NOMADAS.8 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN 1578-6730

Debord, espectáculo y política
[Carlos de Castro Pericacho]

Ya es un lugar común oír voces que claman por una regeneración de la política o por una politización del mundo globalizado. Desde todos los diagnósticos los diagnosticadores se arrojan, en un abrumador ejercicio de fe ciega, a los brazos de la política.

La sociedad del riesgo, la sociedad postindustrial, la sociedad postradicional, la sociedad informacional, la sociedad postmoderna,... son algunos de los atributos que recibe una sociedad tan enormemente compleja e inabarcable que es difícil no acertar con un adjetivo que le vaya bien. Es un juego sin riesgos.

La sociedad del espectáculo podría presentarse como un diagnóstico más sobre su tiempo, y sus propuestas, como un reconocimiento de la importancia de la política en la vida social. De modo que quedaría enclavado como un epígrafe más en uno de los numerosos libros de recopilaciones de diagnósticos lúcidos sobre su tiempo que habitan en las inmóviles estanterías de cualquier biblioteca. Pero puede que también sea otra cosa, y es aquí donde el que escribe se expone al más silencioso de los fracasos. Decir qué otra cosa pueda ser la teoría y práctica situacionista, cuyo máximo exponente quizá sea La sociedad del espectáculo de Guy Debord, es un ejercicio arriesgado por la posibilidad de banalizar y simplificar hasta la más gaseosa inofensividad el concepto de espectáculo.

El que escribe se defenderá reivindicando cierto derecho al usufructo de las palabras que circulan a nuestro alrededor para ponerlas a pensar nuestro mundo, y si es posible, cambiarlo por otro. Se hará, por tanto, un uso interesado, parcial, inconcluso y, sobre todo, infiel.

Lo que aquí se escribe es una aproximación a las posibilidades que en la actualidad tiene la política que pensaron y, en cierto modo, practicaron Debord y los situacionistas. El orden que se ha elegido para las siguientes palabras ( o quizá es el que han elegido ellas) es el siguiente; en primer lugar se presentará la problemática general a la que tratan de responder los numerosos diagnósticos, a continuación describiremos el diagnóstico de Debord sobre su tiempo y el tipo de política que reclamaba para la construcción de situaciones, y en razón de esto, compararemos esta política con la que ahora se propone con urgencia por si hubiera alguna diferencia que destacar.

Este es el plan propuesto. Veremos si finalmente el que escribe termina siendo él mismo escrito por las palabras que escribe, y éstas, vulnerando toda posibilidad de orden y coherencia, terminan incluso por leer al propio lector.

I

Después de un paréntesis relativamente corto el caos vuelve a acecharnos. La crisis de la modernidad recibió su bautizo oficial en 1989, la caída del muro de Berlín, sin embargo su periodo de gestación se ha prolongado a lo largo de todo el siglo XX, y sus huellas se encuentran en las numerosas guerras, catástrofes ecológicas, atascos diarios,...

Esta crisis viene, quizá, a clausurar el proyecto de la modernidad (que también tiene fecha oficial de nacimiento, 1789), a saber, controlar racionalmente la vida social por medio de la construcción de espacios (democracias representativas, mercados) abiertos a las decisiones de los grupos sociales en los que se concentra el poder económico y político. Quizá les parezca una afirmación demasiado rotunda, pues lean la siguiente. La modernidad pretende controlar su destino condenando al azar a una vida extramuros.

Esa muralla es la que empieza a resquebrajarse y por entre las grietas penetra el mudo testigo de todo quehacer humano: el azar.

La crisis de la modernidad es la crisis de sus supuestos: sujeto, historia y razón. Los sujetos, dotados de una identidad, construyen racionalmente un proyecto de sociedad que se desplegará a lo largo del discurrir histórico acorde con sus intenciones y con sus rasgos identitarios. He aquí el proyecto moderno.

