NOMADAS.9 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN 1578-6730

Nueve consideraciones sobre economía y ecología
[José A. Tapia Granados]

1.- Desde el punto de vista etimológico la relación entre economía y ecologia es análoga a la que existe entre astronomía y astrología. En ambos casos un sufijo que se refiere genéricamente a «ciencia» o «campo de conocimiento» (-nomía, del griego nomos, «ley»; -logía, de logos, «ciencia» o «tratado»), se pospone a una raíz indicativa del objeto de conocimiento. Pero si en «astronomía» y «astrología» está claro que etimológicamente el objeto del conocimiento son los astros (definir el objeto real de estudio de la astrología sería bastante difícil), en «economía» y «ecología» la raíz nos informa muy poco del contenido de las dos disciplinas: en ambas el griego oikos, que significa «casa», «hogar». Así la economía y la ecología son ambas, etimológicamente, campos del saber referentes «al hogar». Una y otra tienen que ver en un sentido muy general con el estudio de lo que ocurre y lo que se hace en los «hogares» de las sociedades humanas y de los seres vivos en general, respectivamente.

Pretender una definición más concreta de las «ciencias económicas» —que es como suele traducirse el término inglés economics— lleva a disputas inacabables entre los que se dedican a tales «ciencias». Por el contrario, el significado de ecología está bien claro: se trata de la rama de la biología que estudia las relaciones de los organismos vivos entre sí y con el ambiente. Dado que el hombre es un organismo animal que por su ubicuidad temporoespacial y su capacidad para alterar el medio tiene relaciones intensas prácticamente con todos los seres vivos, el estudio de la relación entre la sociedad humana y las demás especies vivas y el medio en el que ellas se mueven se convierte en parte principal de la ecología.

2.- El interés de los ecólogos por las interrelaciones entre las distintas especies y entre estas y el soporte inorgánico en el que se desarrolla la vida llevó al estudio de los fenómenos comunes en dichas relaciones. Así la ecología comenzó a estudiar los flujos de materia y de energía que en patrones específicos y definidos constituyen lo que llamamos «vida». Como la termodinámica y la química son las disciplinas que estudian los flujos de energía y la composición de la materia, sea orgánica o inorgánica, la ecología tuvo que hacer suyo una buena parte del instrumental teórico de estas dos disciplinas. Se vió así que la energía que utilizan los vegetales y los animales es energía solar, más o menos transformada. Energías de otro origen —la geotérmica, la energía de las sustancias radioactivas— ocupan un escaso papel en los procesos biológicos. La materia y la energía ni se crean ni se destruyen —primera ley de la termodinámica—, pero en todos los procesos físicos, químicos y biológicos aumenta la llamada entropía —segunda ley— que es algo así como el nivel total de desorden del sistema. La entropía es como el reloj de la naturaleza, que siempre marcha en la misma dirección. El vaso que cae y se hace añicos, los animales jóvenes que envejecen y luego mueren, el flujo de los ríos o de los glaciares o la combustión de un bloque de hulla que se convierte en CO2 son procesos unidireccionales e irreversibles. Lo que la segunda ley de la termodinámica implica para los procesos económicos es —dicho mal y pronto— que los totales de materia y energía disponibles son siempre decrecientes, ya que el reciclado completo es imposible y el uso reduce los fondos, fijos de antemano por la historia biogeológica de la tierra. Si se trata de fondos de materia o energía como el agua dulce, la madera, la pesca o la energía hidroeléctrica —o sea, recursos renovables—, el uso continuo sin reducción de disponibilidades es posible siempre que no se excedan los umbrales de utilización dados por las características físicoquímicas, biológicas o geológicas de los procesos y —en última instancia— por el insumo planetario de radiación solar.

