mientrastanto.e Num. 62 del 10-2008

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La autorregulacion en los mercados financieros
Por José A. Estévez Araújo

¿700.000 millones para los ricos?
Por José A. Tapia, University of Michigan, 30.09.2008

Lo impensable aconteció
Por Boaventura de Sousa Santos

Que no nos vuelvan a engañar con el mercado
Por Albert Recio 

Barcelona: “la sociedad civil” ataca de nuevo
Por Albert Recio 

Los incendios forestales de 2008
Por el Lobo Feroz

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Antropología en vez de metafísica
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Número 62
Octubre de 2008

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La autorregulación en los mercados financieros

José A. Estévez Araújo

Las causas de la actual crisis de los mercados financieros son varias y complejas. Entre ellas se cuentan, en primer lugar, la desregulación que ha permitido crear nuevos activos financieros, como los bonos estructurados respaldados por hipotecas de alto riesgo. En segundo lugar, la liberalización de los mercados de capitales y la libre circulación de éstos. En tercer lugar, la existencia de paraísos fiscales en los que los bancos de inversión crearon entidades para emitir los bonos contaminados y, en cuarto lugar, la ineficacia de los mecanismos de control como los bancos centrales y, en particular, las agencias de rating. 

En algunos aspectos, la actual crisis tiene similitudes con el clásico timo de la estampita. Es como si nos vendieran un sobre cerrado diciéndonos que contiene un fajo de billetes de 500 euros. Para garantizarlo, hay un sello de una entidad de confianza. El sobre supuestamente lleno de billetes es uno de esos productos estructurados tan complejos que quien los adquiere no sabe muy bien qué está comprando. Las entidades que pusieron el sello diciendo que efectivamente eran billetes fueron las agencias de rating. Y los problemas empezaron cuando algunos abrieron el sobre y se dieron cuenta de que, en realidad, contenía no sólo billetes, sino también recortes de periódico. Todo el mundo quiso entonces deshacerse de los sobres sellados, pero no encontraron a nadie que quisiera comprarlos (al menos hasta que Bush puso sobre la mesa un cheque por valor de 700.000 millones de dólares). 

Dado el papel que han jugado en esta crisis, no es extraño que las agencias de rating estén en el punto de mira. No sólo de las instituciones financieras y de los reguladores estatales. También están en el punto de mira del FBI. 

Un informe de un órgano consultivo de la Comisión Europea (el CESR,  The Committee of European Securities Regulators), publicado en febrero del presente año y basado en un estudio empírico, pone claramente de manifiesto cuáles son las sospechas que planean sobre las agencias de rating. En primer lugar, el informe constata que estas agencias juegan hoy día un papel cada vez más importante como consecuencia del incremento de los productos estructurados. Estos productos financieros son tan complejos que los inversores no tienen ni el tiempo ni los expertos necesarios para determinar el grado de riesgo que suponen. Por eso “el mercado” depende cada vez más de las calificaciones que les otorgan las agencias de rating. Además, el volumen de este tipo de productos ha crecido exponencialmente en los últimos cinco años. En Europa, el montante de los productos financieros estructurados ascendió a 450 mil millones de euros en 2006 y el informe estima que creció un 70% en la primera mitad del año 2007. Las agencias de rating obtienen en la actualidad en torno a la mitad de sus ingresos de la calificación de este tipo de productos. 

El principal problema que plantea el funcionamiento reciente de las agencies de rating según el informe, es el conflicto de intereses en que incurren (por decirlo de forma suave) debido al hecho de que asesoran a las mismas entidades cuyos productos tienen que calificar (y que les tienen que pagar por realizar la calificación). Con lo cual, más que controlarlas, lo que parece que hacen es aconsejarles cómo deben presentar sus productos para poderles dar la máxima calificación posible.  

Sin embargo, la actual crisis no sólo ha puesto radicalmente en cuestión el funcionamiento de un determinado tipo de entidades, sino toda una filosofía acerca del control: la llamada “autorregulación”. 

En efecto, las agencias de rating, que son unos elementos reguladores fundamentales en los mercados financieros, no son a su vez reguladas por ninguna otra instancia en el ejercicio de su actividad. Los entes públicos no tienen competencias para revisar sus calificaciones. Estas agencias se rigen por un “código de conducta”, pero no hay ninguna instancia con poder para fiscalizar si se ajustan o no a ese código. Se supone que lo cumplen voluntariamente y que los “incentivos” para hacerlo los proporciona el propio mercado: es decir, el hecho de que el negocio de estas agencias dependa de que tengan una buena reputación entre los operadores financieros. De esa forma se produce la maravilla de un órgano regulador que no plantea el problema de quis custodet ipsos custodes? (¿Quién vigila a los propios vigilantes?). Así, además, se ahorran los costes que derivan de la elaboración, implementación y control del cumplimiento de normas públicas. 

¿Cómo es posible entonces que ese mecanismo, aparentemente tan perfecto, haya fallado? De hecho, no es la primera vez que no ha funcionado, ni será probablemente la última. La autorregulación ya falló cuando en Estados Unidos existía un sistema en el que el control de la contabilidad de las empresas lo ejercían auditoras privadas que se auto-regulaban. El caso Enron fue el más sonado fracaso y tuvo como consecuencia el hundimiento de la auditora Arthur Andersen y el cambio del sistema de control de la contabilidad empresarial.

Las causas de que no funcione una autorregulación basada en el egoísmo bien entendido de las empresas privadas son fáciles de entender. En primer lugar, está la contraposición entre los intereses a corto plazo de los ejecutivos y a largo plazo de la compañía. Si uno o varios ejecutivos pueden realizar una operación que les reporte beneficios equivalentes al salario de varios años de trabajo, no van a abstenerse de hacerlo por salvaguardar la buena imagen de su empresa. Máxime cuando los contratos blindados y la ausencia de mecanismos jurídicos para exigir responsabilidades a las agencias de rating por sus calificaciones, les aseguran un alto grado de impunidad. Por otro lado, el código de conducta, como cualquier otra norma, puede violarse de forma clandestina, sin que los otros operadores se enteren (o con la complicidad de algunos de ellos) y, por tanto, sin que actúen los “incentivos de mercado” a modo de sanción. 