La percepción de un mundo en crisis se debe a la percepción de algunos cambios históricos relevantes. En primer lugar, la tendencia a la mundialización de la economía y la consecuente crisis del Estado nación, el pilar de la construcción política de la sociedad. Su crisis no se refiere a su desaparición sino a una intensa reconfiguración de sus tareas en el mundo global. En segundo lugar, la transformación radical de los esquemas y contextos de la producción y el consumo de la mano de la revolución de las nuevas tecnologías. Y en tercer lugar, la multiplicación y circulación de valores, significados y creencias que contribuyen a crear un clima de saturación y confusión del que sacan partido algunos esquemas simplificadores y reduccionistas como los nacionalismos y los fundamentalismos religiosos, constitucionales o económicos.

La interpretación de estos cambios es muy diversa, aunque podrían distinguirse tres vías principales. En primer lugar, los que señalan que el proyecto de la modernidad está agotado, a pesar de que la modernidad continúe reafirmándose a sí misma. La modernidad no ha concluido, dicen, pero su proyecto sí. En segundo lugar se encuentran quienes afirman que se ha producido un gigantesco proceso de transformación cultural que no compromete la solidez del proyecto moderno. Y en tercer lugar se encuentra quienes señalan que el proyecto moderno pervive aunque está inmerso en una segunda onda expansiva de radicalización reflexiva que es la que garantiza una continuidad de fondo entre el mundo moderno y el mundo contemporáneo.

Es desde esta última lectura de las recientes y profundas transformaciones, desde donde se propone una regeneración de la política, una profundización (reflexiva) en los supuestos de la modernidad. Desde esas posiciones se admite mayoritariamente que vivimos bajo la dictadura de la economía globalizada y por tanto los tradicionales acumuladores de política, los Estados, denuncian que sus competencias de decisión son cada vez más reducidas y estériles debido a que los circuitos globales de la economía sobrepasan los espacios nacionales.

La economización de la sociedad no encuentra quien le ponga riendas. Nos encontramos ante un mundo desbocado que es impenetrable a las aspiraciones de control, incluso, para los técnicos más cualificados, los economistas. Y en razón de esto nos encontramos expuestos al riesgo de "autodestrucción creativa de toda una época gracias a su propio éxito". Las propuestas para domar este potro mal criado se concentran, con múltiples matices, en la reforma de la política, la cual identifican con la reforma del Estado. Proponen, pues, desde esa tercera interpretación, una especie de Estado transnacional, postsoberano, mundial,... La idea viene a ser la construcción de una institución política transnacional que controle la economía, encauzando así un criterio economicista de organización social por medio de criterios ecológicos, políticos y culturales. Se trata también de incluir las demandas de ciertos sectores de la sociedad dentro de la lógica de funcionamiento estatal.

Es, pues, un proyecto político en el que el único y legítimo sujeto es el Estado. La política es el Estado y el Estado es la política, es el lema que sustenta este proyecto. La posibilidad de identificar política y Estado se debe al proceso histórico de formación de los Estados modernos. A lo largo de este proceso el Estado despolitizó y estandarizó a la sociedad y, simultáneamente, el mercado la parceló, tecnificó y economizó. Este juego a varias bandas, desacompasado, imprevisible y fluctuante es el que predomina desde hace algunos siglos.

II

Para Guy Debord la sociedad en la que vivimos es la sociedad del espectáculo. Y el espectáculo moderno es "el reinado autocrático de la economía mercantil, que ha conseguido un estatuto de soberanía irresponsable, y el conjunto de las nuevas técnicas de gobierno que corresponden a ese reinado" (Comentarios: 34) (1). Esta es la primera aproximación al diagnóstico de Debord, pero vayamos más despacio. ¿Quién es Debord? ¿Dónde, cuándo, cómo vivió? Y después, sí: ¿qué dijo sobre su mundo? ¿qué hizo?. Aquí se abordará con brevedad una tarea que ha sido desarrollada de forma minuciosa y extensa por Anselm Jappe en Guy Debord.