3.- Los economistas solo comenzaron a prestar atención a estos asuntos cuando desde otros campos empezó a señalarse insistentemente la importancia que podrían tener para los procesos económicos. Desde Quesnay la economía política había visto las actividades económicas como un flujo circular ininterrumpido en el que el distintos sectores producían valor materializado en bienes y servicios, que se intercambiaban por los de otros sectores y se consumían. La economía política había prestado atención al valor creado en los procesos económicos y transferido en los flujos de la economía nacional, pero prácticamente había obviado el carácter físico, material o energético, de los bienes y servicios en los que se materializan esos flujos. Ignorar esos aspectos había llevado a que la economía no prestara atención a que, indefectiblemente, toda producción de bienes es también una producción de males. Es imposible producir sin crear residuos inservibles o basuras o sin consumir materiales y energía. En ello radican los problemas de la contaminación y del agotamiento de los recursos.

4.- Las principales corrientes económicas parten de posiciones teóricas que hacen difícil el tratamiento de los problemas ecológicos en el marco teórico correspondiente. Desde Adam Smith a Keynes, pasando por Marx, los clásicos del pensamiento económico prestaron escasa o nula atención a los aspectos «no económicos» (materiales y energéticos) de la producción. En general la economía académica se centra en relaciones de valor, entendido este en el sentido monetario. Dado que los precios no son conmensurables con magnitudes físicas —el precio de una masa de 1 Kg puede diferir en varios órdenes de magnitud si, por ejemplo, la masa corresponde a granito o a platino—, la renta nacional podría crecer indefinidamente, aunque sea imposible el crecimiento físico indefinido en un sistema cerrado como la Tierra en el que las magnitudes físicas son limitadas. Una vez que en los años sesenta y setenta los informes del Club de Roma comenzaron a plantear problemas ecológicos concretos, la economía neoclásica dio respuestas pasmosas por su rotundidad y su simplismo. Claro que hay escasez de recursos y problemas de contaminación, se dijo. Pero, por una parte, el mercado es el mecanismo más eficaz para conseguir el uso óptimo de los recursos escasos y, si hay problemas de contaminación, no es por culpa de los mercados sino por la falta de derechos de propiedad en ciertos ámbitos, que hace que no haya agentes económicos que autónomamente defiendan sus intereses. Los problemas ecológicos no son así más que problemas de precios inadecuados, debidos a una extensión aún deficiente de los mecanismos de mercado y de los derechos de propiedad. Cuando cada metro de río, cada metro cúbico de atmósfera y cada hectárea de mar tengan propietario, los problemas de contaminación se habrán resuelto. La escasez de recursos dados elevará los precios correspondientes y aumentará el uso de bienes sustituyentes de los bienes escasos. El mercado será así la manera óptima de asignar los bienes y recursos escasos y como, por otra parte, las posibilidades de sustitución de materias primas y fuentes energéticas son para los economistas neoclásicos prácticamente infinitas, los problemas ecológicos son un aspecto concreto, no muy importante por otra parte, de los problemas económicos.

5.- Para Keynes «el problema» de la economía de mercado (que es para él como para los neoclásicos la única forma de organización económica que cabe plantearse) es la tendencia persistente a la falta de demanda efectiva, lo que hace necesarias políticas fiscales, monetarias y de gasto público destinadas a evitar las recesiones. El comentario de Keynes, a menudo citado, de que a largo plazo todos estaremos muertos, da la pauta para abordar los problemas económicos con un cortoplacismo muy poco apropiado para considerar los asuntos ecológicos, que a menudo son problemas a largo plazo, aunque cada vez más son problemas inmediatos.

6.- Es mérito de Marx —que escribía cuando los efectos ecológicos de la producción industrial apenas comenzaban a apuntar— haber recordado la afirmación de William Petty de que el trabajo y la naturaleza son las dos fuentes de la riqueza y haber afirmado que el modo de producción capitalista explota y aliena al trabajador y además esquilma a la tierra de su potencialidad productiva. Marx y Engels trataron de criticar la economía política como superestructura ideológica del capital, no de desarrollar una teoría aplicable a cualquier modo de producción (algo a su juicio imposible). Pero el énfasis que Marx puso en señalar la vinculación de las leyes económicas con modos de producción determinados no le permitió ver los aspectos comunes a toda producción, sea esclavista, capitalista o comunista. En la concepción de sociedad poscapitalista generalmente asociada con el marxismo se da así una abundancia prácticamente absoluta, que solo sería posible si no hubiera limitaciones impuestas por las dimensiones físicas del medio en el que la humanidad se desenvuelve.

