NOMADAS.8 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN 1578-6730

La culpa no es del chancho
(o de la política belicista de Bush)
[Angel Rodríguez Kauth] (*)


RESUMEN.- Ante la inminencia de la invasión bélica a Irak -si es que no se ha producido a la hora de publicar estas líneas- lo que se pretende señalar es -al principio a través del juego de metáforas- que no sólo es culpable el gobierno de EE.UU. en tal intento de agresión, sino que de la culpabilidad participa la mayoría de los norteamericanos. Se finaliza demostrando que más allá de las parábolas, es posible derrotar el Coloso imperial (1).
Palabras clave:
ABSTRACT.-
Key words:
Introducción
Entre parábolas y metáforas infantiles con animales
Las generalizaciones
El Nuevo Imperio del Orden Globalizado
¿Sirven las parábolas y analogías para derrotar al prepotente?
Conclusión  Bibliografía

INTRODUCCION

Habiendo leído la breve nota -para la cual nada mejor aquello de Gracián (1655) de que "lo bueno, si breve, dos veces bueno"- del siempre prolífico pensador L. Zea (2002) me ha llevado a asociarla, por analogía -dada su relación con los animales- a un antiguo refrán popular que circula por el Cono Sur y que dice que "la culpa no es del chancho, sino de quien le da de comer". Continuando con las metáforas con animales (NOTA: Entiéndase como se tenga ganas a quienes entran en tal categoría), se incorporan un par de animales más al zoológico en que se ha convertido la contemporaneidad en que -como nunca en la historia universal- se ha hecho realidad aquello de que "el hombre es el lobo del hombre" (Hobbes, 1651), para seguir con las analogías zoológicas al estilo de G. Orwell (1945); aunque esto último, a quienes hagan una lectura tristemente lineal del texto orwelliano pueda parecerles disparatado o descontextualizado (NOTA: Sería interesante que algún historiador intentase trazar un paralelismo entre Bush y Stalin).
 

ENTRE PARABOLAS Y METAFORAS INFANTILES CON ANIMALES

En la parábola expuesta por Zea, el elefante es el poderoso Coloso del Norte, como él mismo lo describe, mientras que la hormiga seríamos todos los pueblos dependientes y subyugados del mundo por la decisión arbitraria de aquél Coloso y quienes lo conducen. Asimismo, en el refrán presentado aquí el chancho tiene una sola e indiscutida imagen: la del actual Presidente del Nuevo Orden Mundial, G. Bush (h). Ahora bien, en general y salvo honrosas excepciones, la mayoría de las voces que se alzaron rechazando los delirios bélicos de Bush en sus arrebatos contra Afganistán en su momento, contra Irak en la actualidad o proximamente contra Corea del Norte (Conde, 2003) -o el país que fuese por la conquista de sus reservas petrolíferas- tendieron a separar al chancho de quien lo alimenta. Es decir, pareciera que los malos de la película fuesen solamente Bush y la bandada de halcones (NOTA: Otro bicho más para el zoológico) que lo rodea, incita y aplaude desde la Casa Blanca, el Pentágono y el Congreso. Y, quienes alimentan al halcón -o al chancho- no son otros que los electores norteamericanos.

En la parábola presentada por Zea es posible encontrar fácilmente a un instrumento milenario para derrocar al enemigo, cual fuera el "Caballo de Troya" (Homero, -800) que los atenienses utilizaron para asaltar a la ciudad donde se envió un caballo de madera pero que en su interior tenía soldados. Hoy ya no se utilizan más equinos (NOTA: Salvo los que impone el FMI cuando insta "democráticamente" a que Domingo F. Cavallo sea ministro de Economía en Argentina o asesor en algún otro país "sudaca", como lo fue con su triste experiencia en Ecuador), sino que ahora la analogía con animales tiende a moverse en las sombras, para lo cual se recuerre a los topos (Le Carré, 1974), en obvia alusión al quehacer de los espías en territorio enemigo y que actúan en espacios umbríos.

