NOMADAS.8 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN 1578-6730

Apuntes para una reflexión: el "otro" inmigrante
[Roberto Sánchez Garrido]


Resumen.- El siguiente artículo tiene por objeto reflexionar sobre el "otro", atendiendo concretamente a la representación ideológica que se tiene del inmigrante y la inmigración. La discriminación y marginación de los inmigrantes en las sociedades receptoras es un tema de lamentable actualidad. El inmigrante como "extranjero", como "bárbaro", como "otro" inferior culturalmente, que viene al opulento Occidente huyendo del hambre, es un mensaje veladamente institucionalizado, que llega al imaginario colectivo y que redunda en actitudes que podríamos considerar racistas. Desde una perspectiva holística, que entienda al inmigrante como una persona envuelta en toda una red cultural y social, se pretende, a través de material bibliográfico, reflexionar sobre las construcciones ideológicas que en nuestra sociedad se realizan. 
1. Introducción
2. El fenómeno de la inmigración en España
3. La discriminación al amparo de la legislación: una forma de racismo institucional
4. El inmigrante en el mercado laboral
5. La representación social del inmigrante: del "racismo difuso" a la hostilidad abierta
6. Conclusión: Globalización y Racismo
BIBLIOGRAFÍA

"tenemos una esperanza a prueba
de terremotos y congojas
sabemos esperar rodeados por la muerte
sabemos desvelarnos por la vida
tenemos una alegría temprana como un gallo
una alegría convicta maniatada y rabiosa".

Mario Benedetti
 

1. Introducción

La discriminación y marginación de los inmigrantes en las sociedades receptoras es un tema candente en los países europeos. En España, donde el proceso de llegada de amplios contingentes poblaciones es más o menos reciente, las actitudes discriminatorias y la hostilidad abierta con los recién llegados es cada vez más habitual. El tópico hospitalario de los españoles, es puesto en duda, sencillamente porque tal vez nunca haya sido cierto. Este trabajo pretende analizar, a partir de fuentes bibliográficas, la situación discriminatoria a la que se ven sometidos los inmigrantes. La antropología puede ser útil en el análisis ya que se acerca al problema desde la perspectiva cultural y holística propia de la disciplina, tomando al inmigrante como persona envuelta en toda una red cultural y social, y no únicamente como actor individual y económico en una coyuntura determinada.

El punto de partida del trabajo se divide en dos formas de discriminación diferenciadas y relacionadas entre sí: por una lado la discriminación institucional del inmigrante, y por otro, la discriminación y la representación en el imaginario social colectivo. Desde este presupuesto teórico se analizará más detenidamente la situación laboral de los inmigrantes como botón de muestra significativo. Esta elección no quiere decir que los problemas de los inmigrantes se reduzcan únicamente a este sector, sino que la discriminación se amplía a sectores como la vivienda, la sanidad, la educación, los derechos sociales, etc.

Hasta ahora he repetido en varias ocasiones el término discriminación. No es inusual utilizar eufemismos ante palabras tabú; la discriminación, la marginación, la exclusión socio-política del inmigrante no es más que racismo, como veremos más adelante, o como señala Danielle Provansal, "neorracismo cultural" que es el nuevo racismo del siglo XXI, una vez superado los supuestos biológicos de Gobieneau y de la Alemania Nazi. El inmigrante como extranjero, como bárbaro, como "otro" inferior culturalmente, que viene al opulento Occidente huyendo del hambre, es el mensaje institucionalizado por la Globalización, aquel que llega al imaginario colectivo y aquel que redunda en las actitudes racistas ante estas personas, que llegan de países culturalmente más atrasados que la fastuosa Europa.

De la bibliografía utilizada hay que destacar los trabajos de Danielle Provensal (1996,1999), el de Ubaldo Martínez Veiga (1997), las opiniones sobre el reto del Estado del Bienestar con la inmigración de Diego López Garrido (1999), los artículos de José Luis Solana Ruiz (2000), Claudio Villanueva López (2000), José Luis Rodríguez Regueira (2000), Ángeles Castaño Madroñal (2000) o las más recientes investigaciones de Carlota Solé y Sònia Parella (2001), María Bahanha y Emilio Reyneri (2001), Valeria Bergallí (2001), entre otros.

2. El fenómeno de la inmigración en España

En las dos últimas décadas España ha pasado de ser un país eminentemente migratorio a convertirse en destino para la inmigración. Este cambio ha supuesto a nivel interno una situación nueva que tanto las autoridades como la sociedad debe asimilar. Según Izquierdo (1992) pueden distinguirse cuatro fases desde 1960 en los flujos migratorios. La década de los sesenta supondría un aumento regular en la llegada de flujos migratorios, en su mayoría jubilados procedentes de los países del centro y norte de Europa. En la década de los setenta el crecimiento fue más moderado y los que llegaron pertenecían en su mayoría al mismo grupo que en la década anterior. La siguiente etapa correspondería a la década de los ochenta, supuso un aumento de inmigrantes procedentes mayoritariamente del Magreb y de Latinoamérica. La última etapa transcurriría a partir de la entrada en vigor de la Ley de Extranjería de 1985 y supone un fuerte incremento de la población inmigrante en España.

