tuvieron en realidad un origen cortesano. La particular forma de control
y autocontrol que experimenta la sociedad de corte, es una consecuencia directa
de la inquietud que le producen las tensiones continuas que experimenta con
los grupos burgueses. Estas prácticas de los grupos cortesanos cuyos
comportamientos exigen un refinamiento constante y un descenso en el umbral
de tolerancia a la vergüenza y el desagrado, son producto de las estrategias
de diferenciación esenciales que permiten tanto mantener la propia
identidad como evitar perder terreno ante al progresivo avance del mundo
burgués.
A pesar de su
preponderancia, este esquema de dominio y autocontrol que caracteriza a la
Sociedad de Corte comienza a ceder lentamente hacia fines del siglo XVIII
con el proceso de consolidación paulatina de las clases burguesas.
Con el surgimiento de la división de la existencia humana en una esfera
profesional y en una esfera privada, se da una nueva fase del proceso civilizatorio.
Para Elias la
modelación burguesa-profesional de la conducta no origina una nueva
racionalidad, sino que es consecuencia y continuación del modelo aristocrático—cortesano
de comportamiento. Para Weber, en cambio, la reconstrucción del proceso
de racionalización toma como punto de inicio el proceso de desencantamiento
que se manifiesta en la historia de las “imágenes” religiosas del
mundo, y en el que se cumplen las condiciones internas para la formación
del racionalismo moderno de la mano del ethos burgués.
Sin embargo,
y a pesar de las diferencias comentadas, los trabajos de investigación
de ambos autores guardan interesantes paralelismos en lo que al tratamiento
de las relaciones entre individuo y sociedad refiere. Las aparentes distancias
que separarían sus enunciados teóricos, se matizan aún
más si se consideran dos dimensiones fundamentales de sus análisis:
(1) el aumento progresivo del control y del autocontrol en la evolución
de las sociedades; (2) la autonomía relativa de los procesos sociales.
4.1 El aumento
progresivo del control y del autocontrol
Desde los tiempos
más remotos de la civilización occidental, la sociedad ha comenzado
un lento proceso de diferenciación progresiva de las funciones sociales
como consecuencia directa del crecimiento de la presión por la competencia
social. A medida que aumenta la competencia –señala Elias—mayores
son los niveles de interdependencia que se crean entre los individuos, incluso
para llevar adelante las labores cotidianas más simples. Esto provoca
diferentes cambios en los comportamientos. El individuo se ve obligado a
organizar su conducta de forma cada vez más diferenciada, más
regular y más estable. En rigor de verdad, no se trata de una regulación
totalmente consciente. En tanto y en cuanto, la red de interdependencias
se hace cada vez más complicada y extensa, a la par que se consolidan
los controles de las interacciones sociales mediante instituciones centralizadas,
también se va constituyendo un aparato de autocontrol automático
que intenta evitar los excesos y los desbordes en las conductas.
“La orientación del
comportamiento en el sentido de una regulación cada vez más
diferenciada del conjunto del aparato psíquico, está determinada
por la orientación de la diferenciación social, por la progresiva
división de funciones y la ampliación de las cadenas de interdependencias
en las que está imbricado directa o indirectamente todo movimiento,
y por tanto toda manifestación del hombre aislado.” (Elias, 1987: 452)
Este gradual
incremento del autocontrol de los individuos que se expresa en la estabilidad
del aparato de autocoacción psíquica, se encuentra en íntima
relación con la constitución de institutos encargados del monopolio
de la violencia física y con la estabilidad creciente de los órganos
centrales. A partir de la creación de estos institutos, comienzan
a desarrollarse espacios sociales que se liberan del uso de la violencia
física. En el marco de la gran corte absolutista, se constituye por
primera vez un tipo de sociedad y de relaciones humanas cuyas peculiaridades
estructurales tendrán una importancia especial en muchos momentos
de la historia occidental. Debido al proceso gradual de acortesanamiento
que transforma a los guerreros en miembros de la nobleza, y al paralelo aumento
de los niveles de dependencia individuales, se estimulan formas distintas
de coacción y de presión (como son las económicas o
las simbólicas) que requieren nuevas acciones por parte de los individuos.
La regulación
creciente de la propia conducta puede percibirse en tres dimensiones íntimamente
vinculadas. La primera de ellas hace referencia al manejo del
tiempo vital. El aumento creciente de los procesos de diferenciación
social a que hacíamos referencia antes, genera un entrecruzamiento
mucho más complejo de los eslabones de las cadenas de interdependencias.