Más, por el momento, esos pequeños animales que son las hormigas asustan -como ocurría en el drama shakespeariano con las brujas (Macbeth, 1606)- al elefante que -en el decir del Capitán escocés- lo hacía "como el gorrión al águila o la liebre al león". Es decir, poco y nada lo atormenta. Más, continuando con la analogía animal, e incorporando las del drama shakespeariano, es imposible dejar de recordar la entrada de un Anciano a escena para leer el siguiente parlamento: "Va contra natura, igual que la acción ejecutada. El martes pasado un halcón que giraba en su más alto vuelo fue cazado y muerto por una lechuza". Y, si el halcón pretende volar más allá de lo que le permite la física, con seguridad no ha de ser cazado por ave alguna -ni misil con capacidad suficiente si lo hubiere en manos enemigas- pero no se tengan dudas de que morirá en el intento por la falta de oxígeno en la estratósfera. Es oxígeno lo que le está faltando a Bush, que se cansa de enviar ultimátumes contra Sadam, ante el solitario panorama que en las alturas sólo le permite ver a otras dos avecillas ridículas que quieren volar donde no pueden, como son el ínclito Blair y el lacayo Aznar, quienes por su estatura política no pueden aspirar más que a lograr tener un vuelo gallináceo.

De cualquier forma, ya sea como hormigas o como lechuzas, los pueblos latinoamericanos que pretendemos ser alguna vez libres -más allá de las empalagosas declaraciones en ese sentido de funcionarios serviles para con los deseos del Imperio- y que desean enfrentar al enemigo tienen la posibilidad de derrotarlo, bien se trate del elefante o el halcón, siempre que se tenga en cuenta lo señalado por Zea (op. cit.) de se puede, "... pero será difícil".
 

LAS GENERALIZACIONES

Es verdad que a quienes pretendemos trabajar en ciencias sociales nos cuesta un enorme esfuerzo ético abrir juicios de generalización -más cuando ellos ponen en juego el prestigio de personas- ya que tales juicios corren el serio riesgo de convertirse en arbitrarios y terminan condenando no solamente a los culpables, sino también a inocentes. Para el caso que nos ocupa los inocentes vendrían a ser las "palomas" (NOTA: Lo de halcones y palomas es una reminiscencia de la Guerra de Vietnam de la cual los yanquis salieron perdidosos y que pareciera que no aprendieron la lección) que -desde la propia central del imperiocapitalismo (Rodriguez Kauth, 1994)- también levantan sus voces de protesta -arrullos- en contra de aquellos delirios bélicos de un Presidente que encarna fielmente la voluntad de lo que alguna vez -en épocas del tristemente célebre R. Nixon- se dio en llamar la "mayoría silenciosa" (NOTA: Mayoría que en medio del debate en el Consejo de Seguridad de la ONU, en marzo 2003, se ha reducido al 56% de la población, según las encuestas de ese momento), pero que se expresan en las urnas periódicamente. De tal suerte, no se puede ignorar que en noviembre de 2002 las palomas (NOTA: Macbeth, al finalizar la segunda entrada del tercer acto, llama a su esposa "mi paloma", cuando en realidad era un halcón hecho y derecho, confusión que hoy está comenzando a causar estragos en la política interior norteamericana) fueron derrotadas en las elecciones de mitad de mandato por los halcones que le dieron un contundente triunfo a la política internacional llevada adelante por Bush y sus acólitos, no sólo en las cuestiones inherentes a la defensa nacional o, mejor dicho, de ataque como estrategia de defensa a otros pueblos, sino también en lo referente a la política general emprendida por su administración, en la cual se incluye la económica, hecho éste que -como se verá más adelante- es clave para el futuro cercano de la Unión en tanto y cuanto ha ser relevante al momento de ser nuevamente convocados a elecciones.