Aunque es evidente que han aumentado los flujos, el número de inmigrantes y el porcentaje de población "extranjera" , situada en el 1.6 % total contando a comunitarios y extracomunitarios, es bastante más bajo que el de otros países de la UE. Si contamos sólo a extracomunitarios la proporción bajaría al 1% del total de la población. En Alemania o Francia la inmigración representa el 9% y el 6.4 % respectivamente según los datos de 1997.

Los colectivos más numerosos son la población de origen marroquí, que supone un 25% de la población, y los inmigrantes de América Central y del Sur, que alcanzan otro 25%. Otros grupos menos numerosos, pero también significativos son los filipinos y chinos que llegan al 4% y los polacos, gambianos e indios que se acercan al 3%.

El destino geográfico de los inmigrantes no está distribuido por igual en toda la geografía española. Las mayores concentraciones se producen en las grandes ciudades, Madrid y Barcelona fundamentalmente, en la costa mediterránea y en los dos archipiélagos.

Las causas económicas son las que habitualmente alientan la inmigración, aunque la situación es diferente a la idea de hambre que se hace la sociedad receptora de los recién llegados. Normalmente los contingentes no huyen de la miseria sino que buscan el "progreso" en Europa, son, en general, gentes con buena formación laboral y académica que se ven abocados a trabajos que no ejercían en sus lugares de origen. Esta entrada al mercado laboral por la puerta de atrás viene propiciada desde las esferas institucionales, y son representadas por la sociedad receptora sin mayor problema.

3. La discriminación al amparo de la legislación: una forma de racismo institucional

Hasta 1985, España no contaba con una regulación legal en lo referido a inmigración. Tradicionalmente, el país no era receptor sino emisor de emigrantes que buscaban trabajo más allá de nuestras fronteras, a principios de siglo en América y a partir de los años 50 en Europa: Suiza, Alemania y Francia, principalmente. Las aspiraciones españolas de entrar en la Comunidad Económica Europea, y la presión de los países miembros para que España legislara la situación de los "extranjeros" en su territorio, ya que no contaba con una política migratoria definida, fue el inicio de la primera ley de extranjería. El marco legal vino definido por la Ley Orgánica 7/1985 sobre los Derechos y Libertades de los Extranjeros en España. La creación y aprobación de esta norma vino motivada por dos hechos fundamentales: por un lado la necesidad de afrontar la llegada de inmigrantes que estaba aumentando desde 1980 y la ya citada adecuación de la legislación española a la de los países comunitarios. En 1986 se estableció el reglamento de la Ley de Extranjería donde se establecía las condiciones que los "extranjeros" debían cumplir para la entrada en el país, tanto para la residencia como para el trabajo. A partir de este momento se sientan las bases de una legislación que fue y sigue siendo una forma de encubrimiento racista para con los llegados al país. Las leyes buscan diferenciar entre regulares e irregulares, legales e ilegales, no teniendo en cuenta que es la propia normativa la que inventa y alimenta esta distinción, y que la traspasa al imaginario colectivo como forma de hostilidad abierta frente al "otro". Para poder trabajar con el status de regular se debía tener un permiso de trabajo que se conseguía a la vez que el permiso de residencia, para esto se debía tener un contrato de trabajo en el país. De esta forma la entrada legal era prácticamente imposible, porque pocas veces los empresarios españoles buscaban mano de obra fuera de las fronteras. Ante esto, los inmigrantes llegaban con visados de turistas, por un plazo máximo de tres meses, y una vez pasado este tiempo se establecían en el país y trabajaban dentro de la economía sumergida, sin ningún tipo de derechos ni cobertura legal. Pero, si se conseguía el permiso de trabajo la situación tampoco era mucho mejor. Los permisos tienen una duración determinada y si después de este tiempo no se mantiene el trabajo, o simplemente el contrato ha terminado, no se renueva el permiso y el individuo puede ser expulsado del país. A lo que llevó esta situación "esperténtica", fue a un aumento de la inmigración "ilegal" y a unos procesos de regularización, por parte de sucesivos gobiernos, con el fin de normalizar la situación. La regularización de 1991 fue dirigida a los extranjeros que acreditasen estar en el país antes del 24 de julio de 1985, sin necesidad de tener permiso de residencia o trabajo. El proceso extraordinario de 1996, ofreció la posibilidad de obtener la regularización a los que hubieran gozado de permisos con anterioridad. En 1998 se abrió un nuevo proceso extraordinario para aquellas personas que pudieran demostrar que tenían arraigo en España. Las últimas regularizaciones han tenido, como las anteriores, el objetivo de acabar con la ilegalidad de los inmigrantes. A pesar de todo, la situación no ha mejorado y los inmigrantes, tanto legales como ilegales, siguen siendo un colectivo discriminado social y laboralmente desde el poder y desde la calle.

