Román Reyes (Dir): Diccionario Crítico de Ciencias Sociales

Proceso Psicológico
Ernesto Quiroga Romero
Universidad de Almería

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Para obtener una definición mínimamente precisa del significado temático propio del concepto de "proceso psicológico" es imprescindible tener a la vista la distinción gnoseológica entre el conductismo metodológico y el conductismo radical (véanse al respecto las voces "gnoseología" y "epistemología"). En efecto, esta tipología de Psicologías, ya clásica, propuesta por Skinner (1974), que se encuentra contemplada y desarrollada por Fuentes (1992a, y también en la voz "conductismo" dentro de este mismo diccionario), resulta decisiva para discernir las verdaderas Psicologías de las que no lo son. Dado que el lector puede consultar la discusión al respecto en los textos mencionados, nos limitaremos a señalar (que no a construir), y a modo de introducción para lo que aquí interesa (el concepto de proceso psicológico), la distinción fundamental entre ambos tipos de conductismos.

El conductismo metodológico (en sus diversas variedades, incluyendo a la llamada Psicología cognitiva) es calificado así (como metodológico) debido a que toma a la conducta (el movimiento observable de los organismos) como fuente (presuntamente objetiva) de datos empíricos que permita aplicar el método científico (hipotético-deductivo) para construir una ciencia (esto es, construir un plano teórico-explicativo distinto al empírico) en la que las variables puramente psicológicas, en cuanto que teóricas o explicativas, ya no serían conductuales (o empíricas, puesto que serían ya variables inobservables, internas al organismo, pudiendo ser bien fisiológicas o bien mentales).

El conductismo radical, en contraposición con el metodológico, sería así calificado (como radical) en cuanto que tomaría a la conducta (ya de raíz en ella misma) como el material específica y propiamente psicológico ("por derecho propio", que dijera Skinner), defendiendo, en consecuencia, que las presuntas variables psicológicas internas no observables (fisiológicas o mentales), son completamente innecesarias como variables teóricas o explicativas, puesto que la explicación en Psicología consistiría (únicamente) en encontrar, no variables teóricas diferentes a la conducta (que estuviesen en un plano distinto a ésta), sino las variaciones paramétricas de la conducta que se producen en función de las variaciones paramétricas de las variables ambientales (estimulares). Dicho con otras palabras, en Psicología explicar es controlar, porque la explicación psicológica de una conducta reside en el control (o modificación deliberada) efectuado sobre ella mediante el cambio (también controlado) de las variables ambientales de las cuales es función. Y todo esto es equivalente a decir que el ejercicio, también conductual, de controlar una conducta es en lo que consiste la Psicología, pues, como se decía, conocer (o explicar) una conducta es controlarla empíricamente (sin que desde este plano empírico del control conductual de una conducta se pueda alcanzar ningún otro plano explicativo teórico psicológico).

Pues bien, partiendo de esta base, que limita cualquier concepto verdaderamente psicológico a la descripción reproductiva de alguna operación de control sobre alguna conducta controlada, lo que ahora nos interesa es comenzar a caracterizar el material temático que el conductismo radical constata como material específico (e ineludible) de la Psicología: aquello que se analiza en los laboratorios psicológicos son las relaciones funcionales entre las variables estimulares y las variables conductuales, o como también se las llama, las contingencias de reforzamiento, que no consisten más que en la asociación temporalmente inmediata de algunas de las variables manejadas.

En efecto, para el análisis (funcional-experimental) de la conducta (sencillamente, el trabajo de laboratorio, realizado ejemplarmente por Skinner, cuyo trabajo sería el canon de cualquier verdadera Psicología), una relación funcional, o contingencia, consiste en alguna correlación (experimentalmente establecible) entre alguna variable independiente y alguna variable dependiente. Y de lo que se trataría es de obtener, por medio de la investigación experimental de laboratorio (o análisis de la conducta, tal y como aparece por ejemplo en Skinner 1938/1975 y 1953/1970), una tipología lo más completa posible de los tipos de contingencias existentes en los organismos. Skinner, con su obra "La conducta de los organismos" (1938/1975), sienta ya al inicio de su trayectoria la base de los tipos de contingencias existentes al distinguir entre "la conducta respondiente" y la "conducta operante" (con sus correspondientes subtipos contingenciales), resolviendo así el problema (central en aquel momento histórico) de la diferencia o semejanza entre los reflejos condicionados de Pavlov y el aprendizaje por ensayo y error de Thorndike.