En este sentido y como material ilustrativo de que también es preciso arriesgarse con los juicios que puedan abarcar criterios de universalización en política, es que resulta por demás esclarecedora la obra del historiador alemán D. Goldhagen (1997), la cual estuvo referida al papel protagónico del pueblo alemán durante el período de gobierno del nacionalsocialismo, aunque exceptuando a las honrosas excepciones de aquellos que no le prestaron su apoyo -voluntario o no- al genocida de Hitler y sus secuaces. Esto que hizo Goldhagen -pese a la enormes criticas que recibió, como por ejemplo los que se encuentran en Varios, 1994), pero que no invalidaron los alcances de sus asertos- es válido para considerarlo en las actuales circunstancias con el pichón de Hitler instalado en la Casa Blanca.

En la actualidad, gracias a la globalización de la información provocada por Internet, llegan multiplicidad de mensajes -en general de gente que se ubica en la izquierda del espectro político- que pretenden desculpabilizar al pueblo estadounidense por los desatinos que cometen sus dirigentes en el tema de Afganistán e Irak. Para eso no tienen más que recurrir a millares de mensajes colocados en línea por norteamericanos que se oponen a la política exterior de Bush y, en tales casos nada mejor que comenzar tales alegatos con figuras famosas de la ciencia y la cultura. Más, ellos hoy representan a una minoría bullanguera que procura tomar distancias de la catástrofe que se avecina, pero que en última instancia terminan siendo cómplices del argumento oficial de la Casa Blanca de que entre ellos reina la libertad más absoluta para expresarse, a diferencia de lo que ocurre en los que son sus enemigos.

Sin embargo, más allá de esta observación que puede sugerir un cinismo infinito, esto no es óbice como para no juzgar al pueblo norteamericano como responsable del gobierno que conduce los destinos del mundo luego de terminada la Guerra Fría. La mayoría de ese pueblo fue la que los llevó al poder y esa mayoría es la que se culpabiliza con el juicio generalizador.
 

EL NUEVO IMPERIO DEL ORDEN GLOBALIZADO

A diferencia de otros imperios, que históricamente fueron caracterizados como autocráticos, el nuevo imperio instalado desde los EE.UU. está obligado -por el momento y si es que no avanza más allá de lo que constitucionalmente tiene permitido- a consultar cada dos años a su pueblo que es quien le otorga legalidad y legitimidad al mandato gubernativo aunque, esto último, esté seriamente cuestionado para con los actuales gobernantes norteamericanos luego de las escandalosas elecciones presidenciales del 2000 (Rodriguez Kauth, 2001) en que llegaron al poder a contrapelo de la voluntad popular y merced a meras argucias legales.

Sin embargo, pese a "accidentes" institucionales como el mencionado, la hegemonía del gobierno se asienta en las respuestas con que su pueblo convalida o rechaza las políticas de turno. La voluntad imperial de los gobernantes de los EE.UU. no es de ellos solos, sino que resulta ser el reflejo de la voluntad mayoritaria de su población, entre quienes no solamente se expresan los WASP, sino que también lo hace la extensa corte de inmigrantes de toda laya que están obligados -frente a si mismos como una forma de justificar la decisión tomada de vivir allá (Festinger, 1957)- a mostrarse con más vocación yanqui que los propios nativos. Del mismo modo en que Julio César dio por finalizada a la República romana luego de cruzar sus límites naturales para invadir a las Galias, los norteamericanos fortalecen su particular sentido republicano y democrático trás cada aventura de conquista imperial (Rodriguez Kauth, 2003).

Es por ello que quien esto escribe se aventura a meterse en un juicio de generalización acerca de que la responsabilidad del aventurerismo guerrero que muestran -a partir del 11 de septiembre de 2001- los gobernantes yanquis no es solamente una cuestión que pueda hacer a la patología de ellos tomados individualmente, sino que encuentra su fundamento en la enfermedad psíquica y social de la mayoría de un pueblo que prefiere acompañar gustosamente a sus dirigentes hasta que se encuentren con algo semejante a lo que sucedió con aquel Vietnam que produjo la primera derrota humillante del naciente imperio del siglo XX. Y es que existe una correlación positiva entre las enfermedades mentales en su expresión individual con las que se testimonian colectivamente, en particular a través de sus dirigentes, ya que estos no son otra cosa más que los "emergentes" que salen a la superficie para conducir las anomalías que sufre la población, las que se encuentran soterradas.