Esto explica el hecho de que los sujetos deban subordinar las oscilaciones
momentáneas del comportamiento a las necesidades de un conjunto de
obligaciones que les impone la red de funciones en la que se hallan inmersos.
El manejo de un nuevo «ritmo» en los tiempos de las interacciones
cotidianas pone al descubierto una gran cantidad de imbricaciones de la red
en que se anuda cada función social, como así también
la presión competitiva que impulsa a cada acción dentro de
esta trama.
Junto con la
transformación en el uso del tiempo, la posibilidad de lograr cierta
previsión a largo plazo en el curso de las acciones
se torna también una necesidad imperiosa. Elias lo hace explícito
al exponer los juegos de relaciones que imperan en la Sociedad de Corte.
En torno a la figura real, la red de relaciones individuales que la secunda,
está envuelta en un manto de circunstancias que requieren un sinfín
de conocimientos, modos y controles que permiten a los participantes resguardar
su pertenencia al estrato, a la vez que competir por la obtención
de los favores regios. Citando a La Bruyère, comenta:
“un hombre que conoce la
Corte es dueño de sus gestos, de sus ojos y de su expresión;
es profundo e impenetrable, disimula sus malas intenciones, sonríe
a sus enemigos, reprime su estado de ánimo, oculta sus pasiones, desmiente
a su corazón y actúa contra sus sentimientos.” (Elias, 1987:
484)
En el equilibrio
de tensiones que se juega al interior de la nobleza, como en la relación
de esta con la figura real, se tornan visibles las transformaciones del comportamiento
civilizado que más tarde se profundizarán dentro de los esquemas
del mundo burgués. Desde el momento en que se multiplican la cantidad
de acciones e individuos de los que dependen permanentemente las personas
y sus actos, se vuelve costumbre establecer un mínimo de previsión
en las cadenas de acciones. Así como cambia el comportamiento y el
manejo de su sistema emotivo, también se modifica la imagen que el
individuo guarda de sí mismo. En tanto se libera lentamente de las
emociones momentáneas que nutren su autopercepción y la percepción
de los otros, dice Elias, la imagen del individuo se «psicologiza».
De la mano de
los cambios mencionados, la sociedad civilizada trae consigo una prioridad
distintiva asignada al cálculo. A partir de la contención
emocional que suscita la expansión de las cadenas de interdependencia,
los sujetos comienzan a percibir con un mayor distanciamiento los fenómenos
de la naturaleza y los acontecimientos sociales, cuya observación va
haciéndose más neutra desde el punto de vista afectivo. Este
alejamiento les permite librarse de la carga personal y autoreferida con
que habitualmente enfrentaban la explicación de los sucesos. Así,
la primacía del cálculo se corresponde con una «imagen
del mundo» que se aleja de manera progresiva de los deseos y temores
humanos y se orienta cada vez más empíricamente a cadenas de
causalidad que guardan sus propias leyes. Este desarrollo gradual y progresivo
ha dependido de ciertos patrones sociales de distanciamiento,
que han permitido a los seres humanos ejercitar un control creciente sobre
ámbitos cuya expansión antiguamente era vista como producto
de fuerzas mágicas o divinas.
“Son estos patrones sociales
los que encuentran expresión en formas determinadas de hablar y de
pensar sobre la naturaleza y el aprovechamiento, ampliamente institucionalizado,
de la naturaleza para fines humanos.” (Elias, 1990b:13)
El aumento de
la capacidad del hombre para hacer frente a las fuerzas naturales y utilizarlas
para sus propios fines, supone ciertas transformaciones en las relaciones
humanas que Elias sitúa en tres dominios básicos: (a) en la
posibilidad de control del entorno extrahumanos, como aquello que hace referencia
a los «hechos naturales»; (b) en la posibilidad de control de
las conexiones interhumanas, es decir las «conexiones sociales»;
y, finalmente, (c) en la posibilidad de ejercer un control de sí mismo
como individuo. Esta tríada de controles básicos es la que
le permite comprender el sentido general de la historia de Occidente, y en
particular de las formas de relación que se producen en tal proceso
y la fuerza de las intederpendencias que en él se transforman.