Muy brevemente, a modo de solapa: Guy Debord vivió entre 1931 y 1994, su experiencia intelectual y práctica se centra fundamentalmente entre los años 1952 (año en que unos jóvenes descarriados se empezaron a denominar a sí mismos Internacional Letrista) y 1972 (año en que disolvió la Internacional Situacionista). Este periodo se integra en el ciclo de crecimiento económico más amplio del capitalismo occidental (1945-1973). En Francia, donde vive Debord, más concretamente París, y en algunos otros países europeos (Alemania, Suecia,...) el Estado de bienestar conoció su época dorada, es el auge de la sociedad de consumo y de la industria del ocio, y comienzan a generalizarse los medios de comunicación masivos.

Debord y los situacionistas viven en una sociedad de la abundancia rodeados de individuos satisfechos, en la que el Estado de bienestar había garantizado la estabilidad laboral, lo que eliminaba la incertidumbre y posibilitaba la construcción de proyectos vitales sobre una base segura ; y en la que, además, la industria del ocio garantizaba la diversión en el tiempo libre, el cual había aumentado gracias a la creciente automatización del proceso productivo. En medio de toda esa comodidad, desde el corazón de un mundo feliz, Debord y sus amigos criticaron brutal y radicalmente a esa sociedad desde la Internacional Letrista, primero, y desde la Internacional Situacionista, después.

Las críticas situacionistas, condensadas en La sociedad del espectáculo publicada en 1967, fueron uno de los basamentos de Mayo de 1968. En un principio Debord creyó que la "inversión del mundo invertido" era posible, sin embargo en cuanto empezó a intuir el fracaso de esta "experiencia revolucionaria" desapareció de la vida pública y, más tarde, disolvió la Internacional Situacionista.

¿De qué se quejaban estos jóvenes desagradecidos y bien alimentados? La respuesta podría ser: de la miseria de la vida cotidiana de los individuos, los cuales han sido convertidos en consumidores pasivos y satisfechos. Y la razón de esto se encuentra en que "la vida entera de las sociedades en las que imperan las condiciones de producción modernas se anuncia como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo directamente experimentado se ha convertido en una representación" (t.1).

El diagnóstico de Debord parte de la experiencia cotidiana del empobrecimiento de la vida vivida, de su fragmentación en ámbitos cada vez más separados, y de la pérdida de todo sentido unitario. Esta pobreza cotidiana es especialmente hiriente en comparación con las posibilidades que ofrecen la ciencia y la técnica, de ahí que la tarea que se propongan los situacionistas sea la construcción de momentos y situaciones a partir de la ingente cantidad de medios disponibles.

El proyecto situacionista pretende devolver la autonomía a los individuos, es un proyecto que trata de abolir todo lo que esté separado del individuo para que éste pueda acceder directamente a la construcción de la vida cotidiana. El obstáculo de este proyecto es la sociedad del espectáculo.

¿Y qué es el espectáculo? El espectáculo es una forma de organizar la vida social reductora, totalitaria, y engendradora de imágenes destinadas a ser contempladas pasivamente, y en razón de ello, generadora de pasividad, de individuos pasivos. Y, además, contiene unas nociones propias de historia, tiempo, espacio, cultura e ideología. Esta definición, quizá demasiado forzada y apretada, tan sólo sirve para fijar sus rasgos más relevantes, los cuales se desarrollan a continuación.

El espectáculo es reductor, puesto que implica la reducción de toda la multiplicidad de la vida humana a uno de sus fragmentos. Se trata del dominio de la economía y de sus leyes sobre todos los demás aspectos de la vida, del dominio de una actividad humana (la economía) sobre el resto. La producción económica se basa en la alienación, que es su producto principal. El dominio de la economía sobre la sociedad entera implica esa difusión máxima de la alienación que es el espectáculo.

La economía se ha independizado y somete a la vida humana, "es el poder separado que se desarrolla a sí mismo gracias al aumento de la productividad por medio del incesante refinamiento de la división del trabajo como parcelación de gestos, dominados ahora por el movimiento independiente de las máquinas, y trabajando para un mercado ampliado" (t.25). Esta autonomización, independencia o separación representa el triunfo de la mercancía en el interior del modo de producción. Para Debord, la alienación (el espectáculo) es un proceso de abstracción cuyo origen se encuentra en la mercancía y su estructura. "El principio del fetichismo de la mercancía se realiza absolutamente en el espectáculo, en el cual el mundo sensible es sustituido por una selección de imágenes que existen por encima de él, y que se aparecen al mismo tiempo como lo sensible por excelencia" (t.36).