Para el caso puntual que nos ocupa presentaremos un episodio más que relevante al respecto. ¿En qué otra parte del mundo ocurren homicidios masivos de individuos que se arman hasta los dientes y finalizan disparando indiscriminadamente a cualquiera que se les cruce en su camino de locura?. No ocurren en alguna otra parte del planeta que no sea en los EE.UU., salvo algún hecho aislado que pueda producirse por mera imitación de lo que pasa en el Coloso del Norte al igual que se comen hamburguesas o se bebe Coca-Cola. Después, el resto de los episodios delictivos se encuentran en cualquier lugar: homicidios seriales, pedofilia, robos y hurtos, terroristas políticos e ideológicos y cualquier otra tipología delictiva aparece por doquier. Pero, los que atentan con ametralladoras, granadas y hasta bombas caseras contra personas inertes son una exclusividad -afortunadamente, aún no para la exportación- de los yanquis.

Esto que resulta una obviedad para cualquiera que se mantenga informado a través de periódicos o noticieros radiales o televisivos, no es una casualidad, sino que representa el testimonio de una mentalidad particular acerca de la omnipotencia que tan bien han reflejado múltiples personajes de los comics y de la cinematografía, tales como Súperman, el Hombre Araña, Robocop, Terminator y otros muchos más que mi escasa cultura en tales monstruos con que se alimenta la fantasía de niños y adultos en EE.UU., me impide abundar; pero que seguramente cualquier lector medianamente informado podrá añadir con detalles ilustrativos.

Esos son los personajes de identificación con que se conforma la subjetividad de los yanquis y, como no podía ser de otro modo, son los que toman como referente propio los dirigentes políticos que salen producidos cual chorizos en serie por la misma matriz de Holywood (NOTA: Un Holywood que en la actualidad ha hecho oír sus gritos contra la guerra encabezado por sus más destacadas figuras de la pantalla, pese a la amenaza de que circulan "listas negras" al mejor estilo de las épocas del maccarthysmo). Y Bush con sus adláteres no son marcianos, ellos son yanquis de pura cepa que están prestos a hacer valer el honor de tal condición ante la menor afrenta externa -o sospecha de ella- con la omnipotencia que les dan las armas sofisticadas de que disponen. Por consiguiente, tampoco es casual que la paranoia se alimente de tales modelos de identificación. Como en el drama de Macbeth, en los dichos de Banquo en el primer acto, vale la pena preguntarse si "No habremos [habrán] comido la raíz de la locura, que hace prisionera a la razón". El interrogante, si se lo traslada a la tercera persona, muestra como respuesta que la raíz de la locura no ha sido solamente ingerida por los mandamases de la Casa Blanca, sino también lo ha hecho una gran mayoría del pueblo norteamericano que se ha dado el lujo de poner en prisión a la fuerza de la razón, para -simultáneamente- dejar en libertad a la razón de la fuerza.

De tal suerte, hasta un periódico del Norte de Italia -la Stampa de Milán- lugar donde tienen su reducto las huestes más reaccionarias de Berlusconi, sostuvo que el problema que planteamos es de naturaleza psicosocial y que para superarlo es necesario realizar una especie de "gran exorcismo freudiano" dentro de los límites del Gran Coloso. Esto no es mero psicologismo, simplemente ocurre que cuando el resto del mundo no entiende a alguien -o a algunos- como es el caso que nos ocupa, es por dos razones: a) que esos algunos son un genios; y b) porque algo les está fallando en su psiquismo. Y con esto no he caído en un reduccionismo psicologista, obviamente que no se trata de 300 millones de genialidades cuyas hipótesis son indescifrables para los tristes mortales que deambulamos por el planeta, bien que la situación más hace sospechar que aquello no están en sus cabales.