La temática
del control de los afectos o del disciplinamiento, para ser más precisos,
es un tema central en los trabajos de Weber. La disciplina es la dimensión
fundamental que le permite llevar adelante la reconstrucción genética
del proceso de modernización. Para Weber, la racionalidad occidental
moderna queda expresada en un «estilo de vida» metódico
y racional que es el modo en que se afrontan cada una de las esferas de actividad
de los individuos.
Las características
fundamentales de este estilo de vida moderno se expresan en: la racionalización
y el disciplinamiento de la conducta en torno a ciertas concepciones del
manejo del tiempo. A ello se suma el ascetismo intramundano que media en
el vínculo que los individuos tienden tanto con la naturaleza como
con las relaciones con sus pares, como así también reflexivamente
con su propia subjetividad. (Ruano de la Fuente, 1996: 153-154) Al igual
que Elias, se trata de un dominio de la naturaleza externa objetivada y de
la propia naturaleza interna reprimida. (Weber, 1980:221-222) (7)
La profesión
constituye el ámbito paradigmático de la realización
personal en tanto y en cuanto no sólo otorga al individuo un fundamento
de sentido a su existencia sino que también aporta un plano de fundamentación
ética. El “estilo metódico de vida
racional” es la característica central del tipo de hombre moderno
profesional. El disciplinamiento de la conducta
a los fines del ejercicio de la práctica profesional es viable sólo
a condición de una metódica organización social de los
tiempo de ocio y trabajo, para lo cual se requiere de una conducta ascética
que se expresa típicamente como autodominio. De forma similar a Elias,
Weber rastrea genéticamente los tipos de conductas que han vuelto
operantes la dinámica de la sociedad moderna, para lo cual inspecciona
los fundamentos tanto morales como prácticos de cara a la actitud
instrumental con que se organizan las interacciones en el ámbito de
trabajo y que pautan la casi totalidad de esferas de la existencia intramundana.
A pesar de las
diferencias que ya hemos comentado, podemos afirmar que el análisis
del proceso de racionalización que Weber desarrolla, remarca las interdependencias
que constantemente rigen los entramados sociales con el avance de la civilización.
Una vez que los contenidos religiosos de las prácticas han perdido
su vigencia como consecuencia del creciente proceso de secularización,
los individuos quedan expuestos a una trama de interacciones donde el cálculo
y la previsión se hace indispensable para la existencia cotidiana.
La preponderancia que otrora tuviera la profesión para la religión,
hoy sólo se hace palpable en la medida en que el individuo necesita
de su mediación para intentar garantizar su supervivencia. Los marcos
del sistema capitalista potencian un proceso de intelectualización
que sienta las bases para establecer relaciones sistemáticas de “dominio”
técnico—instrumental con la realidad. El «desencantamiento»
que Weber definiera como la contracara del proceso de racionalización
constituye el pilar fundamental de una disposición y actitud dominadora
hacia los procesos empíricos, cuyo reverso es el dominio de la propia
conducta.
4.2 La autonomía
relativa de los procesos sociales
El mismo proceso
civilizatorio que reduce la dependencia de los sujetos de los antojos incontrolables
de la naturaleza, los hace más dependientes unos de otros. La seguridad
y el poder que permite transformar y dominar la naturaleza a su arbitrio,
se le vuelve incontrolable a la hora de intentar dirigir el curso de los
acontecimientos sociales. Para Elias, de la mano de la complejización
social, se acrecienta “la presión que los seres humanos ejercen unos
sobre otros –y es sentida por muchos— actúa sobre cada uno de ellos
como una fuerza exterior al hombre, similar a las fuerzas de la naturaleza.”(Elias,
1990b:21)
Como ya comentamos
en el apartado anterior, el modelo de figuraciones intenta rescatar en su
formulación la autonomía relativa que adquieren la trama de
interacciones donde se sitúan los sujetos. El desarrollo de la civilización,
con la extensión de las cadenas de interdependencias, aumenta la complejidad
de los lazos sociales y vuelve en cierta forma ajenas las consecuencias de
la acción. Las transformaciones que habitualmente denominamos “capitalismo”,
“economía monetaria”, etcétera -afirma Elias- hacen referencia
a una metamorfosis en el contexto de las relaciones humanas que evidentemente,
no está planificadas por los sujetos. De hecho, los individuos tienen
que someterse a ellas, les guste o no, para poder dar continuidad al curso
de sus vidas.