El espectáculo es, pues, un desarrollo posterior de la forma mercancía con la que comparte la característica de reducir la multiplicidad de lo real a una sola forma abstracta e igual, el valor. El valor es una forma social total que causa la separación de la vida social en varios sectores. Esta separación implica la pérdida de "todo sentido unitario sobre la actividad realizada y toda comunicación personal directa entre los productores" (t.26). La separación nos permite apuntar otras características del espectáculo.

El espectáculo es totalitario, puesto que "conforme progresan la acumulación de los productos separados y la concentración del proceso productivo, la unidad y la comunicación se convierten en atributos exclusivos de la dirección del sistema" (t.26) De ahí que la crítica deba ser total y no parcial, "o bien se rechaza la totalidad de la miseria o bien no se rechaza nada" (t.122). Toda la tradición keynesiana y sindical encuentran su acomodo en esta parcialidad que denuncia Debord. Todas las reformas que se proponen desde aquellas corrientes se limitan a criticar aspectos parciales de la vida social sin cuestionar el conjunto que los posibilita. Todas sus propuestas van encaminadas a reforzar la consideración del trabajo como una forma mercancía.

El espectáculo abarca todos los aspectos de la vida social, "es el momento en el cual la mercancía alcanza la ocupación total de la vida social... no hay otra cosa más que la relación con la mercancía: el mundo visible es su mundo" (t.42). El espectáculo se apodera así de toda la vida social y en cualquier lugar se encuentra la sustitución de la realidad por la imagen. En este proceso la imagen acaba haciéndose real, provoca comportamientos reales, y la realidad acaba por convertirse en imagen. De modo que "el espectáculo no es un conjunto de imágenes sino una relación social entre las personas mediatizada por las imágenes" (t.4). De ahí que Debord señale que el espectáculo es la ideología por excelencia (t.215), pero una ideología materializada, y que las ideologías no son una mera quimera. (t.212).

Pero también debido a la separación, el espectáculo se presenta como algo impenetrable. "Es aquello que se escapa a la actividad de los hombres, a su reconsideración y a la corrección de sus obras. Es lo contrario al diálogo" (t.18). Se han construido espacios en los que sencillamente no es posible que los individuos tomen decisiones sobre su propia vida. Se tecnifica cada parcela, incluso la política, y en ellas sólo decide el experto. Las consecuencias de sus decisiones, es decir, el mundo que contribuyen a construir, es lo que viven los ciudadanos, quienes no tienen más remedio que "adaptarse a la red de recorridos posibles" (Archipiélago: 111). En el espectáculo los sujetos no son los actores de la historia sino que ellos mismos son constituidos por el proceso ciego del valor . El espectáculo es la "constatación de que la gente siempre vive de una manera que se le escapa" (Archipiélago: 112).

De la separación también se llaga a la no intervención, a la pasividad. "debido al propio éxito de la producción separada... la experiencia fundamental... tiende a desplazarse hacia el no trabajo, hacia la inactividad" (t.27) Es una inactividad que no está liberada de la actividad productiva, por el contrario, "depende de ella, constituye una sumisión atenta y estupefacta a las necesidades y resultados de la producción" (t.27). Es la propia actividad productiva la que engendra pasividad, como resultado de su propia racionalidad.

La actividad separada es para Debord inactividad. "En el espectáculo toda actividad está negada" (t.27). Sin embargo esto quizá sea una provocación de Debord puesto que ningún sistema puede prescindir de la colaboración de los individuos. Un sistema que quita a los individuos todo poder de decisión sobre sus vidas necesita, al mismo tiempo, su colaboración para el mantenimiento del sistema. Esta colaboración se basa principalmente en conseguir que los individuos "se reconozcan en las imágenes dominantes de la necesidad" (t.30), imágenes como la participación en la democracias representativas, imágenes como la participación en el vasto mercado de consumo creado por la industria del ocio, ... De modo que nos encontramos ante la contradicción principal del capitalismo: estimular la participación y al mismo tiempo excluirla. Es conveniente no calificar este tipo de participación diferida (a través de las imágenes) como falsa puesto que son imágenes reales que contribuyen a constituir nuestras propias expectativas reales.