La conducta respondiente consistiría en aquel comportamiento que se produce cuando, tras sucesivos ensayos en los que dos estímulos le son presentados al organismo emparejados o asociados (contingencialmente), un primer estímulo (ulteriormente el condicionado), inicialmente incapaz de provocar ninguna respuesta refleja (estímulo neutro), elicita o provoca una respuesta (condicionada), que es similar a la respuesta refleja (incondicionada) que resulta también elicitada o provocada por un segundo estímulo (incondicionado). De esta forma, el estímulo condicionado se convierte en una señal disriminativa de la llegada posterior de un estímulo incondicionado, señalización esta que dispara una respuesta condicionada preparatoria (ahora ya por anticipado) para recibir el impacto del estímulo incondicionado, que a su vez generará su correspondiente respuesta refleja o incondicionada. Más adelante retomaremos este tipo de comportamiento para discutir algunos problemas en torno a sus características.

La conducta operante, formulada por Skinner como una relación de contingencia que liga tres términos (o triple relación de contingencia), consistiría fundamentalmente en lo siguiente: existirían otras conductas, las operantes, para las que no se detecta experimentalmente un estímulo antecedente que las provoque, y que una vez emitidas, en principio con independencia de sus consecuencias posteriores (esto es, emitidas libremente, o en ausencia de relación con ningún estímulo antecedente o consecuente), se asociarían (funcional o contingencialmente) a estímulos posteriores a ellas, los estímulos reforzadores, que quedarían definidos como aquel estímulo que modifique (aumentando o disminuyendo) la frecuencia empírica de emisión de la conducta operante (que produce la llegada del estímulo reforzador como consecuencia de su influencia o acción operatoria sobre el medio circundante al organismo); además, se constata que hay un tercer factor que puede alzarse con el control de la emisión de la conducta operante relacionada ya con algún estímulo reforzador (una contingencia de reforzamiento), se trata del estímulo discriminativo, el cual, a diferencia de los estímulos condicionados o incondicionados no provoca automáticamente la respuesta operante, sino que no es más que una señal que muestra la ocasión en la que un reforzador estará disponible o no si se emite la respuesta operante correspondiente.

Pues bien, el caso es que semejante formulación de la conducta operante, y como ha sido expuesto en otro texto (Quiroga, 1995, retomando una propuesta de Fuentes) oculta una analogía de la teoría de la selección natural de Darwin. En efecto, en el mencionado artículo se realiza (con mucho más detalle de lo que aquí es posible) una primera aproximación a la propuesta según la cual el comportamiento operante "hereda" los problemas de la teoría del aprendizaje por ensayo y error (formulada por Morgan, y que tiene su primer origen en la ley de Spencer-Bain) de la siguiente manera: las respuestas operantes, inicialmente ya poseídas por el organismo y emitidas sin relación alguna con sus consecuencias posteriores (emitidas ciega, errática o libremente), son una analogía del conjunto de órganos que el individuo posee por herencia genética, puesto que los órganos se ponen en juego adaptativo con el medio con independencia de su posterior selección por éste; recíprocamente, los estímulos reforzadores que seleccionan (reforzando su frecuencia de emisión) a algunas operantes respecto de otras mediante su asociación contingente con ellas, son una analogía de las características medio-ambientales que seleccionan a los rasgos morfológicos del organismo que muestran un acoplamiento adaptativo con ellas; y, por último, la relación de contingencia, tal y como se define en el análisis de la conducta, una relación temporalmente inmediata entre el suceso reforzante y la respuesta operante correspondiente, es una analogía de la relación temporal (fisicalista) que tiene lugar en la interacción (biomecánica, por contacto temporal-espacial inmediato) entre los rasgos del organismo y las características bio-ecológicas de su medio. Y sólo cuando esta analogía está funcionando puede ahora definirse al estímulo discriminativo como un factor no necesario para el establecimiento de una relación contingente entre una operante y un estímulo reforzador, puesto que la operante, ya desde el principio, por el modelo analógico implícito de partida (que lastra a toda la Psicología del Aprendizaje), es ciega, errática, o libre, respecto de toda consecuencia.

Pero, paradójicamente, en los propios textos del análisis funcional de la conducta (por ejemplo, en Skinner 1938/1975 y 1953/1970) se presenta el concepto de "encadenamiento", según el cual es difícil encontrar conductas operantes aisladas, pues se presentan secuenciadas, una detrás de otra (encadenadas), de forma que el estímulo reforzador obtenido por una operante es el estímulo discriminativo de la siguiente, que a su vez proporciona, con su correspondiente reforzador el discriminativo de una nueva operante. Lo que está ocurriendo es que el concepto de encadenamiento es un reconocimiento tácito o implícito del problema (o error) que supone el considerar que las operantes pueden presentarse sin discriminativos previos. Y es que lo que parece (lo que se muestra en la práctica misma de su tratamiento en el laboratorio) es que la naturaleza de la conducta es fenoménica (y operatoria, tal como lo ha expuesto, por ejemplo, Brunswik, 1952/1989), y que por tanto resulta inasequible, o inabordable, para una conceptualización fisicalista como la procedente de la teoría de la selección natural.