Esta autonomía
propia que adquieren los acontecimientos sociales, más allá
de las intenciones individuales, queda puesta de manifiesto en el curso del
proceso civilizatorio. Para Elias, el permanente entrecruzamiento de planes,
acciones, movimientos racionales y emocionales de los hombres aislados, puede
ocasionar cambios en las configuraciones que nadie ha planeado.
“De esta interdependencia
de los seres humanos se deriva un orden de un tipo muy concreto, un orden
que es más fuerte y más coactivo que la voluntad y la razón
de los individuos aislados que lo constituyen”.(Elias, 1987:450)
Sin embargo,
aunque este orden de interdependencias no ha sido concebido por nadie en particular,
no por ello es menos estructurado o consistente. Para nuestro autor, la importancia
de las tensiones y equilibrios de poder que dan forma a estos entramados
reside en que son ellas quienes dirimen el curso del cambio histórico.
El ejemplo más
frecuente al que recurre para dar cuenta de este fenómeno es la Sociedad
de Corte. Examinando las consecuencias de la transformación política,
militar y económica de la sociedad feudal que permitieron la consolidación
de la monarquía absoluta, Elias demarca un proceso de entramado protagonizado
por el rey, los cortesanos, el hábitat que los nuclea y las tensiones
y redes de poder que ellos integran. En él, el monopolio estatal del
uso de las armas y la fiscalidad (características originarias del
estado, fundamentales en la formación de la Sociedad de Corte)
termina por conformar un doble proceso: por un lado, consagra la autonomía
real frente a la nobleza; por el otro, refuerza y acentúa las dependencias
de éste frente aquella. El monarca absolutista no cuenta en realidad
con una posición lo suficientemente autónoma como para lograr
imponer sus designios libremente. A diferencia del jefe carismático,
el rey se apoya en un débil e inestable equilibrio entre las clases
que lo rodean, cuyas tensiones permanentes salvaguardan la posición
regia del colapso. Cuando el equilibrio entre los grupos nobles y los burgueses
se tuerce definitivamente, la estabilidad de la figura real comienza a tambalear.
En el esquema
de la Sociedad de Corte, las constricciones que entretejen la conducta de
los nobles se hacen extensivas, con igual o mayor peso, a la figura real
y a su séquito:
“[...] hasta
los que gozaban del máximo status –el rey y la reina, los miembros
de la Casa real junto con las damas y señores de la corte—se convirtieron
en prisioneros de su propio ceremonial y etiqueta, de tal modo que cumplían
las prescripciones de éstos, aunque fueran una carga para ellos, precisamente
porque cada uno de sus pasos e interpenetraciones constituía un privilegio
de determinadas personas o familias respecto de los demás.” (Elias,
1982:276)
Las exigencias
de distinción que permiten a los nobles mantener su posición
e identidad en relación con las otras clases sociales, tejen una trama
de dependencias donde el más mínimo detalle gestual, por acción
o por omisión, puede poner en peligro la continuidad de ciertos privilegios
propios y ajenos. La típica escena cortesana francesa que suele describir
Elias, pone al descubierto el sinfín de maneras y hábitos que
controlan las prácticas de los individuos y cuyo olvido o incumplimiento
puede traer consecuencias funestas. El sentimiento de pertenencia que prima
en las identidades nobles significa algo más que la mera riqueza.
Por esa razón, el vínculo con la Corte es tan fuerte: porque
es el único espacio en el que sus partícipes pueden vivir sin
degradarse. De allí que la autodisciplina que rige férreamente
cada uno de sus actos se afiance como una de las condiciones que les permite
asegurar su propia existencia.
Weber, como ya
hemos hecho referencia, se concentra en la génesis de las prácticas
que conformaron el mundo burgués. En sus trabajos sobre el capitalismo,
dedica un espacio considerable al análisis de las consecuencias impensadas
de la acción y su relación con el curso de los fenómenos
sociales. Para analizar esta problemática, nos puede ser útil
releer algunas cuestiones fundamentales al inicio de La ética
protestante y el espíritu del capitalismo.