Que el funcionamiento de los mercados financieros dependa de un mecanismo tan poco fiable es aún más preocupante si se tiene en cuenta que el montante actual de deuda activa que ha sido objeto de calificación por parte de las agencias de rating asciende a 40 billones (millones de millones) de dólares. Ese valor tiene unas dimensiones que únicamente alcanzan cifras como el Producto Interior Bruto de la economía mundial en su conjunto (que el FMI estimó en unos 65 billones de dólares en 2007). De hecho, se trata de una suma más elevada que el PIB anual de Estados Unidos, la UE, Japón y China juntos. Y de las calificaciones que realizan estas instituciones depende la suerte de la deuda pública que emiten todos los países del mundo, con lo que tienen una inmensa capacidad de condicionar las decisiones estatales en materia de política económica. 

Se trata, pues, de un poder de enormes dimensiones y trascendencia, que está, además, prácticamente en manos de dos empresas: Standard & Poor’s y Moody’s Investors Service. Un poder demasiado importante del que dependen los ahorros o las pensiones de muchas personas y la suerte económica de muchos países. Un poder, por tanto, que es necesario que se atribuya a instancias públicas sometidas a control democrático y responsables ante los ciudadanos. Sin embargo, no hay que llamarse a engaño ante la dificultad de esa empresa. La desregulación de los mercados financieros en los años ochenta fue algo similar a abrir una enorme jaula llena de pájaros y dejarlos escapar. Eso resultó relativamente fácil. Mucho más difícil será conseguir volverlos a atrapar y devolverlos de nuevo a su jaula.

 

¿700.000 millones para los ricos?

José A. Tapia
University of Michigan, 30.09.2008

Según el New York Times (21 de septiembre, pág. 8), Henry Paulson, el Secretario del Tesoro de EEUU, poseía en enero de 2008 acciones de Goldman Sachs por valor de 809 millones de dólares. Por la caída de los valores en bolsa el capital de Mr. Paulson se había reducido a “sólo” 523 millones el viernes 19 de septiembre, día en que Henry Paulson y Ben Bernanke (el director de la Reserva Federal, el Banco Central de los EEUU) presentaron el plan de rescate financiero de mayor volumen en la historia. Paulson, pobre hombre (no sabemos nada sobre Bernanke, ¿se le permite tener valores en bolsa?), había perdido casi 300 millones en 9 meses, ¡una pérdida diaria de más de un millón de dólares! Pero no estaba solo. Según la misma fuente, Maurice Greenberg, antiguo consejero delegado de AIG, había perdido 1200 millones en los mismos nueve meses; James Cayne, antiguo consejero delegado de Bear Stearns, había perdido 999 millones. Los millonarios propietarios de acciones bancarias están asistiendo a la evaporación de su riqueza a medida que el valor de las acciones se aproxima a cero. 

En una forma de actuar típica que consiste en presentar un plan urgente que ha de ser aprobado de un día para otro so pena de males mayores, Paulson y Bernanke propusieron un plan de salvamento del sector financiero que transfiere una enorme cantidad de dinero de los contribuyentes a los bancos en situación de quiebra. De entrada se dijo que la cantidad a transferir se acercaría a one trillion dollars. En inglés americano, one trillion es un millón de millones, en castellano diríamos un billón de dólares. En días posteriores la cantidad se ha reducido a “sólo” 700.000 millones de dólares. La justificación que se da para este plan es que si no se produce el rescate se colapsará todo el sistema financiero, lo que afectará a una enorme masa de “contribuyentes”, que no son otra cosa que los ciudadanos estadounidenses. 

No voy a negar que la situación del sistema financiero sea mala, lo es. No sólo en EEUU sino en todo el mundo las instituciones financieras están pasando por un periodo de grandes turbulencias y graves apuros. Las deudas incobrables parecen escondidas en todas partes. Y por eso quizá estamos entrando en un periodo muy parecido a lo que se llamó la Gran Depresión de los años treinta en los que las economías de mercado de todo el mundo funcionaron de una forma muy precaria. Lo que sí cuestiono en cambio es que el plan propuesto por Paulson y Bernanke y los líderes de los dos grandes partidos estadounidenses sea una forma prudente y sensata de usar el dinero. Niego que este plan sea conveniente para los ciudadanos y que sea en beneficio “nuestro”, de los contribuyentes, este enorme regalo a los superricos que supuestamente va a evitar males mayores. 

Cuando hace una semana Henry Paulson y Ben Bernanke se convirtieron en los nuevos reyes de Estados Unidos —Dick Cheney y George W. Bush parecen haber abdicado— el sistema financiero llevaba meses viniéndose abajo. En marzo, Bear Stearns, uno de los mayores bancos de inversión del mundo, fue adquirido por el grupo bancario JPMorgan con una sustanciosa ayuda del erario público. Fue el primer gran regalo a los ricos. Después cayeron Freddie Mac, Fannie Mae, Lehman Brothers y AIG y, como no había compradores a la vista, el dinero de los contribuyentes compró las acciones. Esto fue como comprar basura y dar caridad a los propietarios de estas empresas financieras, pues el precio que se pagó por ellas fue muy superior al que ofrecía el mercado. Probablemente algún Warren Buffet estaba esperando que el precio bajara mucho más. 

Las transferencias de dinero público a los ricos que supuso la compra subsidiada de Bear Stearns por parte de JP Morgan y la nacionalización, con compensaciones generosas a sus propietarios, de la aseguradora AIG y las corporaciones hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae eran donaciones sustanciales a los banqueros y los “inversores”. Sin embargo, la hemorragia era profusa y la sangre no dejaba de manar. Y además estaba ocurriendo algo terrible, EEUU se acercaba cada vez más… ¡al comunismo! Las grandes instituciones financieras estaban pasando a manos del Estado a una velocidad vertiginosa y el proceso podía continuar hasta quién sabe dónde. Quizá el país estaba siguiendo la senda de la Suecia comunista, donde la sucesiva nacionalización de empresas quebradas ha dejado casi ¾ del PIB en la esfera estatal (como todo el mundo sabe muchos ciudadanos suecos ya están siendo enviados al Gulag: si aún no se ha enterado, no se preocupe, probablemente salga pronto en El Mundo o en Libertad Digital, quizá Sarah Pallin ya lo sepa). 