Como resolución subsanadora de tal estado de cosas, Fuentes ha propuesto (1992b) el concepto de "contingencia discriminada", que caracteriza con precisión a aquello que quepa reconocer como un "proceso psicológico" o como una conducta. La expresión "contingencia discriminada" recoge, como puede observarse, dos expresiones (contingencia y discriminación), empleadas en el análisis funcional de la conducta. Pero el caso es que, aun recogiéndolas, las relaciona de forma que se intenta aprehender la naturaleza fenoménica propia de la conducta, la cual no aparece reconocida explícitamente como tal en las formulaciones del análisis funcional (aunque si en su ejercicio práctico). De lo que se trata, en principio, es de reconocer que toda contingencia de reforzamiento está discriminada (en lugar de entender que la discriminación es inicialmente ajena a la contingencia y que después puede, si es que se dan las condiciones, alzarse con el control de la contingencia ya establecida). Pero la expresión contingencia discriminada también quiere reconocer que todo aquello que se discrimina psicológicamente son contingencias, esto es, que lo que se percibe es algún resultado o consecuencia posible tras una operación (movimiento corporal), y que se detecta (o discrimina) que aquello que se espera (la contingencia) puede llegar a tener lugar, pero nunca con una total seguridad (no es una consecuencia necesaria, obligatoria, como las que se tienen cuando se conoce científicamente), o dicho de otra forma, como algo inherente a la propia contingencia de reforzamiento (discriminada) se encuentra la contraposibilidad recíproca: que no llegue a ocurrir lo que sin embargo parece (se discrimina) que puede llegar a ocurrir (contingencialmente). Precisando aún más, al emplear el sintagma contingencia discriminada para definir a la conducta, lo que se quiere poner de manifiesto es que toda conducta (movimiento corporal en el medio circundante percibido) consiste en lo que ella hace, y lo que hace no es más que producir un tránsito (fenoménico-operatorio) desde la discriminación de la contingencia (el momento fenoménico inicial en el que consiste estar percibiendo un estímulo discriminativo) hasta la (posible) obtención de la contingencia discriminada (el momento fenoménico final, que es la llegada a la contingencia que se discriminaba como alcanzable). La conducta operante, por tanto, no consiste más que en un proceso de logro (transformación) que intenta (ensaya) alcanzar algún logro posible (la contingencia) que se está percibiendo (discriminando) como alcanzable. Así pues, toda conducta es un punto intermedio entre dos momentos fenoménicos, el inicialmente presente que remite a algún otro momento, inicialmente ausente, que se está percibiendo como posiblemente alcanzable (presenciable, lograble). La conducta operante se define, entonces, por su carácter de transformación fenoménico-operatoria (locomotriz o manipulativa) del medio circundante al organismo que se comporta.

En resumen, y gracias al concepto (radicalmente conductista) de contingencia discriminada, se dispone ya de una formulación del concepto de proceso psicológico (de conducta), según la cual éste es un proceso fenoménico-operatorio de logro contingente discriminado.

Ahora bien, semejante propuesta se hace cuando ya está en marcha la investigación psicológica, es decir, cuando se han delimitado ya (experimentalmente) una multiplicidad de procesos psicológicos, de conductas o de contingencias (por ejemplo, reforzamiento positivo y negativo, castigo positivo y negativo), multiplicidad que ha permitido la captura de sus características comunes o transversales. Pero, y este es el problema que se quiere ensayar en este trabajo, quedaría pendiente la delimitación precisa de los tipos de contingencias existentes, como Fuentes (1992a) ha planteado: "A lo sumo, el único tipo de representación que le estaría posibilitada al saber psicológico sería una sistematización de los tipos de contingencias que sea posible descubrir empíricamente; pues en ningún caso, desde luego, la idea generalísima de contingencia que aquí hemos diseñado (fenomenológicamente) prejuzga las diversas modalidades empíricas que las contingencias puedan tomar... Semejante caracterización no prejuzga cuales pueden ser los tipos concretos de juegos ausencia/presencia descubribles empíricamente, ni el número o complejidad de las configuraciones involucradas en dichos juegos...".

