NÓMADAS - REVISTA CRÍTICA
DE CIENCIAS SOCIALES Y JURÍDICAS 12-2005/2 | Universidad Complutense de Madrid | ISSN 1578-6730 |
La sexualidad
femenina como fuerza subversiva y emancipadora de la mujer |
Francisca Martín-Cano Abreu >>> CV |
RESUMEN.- Debido a que
la sexualidad femenina hubiese sido y es una fuerza subversiva y emancipadora
de la mujer, no ha convenido a los intereses masculinos su desarrollo. Asi que desde hace miles de años se encargaron
de limitarla para conseguir la subordinación femenina.
Análisis del papel de la mujer en la sociedad occidental | Determinación cultural del papel femenino | Pacto cultural intersexual | Exigencia de fidelidad | Métodos pedagógicos para limitar la sexualidad femenina
AnÁlisis del papel
de la mujer en la sociedad occidental
Es un hecho que las mujeres en nuestra sociedad
occidental no hemos jugado, ni jugamos, todavía un papel visible.
Frente al notable papel jugado por el varón
como habitual ejecutante del poder público y social, la mujer se ha
visto obligada a practicar un papel postergado e inapreciable: el relegado
que las normas sociales le ha adjudicado y sometido a los intereses masculinos.
El papel prominente del varón, se ha
mantenido gracias a que se ha adueñado de muchos derechos y prerrogativas.
Derechos que les ha proporcionado el poder sentir el orgullo y la preparación
adecuada para ejercer un papel destacado.
Entre ellos el derecho establecido durante
cientos de años de apropiarse del ejercicio del poder y el ejercicio
del culto; el de poder recibir una instrucción; el derecho de poder
ejercer en exclusiva el trabajo remunerado y prestigiado; también
el derecho a poder desarrollarse físicamente; el derecho y la facilidad
para moverse libremente; el derecho y la conveniencia de estar en contacto
con el mundo exterior; el de tener la oportunidad de relacionarse entre los
de su propio género; el de tomar decisiones; de tener autonomía,
etc.
Y el varón ha hecho uso de todos estos
patrimonios durante todo el período de vigencia de la sociedad patriarcal.
Y ha dado lugar a que nuestra sociedad occidental
contemporánea, heredase unos comportamientos y unas costumbres en
que se privilegiaba exclusivamente lo masculino.
Una sociedad en la que, justificando la creencia
en la superioridad masculina, los varones han ocupado las posiciones más
elevadas de la jerarquía social.
Una sociedad que creía en la desigualdad
y en la inferioridad femenina. Y basadas en esta creencia la mujer ha sido
víctima de terribles violencias.
Se ha juzgado y tratado a la mujer como a un
ser inferior intelectualmente. Con la consideración de un ser inmaduro,
eternamente anclado en la infancia. Además se ha dictado la conducta
sexual femenina apropiada. Y se ha generalizado los estereotipos dañinos
en contra de los valores de la mujer.
La desigualdad sexual ha negado por tanto a
la mujer, el acceso a su desarrollo mental y físico y a muchos otros
derechos: a la educación, al aprendizaje, al desempeño de ciertas
profesiones y a la movilidad libre.
¡Como es natural no se iba a perder el
tiempo cuidando un campo de piedras!.
A las mujeres se las ha discriminado secularmente;
se las ha encerrado en el pequeño, asfixiante y empobrecedor mundo
doméstico. La única realidad femenina durante siglos, ha estado
limitada a permanecer abstraída, respirando la pobre atmósfera
del hogar o del claustro y su mundo ha sido el privado o el de la familia.
Se les ha bloqueado la posibilidad de expresarse en muchos terrenos. Se las
ha protegido con limitaciones y prohibiciones discriminativas.
Se les ha impuesto una realidad restringida por medio de una coacción
brutal, sin posibilidades de protestar o de rebelarse.
Y desde el advenimiento de la revolución
patriarcal y durante todo el período de dominio masculino, a nuestras
antecesoras se les ha imposibilitado realizar actividades independientes
y no se les ha permitido que ejerciesen aquellas tareas satisfactorias, que
les demostrasen e hiciesen creer, que eran tan valiosas como los varones.
Ni que realizaran aquellas tareas, a través de las cuales, se adquirían
los atributos que la realización de la tarea conllevaba, atributos
que sin embargo exclusivamente al varón se les permitía tener
(algo similar a lo que ocurre cuando al hacer gimnasia se desarrollan los
músculos que proporcionan el tener fuerza).
Y las mujeres han crecido como pobres flores
inmóviles, atadas con raíces muy profundas y sin libertad.