Los nuevos monarcas, Paulson y Bernanke, decidieron pisar el freno para evitar el avance imparable en el camino a la servidumbre comunista. El dinero debe darse directamente a los ricos. ¡Nada de intervenciones del Estado! ¡Nada de propiedad estatal de bancos y empresas! Por favor, banqueros y toda suerte de especuladores financieros, dennos (al sector público) sus activos basura y a cambio les daremos dinero contante y sonante de los contribuyentes para que restauren la salud económica de sus instituciones. La jerga usada para contar esta historia y de paso engañar a la gente es de este jaez:”el Gobierno aceptará activos sin liquidez para que se restaure la liquidez y la confianza en los mercados financieros”. 

Probablemente estamos en un momento histórico crucial. Tanto si esto son los inicios de una gran depresión como si el complot de las grandes financieros tiene éxito y salen airosos evitando el batacazo (lo que parece improbable), “nosotros”, los contribuyentes, los ciudadanos, los trabajadores, vamos a pagar el pato. Independientemente de lo que ocurra en el Congreso las próximas semanas es prácticamente seguro que el desempleo crecerá, como ha venido creciendo últimamente en años recientes en las economías avanzadas en las que ha tenido lugar una hemorragia de puestos de trabajo, exportados a millones a países como China, India o Vietnam, donde los trabajadores trabajan 11 o 12 horas diarias 6 ó 7 días a la semana, y donde los salarios son casi siempre de menos de 1 dólar a la hora. 

No tener trabajo es malo, todos lo sabemos, aunque mucho peor es pasar hambre, quedarse en la calle sin hogar o que te hieran o te maten. Pero lo cierto es que en los años ochenta y noventa el desempleo en muchos países europeos ha estado por encima del 10% sin que la sociedad se viniera abajo. Las sociedades modernas son suficientemente ricas como para dar subsidios a los parados y que nadie pase hambre. No hace falta ser muy viejo para recordar que durante los años de Felipe González en España el desempleo estuvo durante años por encima del 20% de la población activa. A principios de los años noventa en Finlandia el desempleo creció súbitamente del 3% a 18% cuando dejó de existir el principal comprador de productos finlandeses, la Unión Soviética. Algo similar pasó en Suecia, y luego en Corea del Sur en 1997. Y curiosamente, los indicadores más objetivos de bienestar social, como la esperanza de vida, continuaron mejorando durante este periodo en esos países. 

Uno de los mitos de la Gran Depresión es el de los banqueros e inversionistas en bolsa saltando a docenas por las ventanas de Wall Street el famoso viernes negro, el 24 de octubre de 1929. Parece que hubo un caso (o quizá dos) en total. Lo que en cambio sí parece ser cierto es que los suicidios (básicamente de gente pobre) aumentan cuando la economía entra en declive. Pero la imagen de la Gran Depresión de los años treinta como un periodo en el que muchos países occidentales estaban en un proceso de caída libre y autodestrucción es una imagen falsa. Por ejemplo, en EEUU la mortalidad infantil continuó reduciéndose —excepto en sectores muy empobrecidos que no recibieron ayuda— y si bien aumentaron los suicidios, siguió disminuyendo la mortalidad por infartos, cirrosis y otras enfermedades importantes por lo que, en conjunto, la esperanza de vida siguió creciendo. Esto contrasta muchísimo con lo ocurrido en los países del Europa oriental y la antigua Unión Soviética en la década de los noventa, cuando se aplicó el tratamiento económico de choque aconsejado por instituciones financieras como el Banco Mundial y economistas como Jeffrey Sachs. La privatización de casi todo y la eliminación drástica de los servicios sociales antes provistos por el Estado creó unos centenares de nuevos millonarios —muchos de ellos antiguos burócratas comunistas— y, sobre todo, un enorme desastre social en el que millones de personas perdieron sus empleos, sus ahorros, sus viviendas y sus pensiones y muchos cayeron en la miseria absoluta. No sólo se disparó la mortalidad por suicidios sino también las defunciones por enfermedades cardiovasculares, tuberculosis, alcoholismo y por homicidio y aumentó también la mortalidad infantil, con el resultado global de una fuerte caída de la esperanza de vida.  

La clase dominante de los EEUU grita que viene el lobo provocando el espanto y el terror. Aterrorizada ella misma, si es que se puede hablar en estos términos, pretende conseguir que la sociedad acepte transferirle una inmensa cantidad de riqueza del erario público; a ellos, a los ricos que se están autodestruyendo. Si finalmente se produce esa colosal transferencia de dinero, ese robo descomunal quizá aprobado por los representantes del pueblo, los beneficiados serán los mismos que han promovido gastos y créditos insensatos y que se han comportado de forma absolutamente irresponsable. Se salvarán gracias al dinero de los contribuyentes y después harán todo lo posible para seguir enriqueciéndose. 

La capacidad del plan de salvamento propuesto por Wall Street, Paulson y Bernanke para evitar una severa recesión económica es muy incierta. Los mismos economistas de diferentes tendencias están muy divididos en su evaluación de la posible efectividad del plan, pero lo que es evidente es que el principal objetivo del mismo es restaurar la “normalidad de los negocios”, o sea el ambiente económico de los últimos años. En ese ambiente de business as usual de los años ochenta y noventa los ingresos reales de la mayoría de los estadounidenses se han estancado o se han reducido; las horas de trabajo han aumentado y las vacaciones se han acortado bajo la amenaza de despido o bajo la presión competitiva de los compañeros de trabajo, todos agobiados por avanzar y no perder el empleo; las desigualdades sociales han aumentado estrepitosamente por el enriquecimiento vertiginoso de los que más tienen; y la clase dirigente estadounidense se ha embarcado alegremente en guerras lejanas y ha seguido especulando para hacerse con millones mientras destruía la economía real y el medio ambiente en que vivimos. 

Una crisis financiera o una depresión económica no son ni una guerra nuclear ni un huracán. Las recesiones no destruyen fábricas ni cosechas ni tampoco echan a la gente de sus casas. Lo que destruye los recursos económicos y expulsa a la gente de sus viviendas son los derechos de propiedad del capital que personificado en seres humanos que asisten a los consejos de administración no se preocupa por dejar a los inquilinos en la calle cuando no pagan el alquiler o la hipoteca, ni para mientes en destruir las cosechas cuando no es posible venderlas, ni se alarma por dejar a la suerte que las fábricas se hundan y las máquinas se oxiden si es que no sirven para producir ganancia. 