En la actualidad ya no se puede atribuir tanta locura colectiva a la influencia de un loco suelto con alto poderío -al mejor estilo Hitler o Stalin- (NOTA: Lo que también es metodológica y lógicamente cuestionable (Rocchini, 1991; Rodriguez Kauth, 1998) hasta para aquellos siniestros (Falcón, 1997) personajes) sino que la misma es el producto de estructuras sociales que presentan serias fisuras como continentes de las angustias y ansiedades de sus ciudadanos (Hollingshead y Redlich, 1958). Es que resulta incomprensible que hayan podido salir de manera tan elocuente de la racionalidad de la ética kantiana.

Asimismo, no solamente abandonaron tal andarivel guía de las conductas politicamente atinadas, sino que desde una perspectiva ideologica han abandonado el sentido mismo de los imperios. Ellos se han justificado históricamente por llevar la paz a los espacios ocupados como misión imperial. Lo que tradicionalmente ha impuesto es el sometimiento político y económico a los pueblos en donde penetraron las fuerzas imperiales, pero siempre bajo el supuesto de ser los garantes de una paz libre de agresiones -por parte de vecinos belicosos- a los pueblos sometidos a su voluntad.

Y, ya que recordamos a Kant, no sería prudente olvidar una obra poco recordada de éste autor que, en 1795, señalaba que ninguna guerra tiene justificativo alguno, pero mucho menos las de conquista, las que estuvieran motivadas por afanes expansionistas como serían hoy la toma de las reservas petrolíferas del Medio Oriente ya que nadie se llame a engaño, hoy van por Irak, pero después seguirán con el resto de la región. El planteo de Kant no es azaroso que se haya dejado bien guardado en el arcón de los recuerdos, ya que con el mismo destruye toda lógica en que se quiera asentar una aventura bélica.

Posiblemente nunca como en la actualidad el imperio yanqui haya sido tan repudiado y denostado desde el exterior a sus fronteras por -inclusive- aquellos que fueron sus aliados estratégicos en múltiples foros internacionales hasta no hace más de mediados de 2001. Esta reacción se produce como consecuencia de la política belicista con que aquél pretende confirmar su hegemonía planetaria en lo político y económico a partir de la fuerza de las armas que, parafraseando a Napoleón se puede decir que las bayonetas sirven para mucho, menos para sentarse sobre ellas. Hoy podríamos decir lo mismo respecto a las puntas aguzadas de los devastadores misiles con que se piensa bombardear masivamente a Bagdad y luego a Corea del Norte, dos lugares definidos por Bush como "el eje del mal" al que se deben enfrentar -como un deber histórico de una causa justa, al estilo de la caballería que inmortalizara Cervantes Saavedra- los "buenos" protagonistas del western con que a diario nos atosigan los medios de comunicación que emiten sus noticias desde el ombligo de la metrópoli imperial.

Es que la política exterior de la administración Bush se ha ganado la repulsa y el repudio casi total de un mundo que con aflicción ve que de manera sostenida se van destruyendo los pilares que tanto esfuerzo costó consolidar en el respeto por los Derechos Humanos (Parisi, 2003), en especial a los que están referidos a la autodeterminación de los pueblos. Esta derrota de la política exterior en el ámbito internacional no es gratuita, los EE.UU. -a diferencia de los caballeros de yelmo y armadura- están operando más como matones de baja estofa llegando a utilizar las amenazas diplomáticas (NOTA: Por cierto que la amenaza no es un recurso muy diplomático) a aquellos países que no los quieren acompañar en su aventura guerrera. Si bien es cierto, la guerra es muy difícil justificarla ante los otros, ya que se trata de un acto hipócrita por excelencia (Rodriguez Kauth, 1993), en este caso ni siquiera se guardan las formalidades mínimas como para ocultar la miseria de su crimen (Alberdi, 1879).