De forma que todavía quedaría pendiente la labor de delimitar las modulaciones o variaciones empíricas que se han detectado, o puedan detectarse, en la conducta (en las contingencias discriminadas). Pero esta tarea tendría una importancia mayor de lo que quizá pueda parecer a primera vista, puesto que (siendo esto lo que se pretende ensayar en el presente trabajo) la definición del concepto de proceso psicológico como género no estará realizada completamente hasta que no se delimiten todas y cada una de las especies que lo conforman, especies que no son sino las variaciones, modulaciones o modalidades empíricas que con-forman, o co-definen, el concepto de conducta entendida como contingencia discriminada. De lo que puede ya deducirse que la tarea fundamental que queda por desarrollar en este texto es precisamente la delimitación ("teórica") de todas las variedades empíricas que la conducta pudiera adoptar, y que quizá se hayan detectado ya en los laboratorios psicológicos (e incluso no sólo podría decirse que ya están dadas en la historia de la Psicología todas las modulaciones o variantes de la conducta, sino que sobran, por redundantes y artefactuales, la inmensa mayoría de las investigaciones psicológicas).

Pero antes de entrar a desarrollar los diferentes tipos de contingencias discriminadas operantes (que son la base de todo el comportamiento) queda pendiente (como se recordará) el tratamiento de la conducta respondiente, el cual se va a realizar exponiendo una propuesta de Fuentes que, aunque no ha sido publicada, ha sido difundida en el contexto de su actividad docente. El caso es que el comportamiento respondiente, estudiado en los laboratorios de forma que el animal se encuentra operantemente bloqueado, consiste, como ya se ha mencionado anteriormente, en la producción de cambios (intra)corporales según las relaciones contingenciales que se establecen (independientemente de las operaciones del organismo) entre los estímulos del medio entorno. Quizá por esta forma de tratamiento en el laboratorio, se ha considerado tradicionalmente que este tipo de comportamiento ha debido desarrollarse filogenéticamente con anterioridad al operante. Pues bien, la postura que aquí se va a defender es otra distinta, más aún, es contrapuesta con lo que se acaba de exponer. El comportamiento es, prima facie, conducta operante, pues la percepción, como se acaba de explicar en líneas anteriores, no consiste en otra cosa que en una transformación operatoria que intenta obtener algún logro, de manera que se puede decir que la percepción lo es de posibilidades (operantes) de acción. Es más, se puede decir que habrá comportamiento en aquellos organismos (heterótrofos) en los que los movimientos se encuentren realizados (coordinados), no ya bio-mecánicamente, sino a la escala del medio entorno que se encuentra a distancia física del cuerpo que se mueve. El comportamiento, filogenéticamente, no es más que la posibilidad de acercar (locomotrizmente) el cuerpo a las cosas, o las cosas al cuerpo (manipulativamente), pues, en principio, la utilidad o ventaja filogenética adaptativa del comportamiento operante reside en que permite introducir en el cuerpo biológico objetos alimenticios situados a distancia, de forma que se cumpla la función nutricional del correspondiente organismo heterótrofo. Se comprende entonces que el comportamiento respondiente, en cuanto que consiste en cambios intracorporales, ha de estar supeditado a los movimientos operantes del organismo, pues de lo contrario, no se produciría la asociación contingente entre el estímulo condicionado y el incondicionado. Repárese en que el estímulo condicionado queda asociado al estímulo incondicionado cuando es la conducta operante el "pegamento" que los une; es decir, que los estímulos condicionados pavlovianos juegan también el papel de estímulos discriminados skinnerianos, y que los estímulos incondicionados son también los estímulos reforzadores. Se comprenderá ahora que los cambios corporales condicionados respondientemente no sean más que preparaciones de sucesivos nuevos tramos de comportamiento operantes. Por ejemplo, la salivación prepara la masticación (del alimento ingerido), y la secreción lacrimal producida refleja o condicionadamente limpia o protege los órganos perceptores visuales, lo cual permite que se realicen nuevos movimientos operantes en el medio entorno percibido (en este caso visualmente). Así, se comprende también que la disponibilidad filogenética de semejantes recursos orgánicos incondicionados (que pueden llegar a condicionarse) ha de producirse (necesariamente) por selección natural, y que sólo pueden quedar seleccionados cuando ya hay conductas operantes para las que dichos recursos reflejos representan una ventaja adaptativa.