La nueva Ley de Extranjería, y su reforma a partir de la mayoría absoluta del Partido Popular no ha puesto fin a la situación, sino que le ha dado nuevos bríos. La Ley aprobada en febrero del 2000 introdujo ciertas mejoras para con los inmigrantes, tales como el acceso a la sanidad a todos aquellos empadronados con las mismas condiciones que los españoles o comunitarios, la renovación automática de los permisos de trabajo y la asistencia letrada en caso de denegación de permisos o entrada en el país. A pesar de estos avances la ley continuaba siendo restrictiva, y aún más cuando, con los votos de la mayoría absoluta del gobierno conservador, se reformó la ley 4/2000 a finales de diciembre del año 2000. Tanto la ley como la reforma, mantienen una discriminación clara sobre algunos derechos fundamentales del hombre. Mantiene restricciones en el acceso al trabajo, perpetuando el sistema de cupos, y niega también el derecho a la sindicación y asociación. No elimina la vinculación entre el permiso de trabajo y el permiso de residencia, lo que condena al inmigrante a ser una mano de obra barata y explotada. Sigue sin equiparar a los españoles con los extranjeros no comunitarios, con residencia fija en el país, tampoco les reconoce a estos el derecho al voto en las elecciones municipales.

Estas cuestiones y algunas más llevan a la reflexión sobre la concepción que de "extranjero" tenemos en nuestra sociedad. En la Grecia clásica, el ciudadano era el que vivía en la Polis. Este tenía toda una serie de derechos de los que carecían los miembros del agro que eran visto tanto por el poder como por la sociedad como una suerte de "brutos" o "infrahumanos". Esta distinción racista de la civilizada Hélade, se mantuvo y aumentó en siglos sucesivos. En la Edad Media se decía que el aire de la ciudad hacía libres a las personas, refiriéndose a los derechos que adquirían los habitantes del medio urbano. Si nos remitimos a la literatura podemos citar el libro de Alejo Carpentier, El siglo de las luces. Los ojos atónitos de Esteban ven como una guillotina preside el barco francés encargado de propagar la Revolución en El Caribe. El Decreto de Brumario por el que quedaba abolida la esclavitud atrajo a esclavos negros a la isla Guadalupe y propició la victoria de la escarapela roja en otras islas. Pero una vez conseguida la mano de obra, haciendo caso omiso a la ley, se vuelve a la esclavitud y los antiguos propietarios capturan a sus antiguos vasallos. El derecho otorgado al "otro" le es robado desde el poder, desde la legalidad. En todos estos ejemplos el derecho a la ciudadanía, derecho azaroso porque depende del lugar de nacimiento o del país, es el que marca la condición del hombre a nivel legal y vital.

Tal vez sea este el problema que se le presenta a los gobiernos españoles con el caso de la inmigración. Para la ley también hay "otros", "inferiores" y "bárbaros", que no hablan latín, pero tampoco inglés, francés, o alemán. Legalmente, en España hay tres tipos de personas: los españoles, los comunitarios y los inmigrantes extracomunitarios. Estos últimos son los "otros". Las condiciones a las que institucionalmente se les condena los lleva a ser discriminados en muchos campos. El ámbito laboral, que a continuación se tratará, pasa por ser el más vergonzante para un país "civilizado", junto con las condiciones sanitarias, con la negación en algunos casos a la asistencia médica básica por no tener papeles, los abusos en la vivienda, o en la consecución de los permisos pertinentes, hacen de la ley española un marco claro de exclusión legal y social.

Un medio importante para atajar esta situación es que la ley reconociera la igualdad de ciudadanía de todos los residentes en el país, equiparando los derechos de los tres colectivos mencionados, pero esto supondría acabar con una mano de obra barata y sumisa que al capital le es fundamental. Esta situación no es exclusiva de España, sino que es la que Occidente ha convertido en "natural" y correcta, es una actitud generalizada y una forma de entender la vida y la muerte.

4. El inmigrante en el mercado laboral

La situación del inmigrante dentro del mercado de trabajo es tal vez la que más llama la atención por su crudeza y dramatismo. Carlota Solé (1995) señala que la discriminación laboral procede de dos focos principales: por un lado la normativa legal, que determina los contingentes anuales de permisos y los sectores laborales para lo que se admite mano de obra: servicio doméstico, agricultura y construcción principalmente. Esto condena a los inmigrantes a las actividades donde las condiciones laborales son más precarias. El segundo elemento de discriminación viene propiciado por las prácticas de los empresarios nacionales, que imponen a los inmigrantes extensas jornadas de trabajo que no aceptaría un nacional, la falta de contrato, la realización de horas extras no remuneradas, la no paga de horas extras ni vacaciones, los bajos salarios, etc.