En primer lugar,
Weber reclama que toda explicación de los fenómenos sociales
debe rastrear el origen. Sus pretensiones
genéticas lo llevan a analizar lo que él denomina una individualidad histórica. El autor lo define como un
“complejo de conexiones en la realidad histórica que nosotros agrupamos
conceptualmente en un todo, desde el punto de vista de significación
cultural.” (Weber, 1992b:41) En este sentido, prosigue: “Es una esencial
característica de toda ‘formación de conceptos históricos’
el que para fines metódicos, no necesita encerrar la realidad en conceptos
genéricos abstractos, sino que más bien aspira a articularla
en conexiones genéticas concretas de matiz
siempre e inevitablemente individual”(Weber, 1992b:42 subrayado propio) Lo fundamental es ver cuáles han sido las acciones
que inicialmente dieron origen a ciertos comportamientos sociales. Sin embargo,
a pesar de que el fundamento es de matiz inevitablemente individual ello
no implica descuidar el hecho de que “debería nacer predominantemente
no en los individuos aislados, sino como una concepción de un grupo
de hombres” (Weber, 1992b:50).
La esfera individual,
para Weber, no supone una perspectiva atomista de lo social, sino una mirada
que enfatiza el protagonismo de los grupos sociales. En la búsqueda
por los orígenes del capitalismo Weber avanza hasta dar con una forma
grupal concreta, a saber: ciertas sectas del calvinismo ascético. En ellas, la ética ascética del protestantismo
aparece como un impulso que proyecta patrones de racionalización en
la conducta del sujeto, cuyas consecuencias luego se plasman en la economía
capitalista como un todo.
Para Weber la
interpretación de un fenómeno social nos lleva a bucear en
su origen individual, cuya carga de significación es necesario explicar
y comprender, a partir, como ya hemos comentado, de diversos contextos de
significación. Sin embargo, esta posición no invalida que las
consecuencias impensadas de la acción puedan volverse contra los propios
sujetos autores de forma tal que su existencia futura sea condicionada por
ellas mismas de igual forma. De allí que
el autor pueda sostener: “El puritano quiso ser un hombre profesional: nosotros
tenemos que serlo también; pues desde el momento en que el ascetismo
abandonó las celdas monásticas para instalarse en la vida profesional
y dominar la moralidad mundana, contribuyó en lo que pudo a construir
el grandioso cosmos de orden económico moderno que, vinculado a las
condiciones técnicas y económicas de la producción mecánico
maquinista, determina hoy con fuerza irresistible el estilo vital de cuantos
individuos nacen en él [...] y de seguro lo seguirá determinando
por mucho tiempo más.”[...]“El estuche ha quedado vacío de
espíritu, quien sabe si definitivamente. En todo caso, el capitalismo
victorioso no necesita ya de este apoyo religioso, puesto que descansa en
fundamentos mecánicos.” (Weber, 1992b: 258-259)
Las máximas
de acción que otrora daban forma y fundamento práctico a la
voluntad de los sujetos (la ascesis calvinista) han dejado paso, con el capitalismo
como forma económica consolidada como sistema, a un proceso de selección
económica cuyas realidades individuales, ya sea en la figura del empresario
o la del trabajador no cuentan con la libertad de elección en que
se sostenían por orientación ética de la conducta. Por esta razón, la adaptación por vía
de la maximización del interés, vuelve la acción instrumental
una pauta típica orientada pragmáticamente cuyo vaciamiento
de contenido, refuerza la inmanencia expresada en el carácter secular
y hedonista de la motivación individual.
En todo se aleja esto, de las fines de toda religión de salvación
racionalizada. No es casual que la dinámica
de la forma capitalista de vida sea el corolario de cierta fosilización
de los significados de la acción, alguna vez asociados a la idea de
trascendencia, y que hoy sólo se orientan a salvaguardar la supervivencia.
Más allá
de las especificidades, hemos intentado mostrar que el análisis del
proceso civilizatorio y del proceso de racionalización acerca de manera
manifiesta la perspectiva de ambos autores. En cierta forma, las discrepancias
entre trabajo empírico y aportes teóricos que Elias achacase
a Weber, ciertamente se disipan a partir de los términos de la relectura
que llevamos adelante. La oposición entre individuo y sociedad en
los análisis históricos de Weber se diluye considerablemente
a la luz de las dimensiones analizadas.