7.- La preocupación ecológica moderna surgió de los problemas de contaminación y agotamiento de recursos que comenzaron a observarse claramente en la segunda mitad del siglo XX. Autores como Rachel Carson, René Dubos, Barry Commoner y Murray Bookchin fueron portavoces de las inquietudes ecológicas. Nicholas Georgescu-Roegen, Erwin F. Schumacher, Kenneth Boulding y Hermann Daly las llevaron, con poco éxito, al interior de la profesión económica. Manuel Sacristán fue clave para la introducción de muchas ideas ecológicas y ecologistas en España, tarea en la que Joan Martínez Alier, José Manuel Naredo y Jorge Riechmann han sido continuadores. En años recientes James O'Connor ha promovido una actualización de las ideas económicas de Marx y Engels que intenta incorporar la problemática ecológica. Se ha ido desarrollando así la economía ecológica, que ve los procesos económicos como un subsistema de un ecosistema planetario finito. Los economistas ecológicos (que podríamos quizá llamar ecoeconomistas) parten de distintos planteamientos económicos, en general heterodoxos, e intentan integrar los datos económicos con los aspectos fisicoquímicos y geobiológicos de la producción y el consumo, cuestionando los planteamientos de la economía estándar o proponiendo enfoques diferentes. En Economía ecológica y política ambiental (México DF, PNUMA/FCE, 2000) Joan Martínez Alier y Jordi Roca presentan una panorámica bien expuesta y documentada de estos temas.

8.- Probablemente Georgescu-Roegen es el autor más importante en lo que hace a la relación entre la economía y la ecología. Fue él quien estudió sistemáticamente el aspecto entrópico de los procesos económicos y rechazó diversas soluciones económicas «fáciles» a los problemas económico-ecológicos. La perspectiva que se desprende de sus ideas es la de una humanidad limitada en el tiempo por el carácter finito de los recursos naturales y la imposibilidad no solo de un desarrollo sostenible sino de una sociedad en estado ecológica y económicamente estable. Obviamente, como dice Bookchin, esto convierte a la ecología en la ciencia lúgubre que antes fue la economía (en frase famosa de Thomas Carlyle). Sin embargo, de las ideas de Georgescu-Roegen sobre la imposibilidad de una humanidad eterna (sea cual sea el sistema económico) también puede deducirse la necesidad urgente de sustituir cuanto antes el presente sistema económico, con su impulso inmanente al crecimiento y al uso irracional de los recursos. Si es posible un desarrollo sostenible es una pregunta a la que desde la economía ecológica se dan diferentes respuestas (la negativa a la posibilidad de un crecimiento sostenible es mucho más unánime) y que ante todo exige deficiones explícitas de lo que se entiende por desarrollo y por sostenibilidad, así como de los marcos temporales a los que se hace referencia.

9.- Por su parte la economía ambiental, que es el nombre que ha adoptado la economía neoclásica aplicada a cuestiones ecológicas, ha desarrollado diversos métodos de «valoración» para poner precio a los recursos ambientales y discute si el 8% o el 10% es el tipo «correcto» para descontar el valor de esto o de aquello por cada año que pasa. Se da así por válido que nos importan menos quienes nos sobrevivan y que las generaciones venideras importan una higa con tal de que el futuro que se considere sea suficientemente lejano. Mediante métodos hedónicos, valoraciones contingentes y costos de viaje se calcula el precio que se debería poner a yacimientos de minerales o de fósiles, bosques, paisajes, mg/m3 de partículas en suspensión o concentraciones diversas de contaminantes en el agua que hemos de beber. Que la tarea es absurda no parece ser óbice para que los economistas ortodoxos encuentren compañeros de viaje en su empeño. Un equipo internacional en el que no solo hay economistas, sino biólogos, geólogos y otros científicos inició hace algunos años un proyecto para estimar el valor total del planeta.


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