Analizando las principales ramas productivas donde trabajan los inmigrantes, apreciamos una cierta "etnoestratificación" del mercado laboral (Solé, 2001), "división étnica del trabajo" (Martínez Veiga, 1997) o "segmentación racial del mercado laboral", donde "se definen determinados sectores laborales solo para extranjeros y a esos sectores se les aplican las condiciones laborales inferiores, sobre todo los salarios más bajos" (Pajares, 1998). A finales de 1998, el 76.3% de los inmigrantes con permiso de trabajo se repartían entre el servicio doméstico (30.7%), la agricultura (18.6%), hostelería (11.4%), construcción (8%) y comercio al por menor (7.6%). Estos trabajos, peor retribuidos y socialmente más marginales que otros, son rechazados en gran medida por los nacionales y aceptados por los inmigrantes en condiciones a veces vergonzosas. Estas condiciones hacen que el empresario prefiera al "extranjero" frente al nacional, ya que reduce costes y gana en competitividad. En este caso, señala Solé (1995), se produce una discriminación positiva aunque para ello sea necesario una discriminación negativa en las condiciones laborales.

La competencia con la mano de obra autóctona es escasa ya que los inmigrantes no desplazan, sino que llegan a sectores y zonas donde hacen falta trabajadores. El sistema de cupos, institucionalizado por ley, viene a determinar esto, estudiando la demanda de trabajo y ofertando en relación con esta para evitar la competencia en el sector. Aún así, la competencia de los inmigrantes aparece con los grupos de peores condiciones económicas, y normalmente el empresario opta por el "extranjero", por su bajo coste y por su escasa capacidad reivindicativa (Martínez Veiga, 1997).

El trabajo que se ven obligados a aceptar los inmigrantes no corresponde en la mayoría de las ocasiones con su formación académica y laboral. Los inmigrantes suelen tener por lo general una buena formación, han completado la educación básica y tienen buenas habilidades laborales, así como conocen, sobre todo en el caso de los subsaharianos, alguna lengua, inglés o francés, además de la suya. Los latinoamericanos suelen tener una buena formación, siendo los peruanos el grupo más instruido. El descenso de categoría es la norma para los inmigrantes que estaban empleados antes de emigrar, del mismo modo que no hay ninguna relación entre el nivel educativo de los inmigrantes sin experiencia laboral y las actividades realizadas por ellos en España (Baganha y Reyneri, 2001).

Carlota Solé (2001) analiza la situación laboral de los inmigrantes dentro de la provincia de Barcelona, este ejemplo puede ser válido para hacernos una idea de las condiciones en las que trabajan los llegados al país. En la agricultura aparecen inmigrantes varones marroquíes y gambianos principalmente. Suelen ser temporeros, sin contrato de trabajo y con alta inestabilidad. Las condiciones de trabajo son abusivas, con jornadas de 8 y 10 horas y cobrando entre 2,10 y 4,21 euros la hora. La construcción es una actividad masculina donde se emplean sobre todo sursaharianos, marroquíes y peruanos, sin contrato o con contratos temporales. Algunos forman parte de una plantilla más o menos permanente, mientras que otros son contratados en momentos puntuales. En este caso, también existe la discriminación con los trabajadores nacionales, que cobran sueldos más altos por la misma jornada de trabajo. En la industria textil, los inmigrantes aparecen en la economía sumergida principalmente, ocupando las tareas más duras. En la hostelería se ocupan tanto a mujeres como a hombres. La mayoría trabajan con contratos temporales que oscilan entre los 360,61 y los 601 euros mensuales. Los restaurantes más pequeños no suelen tener a los trabajadores contratados. El caso de los restaurantes chinos es particular. En ellos suelen trabajar inmigrantes chinos "ilegales" que son reclutados por sus propios compatriotas, no son contratados y van cambiando de un lugar a otro. En lo que respecta al servicio doméstico, aparecen dos tipos de ocupaciones diferenciadas: las de limpieza y cuidado de niños y las de cuidado de enfermos y ancianos. En la mayoría de los casos no existe ningún tipo de vinculación laboral. En el caso de las empleadas internas, el empleador da de alta al servicio en la Seguridad Social, pero las irregularidades en el pago por parte del señor, o la obligación del inmigrante de pagarse las cotizaciones, descontándoselas de su sueldo, es habitual.

Estos ejemplos, localizados en una zona con una importante tasa de inmigrantes, puedan ser tal vez significativos de las condiciones que se ven obligados a aceptar. Muchos empresarios nacionales han visto un filón en la llegada de "extranjeros". El campo y la construcción son los sectores más beneficiados, a costa de una explotación decimonónica que muchos creían abolida en Europa. La falta de contratos y de regularización social, los bajos salarios y las condiciones vejatorias en las que hacen vivir a los temporeros de algunas explotaciones agrícolas andaluzas, todo esto bajo la indiferencia institucional y social, debería hacernos meditar. El empresario se aprovecha de la situación social del inmigrante, pero también reproduce un imaginario social, el considerar al "otro" como inferior y susceptible de ser explotado.