Si la crisis financiera se convierte en una recesión abierta y aumenta el desempleo se pueden dar pensiones y establecer planes de formación para los parados. Puede substituirse el empleo de las empresas en crisis por nuevos puestos de trabajo, pero para todo ello la financiación pública será indispensable. Aunque pienso como Albert Einstein que es deseable y necesaria una organización económica socialista para que la humanidad pueda hacer frente a los problemas que tiene planteados, soy consciente que sólo una minoría comparte mi punto de vista. Además, todos estamos de acuerdo en rechazar el modelo de Rusia; y el modelo de la China actual es todavía peor (¿será casualidad que los gobernantes estadounidenses actuales estén en estupendas relaciones con los comunistas chinos?). La libertad y la democracia real son ingredientes básicos para cualquier sociedad decente del siglo XXI. En todo caso, en los próximos años y décadas se requerirá mucho dinero público para pagar cosas mucho más importantes que los papeluchos sin valor que hoy los millonarios quieren sacarse de encima cuanto antes.

 

Lo impensable aconteció

Boaventura de Sousa Santos

La palabra no aparece en los medios de comunicación norteamericanos, pero de eso se trata: nacionalización. Ante las cesaciones de pagos ocurridas, anunciadas o inminentes de los principales bancos de inversión, las dos mayores sociedades hipotecarias del país y la mayor aseguradora del mundo, el gobierno federal de los Estados Unidos decidió asumir el control directo de una parte importante del sistema financiero. La medida no es inédita, pues el gobierno intervino en otros momentos de crisis profunda: en 1792 (bajo el mandato del primer presidente del país), en 1907 (en este caso, el papel central en la resolución de la crisis le cupo al gran banco de entonces, el J.P. Morgan, hoy Morgan Stanley, también en riesgo), en 1929 (la gran depresión que duró hasta la Segunda Guerra Mundial: en 1933, mil norteamericanos por día perdían sus casas en manos de los bancos) y en 1985 (la crisis de las compañías de ahorro). 

Lo que es nuevo en la intervención actual es su magnitud y el hecho de ocurrir después de 30 años de evangelización neoliberal conducida con mano de hierro a nivel global por los Estados Unidos y por las instituciones financieras que controla, el FMI y el Banco Mundial: mercados libres y, en tanto que libres, eficientes; privatizaciones; desregulación; el Estado fuera de la economía porque es inherentemente corrupto e ineficiente; eliminación de restricciones a la acumulación de riqueza y la correspondiente producción de miseria social. Fue con esas recetas que se "resolvieron" las crisis financieras de América Latina y de Asia y que se impusieron ajustes estructurales en decenas de países. Fue también con esas recetas que millones de personas fueron lanzadas al desempleo, perdieron sus tierras o sus derechos laborales, y tuvieron que emigrar. 

A la luz de esto, lo impensable aconteció: el Estado dejó de ser el problema para volver a ser la solución; cada país tiene derecho a privilegiar lo que entiende por su interés nacional, en contra de los dictámenes de la globalización; el mercado no es, por sí mismo, racional y eficiente, sólo sabe racionalizar su irracionalidad e ineficiencia mientras éstas no alcancen el nivel de autodestrucción; el capital tiene siempre al Estado a su disposición, ora por vía de la regulación, ora por vía de la desregulación. Esta no es la crisis final del capitalismo y, aunque lo fuese, la izquierda quizá no sabría qué hacer, tan generalizada fue su conversión al evangelio neoliberal. 

Muchas cosas seguirán como antes: el espíritu individualista, egoísta y antisocial que anima al capitalismo; el hecho de que los costos de las crisis siempre son pagados por quienes nada han contribuido a ellos, la inmensa mayoría de los ciudadanos, ya que es con su dinero que el Estado interviene y son ellos quienes pierden empleos, viviendas y pensiones. 

Pero mucho más cambiará. Primero, la declinación de los Estados Unidos como potencia mundial alcanza un nuevo nivel. Este país acaba de ser víctima de las mismas armas de destrucción financiera masiva con que agredió a tantas naciones en las últimas décadas y la decisión "soberana" de defenderse fue finalmente inducida por la presión de sus acreedores extranjeros (sobre todo, los chinos), que amenazaban con una fuga que sería devastadora para el actual "american way of life". 

Segundo, el FMI y el Banco Mundial dejaron de tener autoridad alguna para imponer sus recetas, pues siempre usaron como guía una economía que ahora se revela como un fantasma. La hipocresía del doble estándar (ciertos criterios válidos para los países del Norte global y otros criterios válidos para los países del Sur) quedó expuesta con una chocante crudeza. De aquí en adelante, la primacía de los intereses nacionales podrá dictar no sólo medidas de protección y regulación específicas, sino también tasas de interés subsidiadas para apoyar a las industrias en peligro (como las que el Congreso estadounidense acaba de aprobar para el sector automotriz). No estamos ante una desglobalización, pero sí estamos frente a una nueva globalización pos-neoliberal, internamente mucho más diversificada. Emergen nuevos regionalismos, ya presentes en África y Asia pero importantes sobretodo en América Latina, como el ahora consolidado con la creación de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y del Banco del Sur. Por su parte, la Unión Europea, el regionalismo más avanzado, tendrá que cambiar el curso neoliberal de su actual Comisión, so pena de tener el mismo destino que los Estados Unidos. 

Tercero, las políticas de privatización de la seguridad social quedaron desacreditadas: es éticamente monstruoso que sea posible acumular fabulosas ganancias con el dinero de millones de humildes trabajadores y abandonarlos a su suerte cuando la especulación sale mal. 

Cuarto, el Estado que regresa como solución es el mismo Estado que fue moral e institucionalmente destruido por el neoliberalismo, que hizo todo lo posible para que su profecía se cumpliese y lo transformó en un antro de corrupción. Esto significa que, si el Estado no es profundamente reformado y democratizado en breve, será, ahora sí, un problema sin solución.  

Quinto, los cambios en la globalización hegemónica van a provocar cambios en la globalización de los movimientos sociales y esto se va a reflejar en el Foro Social Mundial: la nueva centralidad de las luchas nacionales y regionales; las relaciones con los Estados y los partidos progresistas; las luchas por la refundación democrática del Estado; las contradicciones entre clases nacionales y transnacionales y las políticas de alianzas.

 

Que no nos vuelvan a engañar con el mercado

Albert Recio 

La crisis financiera tiene todos los visos de acabar en un desastre social. La historia se repite. Pero al menos servirá para poner en evidencia algunos de los mitos que han dominado los discursos políticos de los últimos años. 