El proyecto situacionista exige la capacidad del proletariado de intervenir en la historia "inventada" por el espectáculo. El proletariado se convertiría en el sujeto de la historia puesto que contiene a la "inmensa mayoría de los trabajadores que han perdido todo poder sobre el uso de sus vidas" (t.114). Se convierte en el "portador de una revolución que no puede dejar nada fuera" (t.114).

Los situacionistas exigen, pues, intervenir en la historia, que es el "principal producto del desarrollo económico, pero se trata de la historia como movimiento abstracto de las cosas, que domina todo uso cualitativo de la vida" (t.142). El proletariado exige "el tiempo histórico que fabrica" y del que se apropia la burguesía.

Cuando la burguesía liberó a la sociedad occidental del tiempo de los ciclos naturales, la introdujo en el tiempo de la producción económica, un tiempo irreversible, "una acumulación infinita de instantes equivalentes" (t.147). Se trata de un tiempo congelado en el interior del proceso productivo que está compuesto de unidades homogéneas intercambiables, que produce sus propios ciclos (trabajo / ocio, semana / fin de semana, año laboral / vacaciones, ...) y es él mismo una mercancía consumible. (t.148-152).

El individuo es expropiado de su tiempo y de su historia, y solamente puede participar de ellos en el interior de la vida organizada por el espectáculo, el cual se ha apropiado de ellos.

El espectáculo aparece, pues, como organización social de la historia y del tiempo, pero también del espacio. El espectáculo "ha unificado el espacio, eliminando barreras legales y, sobre todo, eliminando las cualidades y la autonomía de los lugares" (t.165) y justamente desde ese momento "el espacio libre de la mercancía se modifica y se reconstruye a cada instante, para hacerse cada vez más perfectamente su monotonía inmóvil"(t.166). La técnica utilizada para elaborar ese conjunto de tareas es el urbanismo, la ordenación del territorio, de modo que se reconstruye la totalidad del espacio como el decorado del espectáculo. (t.169).

El urbanismo aparece como la "congelación visible de la vida", como la "técnica de la separación para el mantenimiento de la atomización de los trabajadores" (t.170) y para evitar toda posibilidad de encuentro y reunión, y por tanto, de diálogo. Al mismo tiempo se mantiene a los individuos aislados y juntos; pero juntos en tanto que participan aisladamente de las imágenes dominantes. De este modo se produce un nuevo "campesinado industrial" debido a que el "movimiento del mundo que fabrican queda tan fuera de su alcance como estaba el ritmo natural de los trabajos en la sociedad agraria" (t.177). Si antes la vida estaba regida por los ciclos naturales ahora está regida por los ciclos de la economía.

El proyecto de autonomía de Debord pasa por el urbanismo, el urbanismo unitario, que se convierte en el principal instrumento político para la construcción de situaciones. El urbanismo unitario sería la principal actividad política para la construcción de espacios públicos en los que los ciudadanos pudieran intervenir directamente por medio de sus palabras y sus acciones en la construcción de un destino común, y en razón de ello afrontar las oportunidades y los riesgos de sus propias acciones y decisiones.

El espectáculo también es un proyecto de reestructuración, de recomposición de imágenes sin comunidad, sin vínculos culturales propios (t.192) y debido a ello la cultura también se ha convertido en mercancía, en otro producto separado de los individuos. De ahí que Debord plantee la superación del arte, puesto que no existen las condiciones de comunicación adecuadas. "Se trata de alcanzar la efectiva posesión de la comunidad de diálogo, y del juego temporal que la obra poético-artística sólo representaba" (t.187). de modo que el proyecto situacionista se centra en realizar eso que la obra representa, y el vehículo para ello es la construcción de situaciones por medio del urbanismo unitario.