Una vez mencionada la supeditación del comportamiento respondiente al operante, procede pasar ahora a la delimitación de las modalidades de comportamiento operante, pues cada una de ellas podrá conllevar su correlativa cohorte de comportamientos respondientes supeditados a modo de efecto reflejo suyo (aunque debido a las limitaciones de espacio desafortunadamente no podrán ser expuestas en este texto los tipos de comportamiento respondiente, aunque pueden consultarse en Quiroga 1999). Y lo primero que conviene precisar es lo siguiente: que toda conducta operante no es más que un aprendizaje o proceso de logro tentativo (pues la contingencia buscada en el recorrido conductual nunca es un resultado asegurado), y que por tanto podrá, o bien confirmarse (diríamos, tener éxito el intento ensayado de logro), o bien refutarse (diríamos, fracasar el intento ensayado de logro). Lo cual nos delimita ya una de las "coordenadas" en la que será necesario situar las modulaciones del concepto de proceso psicológico: la dicotomía cognoscitiva del posible éxito o fracaso que se produce como resultado del intento conductual por obtener una contingencia. La siguiente coordenada va a ser la que tiene lugar alrededor de los conceptos afectivos de placer y dolor (gratificación-aversión), al respecto de los cuales hay que considerar lo siguiente: que ambos han de ser entendidos como tendencias contrapuestas dentro del juego presencia-ausencia ya mencionado con anterioridad. Y para la exposición de tal contraposición, o contrasimetría, a continuación se ofrecen los dos siguientes párrafos, ellos mismos contrasimétricos en su formulación.

En efecto, el placer consiste, ya el mismo, en una tendencia operatoria a mantener las condiciones fenoménicas que están siendo percibidas como tal placer, condiciones que cuando no son aquellas en las que está el organismo, tienden a ser buscadas por éste. Dicho de otra forma, el placer tiene lugar en aquellas conductas (apetitivas) en las que se intenta mantener una presencia fenoménica, inicialmente ya presente, mediante el movimiento operante correspondiente que produce el mantenimiento de la presencia que está siendo percibida como mantenible. Y en este sentido, el deseo (de placer) tiene lugar en aquellas conductas en las que se intenta llegar a una presencia fenoménica, inicialmente ausente, mediante el movimiento operante correspondiente que produce la transformación que está siendo percibida como lograble. Diríase que el eje deseo-placer (formado por aquellas conductas tradicionalmente denominadas apetitivas) se rige por los intentos de hacer presente lo que está ausente (deseo), y por mantener presente lo que ya se halla presente (placer).

Por su parte, el dolor puede definirse como la alternativa antitética (o mejor, contrasimétrica) al placer en el siguiente sentido: el dolor consiste, ya el mismo, en la tendencia operatoria a eliminar las condiciones fenoménicas que están siendo percibidas como tal dolor, condiciones que cuando no son aquellas en las que está el organismo, tienden a ser alejadas por éste. Dicho de otra forma, el dolor tiene lugar en aquellas conductas (aversivas) en las que se intenta abandonar una presencia fenoménica, inicialmente presente, mediante el movimiento operante correspondiente que produce la transformación que está siendo percibida como lograble. Y en este sentido, el temor (al dolor) tiene lugar en aquellas conductas en las que se intenta mantener ausente una presencia fenoménica, inicialmente también ausente, mediante el movimiento operante correspondiente que produce la transformación que está siendo percibida como mantenible. Diríase que el eje temor-dolor (formado por aquellas conductas (tradicionalmente denominadas aversivas) se rige por los intentos de hacer ausente lo que está presente (dolor), y por mantener como ausente lo que ya se halla ausente (temor).

Llegados a este punto, en el que ya se han delimitado las coordenadas en las que hay que buscar las modalidades que puede adoptar la conducta (a saber, el éxito y el fracaso en el intento conductual por realizar el logro discriminado, y la diferencia operatoria entre los ejes deseo-placer y temor-dolor), se trataría ahora de cruzar ambas coordenadas para obtener ya una primera combinatoria de las variaciones conductuales posibles (o diferentes modalidades que puede ir adoptando un proceso de logro), en concreto de aquellas variaciones que podríamos denominar como procesos psicológicos operantes simples (o sencillos, o básicos, en cuanto que unitarios, y por contraposición con los procesos psicológicos operantes complejos, que resultarían de la combinación de diversos procesos simples, como se verá más adelante).

Así, obtendríamos lo siguiente, que habría procesos operantes apetitivos de obtención (de ausencias) exitosos y fracasados, procesos apetitivos de mantenimiento (de presencias) exitosos y fracasados, y que habría también procesos aversivos de eliminación (de presencias) exitosos y fracasados, y procesos operantes aversivos de mantenimiento (de ausencias) exitosos y fracasados. Combinatoria que se entenderá mejor en cuanto se le asocien a cada uno de los ocho casos los correspondientes nombres de la literatura psicológica tradicional.