No voy a detenerme en analizar los entresijos del plan de salvamento a los grandes grupos financieros. Cada día las cosas cambian y lo esencial es demasiado simple: se trata de transferir inmensas cantidades de dinero a los ricos para evitar la quiebra total del sistema financiero mundial. Si el contenido de clase de la medida resulta evidente, es mucho más dudosa su efectividad en detener la crisis, como han apuntado ya muchos críticos. Pero ya se sabemos que las sociedades actuales están basadas en estructuras clasistas que imponen sus intereses al conjunto de la población. Y en ausencia de movimientos de masas alternativos, como es el caso, es difícil esperar que las élites políticas apliquen otras lógicas. Por esto es tan urgente empezar a organizar a la gente para afrontar el desastre y para ello se requiere tener buenas ideas que orienten el camino. 

Si de algo está sirviendo la crisis actual es para mostrar la inanidad del discurso pseudo-científico con el que se ha sustentado el neoliberalismo. La idea de que era posible y eficiente una sociedad basada en individuos egoístas sólo coordinados por el mercado, un mercado organizado él mismo por organizaciones mercantiles o pseudo-mercantiles, simples estructuras técnicas diseñadas para “regular el tráfico”, dar información a los individuos libres y generar competencia: no sólo han quebrado grandes empresas, también han volado por los aires instituciones como las agencias de evaluación de riesgos, las reguladoras del mercado de valores. etc. 

Ahora es evidente su ineficiencia social (a menos que se confunda eficiencia con la posibilidad de amasar riqueza para una minoría social), su incapacidad para gestionar racionalmente las necesidades humanas. Bueno es recordar que los promotores inmobiliarios que han invertido sin sentido y los banqueros que han concedido créditos sin garantías eran “profesionales cualificados”, expertos en evaluar sus mercados, tan expertos que han provocado un fallo sistémico. Pero aún más evidente es que eso que llaman “mercado” es un juego de tahúres con cartas marcadas. Y que la intervención pública es también esencial para que todo funcione. Bueno será recordarlo cuando exijan recortes sociales. 

Todo esto es obvio. Menos para buena parte de los técnicos que tendrían que dar respuestas serias a la situación: los profesionales de la Economía. Cualquiera que se asome a un curso formativo observará que su núcleo central sigue basado en supuestos etéreos de competencia perfecta, mercados flexibles que se ajustan instantáneamente, equilibrios eficientes etc. La cuestión del poder económico está ausente o, como mucho, aparece en los capítulos dedicados a “mercados imperfectos”. En los últimos treinta años la formación académica ganó en formalismo, pero a cambio de reforzar estas “creencias” en individuos con “expectativas racionales”, y en diseñar “mercados adecuados” (como el de la moda de las contratas por subasta). Una ciencia esotérica que poco aporta al conocimiento de la realidad pero que ha servido para justificar la evolución catastrófica del capitalismo, que ha dejado fuera de plano un cúmulo de aportaciones valiosas de estudiosos que habían reconocido que los oligopolios, la acumulación de capital, los costes sociales, las desigualdades, eran consustanciales al desarrollo capitalista, y que ha servido también para ignorar las críticas que en los últimos años se han realizado desde nuevos enfoques como la economía feminista y la ecología política. Es esta una batalla particular, limitada a un espacio de la formación cultural, pero posible en el momento en el que la realidad convierte en increíble el discurso de los manuales de Economía que sirven para aleccionar a miles de cuadros medios en todo el mundo. 

También algunos sectores de la izquierda cayeron en la trampa. En los últimos años muchos de los sectores críticos han dirigido sus esfuerzos a cuestionar el mercado, como si fuera un todo. Algunos incluso han llegado a centrar sus propuestas alternativas en el trueque, sin caer en la cuenta de que se trata de una forma diferente de mercado, en el que pueden aparecer los mismos vicios (o que simplemente el trueque aparece cuando las cosas están tan mal que la gente intercambia lo que puede, como en Catalunya al final de la Guerra Civil, y el que no tiene nada se tiene que aguantar). Criticando al mercado nos hemos olvidado del capitalismo, un sistema que en su fase madura se caracteriza por el predominio de empresas oligopolísticas, y de que el funcionamiento real de los negocios entraña a la vez acciones en el mercado y en el poder político. Cualquier análisis de los grandes negocios de los últimos años muestra que éstos se han conseguido en gran parte mediante la intervención pública: contratas, privatización de servicios públicos, subvenciones, recalificaciones de suelo, proyectos de i+d, etc. Centrar las críticas en el mercado supone olvidarse de dos grandes cuestiones de la crítica al capitalismo: el papel de las instituciones en la configuración de los mercados reales, de una parte, la importancia de las estructuras de poder jerárquico en las organizaciones, de otra. Demasiado olvido para poder reconstruir procesos alternativos. 

La crisis puede ser duradera y atroz. Requerirá de muchas respuestas sociales para eludir la catástrofe. Y de respuestas intelectuales adecuadas que las orienten. Por esto una parte de la tarea esencial es acabar con las ideas que convierten a los mercados en bienes o males absolutos y sustituirlos por análisis más realistas que sitúen adecuadamente el papel de las diferentes formas de organización e interacción social actuales. Que permitan pensar alternativas que conduzcan a una humanidad más justa y eficiente. Que permitan aprender de los fracasos simultáneos de la planificación burocrática y el mercado neoliberal.  

 

Barcelona: “la sociedad civil” ataca de nuevo

Albert Recio 

Uno de los mitos más persistentes de los últimos años es el que separa a la sociedad civil buena y al estado perverso. La sociedad civil es, en este mito, un mero agregado de individuos con poco poder, necesitados de defenderse de las intromisiones de los políticos. Pero esto es sólo un mito. 

En realidad lo que queda fuera de la esfera pública es una estructura social compleja, con instituciones y entidades organizadas que detentan a su vez cotas variables de poder y recursos económicos. Ello es evidente en la esfera económica, con un mundo empresarial dominado por grandes grupos multinacionales y una clara jerarquía entre empresas (y más evidente aún en el interior de cada una de ellas). Pero también en otros ámbitos de la vida social, donde las entidades e instituciones difieren por su tamaño, presencia e influencia social, etc. También por la composición social de sus miembros. Esta es la sociedad civil que funciona, la que tiene impacto en la vida pública y el conjunto de la sociedad y no la masa amorfa de individuos aislados en la que piensan los economistas y científicos (¿?) sociales  ultraliberales. 