5. La representación social del inmigrante: del "racismo difuso" a la hostilidad abierta

En el ámbito social, la figura del inmigrante aparece como la de una persona extraña, ajena a nuestros patrones de conocimiento y conducta. El inmigrante se convierte en el "otro", venido de países pobres que altera la concepción cerrada y monolítica del espectro social. La concepción del "otro" se basa en unos prejuicios etnocéntricos que buscan explicar las diferencias entre el nosotros y el ellos. Esta postura, cuando exacerba el maniqueismo bueno-malo se encamina a un racismo latente que justifica actitudes discriminatorias tanto a nivel individual, social e institucional. Al inmigrante se le considera como una persona "de fuera", y su diferencia se define a partir de su contraposición frente a quienes son del lugar y representan su "normalidad" cultural (J.L. RODRÍGUEZ REGUEIRA, 2001). Se establecen fronteras entre grupos, basadas en aspectos culturales que son aceptados por parte de la sociedad receptora. El inmigrante llega de un país "pobre" a un país "rico", buscando mejorar su situación personal. Su nación de origen, su cultura general, les ha impedido desarrollarse tal y como lo ha hecho Occidente, lo que les aboca a un círculo vicioso del que no pueden salir. Partiendo de postulados de este tipo, se inicia una distinción que por ella misma justifica el abuso "lícito" para con el "extranjero". Hace un mes, en una celebración familiar, escuché el siguiente comentario: "el problema es que a un moro le dices de trabajar catorce horas y te dice que por aquí", a esto dieron la razón el resto diciendo que "lo que pasa es que no quieren trabajar". Este comentario, bastante habitual por otra parte, define toda una forma de ver al inmigrante, si vienen a trabajar tienen que hacerlo según nuestros dictámenes, porque en el fondo lo que les estamos haciendo es un favor. A este abuso horario hay que añadirle el abuso salarial, inferior al resto, como hemos visto anteriormente, y que no plantea ningún tipo de problema ético porque nos movemos en una concepción de superioridad e inferioridad que todo lo justifica.

La percepción de la identidad colectiva se ve también alterada con la llegada de contingentes foráneos a la cultura anfitriona. Algunos personajes públicos y políticos, dentro de posturas nacionalistas, han manifestado el recelo ante la llegada de inmigrantes a sus territorios y el peligro que supone, para la cultura local y sus señas de identidad, esta población. Esta actitud podemos enmarcarla en lo que Danielle Provansal define como neorracismo, es decir la elaboración de una actitud discriminatoria "a partir de la convicción de que las barreras culturales son tan infranqueables como las barreras genéticas" (DANIELLE PROVANSAL, 1996, p. 260).

Otra de las virtudes que se le asignan a los inmigrantes, sobre todo a los norteafricanos, es la de ser conflictivos y delincuentes. La imagen del "moro" es la más utilizada. El "moro" es delincuente, pendenciero y provocador. Otros colectivos tienen mejor fama como los sursaharianos y los latinoamericanos. Pero, ¿por qué el moro es el que sale peor parado? El referente colectivo, adquirido a través de la formación básica como de la tradición y de la propaganda institucional, ha considerado al norteafricano como el enemigo. Fueron los "moros" los que conquistaron "España" en el 711. En esos momentos no existía "España" y los temibles "moros" eran contingentes Beréberes y Sirios. Contra ellos se lucha en la Reconquista, término discutible porque lo que hubo fue una conquista de unos territorios que nunca antes habían sido castellanos ni aragoneses, aunque esto sería entrar en un debate historiográfico que no viene demasiado al caso. Una vez sometidos siguieron hostigando las costas mediterráneas con la piratería en el siglo XVI. Hasta tal punto eran perturbadores para la convivencia en la España Imperial que fueron expulsados en 1609. Pero no queda aquí nuestra peculiar historia con los vecinos del sur. En el siglo XIX se consiguen colonias en el norte de Marruecos donde los civilizados hispanos someten a los sucios "moros". Las guerras de principios de siglo en el valle del Rift, el episodio de IFNI, siguieron acrecentando la leyenda. La Guardia Mora de Franco sembró el terror en el imaginario colectivo, el "moro" aparece ahora como más sanguinario y despiadado que nunca. Y recientemente, hay que añadir el surrealista incidente del islote Perejil. A esta somera perspectiva histórica habría que sumarle la visión de infiel, de demonio, que la iglesia católica ha ofrecido de los musulmanes desde el siglo VIII.