Los procesos operantes simples aversivos de eliminación exitosos son las conductas de escape, y los procesos operantes simples de mantenimiento exitosos son las conductas de evitación (y ambas forman el denominado reforzamiento negativo). Los procesos operantes simples aversivos de eliminación fracasados son las conductas de inescapabilidad, y los procesos operantes simples de mantenimiento fracasados son las conductas de inevitabilidad, ambas estudiadas fundamentalmente bajo el rótulo de la indefensión aprendida (Seligman, 1975). Los procesos operantes simples apetitivos de obtención exitosos serían los estudiados con los nombres de reforzamiento positivo, y los procesos apetitivos de obtención fracasados serían los estudiados con la etiqueta de extinción.

Por su parte, los procesos operantes simples apetitivos de mantenimiento exitosos, que propongo denominar de conservación, y los procesos operantes simples apetitivos de mantenimiento fracasados, que propongo denominar de pérdida, no tendrían, a diferencia de los anteriores casos, un rótulo específico tradicional en la investigación psicológica tradicional, con lo que la combinatoria expuesta abriría (de ser correcta) un espacio (ineludible) para la reconsideración de la investigación empírica psicológica pasada y futura. En este sentido, puede asignarse sin dificultad a este tipo de conductas el caso de la eliminación del estímulo delta (aquel estímulo que señaliza la ocasión en la cual un reforzador no va a estar disponible), tal y como las recogen, por ejemplo, Holland y Skinner (1961/1970; págs. 272-273 de la edición castellana). El motivo fundamental que permitiría realizar tal afirmación sería el siguiente: los procesos operantes simples apetitivos de obtención de un logro se caracterizan por el intento de aproximarse al logro deseado, y los procesos operantes simples apetitivos de mantenimiento se caracterizarían por el intento (defensivo) de no alejarse (temporal-espacialmente) de algún logro placentero en curso. De manera contrasimétrica, los procesos operantes simples aversivos de eliminación (escape) se caracterizan por el intento de alejarse de la presencia fenoménica dolorosa, y los procesos aversivos operantes simples de mantenimiento (evitación) se caracterizan por el intento (también defensivo) de no acercarse a la presencia temida. Y lo que se produce cuando se intenta eliminar operatoriamente un estímulo delta (en los diseños experimentales donde esta posibilidad está prevista) no es otra cosa que un intento por no alejarse (en este caso temporalmente) del estímulo reforzador que se busca lograr.

Como se sabe, cuando una conducta, apetitiva o aversiva, obtiene éxito queda reforzada y perfeccionada (se incrementa su fuerza y su eficacia o habilidad), y cuando fracasa acaba desapareciendo, llegándose bien a la extinción (para el caso de logro apetitivo), bien a la tradicionalmente llamada indefensión aprendida (para el caso de eliminación aversiva). En estas conductas la retroalimentación sobre su éxito o su fracaso está inmediatamente incorporada a ellas. Sin embargo, hay que considerar aquí, dentro de los procesos psicológicos simples, el caso especial de la desaparición (o extinción, o eliminación) de los comportamientos de mantenimiento, tanto apetitivos como aversivos, cuando estos son innecesarios, esto es, cuando se siguen dando a pesar de la no ocurrencia real de lo temido (en la evitación) ni de la posibilidad efectiva de pérdida de lo obtenido (en el caso de la conservación). Pues bien, en cuanto al éxito superfluo o innecesario en la conductas de evitación, y de las de conservación, el caso es que difícilmente puede ser comprobado (retroalimentativamente) desde la propia conducta de evitación, o de conservación, ya en marcha, y esto porque su éxito consiste en salvaguardarse de un riesgo, aquel que precisamente es el que intenta eliminarse, por lo que el éxito se obtiene cuando el riesgo prevenido efectivamente no se presenta (que es siempre que se logra una evitación o una conservación). Dicho de otro modo, las conductas de mantenimiento exitosas no incorporan retroalimentación referida a su eficacia debido a que en ningún momento permiten la exposición al riesgo indeseable, con lo que no puede comprobarse (desde dentro de esa conducta) si el riesgo efectivamente se presenta o no. La conducta de mantenimiento es una prevención frente a un riesgo que impide comprobar la llegada real (confirmatoria) de dicho riesgo. Es por esto que se necesita bloquear (por ejemplo, terapéuticamente) toda posibilidad de evitación, o conservación, para producir la exposición al riesgo temido, y que se produzca así la extinción o eliminación de este tipo de conductas, al comprobarse que el riesgo temido no se presenta. Se podría decir metafóricamente que toda conducta de evitación-conservación es potencialmente "delirante", en el sentido de ser precaria en sus posibilidades de re-conducción o modificación por sí misma, por sus propios resultados (y de ahí que generen tantos problemas psicopatológicos).