Barcelona es una sociedad rica en instituciones privadas. También, por suerte, en movimientos sociales de base. Pero para cualquiera que analice el día a día de la ciudad se hace evidente que no todas las entidades tienen un mismo poder, que unas tienen más reconocimiento que otras, más presencia en los medios,  más influencia política y social. Y al final la sociedad civil acaba en muchos casos siendo un eufemismo para reclamar la sumisión del poder político a los intereses de estos grupos de presión, a menudo conectados con grupos de poder empresarial. 

Lo percibimos hace un par de años en la Audiencia pública municipal en la que se discutía la bondad de una “Ordenanza del civismo” que a ojos de muchas personas imponía un código de convivencia autoritario y clasista. Fue una sesión larga y con muchas voces concordantes de activistas vecinales, sindicalistas, trabajadores sociales, “okupas”, miembros de ONGs —particularmente los que se ocupan de personas en situación de exclusión— y otra variopinta gama de personas implicadas socialmente. Pero la verdadera clave la dio, casi al final, el contundente argumentario de  un elegante representante de los comerciantes de Passeig de Gràcia —la calle con el comercio más elitista de la ciudad—: que todos los que habíamos intervenido antes éramos unos insensatos sin representatividad social  y que el Ayuntamiento debía escucharle a él, que era quién expresaba las verdaderas aspiraciones de la ciudadanía. Hablando en plata sólo unas elites merecen ser escuchadas y formar parte de esta sociedad civil que tiene derecho a controlar las decisiones políticas. 

Y realmente la intervención de esta sociedad civil se deja sentir como una pesada loza que condiciona las opciones públicas. En unos pocos días hemos tenido nuevos ejemplos de cómo estos intereses privados, aparentamente no económicos, fuerzan decisiones que afectan a la vida cotidiana de la gente sin poder. Vale la pena ponerle nombres y poner ejemplos. 

Acto I. Proyecto de hotel junto al Palau de la Música. Se trata de construir un nuevo edificio moderno, con plazas de aparcamiento, en un barrio denso y de difícil movilidad. La nueva obra implica el derribo de tres edificios catalogados en el patrimonio histórico y la pérdida de suelo para equipamiento. Como este último se debe compensar, se ofrece a los promotores del hotel trasladar la calificación de equipamiento a un edificio que ¡ya es propiedad pública! O sea que se le regala al promotor un dinero gracias a una recalificación gratuita de suelo. El beneficiario y promotor no es otro que la Fundació Orfeó Catalá, gestora del emblemático Palau de la Música y teórica promotora de la cultura. Una de las instituciones de referencia de la burguesía y que ahora parece necesitada de dinero y trata de conseguirlo por la vía del pelotazo (al que también se apuntan los Hermanos de La Salle propietarios de una parte de los edificios a recalificar). Como justificación, la Fundació alega que los músicos necesitan un hotel cercano al Palau, olvidando que si algo hay en las cercanías son hoteles. 

Acto II. Proyecto de remodelación del Miniestadi del F.C. Barcelona. Este es un clásico, la recalificación de los terrenos deportivos para transferir fondos a unos clubes de futbol que viven en permanente estado de despilfarro. La directiva del Barça encuentra su mejor argumento en su rival local, el RCD Espanyol, al que hace unos años se le permitió transformar un campo de fútbol en pisos de lujo para cubrir una deuda contraída fundamentalmente con su principal accionista (la familia Lara, propietaria del grupo de medios Planeta-Antena 3). Aquí la justificación es la necesidad de financiar la remodelación del Nou Camp (antes de contar con el dinero ya se preseleccionó un faraónico proyecto de Foster, seguramente para meter presión) y en consonancia la recalificación es mucho más voluminosa (1625 viviendas, 60% de renta libre). Un proyecto modesto si se compara con el que hace años presentó la directiva de Núñez, pretendiendo construir un gran centro de ocio, o si se mide con los “macropelotazos” de Real Madrid o Valencia. Pero totalmente inaceptable en una zona carente de equipamientos y forzada a sufrir las enormes molestias que generan las semanales llegadas de hinchas los días de partido. El poder mediático del Barcelona, especialmente a través de la prensa deportiva, le permite presentar como una “necesidad” lo que no es más que especulación y oportunidades para nuevos despilfarros. Un factor común en los dos casos es la utilización de arquitectos estrella (Tusquets y Foster) como señuelos para legitimar intelectualmente la operación. 

Acto III. Tranvía de la Diagonal. Barcelona recuperó el tranvía y ha sido un éxito. Pero tiene un problema: no une los extremos de la ciudad. Lo lógico es utilizar la Avenida Diagonal, que como su nombre sugiere permite el recorrido más directo entre el NE y el SO de la ciudad. Pero  el tranvía sólo circula en sus extremos porque el Ayuntamiento temió el impacto que podía tener un medio de transporte que competiría con el coche privado. Por fin, cuando el éxito del tranvía es incuestionable y han arreciado demandas sociales a favor de su extensión, se decidió que por fin tendríamos un tranvía que uniría los extremos de la ciudad y las poblaciones vecinas. Pero el “partido del coche” es inasequible al desaliento, liderado por el todopoderoso RACC (Real Automóbil Club de Catalunya), siempre atento a bloquear cualquier proyecto que atente contra la hegemonía del automóvil, con su enorme masa de socios generada por una amplia oferta de servicios. La campaña ha empezado a tener éxito y ahora se anuncia la posible convocatoria de un referéndum para aprobar el proyecto. De realizarse sería la primera vez que en la ciudad se toma tal decisión y aunque la medida suene a democracia directa, más bien parece una maniobra para conseguir un plebiscito anti-tranvía. Ya han empezado a circular los rumores que aseguran que el proyecto generará un aumento de tráfico en los barrios próximos a la Diagonal, orientados a sembrar el rechazo al proyecto. Aunque nadie ha explicado quién debería tener derecho a opinar sobre el mismo: ¿sólo los vecinos de los barrios limítrofes?, ¿toda la población de Barcelona?, ¿los habitantes de las poblaciones limítrofes que usan este medio de transporte? ... 