Se advierten ahora las diferencias notables entre eso que venimos llamando política situacionista (o contraespectacular) y la política que habita en los macro aparatos estatales, ya sean nacionales o transnacionales. Las propuestas de Debord apuntan hacia una desestatalización o privatización del Estado. El Estado dejaría de ser el almacén en el que se depositan las decisiones políticas de los ciudadanos. El Estado dejaría de construir espacios para la libre movilidad de personas, mercancías y capital en los que los individuos no tienen capacidad de decisión.

Las propuestas situacionistas se encaminan a envolver en llamas ese almacén para repartir entre los ciudadanos la posibilidad de construir activa y directamente espacios en los que dejar de ser mera mercancía intercambiable, espacios en los que pudieran orientar sus vidas según sus decisiones y sus deseos.

A modo de síntesis apretada, podría decirse que el proyecto de Debord es un proyecto de liberación del Estado y de la economía, cuyo sujeto es el proletariado (todos aquellos que no controlan su vida), el cual intervendrá activamente en la historia construyendo situaciones propias ( un espacio, un tiempo, una biografía propios) por medio de las palabras (el diálogo horizontal en los Consejos) y de la acción (el urbanismo unitario como máximo instrumento).

Un proyecto de semejante envergadura solamente es posible mediante una concentración y coordinación de medios que sólo está al alcance, paradójicamente, del propio espectáculo. Y lo más sorprendente es que parece haberlo realizado, aunque la participación que ha incentivado por medio de la técnica publicitaria dista mucho de la participación a la que se refería Debord.

El individuo pasa de ser un consumidor pasivo satisfecho a ser un consumidor activo satisfecho (2). Desde los departamentos de Marketing se contribuye a configurar una estructura del deseo que está impregnada de los referentes simbólicos que anidan en los espacios habitados por los individuos. No hay una transmisión automática del deseo desde el departamento de Marketing al individuo, sino que éste construye activamente una serie de deseos que forman parte de la imágenes y símbolos que dan sentido a su vida y que, además, solamente pueden ser satisfechos bajo la forma mercancía en el espacio habilitado para ella, el mercado.

La forma mercancía abarca todo el tiempo de la vida, tiempo de trabajo y tiempo de ocio, y los extensos espacios abiertos al consumo constituyen todos los espacios de la vida de los individuos; desde el hogar (reinado de la televisión) a los grandes centros comerciales o inmensas ciudades del ocio (la ultima versión es el Parque de Warner Bros en San Martín de la Vega).

Por aquí se cuelan algunos de los problemas de las tesis de Debord. El excesivo esencialismo, aunque matizado en otros escritos según señala documentadamente Jappe, que se encierra en las dicotomías actividad / pasividad, vida / no-vida, verdadero / falso, fluido / estático,... y por ello el espectáculo representa la pasividad, la no-vida, lo falso y lo estático, mientras que el no-espectáculo sería todo lo contrario. Este esencialismo no le permite atender la heterogeneidad del espectáculo, aunque si tenemos en cuenta el estudio de Jappe quizá no sea más que una provocación consciente de Debord para acentuar esas cualidades del espectáculo.

Quizá uno de los mayores lastres de la teoría de Debord se encuentre en su idea de que el espectáculo (ese automatismo del valor) puede reducirse a las acciones conscientes e intencionales de unos sujetos que se presuponen.

El sujeto presupuesto por Debord es el proletariado, que condenado a una falsa vida, es, sin embargo, depositario de una auténtica vida. Este sujeto inmanente protagonizaría inevitablemente la "inversión del mundo invertido" puesto que lleva así el germen contraespectacular. Sin embargo no está tan claro que Debord sucumbiera a tales encantos esencialistas puesto que admitía la existencia de una lenta evolución del sujeto y sus necesidades, señalando que la historia es la historia de la producción del sujeto por sí mismo, en una interacción entre su sí mismo y sus creaciones. (t.168)

De lo que no pareció librarse fue de la excesiva confianza en la acción, en la praxis, de la confianza en "meter en vereda" a la historia por medio de acciones racionales, conscientes e intencionales, y eso a pesar de que admite que "siempre se vive de una manera que se nos escapa".