Y con tantas prohibiciones, los varones consiguieron
por fin subordinarla.
La situación actual de desigualdad sexual,
de sexismo, es sin duda resultado de un proceso evolutivo de condiciones problema
y de la elección de unas soluciones, que han logrado el éxito
en la lucha por adaptarse a un medio inseguro. Y que se han impuesto, se
han mantenido y aún sobreviven por varias razones:
1.- Porque la masa ha aprendido
y ha crecido con esas convicciones y nadie se ha preocupado de modificarlas.
2.- Porque muchos representantes
varones, elegidos o no por el pueblo que dominan el mundo, siguen creyendo
firmemente en la desigualdad sexual.
3.- Porque la resistencia a los
cambios es una conducta propia de la naturaleza humana, que se opone en principio
a toda transformación.
4.- Por la fuerza poderosísima
de aquellos a los que se otorgan los privilegios y que se benefician de tal
desigualdad, que en principio alcanza a cientos de millones de habitantes
varones de la población mundial. Por lo que lógicamente, esos
millones de tiranos oponen una notable resistencia a perder los privilegios
resultantes de explotar "legalmente" al otro sexo.
5.- Por la ruptura que supondría
romper el actual equilibrio mundial que impone el patriarcado y que afectaría
a todas las instituciones, que por la regla general de la inercia, tienden
a ser estables y a perpetuarse.
6.- Porque la familia de clase
media, sostén de toda la economía mundial, tal como hoy existe,
desaparecería y habría que sustituirla, lo que supondría
un reto infranqueable en una sociedad orientada a satisfacer las ambiciones
de personas ordinarias, que las encuentra en el sistema establecido y que
son leales al mismo.
Es muy posible, que la mayor dificultad de
erradicar esta situación de desigualdad sexual, sea por la sencilla
explicación de que es una conducta patológica resultado del
aprendizaje.
E igual que una conducta desadaptada, es difícil de modificar, lo es
una conceptualización, una construcción
teórica, una obcecación patológica, una superstición
que atañe a casi la mitad del globo. Y que la otra mitad mantiene
y defiende porque le ha sido condicionado y ha crecido con ese estereotipo
mental.
Es difícil cambiar el estado de las
cosas, ya que todos nos regimos por los valores imperantes y sólo
los modificamos, si existe una concienciación y un deseo, una "misión"
no sólo de conseguir un interés personal, sino de alcanzar
una meta y conseguir una transformación total de la sociedad.
Cuando se acabe esta etapa oscurantista para
más de la mitad de la población mundial, cuando se acabe con
este estereotipo de la "superioridad masculina", creencia que es un claro
síntoma patológico y que tiene unas raíces muy profundas,
se calificará de patológica esta conducta retrógrada
y discriminativa respecto a la mujer, que afectó
a la población mundial y estuvo imperando durante varios miles de
años.
Ya la humanidad empieza a despertarse. Ya las
mujeres empezamos a ver con claridad la tiranía impuesta a todas las
mujeres del planeta durante siglos y a salir de este terror y de esta pesadilla.
determinaciÓn cultural
del papel femenino
Se ha argumentado, que la diferencia sexual
respecto a la situación subordinada en que se encuentra la mujer en
la sociedad occidental, era una conducta generalizada, muy regular y que
se repetía en gran variedad de culturas. Por lo cual se consideraba,
que tal regularidad ofrecía un respaldo a los determinantes biológicos.
Deducían que la subordinación femenina había de tener
una base innata.
Esta creencia es un mito más de los
mitos referentes a las diferencias sexuales. Con este estereotipo mental
de considerar que “la subordinación de la mujer es generalizada” se
comete el típico error etnocéntrico, de suponer que el patriarcado,
modelo occidental actual, es el único posible, cuando se sabe que
en otras regiones y en otras épocas, han existido sociedades matrilineales, con modelo de sociedad en el que las
mujeres ocupaban una situación importante, una elevada condición,
eran poderosas y el poder económico estaba en sus manos, por lo que
el varón dependía de la mujer, que era quien lo alimentaba
y lo vestía, cuando era dueña de los campos y de sus frutos.
En estas culturas no se daba por tanto, el
interés femenino en apoyarse económicamente en el varón,
ya que eran precisamente las mujeres, las que mantenían la estructura
económica y eran las propietarias de las cosas valiosas, contrariamente
a lo que pasa en las sociedades patrilineales.