Que existan instituciones que persiguen intereses “egoístas” es natural. Qué existan oponentes a las propuestas ecologistas también. Lo que ya no es aceptable es el doble rasero con el que son tratados unos y otros sectores. Porque frente a estas “instituciones civiles” que exigen prebendas o bloquean proyectos, existe otra sociedad civil que está impugnando estos proyectos. Como la que agrupa a la campaña contra el Hotel del Palau, o la Coordinadora de Asociaciones de Vecinos y Entidades de Les Corts opuesta al proyecto del FC Barcelona, o la Plataforma por el Transporte Público que se ha movilizado a favor del tranvía. Y todas tienen características comunes: suma de entidades e instituciones (incluidos los sindicatos) que tratan de organizar y representar a la gente corriente, muchos activistas voluntarios organizados y por libre, algunos profesionales ilustrados,... y una buena respuesta social cuando sus propuestas llegan a la calle. La batalla es desigual pero no siempre acaba con derrota.  

Pero cada vez resulta más evidente que, al menos en el plano urbano, las propuestas de los movimientos sociales tienen que hacer frente a la suma de intereses económicos e “instituciones respetables” que conforman la estructura de poder de las sociedades capitalistas, incluida este conglomerado de técnicos y profesionales de élite que constituye su estado mayor intelectual. Y vencer las reticencias de unos políticos siempre más dispuestos a escuchar las propuestas de la gente “educada” que las que vienen de la calle. A dar más peso a la participación del Liceo o la tribuna del Barça, que a la que emana de los mecanismos municipales de participación o la que exigen las movilizaciones sociales. Estamos ante nuevos pulsos en los que se ventilan intereses contrapuestos y calidad democrática.

 

Los incendios forestales de 2008

por el Lobo Feroz

El año 2008 ha sido el de menor número de incendios forestales de la década. La media del decenio es de 122,5 millares de hectáreas quemadas, con un pico de 182 miles en el año 2000. Pero en 2008 sólo han ardido 36,8 miles de hectáreas forestales. 

Los expertos son, por decirlo suavemente, muy complacientes a la hora de explicar las causas de este notable descenso: “Las lluvias de junio, la prevención, más conciencia ciudadana, el endurecimiento de la legislación, la investigación policial, los medios de extinción, incluso la suerte”, escribe un tal Pablo Linde en el país del 3 de octubre de 2008. Pero veamos: la investigación policial casi nunca ha concluido con pirómanos condenados, y los medios de extinción no explican que los incendios sean muchos menos. En cuanto a las lluvias de junio, los expertos auguraban que el pasto alimentado por ellas se convertiría al secarse en combustible para las llamas. De modo que aquí falta alguna explicación. La principal. 

Y es que, con el derrumbe del sector de la construcción, no se precisa recalificar como urbanizables nuevos terrenos. De modo que, mira por donde, los lectores de diarios nos descubrimos adoctrinados también en las noticias “menores” —pero que son mayores— de la prensa conformista con el sistema socioeconómico real. 

Además de la mafia política, municipal o de la otra, son muchos los delincuentes pirómanos y sus mandantes los que deben andar tranquilos y felices entre los conciudadanos. 

 

La biblioteca de Babel

Tómate el otoño con filosofía… 

Buena cosa es reanudar el año, tras el parón estival, con filosofía. Pero no con esa filosofía mediáticamente promocionada como tisana para aliviar el malestar social generado por el capitalismo, sino con filosofía de verdad, la que siembra interrogantes en pos de la lucidez, y busca para cada individuo el cabal cumplimiento de la condición humana en su exigencia de saber. 

A la tarea de dignificar el discurso filosófico y liberarlo de tantos usurpadores como hoy le amenazan contribuyen diversos libros publicados recientemente. El primero, Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen (Madrid, Espasa, 2008), escrito por el filósofo barcelonés Víctor Gómez Pin, constituye una excelente aperitivo, una ambiciosa y exigente introducción al asunto, que no será del gusto, sin embargo, de quienes confundan una ‘introducción’ con las simplificaciones de un manual. Su subtítulo, interrogaciones que a todos conciernen, aparte de ofrecer en fórmula condensada una primera justificación para acercarnos a sus páginas, enuncia uno de las ideas fundamentales del libro: la filosofía más que la historia de un conjunto de doctrinas o un sistema de pensamiento, es una forma de vida, en la cual el ser humano se juega su propia condición de ser racional. De ahí, la apuesta ético-política que contiene el libro: “todo orden social sustentado en el repudio de la filosofía, o en reducirla a la práctica de una elite, es intrínsecamente ilegítimo, mutilador de la condición humana”. Si esto nos convence y convenimos con el autor en que “recuperar la disposición filosófica es obviamente tanto más urgente cuanto más alejado se halla uno de ella”, no hay duda de que la situación actual (una sociedad que la ignora o la confunde con un sustitutivo del prozac y unas instituciones, ¡aun las educativas!, que la obstruyen) exige adentrarse en este libro sin demora. Su lectura, sorteados ciertos inconvenientes de su peculiar estilo expresivo, no ha de defraudar. 

Un buen ejemplo de este tipo de filosofía reivindicada por Gómez Pin, de esta filosofía entendida “como praxis militante y radical frente a los enemigos de la exigencia de dignificación que conlleva” es la practicada por Ernst Tugendhat, acaso uno de los filósofos hoy vivos más importantes en lengua alemana. Dos libros con su firma han aparecido en el 2008 en castellano. En el titulado Antropología en vez de metafísica (Barcelona, Gedisa, 2008), el filósofo que fue aventajado discípulo critico de Heidegger, reúne diversas de sus últimas conferencias de carácter claramente filosófico, donde prosigue –ampliando o a veces rectificando o matizando– las reflexiones desarrolladas en su anterior libro Egocentricidad y mística (Barcelona, Gedisa, 2004). Entre otros asuntos, estos textos, que no ocultan su origen oral, se ocupan del libre albedrío, la honestidad intelectual, la religión y la muerte. En el otro libro, Un judío en Alemania (Barcelona, Gedisa, 2008), se reúnen conferencias y artículos sobre distintos asuntos públicos controvertidos en los que Tugendhat ha intervenido entre 1978 y 1991: la guerra y la paz, los fenómenos migratorios, el racismo y la xenofobia o el conflicto arabo-israelí. En la edición castellana también se ha incluido al final del volumen una breve entrevista y el discurso de recepción del Premio Meister Eckhart que ganó en el año 2005. No resisto la tentación de reproducir uno de los primeros párrafos de este texto, especialmente pertinente ahora que estamos a punto de entrar en el décimo aniversario de la Caída del Muro y son previsibles un sinfín de festejos y celebraciones: “ha caído el telón de acero, pero en su lugar se han erigido nuevos muros, tan bien fundamentados en su superficie como lo estaba el Muro que separaba esta ciudad, de modo tal que los poderosos, en lugar de anular las injusticias que han creado, intentan protegerse de las reacciones que estas suscitan. Me refiero, de un lado, a los muros que han sido construidos en las ciudades españolas situadas en Marruecos, Ceuta y Melilla, y que son los representantes visibles del cinturón policial que toda Europa ha levantado a su alrededor contra el mundo pobre, y, del otro, a los muros que han sido construidos en Palestina […] En ambos casos se trata de medidas que sólo son indispensables si no se está dispuesto a acabar con la injusticia de base»”.