Quizá la raíz de estos problemas del diagnóstico de Debord se encuentre en que es, a pesar de todo, un hijo de su tiempo, un heredero de la Ilustración, de los tiempos modernos, "que exige hacer el mundo ante todo más racional, porque es la primera condición de hacerlo más apasionante" (Informe sobre la construcción de situaciones en Revista de la Internacional Situacionista, Vol.1).

Las aspiraciones de controlar racionalmente el discurrir histórico se han hecho añicos. El espectáculo, resultado del proceso de racionalización de las sociedades modernas, se ha convertido en un nuevo mito y en una nueva religión, producto de la modernidad irreflexiva. La radicalización reflexiva de los supuestos de la modernidad se presenta como un ingenuo espantapájaros del azar asociado a toda creación humana.

Sin embargo el mundo "no se atiene a razones" ni siquiera a la potente política racional y democrática situacionista. ¿Quiere esto decir que estamos abocados a sufrir los empellones de los aconteceres históricos de un modo irreflexivo y contemplativo? Ni es deseable ni nunca ha ocurrido. La modernidad inaugura el sueño de comprender el mundo en su totalidad y en razón de ello someterlo. Hasta entonces los individuos se sabían sometidos a las inescrutables regularidades planetarias y sociales, lo cual no significaba que renunciaran a la confianza en sus acciones. Esta confianza, sin embargo, no llegaba a convertirse en la ingenuidad de pensar que "el destino estaba en sus manos".

Si la política situacionista es rescatable quizá no sea por sus ecos modernos, sino porque contribuye al planteamiento de otra forma de estar en el mundo, más pendiente de dilatar el presente que sacrificarlo por promesas, siempre incumplidas, de un futuro mejor. Nos ofrece la posibilidad de pensar en una construcción colectiva y democrática de espacios impregnados de nuestra memoria y de nuestras expectativas. Nos permite la posibilidad de enfrentarnos al azar por medio de nuestras palabras y de nuestras acciones; y ¿por primera vez?, de ser los "propietarios colectivos" de los riesgos y oportunidades que engendran lo que decimos y lo que hacemos.

En el espectáculo ocurre que las consecuencias intencionales y no intencionales de las acciones decididas por un grupo de la sociedad (que actúa exportando riesgos e importando oportunidades) son "democráticamente" repartidas a toda la sociedad.

De modo que la política situacionista nos propone que el más que probable camino hacia la "autodestrucción creativa" de esta modernización reflexiva sea, si no un camino de rosas, sí un camino construido colectiva, directa y democráticamente por todos, que no es poco.


BIBLIOGRAFÍA

DEBORD, G. (1999) La sociedad del espectáculo. Ed. Pre-textos.
DEBORD, G (1988) Comentarios sobre la sociedad del espectáculo. Ed. Anagrama.
JAPPE, A. (1998) Guy Debord. Ed. Anagrama.
REVISTA ARCHIPIÉLAGO N°39. (1999)
INTERNACIONAL SITUACIONISTA. Textos íntegros en castellano de la revista Internationale Situationniste 1958-1969. (2000). Ed. Literatura gris.

Vol. 1: La realización del arte. Internationale Situacionniste # 1-6 más "Informe sobre la construcción de situaciones".
Vol. 2: La supresión de la política. Internationale Situacionniste # 7-10 más "Las tesis de Hamburgo de septiembre de 1961".
Vol.3: La práctica de la teoría. Internationale Situacionniste # 11-12 más "Tesis sobre la Internacional Situacionista y su tiempo".


N O T A S
(1) Las citas se refieren al título de la obra de Debord y a continuación la página. Cuando se cite La sociedad del espectáculo se aludirá a las tesis, usando la abreviatura de tesis (t.) seguido del número.
(2) En el Magazine de El Mundo del 12 de Enero de 2003 se ofrece un estudio sobre el español medio, en el que se señala que el 77% de los españoles están satisfechos con su vida y, además, el 63% cree que en cuanto se lo proponga puede mejorar.

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