Faltaría todavía considerar, siquiera sea ya de forma epigráfica, aquellos casos, compuestos de procesos simples, en los que diferentes procesos psicológicos operantes unitarios se combinan entre sí para formar lo que se puede llamar procesos psicológicos complejos. En efecto, es ya clásico el estudio teórico (por ejemplo, Lewin, 1936) y empírico (por ejemplo, Miller, 1964) del conflicto, en el cual se diseñan contingencias experimentales (manejando parámetros topográficos espaciales) que relacionan a algún logro posible de forma incompatible con algún otro logro asímismo posible (haciéndose exactamente lo mismo en las investigaciones sobre autocontrol, pero ahora con parámetros temporales). El asunto es que en estos casos ya no está en juego el éxito o fracaso en una sola contingencia, sino que el intento por obtener/conservar un motivo apetitivo, o por escapar/evitar a un motivo aversivo, se entrecruza con algún otro motivo apetitivo al que hay que renunciar/perder, o con algún otro motivo aversivo que hay que aguantar/exponerse. Concretando más, y siguiendo la nomenclatura psicológica clásica, se tendrían tres tipos de conflictos, o procesos psicológicos operantes complejos (entendiendo a continuación acercamiento como apetición y alejamiento como aversión): acercamiento-acercamiento, alejamiento-alejamiento, acercamiento-alejamiento, a los cuales habría que añadir, para cerrar toda la combinaroria posible, según propongo, el caso del conflicto alejamiento-acercamiento.

Como a continuación se expone, se puede considerar que, en principio, estos cuatro tipos de conflictos tienen ocho soluciones posibles (dando ahora por supuesto que el conflicto se soluciona en una de las direcciones en juego, y que efectivamente se tiene éxito en el logro de la contingencia discriminada ganadora, aunque, por supuesto, el conflicto también puede quedar irresuelto). Pero primero sería conveniente fijar la siguiente premisa: que en todo conflicto hay una conducta (algún intento de logro) ya en marcha (y por lo tanto con algún tipo de reforzamiento), y que en su trayectoria se cruza alguna otra tendencia conductual contrapuesta a la anterior. Por ello, la combinatoria que se propone sitúa en primer lugar (cronológicamente) a la conducta que se presupone ya en marcha. Para simplificar la exposición, habrá que dar por sobrentendido, a partir de ahora, lo siguiente, que un proceso operantes apetitivo incluye obtención/conservación si es exitoso, y renuncia/pérdida si fracasa; y que un proceso aversivo puede incluir escape/evitación si es exitoso, y aguante/exposición si fracasa. Conviene explicitar también que el caso de un conflicto supone que la tendencia exitosa lo es porque se impone a la fracasada, la cual es arrastrada como "precio" inevitable, y de ahí que haya que renunciar/perder, o aguantar/exponerse siempre a alguno de los motivos en conflicto. Las alternativas combinatorias posibles, con sus correspondientes soluciones, serían las siguientes:

A) Conflicto acercamiento-acercamiento: Un primer proceso apetitivo se opone a un segundo proceso apetitivo, pudiendo triunfar el primero sobre el segundo, o el segundo sobre el primero. Repárese en que esta segunda solución es el caso que tradicionalmente se ha denominado castigo negativo (de una conducta reforzada positivamente).

B) Conflicto acercamiento-alejamiento: Un primer proceso apetitivo se opone a un segundo proceso aversivo, pudiendo triunfar el apetitivo sobre el aversivo, o el aversivo sobre el apetitivo. Obsérvese que en esta segunda solución estamos en el caso que tradicionalmente se ha denominado castigo positivo (de una conducta reforzada positivamente).

C) Conflicto alejamiento-acercamiento: Un primer proceso aversivo se opone a un segundo proceso apetitivo, pudiendo triunfar el aversivo sobre el apetitivo, o el apetitivo sobre el aversivo. Esta segunda solución, repárese, no sería otra cosa que un castigo negativo de una conducta reforzada negativamente.

D) Conflicto alejamiento-alejamiento: Un primer proceso aversivo se opone a un segundo proceso aversivo, pudiendo triunfar el primero el segundo, o el segundo sobre el primero. Esta segunda solución, obsérvese, no sería otra cosa que un castigo positivo de una conducta reforzada negativamente.