Y estas culturas, que dan evidencia histórica,
de que el papel subordinado femenino y el interés por unirse al varón,
no es "ni un comportamiento regular", "ni es constante", y que atestigua
que la subordinación femenina no es innata, permanecen desconocidos
por los típicos comportamientos de ocultación de algunos historiadores,
que han evitado durante siglos, divulgar las acciones realizadas por las
mujeres. Es más cómodo pensar que la relación actual
mujer-varón de los sistemas familiares, siempre ha sido así
y es generalizada.
Precisamente las conductas subordinadas femeninas,
comenzaron a raíz de un pacto cultural entre los sexos.
Durante el proceso de evolución, después
de una primera etapa en la que los varones no se vinculaban a sus parejas
y no se obligaban a la tarea de cuidar a las crías, (etapa en la que
eran las mujeres solas las que quedaban apresadas biológicamente en
la obligación y el cuidado de su prole; ellas eran las únicas
que cazaban, recolectaban o sembraban semillas para alimentar a sus crías;
las que cuidadaban de su salud; las únicas
que les enseñaban a buscar alimentos), llegó un momento en
que se despertó el deseo ¿masculino? de incrementar el número
de nacimientos.
Esto se produjo porque las condiciones económicas
de abundancia alimentaria, procuradas por la
producción de alimentos a través de la agricultura y de mejora
nutritiva, permitía un aumento de la capacidad
reproductora femenina. Y con la posibilidad femenina de un número
mayor de hijos, se estimuló en los ¿varones?, ciertos intereses
y deseos de ampliar el número de nacimientos, por las ventajas económicas
que se obtendrían.
Por lo cual los varones decidieron controlar
la capacidad gestadora femenina para satisfacerlos
y se originó la familia patriarcal.
Dada la dificultad femenina para alimentar
ella sola a todos los posibles nacimientos, se estableció entre el
varón y la mujer un contrato: se intercambiaba la relación
y la actividad sexual exclusiva y la disponibilidad permanente por parte de
la mujer y la dependencia económica de ésta, a cambio de la
vinculación masculina, de su responsabilidad que le obligaba a contribuir
al sustento y cuidado de los hijos y a ayudar y a proteger a la mujer. Se
estableció un compromiso por parte del varón para ocuparse
de la descendencia.
Pacto que llevó a la relación
sexual monógama, por la que el varón se responsabilizaba de
sus hijos como padre de familia patriarcal, a cambio de la ventaja genética
de que su estirpe sobreviviese. Ventaja genética y exclusividad sexual, frente a incertidumbre
de esporádicos encuentros sexuales.
Este pacto explica, que lo largo de nuestra
historia occidental greco-romana, los varones sean los que hayan ocupado
el lugar superior jerárquico y hayan dictado una norma, que en principio
parece no ir en beneficio propio: la norma moral sobre la conducta sexual
apropiada de la mujer no parece haberle sido especialmente ventajosa. En
principio parece que hubieran salido más beneficiados si hubiesen sido
más permisivos con la libertad sexual femenina (libertad sexual femenina
existente en las etapas más antiguas de la historia humana y en otras
culturas con vestigios de matriarcado, con modelo de familia matricéntrica y en sociedades matrilineales, en donde se han dado conductas de extraordinaria
libertad sexual femenina, de forma universal, antes de invasiones o revoluciones
patriarcales), pues habrían podido satisfacer los deseos varoniles
de promiscuidad.
El origen de la aparente contradicción,
de la diferente actitud hacia la sexualidad femenina de los tiempos patriarcales
de las familias llamadas civilizadas, se explica por las consecuencias de
un pacto cultural entre los sexos.
El varón que procura sustento, se siente
dominante frente a la mujer que muestra dependencia, se considera superior
frente a la que depende de él: tal es la condición humana.
Se despierta el sentido de posesión por aquello que se mantiene y se
establece relación de propiedad sobre la mujer. En las familias patriarcales,
el varón se apropió de la mujer y la mujer se convirtió
en su posesión y lo poseído se desvaloriza.
La familia patriarcal condujo por tanto, por
un lado, a que la mujer perdiera su importancia económica, que repercutió
en su posición social: antes el varón dependía de la
mujer, en la nueva situación la mujer quedaba desplazada de sus labores
agrícolas y quedaba sujeta al varón del que dependía;
y por otro lado condujo a que el varón exigiera fidelidad a la mujer,
por lo que impuso a la mujer condiciones morales y un estricto código
de fidelidad, que tuvo como consecuencia la imperiosa inhibición de
la sexualidad femenina, que llegó a limitar los objetivos hedonistas
masculinos.
Modelo que ha heredado nuestra civilización
occidental, que potencia la sexualidad masculina y afirma el valor de la
mujer como objeto de deseo.