Por el contrario, la opinión que en muchas ocasiones se tiene del resto de colectivos de inmigrantes es sustancialmente distinta. Los latinoamericanos son vistos más amablemente, no en vano para el imaginario colectivo son como hermanos, descendientes de una misma cultura, hablan castellano y son católicos. Los sursaharianos tampoco tienen la reputación del musulmán y son mejor aceptados por el conjunto social.

Uno de los tópicos que afronta la inmigración es su vinculación con la marginación y la delincuencia. Desde los medios de comunicación, intencionada o fortuitamente, se hace mas hincapié en el inmigrante delincuente que el trabajador. En el periódico El Mundo, jueves 21 de junio de 2001, en la sección dedicada a la provincia de Alicante, aparece una noticia en la que dice que el nivel de delincuencia aumento un 18% desde enero en las tierras alicantinas. No falta ocasión para mencionar que el 30% de los detenidos eran "extranjeros", concretamente de los países del Este, argelinos y marroquíes. A partir del robo con muerte acaecido en Pozuelo en el 2001 y cometido por un súbdito Moldavo, se abrió un pequeño debate popular, visible en lugares de trabajo, bares o comidas familiares, donde se extremaban posturas sobre el carácter delincuente de los inmigrantes.

Valeria Bergalli ha realizado trabajo de campo en el barrio Ciutat Vella de Barcelona. Esta zona tiene un alto porcentaje de población foránea lo que a suscitado distintas inquietudes entre los vecinos. Sin situaciones de abierto enfrentamiento racista, sí que aparece un incipiente germen de rechazo. Esto, según la hipótesis de la antropóloga, hay que relacionarlo con las transformaciones que está sufriendo el distrito y que quiere desvincularse de la tradicional fama de marginalidad que ve continuada con la presencia de inmigrantes. Los argumentos que se esgrimen por las asociaciones vecinales y comerciantes, para el rechazo de los inmigrantes son: "la percepción de la inseguridad en las calles del distrito; la sensación de que la identidad del barrio se ve amenazada; la competencia por los recursos sociales y del trabajo". (VALERIA BERGALLI, p. 245, 2001).

Este racismo difuso que aparece dentro de la sociedad española, no se ha quedado en un mecanismo de defensa social teórico sino que ha tenido su lamentable expresión en actos de agresión racista, como en Ceuta en 1995 o en Ca n’Anglada en 1999. El caso de El Ejido (Almería), en febrero del 2000, ha sido el más conocido y dramático. Este caso puede servir para comprobar como los diferentes factores expuestos anteriormente de racismo difuso pueden estallar en abierta hostilidad en un momento concreto. El trabajo de campo realizado por Ángeles Castaño Madroñal será la guía para analizar el caso.

La chispa que encendió el polvorín racista en El Ejido fueron tres asesinatos cometidos en el plazo de dos semanas, esto se unió a la atmósfera xenófaba preexistente y a la concepción que sobre los inmigrantes tenían los almerienses del Poniente. Pero, para comprender el proceso hay que atender a los factores precipitantes y la relación que en Almería existe entre anfitriones e inmigrantes.

La migración en la zona del Poniente almeriense tiene una gran tradición y en algunas localidades, los inmigrantes se instalaron hace más de quince años. A pesar de esta situación, no ha habido una verdadera integración social ni institucional, encontrando fenómenos de apartheid en lo relacionado con los servicios sociales, educación, vivienda y, sobre todo, en el mercado laboral. La segregación en la vivienda hace que aparezcan núcleos habitados exclusivamente por inmigrantes, además las casas tienen un nivel precario de construcción y salubridad, generalmente. Esto contribuye a aumentar las barreras físicas y simbólicas entre los lugareños y los inmigrantes.

Los discursos "antiinmigrantes" han favorecido a enrarecer el ambiente y a crear una tensión en la calle que estalló en febrero del año 2000. Los medios de comunicación almerienses, sobre todo las televisiones locales, avivaron la llama del racismo culpando a los inmigrantes de los problemas de convivencia, porque sus particularidades culturales les impiden la plena integración social. La mediatización comunicativa es interesada y tras ella se encuentran determinados grupos de poder y partidos políticos.

Desde 1997 las explotaciones de los invernaderos aumentan y se necesita mano de obra barata, que el empresario agrícola encuentra en la inmigración. El número de inmigrantes, principalmente marroquíes, aumenta y sobretodo los llamados irregulares. La llegada de nuevos contingentes aumenta los problemas de segregación espacial, territorial y étnica. Muchos almerienses conciben la inmigración como una invasión, lo que aumenta la conflictividad social. Los empresarios siguen aprovechándose de la situación de los recién llegados y los explotan llegándoles a pagar 3.000 pesetas (18,03 euros), por 12 horas de trabajo al día. Esto provocó, como es normal, malestar y protestas, algo contraproducente y beneficioso para avivar el sentimiento racista y demostrar la categoría latente percibida en el imaginario colectivo: el moro es conflictivo. A todo esto hay que unir que la cosecha de 1999/2000 fue una de las peores que se recuerdan en la zona. Se unió a esta circunstancia, las conversaciones en materia de pesca que celebraban Marruecos y España, y que supuso una entrada de productos agrícolas marroquíes a la Península como contrapartida al faenar en los caladeros vecinos por parte de barcos españoles. Además, las medidas de la UE contra los invernaderos ejidenses se endurecieron por sus prácticas completamente antiecológicas y contrarias a la normativa europea. Si a esto añadimos un discurso oficioso y oficial en el que se presenta al moro como conflictivo, delincuente e invasor, lo paradójico hubiese sido que no pasara nada.