Pese a que Bush es "un hombre" de hechos más que de palabras, no pierde oportunidad desde aquel fatídico 11 de septiembre, en hacer suyo un discurso de neto corte fundamentalista, semejante al de sus entrañables enemigos a los que pretende destruir sea como sea, con aval de las Naciones Unidas o sin él. En el afán por alardear de su indiscutible poderío bélico, los EE.UU. exigen que sus enemigos se desarmen de aquellos instrumentos de destrucción masiva con que se supone que cuentan, aunque ellos mismos sean los principales poseedores de tales armas que tanto escozor les causan en manos de otros. Han caído en la triste paradoja de que se les pide a los adversarios que hagan lo que ellos no hacen en su casa.

Esta es una paradoja análoga a la del proteccionismo económico y a la del dólar. Obsérvese que su moneda es la única que es convertible por sí misma; a la par que pretenden que todos los pueblos periféricos hagan suya y respeten la tan cacareada libertad de comercio internacional, cuando ellos son los primeros en mantener medidas de protección a la producción de sus productos. Del mismo modo argumentan que el Irak redimido -por ellos- del dictador que los subyuga servirá como ejemplo para el resto del mundo islámico en cuanto que de tal forma se expandirá el concepto de "democracia occidental y cristiana" (NOTA: O "accidental y cretina", como le llamaba Martín-Baró (1985)), sin tener la más mínima consideración del enorme hiato de diferencias culturales que separan a uno y otro mundo. Con sus amenazas no han parado mientes en enfrentar a los países de la Unión Europea y sus aliados de la OTAN, en particular a Francia que es quien ha liderado el rechazo al aventurerismo "cruzado" en que desean embarcar al resto del mundo.

El discurso de Bush -y con él el del resto de su administración- ha oscilado entre presentarse como el padre bueno que encabeza una cruzada contra el terrorismo internacional (NOTA: Lo que -entre otras cosas- le ha valido el apoyo de Inglaterra y España, países azotados por terrorismos vernáculos y que ven en esta "causa" un buen instrumento para hacer desaparecer a los independentistas que los incomodan) hasta el del matón dueño de la vereda que no deja transitar por ella a los que se le oponen. Han dividido de modo maniqueo al mundo en buenos y malos. Los buenos son los que los acompañan, los malos los que se le oponen, sin reconocer otras tonalidades en el espectro de la ética. Prometen a quienes se incorporen a su corte de cipayos la gloria de vivir bajo su amparo, aunque ignoran que otros ya lo han hecho -que lo digan Hussein y Ben Laden- para luego recibir palos y bombas cuando caen en desgracia ante la voluntad del mandamás.
 

¿SIRVEN LAS PARABOLAS Y ANALOGIAS PARA DERROTAR AL PREPOTENTE?

No. Se tratan solamente de recursos imaginativos retórico lingüísticos útiles para ilustrar -tomándola de costado- a una situación. Las hormigas dentro de la trompa del elefante únicamente lograrán hacerlo matar de desesperación por el escozor que le provocan cuando realmente sea muchos hormigueros enteros los que lo haya penetrado. Pero nuestro elefante de la parábola está tomando recaudos -que atentan contra las libertades que dicen proteger (NOTA: Como el Súper Ministerio de Seguridad que se creó a inicios de 2003)- para evitar que el hormiguero sea mayúsculo y cause lo que nosotros queremos y que ellos desean evitar. Ni Bush es Macbeth ni tampoco C. Powell (2002) es Lady Macbeth, ninguno de ellos fueron influidos por las brujas que les predijeron una palinodia de triunfos y éxitos.