Puesto que a mujer se convirtió en la
depositaria del honor familia, el adulterio femenino empezó a ser considerado
como una transgresión punible. Por lo
que el varón vigilaría a su compañera, para que fuesen
sus genes exclusivamente los que engendrasen a sus propios hijos.
Pero dado el poder sexual de la mujer, por
el que no se sometería fácilmente a la monogamia, el varón
llegaría a controlarla con castigos disuasorios, para que no introdujera
bastardos; para evitar que en su ausencia otro
varón se aprovechase de su posesión; para tener certeza de
que el honor masculino y familiar no iba a ser mancillado; para estar seguro
de la filiación patrilineal; para que la
herencia de la propiedad pasase a los auténticos hijos del padre. De
ahí la inactividad femenina fuera del hogar y su reclusión en
el hogar.
Y así se inventaron mitos, arte, leyendas,
religión, cuentos y otras medidas legislativas adaptados a los intereses masculinos, que impusieron
a la mujer normas morales.
Y la moral religiosa ayudó a extender
la idea de que: "es peyorativo ser una mujer ardiente", "la seductora es
mala". Y la norma moral les negaba el placer sexual: "han de tener hijos,
pero no han de pasárselo bien mientras lo procrean". "La mujer no
debe disfrutar de su cuerpo". Y cohibieron toda conducta que pretendiese satisfacer
su apetencia.
E igualmente se preocuparon de no intensificar
la sexualidad femenina para que no se convirtiera en una fuerza subversiva.
(Llegando
incluso en zonas de África a llevarlo al extremo de eliminar el derecho
al placer femenino. La mujer es necesaria para la procreación, pero
como pertenece a los varones, se le realiza la escisión para disminuir
su deseo sexual, para reducir sus sensaciones de placer y para preservar
su castidad y para eliminar la posibilidad de adulterio o infidelidad: cortan
los labios menores y mayores y el clítoris y cosen los labios menores
de sus órganos sexuales. Y las infracciones del tipo de quedarse embarazada
soltera, incluso se ha castigado durante siglos con la muerte. Y llegan
a la total reclusión y velado de las mujeres, una auténtica
trata de blancas, para poder ser sometidas. Mujeres a las que se les niega
incluso el alma).
Y la mujer no tuvo más remedio que aceptar
y someterse a la imposición y exigencia masculina. Cumplió con
las reglas de llegar virgen al matrimonio. Manteniéndose y sobreviviendo
esta exigencia de fidelidad, incluso aunque como en los tiempos modernos
no se persiga la procreación y no haya que asegurar el linaje: la fidelidad
como una conducta exigible sólo a la mujer mientras el varón
disfruta de su privilegio de promiscuidad sexual.
Quizás los varones hubiesen salido beneficiados
con una intensificación y potenciación mayor del impulso sexual
femenino. Pero la sexualidad femenina hubiese sido y es una fuerza subversiva
y emancipadora de la mujer. Por lo que no convenía a los intereses
masculinos su desarrollo. Así que se encargaron de limitarla, para
que la mujer permaneciese en su subordinación.
La mujer por consiguiente, se dedicó
durante cientos de años, plenamente a la larga y pesada tarea de cuidar
a los hijos y al hogar familiar, arrastrando el lastre del miedo al abandono
de su pareja.
Por otro lado, cada varón cargó
con los hijos de su compañera, como contrapartida a su derecho sexual y considerados además de vital
importancia, por el trabajo que aportaban y aumentaron considerablemente
el número de hijos.
Si añadimos que, cuanto más hijos
tuviera la mujer, más ventajas se obtendrían, se impuso la
necesidad del mayor nacimiento posible de individuos, ya que se aseguraba:
• 1º el aumento del poderío y el
rendimiento del clan.
• 2º el cuidado de los padres cuando no
fuesen capaces de sobrevivir por sí mismos.
• 3º cuanto más embarazos tuviese
la mujer, menos tiempo tendría para tratar de competir por el poder.
• 4º para que la selección natural
pudiese elegir los más aptos.
Por tanto se estableció la exigencia
a la mujer de traer muchos hijos y a la Fertilidad como su valor más
estimable, pero siempre controlada por el varón y considerando la
sexualidad libre como punible.
La mujer únicamente se valoraba en relación
a su papel reproductor y maternal despreciándose a la estéril.
Y la mujer se obligó a sacrificarse en aras de la Fertilidad.
Y según vemos hoy día, con una
población mundial de cinco mil millones de habitantes, con problemas
de reparto de alimento y escasez de trabajo, no se ha abandonado aún
esta tradición.