Más o menos, esta era la situación el 5 de febrero del año 2000. A mediados de enero son asesinados dos agricultores ejidenses, vecinos del barrio de la Loma de la Mezquita, uno de las zonas de mayor población marroquí. Las autoridades locales no templaron los ánimos sino que los encresparon favoreciendo la concentración de vecinos y la manifestación, que al siguiente fin de semana comenzó en la Plaza Mayor y recorrió las calles principales del pueblo, tras la pancarta del grupo político Plataforma España 2000, de marcado corte fascista y xenófobo. El siguiente asesinato se produce en la mañana del 5 de febrero en el mercadillo ambulante de Santa María. Cinco días de persecución étnica convirtieron a El Ejido en el centro de las miradas nacionales e internacionales. España tenía el racismo en su propia casa. El día 9, los inmigrantes marroquíes se declaran en huelga y se concentran en las puertas de la comisaría buscando protección. Elegidos en asamblea improvisada a las puertas de la comisaría, los representantes de los inmigrantes marroquíes, consiguen firmar un preacuerdo con las asociaciones agrícolas, sindicatos, asociaciones humanitarias y representantes de la Administración central, el 12 de febrero, en el que se recogen doce puntos que reivindican tanto derechos de los damnificados, como los derechos laborales y de vivienda, que los inmigrantes consideraban negados al colectivo desde hacía años. En respuesta a un preacuerdo firmado a regañadientes, los empresarios agrícolas se reúnen en la sede de COAG-AUGA, el día 13, en asamblea informativa. A propuesta de algunos sectores de agricultores, se considera que la única solución real cara al futuro es aliviar las tensiones en el medio laboral mediante la contratación de mano de obra de otros colectivos étnicos distintos al marroquí, junto al despido de una gran parte de ellos, con el objetivo de reducir hasta un máximo del 40% la mano de obra de dicha procedencia.

El caso de El Ejido, la mayor explosión de racismo que ha tenido lugar en Europa occidental desde la caída del régimen nazi, como señala Isidoro Moreno Navarro, funde las dos perspectivas señaladas en el trabajo, por un lado la connivencia institucional y legal, manifestada en un racismo evidente en las leyes de extranjería, y por otro el colectivo social, potencialmente racista no solo por el influjo de las leyes sino también por la educación, valores e ideas que produce y reproduce a través de medios de comunicación, escuelas, universidades, etc. Las partes no deben justificarse unas a otras sino que es un todo común, el racismo existe en España y cada día va a más, siendo El Ejido una pequeña muestra de lo que puede ocurrir. El problema de base tiene que solucionarse evidentemente desde abajo, la escuela, los medios de comunicación, que son en gran medida los que educan, la familia, asociaciones e instituciones tienen ante sí un importante reto. Tal vez ahí sea donde la Antropología tenga mucho que decir, porque con su estudio y con las bases reflexivas que proporciona, puede fomentar el destierro del etnocentrismo y el racismo cultural.