Como se ve, en el sistema que se está proponiendo no sólo hay que considerar los casos de los castigos a las conductas reforzadas positivamente, sino también los castigos de las conductas castigadas negativamente. Pero, además, y aunque no pueda profundizarse ahora en ello, es preciso reparar en que una concepción fenoménico-operatoria de la conducta, que considera que no pueden existir conductas ciegas a sus consecuencias (porque una conducta es lo que ella busca), y que todo comportamiento o bien es apetitivo o bien es aversivo (y no neutro y quedando después de emitido aumentado o disminuido en su probabilidad de emisión en función del reforzador que se le asocia), soluciona definitivamente las polémicas en torno a las relaciones de simetría o asimetría entre el reforzamiento y el castigo, pues, simplemente, no son comparables, en cuanto que el uno es un proceso simple (el reforzamiento) y el otro un proceso compuesto (el castigo). En efecto, como puede deducirse, el castigo es una combinación de procesos simples (de reforzamientos contrapuestos), pues es un proceso, bien de evitación (castigo positivo), bien de conservación (castigo negativo), de algún otro motivo (incompatible) sobrevenido cuando ya hay una primera conducta en marcha, la cual se deja de realizar (resultando así castigada) como medio de evitar o conservar el motivo que se entrecruza.

Y para completar el concepto de castigo como proceso psicológico complejo, hay que mencionar que el resto de las soluciones consideradas, todas las primeras de cada uno de los cuatro tipos de conflicto, implican que se sigue haciendo lo que ya está en marcha a pesar de las dificultades motivacionales (o "precios") que se interponen. A todos estos casos, en general, cabria denominarlos, según propongo, como castigos fracasados, por cuanto que la conducta a castigar no queda propiamente castigada sino que se sigue produciendo a pesar de los obstáculos interpuestos.

Para terminar de dibujar el esquema mínimo de la Tipología Sistemática de la Conducta mediante la que se ensaya aquí la reconstrucción del concepto de proceso psicológico, queda por mencionar otro tipo de procesos operantes complejos como los castigos pero bien distintas de éstos. Se trata de los distintos tipos de recompensas que cabe también delimitar a partir del esquema general de los conflictos ya mencionado. En efecto, en la recompensa se intenta que el organismo se comporte de alguna manera que no está siendo deseada, sea ésta la realización de algún acto aversivo o la renuncia a alguna apetición. Ahora bien, a diferencia de aquél, ahora ya no se le presenta al organismo alguna presencia indeseable y castigadora, sino que, justamente al contrario, se le somete a alguna experiencia deseable si realiza el acto a ser recompensado. Y de la misma manera que en el castigo es necesario que el organismo no tenga ningún modo de eludir el mismo más que inhibiendo una determinada conducta, para que la recompensa sea posible se requiere que ahora el individuo no tenga acceso a la misma nada más que con la conducta que se quiere promocionar. Pero, precisamente por ello, entonces la recompensa es un tipo de conflicto, pues el organismo queda situado en tal coyuntura que no puede, a la vez, dejar de actuar como se le pide y obtener la recompensa: tiene que optar.

Por tanto, al igual que en el caso del castigo, también se pueden delimitar los tipos de recompensa atendiendo a su carácter de proceso complejo. Para empezar, según se propone, habrá recompensas positivas y negativas (exactamente igual que en el castigo), en la medida en que la recompensa consista en la presentación de un reforzador positivo o en la retirada de uno negativo. Y, al igual que también ocurría con el castigo, la conducta a recompensar puede ser alguna conducta bien de renuncia apetitiva bien de renuncica al alivio aversivo. El resultado combinatorio es que también en la recompensa se obtienen cuatro tipos o casos de recompensa exitosa, al igual que en el castigo: recompensas positiva y negativa exitosas de una conducta de renuncia apetitiva, y recompensas positiva y negativa exitosas de una conducta de renuncia al alivio aversivo. Y asimismo las recompensas pueden fallar como estrategias de control de la conducta, es decir, la conducta a recompensar del sujeto puede no producirse a pesar de los intentos por fomentarla de ese modo, con lo que se puede hablar también de otros cuatro casos de recompensas fracasadas.

Por último, es muy importante señalar que si verdaderamente se quiere abordar de forma cabal el problema de la definición del concepto de proceso psicológico es presiso advertir que,todo lo dicho en este trabajo no agota las reflexiones gnoseo-ontológicas que la conducta pide o necesita. El conjunto de propuestas que aquí se ha esbozado (el sistema combinatorio de los juegos de presencias/ausencias) no es más que un intento por delimitar lo que podríamos describir como el vértice, o vórtice, donde confluyen (como mínimo) dos órdenes de problemas filosóficos, a saber, el primero, el de las relaciones entre la conducta y los procesos biológicos en sus diferentes estratos (o problema psico-biológico); y el segundo, el de las relaciones entre la conducta y la normatividad socio-cultural humana (o problema psico-antropológico). A estos respectos, se sugiere la consulta de las diversas voces relativas a la  "Psicohistoria" escritas por J. B. Fuentes Ortega en este misma obra.


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