[Xavier Pedrol]

 

Foro de webs

ADITAL
http://www.adital.com.br/

La Agencia de Información Fray Tito para América Latina (ADITAL), es una agencia de noticias que nació para llevar la agenda social latinoamericana y caribeña a la media internacional. En diciembre de 1999, tres entidades italianas (la Fundación "Rispetto e Paritá", la Agencia de Noticias "Adista", la Red "Radiè Resch") presentaron a Fray Betto la propuesta de organizar una agencia de noticias que divulgase para el mundo la vida y los
procesos sociales de América Latina y el Caribe. En el 2000, un equipo comenzó a estructurar ADITAL, en la ciudad de Fortaleza, en el noreste brasilero. ADITAL quiere estimular un periodismo de cuño ético y social; favorecer la integración y la solidaridad entre los pueblos; desvendar para el mundo la dignidad de los que construyen ciudadanía; dar visibilidad a las acciones liberadoras que el Dios de la Vida hace brotar en los medios
populares; hacer conocer el protagonismo de los actores sociales que son democratizadores de la comunicación, y constituyen nuestras fuentes de información. Al escoger el nombre de Fray Tito de Alencar Lima, muerto en 1974, víctima de la dictadura militar implantada en Brasil en 1964, hacemos un homenaje a todas las personas que luchan en defensa de la vida y de la dignidad humana.

[Información proporcionada por E. Cañada]

 

PÁGINAS-AMIGAS

Centre de Treball i Documentació (CTD)
http://www.cetede.org

Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas
http://www.ucm.es/info/nomadas

El Viejo Topo
http://www.elviejotopo.com

La Insignia-
http://www.lainsignia.org

Sin permiso
http://www.sinpermiso.info/

 

Revista mientras tanto

Contenido del número 106

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Primavera 2008

106

NOTAS EDITORIALES
Cómo recomponer la izquierda

A. Recio

¿Es eficaz la ley integral contra la violencia de género?

J. A. Estévez

Apuntes sobre la Universidad española: el desarorrollo del mercado universitario

A. Madrid

La ofensiva pro-nuclear, una amenaza que debe tomarse en serio

J. Sempere

MONOGRÁFICO SOBERANÍA ALIMENTARIA: ARTÍCULOS
LA CONSOLIDACIÓN DEL PODER ALIMENTARIO DEL NORTE: POLÍTICAS Y PROGRAMAS PARA DESTRUIR LA SOBERANÍA ALIMENTARIA DEL SUR

Gerad Coffrey, Ana Lucía Bravo y Cecilia Chérrez

LIBRE COMERCIO FRENTE A PEQUEÑOS CAMPESINOS
Walden Bello

DIEZ RAZONES POR QUÉ UNA NUEVA REVOLUCIÓN VERDE PROMOVIDA POR LA ALIANZA DE ROCKEFELLER Y LA FUNDACIÓN DE BILL Y MELINDA GATES NO RESOLVERÁ LOS PROBLEMAS DE POBREZA Y HAMBRE EN ÁFRICA SUB-SAHARIANA
Eric Holt-Gimenez, Miguel A. Altieri. y Peter Rosset

COOPERACIÓN Y SOBERANÍA ALIMENTARIA EN EL CONTEXTO DE LA GLOBALIZACIÓN
Alex Guillamon

MIRANDO HACIA EL FUTURO: LA REFORMA AGRARIA Y LA SOBERANÍA ALIMENTARIA
Peter M. Rosset

LA RUPTURA DEL CONSENSO EN TORNO A LOS AGROCOMBUSTIBLES
Eric Holt-Giménez e Isabella Kenfield

EL MOVIMIENTO POR UN COMERCIO JUSTO: DEBATES Y DESAFÍOS
Esther Vivas

RECURSOS EN LA RED
Documento: Declaración de Nyéléni

RESEÑA
Nuestros primos cercanos: chimpancés y bonobos

A. Barceló

 

mientras tanto bitartean mientras tanto mentrestant
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Contenido del número 107 (En prensa) 

 mientras tanto
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2008

107

María Rosa Borràs, in memoriam.  

NOTAS EDITORIALES
¿EL FINAL DEL NEOLIBERALISMO?

Albert Recio

EUROPA SÍ, EUROPA NO
José Antonio Estévez

ARTÍCULOS
Aproximaciones anómicas al campo del género
 

HOMOSEXUALIDAD, MASCULINIDADES, E IDENTIDAD GAY EN LA TARDOMODERNIDAD: EL CASO ESPAÑOL
Oscar Guasch

¿DE LA DESCONSTRUCCIÓN A LA (RE)ESENCIALIZACIÓN? GÉNERO, HETEROSEXUALIDAD OBLIGATORIA Y MINORÍAS SEXUALES
Laurentino Vélez-Pellegrini

RECONSTRUIR LA IDENTIDAD MASCULINA: UNA OBLIGACIÓN POLÍTICA
Daniel Gabarró

LA IDENTIDAD DE GÉNERO: DOS REFLEXIONES DESDE UNA PERSPECTIVA TRANS
Andrea Planelles
 

OTROS ARTÍCULOS
MARXISMO Y DESARROLLO
Bob Sutcliffe 

PANE LUCRANDO. OCTAVI PELLISA Y EL QUEHACER REMUNERADO
Josep Torrell

SE HA APAGADO UNA VOZ IMPRESCINDIBLE: RECORDANDO A DAVID ANISI

RESEÑAS
LA IDENTIDAD SEXUAL EN EL EMBUDO DE LA IDENTIDAD DE GÉNERO
Antonio Giménez Merino

GHANDI. UNA ANTOLOGÍA
Pere Ortega 

CITA
 

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