6. Conclusión: Globalización y Racismo

El proceso actual que vive el capitalismo, con la extensión de sus presupuestos, prácticas y filosofía a todos los lugares del planeta, o al menos a todas las políticas económicas, es lo que ha venido en llamarse globalización. Este término oculta la victoria total de la ideología neoliberal y de su sistema económico-político. La globalización "indica el proceso de internacionalización de la economía, la tecnología, las finanzas, las comunicaciones o la producción cultural" (DOLORS COMAS D’ARGEMIR, 1998). ¿Cómo enlazar esta evidencia con el tema tratado en el artículo? La globalización implica que los fenómenos particulares no desaparezcan sino que renazcan con más fuerza, es una forma de oposición a la homogeneidad desde la especificidad. En un mundo sin fronteras se restringe la libre circulación de personas, se ponen barreras al campo, se intenta controlar y en algunos casos erradicar el motor de la historia: las migraciones. George Orwell, presentó un mundo futuro dividido en cuatro bloques. Su experiencia vital y la amarga visión de la división del mundo en dos bloques herméticos, le hizo alimentar la metáfora apocalíptica de 1984. La Guerra Fría terminó, pero los bloques no desaparecieron, como la energía, simplemente se transformaron. Por un lado el opulento Occidente, por otro el resto de naciones dependientes de los primeros. La dependencia se establece tanto en términos económicos, como políticos, sociales e individuales. Los movimientos migratorios que Occidente pretende controlar son necesarios ya que combaten la falta de mano de obra de algunos sectores productivos, pero el ideal es que sólo crucen el umbral un determinado número de personas a las que poder controlar y explotar. A lo largo del texto se ha ido evidenciando esta situación, favorecida por la ley y reproducida en la calle. Es paradójico que de la utopía internacionalista del movimiento obrero, se haya apropiado el capitalismo para perpetuar su sistema de desigualdades. La construcción europea y la supuesta eliminación de las fronteras implica la creación de una marca más férrea para los "extracomunitarios" que quieren entrar en "Europa". El mundo sin fronteras que propone la globalización se basa en la explotación de las naciones ricas sobre las pobres. Y, ¿qué justificación ideológica se utiliza para perpetuar el sistema? El etnocentrismo, el considerar inferior todas aquellas culturas que no son como la nuestra, son la base que el capitalismo esgrime, y a nivel mundial Occidente, para justificar directa o indirectamente sus actuaciones. El "otro" es inferior culturalmente porque no ha llegado a los niveles de "civilización" occidentales, viven atrasados, combatiendo el hambre y la enfermedad, con regímenes políticos dictatoriales, sumidos en la oscuridad de la religión, y Occidente es el único que les ayuda, con sus multinacionales explotadoras de recursos y hombres, y sus ONG’s solidarias. Esta actitud, que ya no se basa en las dimensiones del cráneo o en el RH de la sangre, es lo que se ha llamado "neorracismo cultural", igual de peligroso que el anterior porque sustituye el elemento físico por simplemente la inferioridad cultural, que es tan infranqueable como la física. Desde esta postura se puede llegar a aceptar la multiculturalidad más como una diferencia que redunda en lo anterior, que como una actitud de convivencia, respeto e igualdad entre los colectivos.

Los efectos de un mundo globalizado no son nuevos y lo que actualmente vivimos no es más que una consecuencia de lo hecho hasta ahora. No podemos entender la inmigración, ni la situación de los países de origen, si no miramos hacia atrás y analizamos los imperialismos del siglo XIX y XX, así como el proceso de descolonización después de la II Guerra Mundial. La dependencia nace y se perpetua en estas fechas, y si hablamos de neorracismo para la actitud discriminatoria después de la barbarie nazi, hay también que hablar de neocolonialismo después de los procesos de independencia. Ambos términos van de la mano y no se pueden entender el uno sin el otro. La mayoría de las naciones africanas, por poner un ejemplo, están vendidas a los intereses de las multinacionales extranjeras. Los gobernantes lo son por influencia de las antiguas metrópolis o por EEUU. Las ayudas del FMI y del BM están supeditadas a cumplir unas normas impuestas desde Occidente, que no redundan en el beneficio del país sino en el de sus acreedores. El continente es un importante foco de venta de armas y las guerras son en muchos casos alentadas veladamente desde los países ricos. Esto provoca que los problemas estructurales de estas naciones no puedan ser solucionados desde dentro, atendiendo a sus particularidades, culturas e ideologías, sino que el "desarrollo" debe hacerse bajo el modelo occidental, lo que proyecta un círculo vicioso, ya que la economía de estos países va destinada al enriquecimiento foráneo. Al no lograr el desarrollo, lo que trasciende es que las culturas de estas gentes no son lo suficientemente avanzadas como para conseguirlo. Ante esto tienen que huir, y vienen a Europa, buscando trabajo y mejores condiciones de vida. Lo que encuentran es marginación y discriminación social, basada esta en el concepto de superioridad que da a las sociedades receptoras el hecho de que alguien venga a su tierra a buscar trabajo.

En las sociedades receptoras se han intentado establecer las normas básicas de convivencia entre anfitriones e inmigrantes, no liberadas del prejuicio etnocéntrico y de la diferencia social y cultural. La multiculturalidad o el modelo de sociedad multicultural ha sido utilizado en EEUU y Gran Bretaña. Esta actitud reconoce la diversidad de las culturas pero adopta, a veces inconscientemente, una concepción esencialista de la cultura. Cada grupo étnico aparece como separado del resto y se contribuye a aislar y jerarquizar a las distintas comunidades. Esto provoca que la cultura sea el motivo diferenciador discriminatorio lo que nos lleva de nuevo al neorracismo cultural (DANIELLE PROVANSAL, 1999). Más que la multiculturalidad el concepto que los gobiernos y la sociedad en general debería asumir sería el de la interculturalidad. Esto sería dejar de lado el etnocentrismo ya que no hay una cultura de referencia sobre la que se mide la otra. El relativismo cultural sería ahora el presupuesto básico, pero también enfocado como culturas abiertas unas a otras y susceptibles de mezclarse y producir síntesis culturales nuevas (DANIELLE PROVANSAL, 1999).



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