A modo de conclusión,
sólo nos resta esbozar una última consideración. La
lectura conjunta de Elias y Weber en torno a un problema tan central de la
teoría sociológica como el aquí tratado, desde ya que
no está exenta de dificultades y limitaciones. Sin embargo, aunque
precarios y provisorios, los lineamientos que moldearon este análisis
reportaron ciertos beneficios. Por un lado, de la mano de Weber, nos permitimos
tomar cierta distancia de la crítica eliasiana, evitando así
reducir tras la acusación de individualismo metodológico, las
riquezas de los aportes conceptuales del sociólogo de los tipos ideales.
Por el otro, de la mano de Elias, reconocimos que cualquier anquilosamiento
tanto en las perspectivas como en las categorías de la teoría
social, colaboran frecuentemente en acrecentar la esterilidad de los recortes
académicos, las periodizaciones admitidas y las problemáticas
obligadas. En suma, aunque la recepción
crítica que Elias hace de la tradición weberiana, es ciertamente
matizable como intentamos demostrarlo, nos recuerda constantemente que la
obra de todo gran pensador, antes que adhesión, reclama permanentemente
continuidad.
NOTAS:
(1) “Una gran parte de las teorías filosóficas
del conocimiento –casi podría decirse que toda la tradición
clásica, desde Descartes, pasando por Berkeley [...] o Kant—se levantan
sobre la idea de que el ser humano que busca adquirir saber es un solitario,
completamente aislado y sumido permanentemente en la duda de si existen objetos
y personas fuera de él.” (Elias, 1990a:228)
(2)
“Confundidos
por el propio uso de las metáforas espaciales que utilizan para describir
las funciones de los símbolos humanos –del saber—en un proceso de
solución de problemas, atribuyen a la cuestión por resolver
–su objeto—una posición en el espacio, fuera de sí mismos.
Así en la jerga de los filósofos, dos conceptos –“sujeto” y
“objeto”—que se refieren a dos funciones inseparables y complementarias del
hombre y de la Naturaleza o de los hombres entre sí, en
un proceso cognoscitivo, se desfiguran y presentan como dos existencias
autónomas, separadas por un abismo espacial infranqueable.” (Elias,
1989: 139)
(3) “El famoso ejemplo de
Max Weber de la acción social y la no social, es decir, de la que,
con toda evidencia, es «puramente individual», muestra con la
máxima claridad esta posición de principio egocéntrica
en la que una persona se experimenta primariamente como individuo singularizado.
Cuando muchas personas abren al mismo tiempo un paraguas porque comienza
a llover, no estamos, según Weber, ante una acción social.
Weber se olvida, como tan a menudo hace en su diseño teórico,
de identificar esta acción no social de forma conceptualmente positiva;
pero claramente se echa de ver de qué se trata. Todo individuo actúa
aquí para sí; el polo opuesto de la acción social, ideado
este caso por Weber, es desde su punto de vista la acción «puramente
individual» [...]. Según Weber, su actuación sólo
es social por un acto volitivo del individuo, a saber, cuando en la conciencia
del actuante va dirigida a otras personas.” (Elias, 1995a: 173)
(4)
“[...] y si a fin de cuentas me hice sociólogo –como lo
indica el decreto de mi nombramiento—ha sido esencialmente con objeto de poner
término a estos ejercicios a base de conceptos colectivos, cuyo espectro
no cesa de merodear. En otras palabras, tampoco la sociología puede
proceder sino de las acciones de uno, de algunos o de numerosos individuos
separados. Por eso se encuentra obligada a adoptar métodos individualistas.”
(Carta de Max Weber a R. Liefman del 9 de Marzo de 1920, año de su
fallecimiento); citada en Giddens (1995,213)
(5) Hemos analizado detalladamente las connotaciones que
reporta el término sentido y sus derivados en la trama conceptual
weberiana en Nocera (2006)
(6) “No debe interpretarse incorrectamente esta expresión
en el sentido de que la historia del individuo «civilizado» reprodujese
todas y cada una de las fases de la historia social. Nada podría ser
más disparatado que tratar de encontrar una «época feudal
de economía natural» o un «Renacimiento» o un «período
cortesano—absolutista» en la vida del individuo. Todos los conceptos
de este tipo se refieren a la estructura de grupos sociales completos”.
(7) Para analizar –en una línea muy similar—el dominio
de la propia subjetividad como precondición para el dominio de la
naturaleza ver Adorno-Horkheimer (1994) y Bogner (1987)
BIBLIOGRAFÍA:
(1994) Adorno, T. W. y Horkheimer, M. “Dialéctica del Iluminismo”, Madrid,
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