La derrota vendrá de la mano de sus propios desaciertos en la política económica interior, fruto de los desaguisados con que aplican su política exterior. EE.UU. será vencido por el pueblo que lo habita cuando tome conocimiento -a través de la dura experiencia que ya está transitando- de que su economía está en bancarrota. Por el momento marcha en tal dirección, téngase en cuenta que en el 2002 el rojo de la balanza comercial internacional ascendió a la friolera de los 485 mil millones de dólares luego de haber importado productos por más de un billón y medio. Asimismo, según consultoras financieras que operan en Wall Street y a las que no se puede acusar de quintacolumnistas, el déficit fiscal para el 2003 está siendo estimado en unos 375 mil millones de dólares -el cual también puede ser mayor si la aventura en Medio Oriente prospera- lo cual representa algo así como 1400 dólares por cada estadounidense, independientemente de su edad, papale productivo, grupo cultural o lo que fuese. Tal déficit fiscal -alentado por la reducción impositiva puesta en marcha desde los comienzos de la administración Bush (h) para satisfacer las demandas de sus "amigos" ricos- llevará inexorablemente a que se vean afectados de modo sensible en la caída de la inversión, la productividad, el aumento de las tasas de interés y el empleo y, lo como consecuencia de ello, una reducción notable en la calidad de vida a que están acostumbrados los habitantes que transitan dentro de los carriles de la inclusión social y que son los que se inscriben en los registros electorales a la hora de votar. Esta situación el electorado no la perdonará cuando la sienta arder en sus bolsillos, que normalmente es la viscera que más duele. Para remediar tal condición será preciso que se abandonen los recortes impositivos a los grandes capitales, a la vez que habrá que poner en caja los enormes gastos que acarrea el aventurerismo bélico.

Entonces aparecerá el momento en que las hormigas que operarán cual un Caballo de Troya y que harán enloquecer -si es posible aún más de lo que está- al elefante, hasta el punto de llevarlo al suicidio. Y, por otra parte estamos las hormigas que vivimos más allá de sus fronteras. Calcúlese que tamaño déficit fiscal podría ser parcialmente enjuagado con el cobro de la deuda externa de los países periféricos y, si nos ponemos firmes y no la pagamos previa denuncia por "odiosa" (Rodriguez Kauth, 2002), entonces será la hora de la debacle para la economía estadounidense y, con ello, la segura derrota del elefante que durante tantos años ha pretendido aplastarnos (Galeano, 1971) con sus préstamos compulsivos en formas de "ayudas", que más que tales no fueron otra cosa que salvavidas de plomo para nuestras economías subsumidas en la corrupción -repartida por partes iguales- entre quienes nos prestaron y los que tomaron esos créditos con intereses leoninos.

Esta vorágine de gastos -no de inversiones- será mayor si se cumple el fatídico designio de llegar a la guerra (NOTA: Esto se está escribiendo durante el "tiempo de descuento" impuesto por EE.UU de manera unilateral ante el Consejo de Seguridad de la ONU). Nadie en su sano juicio puede creer las predicciones de los militares del Pentágono acerca de que en una semana la guerra finalizará de modo definitivo con la derrota del dictador iraquí. Lo más previsible es que las olas de atentados terroristas sean noticia cotidiana tanto en los EE.UU. como en el territorio de sus aliados y en todos los lugares en que hayan intereses norteamericanos. Además de las pérdidas humanas que ellas han de implicar -cosa que no se tiene en cuenta para la invasión a Irak- los costos materiales han ser semejantes -o superiores- a los producidos por el atentado a las Torres Gemelas y esto ha de producir una sangría mayúscula en una economía ya debilitada.
 

CONCLUSION

Obvio es que como señala atinadamente Zea, se puede derrotar al imperiocapitalismo. Para ello sólo hace falta la voluntad política de nuestros pueblos -no sólo la de los latinoamericanos- de enfrentar con valentía al Coloso, como lo hiciera el pequeño David con el gigante Goliat. En esto los pueblos tienen un protagonismo sin par, cual es el de derrocar a sus gobernantes corruptos que se dejan seducir "por un puñado de dólares" y la parafernalia de los agasajos en la metrópoli con sus alfombras rojas. Ellos deberán ser reemplazados por gobiernos que auténticamente representen a sus pueblos y que estén de acuerdo en dejar viejas rivalidades entre sí -alentadas por el Imperio desde antaño- para trabajar de consuno en pegarles donde más les duele: en su economía.


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(*) Profesor de Psicología Social y Director del Proyecto de Investigación "Psicología Política", en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina.
(1) Este original se recibió cuando, lamentablemente, ya ha se había iniciado la invasión de Irak.

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