NOMADAS.0 | REVISTA CRITICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURIDICAS | ISSN 1578-6730

El Psicoanálisis en el Fin de Milenio
[Jorge Gómez Alcalá]

Ubicar el Psicoanálisis como síntoma singular en este fin de milenio, en el marco de una situación de confusión y crisis sociocultural, no se puede hacer sin definirlo claramente. El Psicoanálisis no es una terapia, al menos no como las demás, pues fomenta la cura del sujeto de la ciencia y para ello se sirve del lenguaje sobre éste no se podría construir una hermenéutica porque la lengua no es un código. El Psicoanálisis no es una ciencia en el sentido fuerte, aún cuando proviene de ella y lo que se propone es darle un estatuto al deseo inconsciente.

La enfermedad del sujeto de la ciencia es la falta de responsabilidad ética y la curación que el Psicoanálisis le ofrece es la ética del deseo, porque éste es el sujeto del inconsciente. Utilizando su propio deseo, el sujeto se puede construir su propia sublimación ética. Cualquier otra terapéutica que no tenga en cuenta el deseo es una propuesta excluyente del sujeto y forma parte de otra concepción teórica. La terapia, sea ésta conductista o farmacológica, es la obturación que hace el esclavo de su propio deseo. Es una ilusión promovida por el poder sobre el sujeto de la ciencia, por el poderoso amo moderno de la economía neoliberal, la cual consiste en la creencia en una cura que anule la escisión entre saber y verdad. La Psicología y la Psiquiatría le cierran el camino al sujeto de la ciencia hacia la ética del deseo, al degradar el inconsciente y condenarlo a ser una mera patraña arquetípica. Porque esta Psicología y esta Psiquiatría, hoy en España, desarrollan y fomentan las teorías cognitivistas que son lo opuesto del Psicoanálisis y convierten al hombre, no ya en un simple mecanismo de estímulo-respuesta, caduco y superado, sino en una compleja máquina bioquímica capaz de explicar por si misma y absolutamente la realidad del sujeto.

Esta terapia trata de adaptar al hombre al sistema de redes establecidas, mientras que el Psicoanálisis solo se ocupa de la ética del sujeto y permanece clínicamente indiferente frente a los problemas de ese poder. Por lo tanto el Psicoanalista no debe ser un psicoterapéutica ya que su tarea es agudizar y profundizar la escisión entre saber y verdad, entre control y libertad, entre lo finito y lo infinito. Es por eso que su posición es periférica en relación al modelo de salud que propugna el sistema y su tarea hace disyunción frente a las metas del poder. Es lo opuesto a la Psicología académica porque el Psicoanálisis es lo opuesto al discurso del Amo. Cuando Lacán en "La dirección de la cura y los principios de su poder" evoca la política, es precisamente en el sentido de la ética. Esa ética del "bien decir", no es la ética de uno solo, es al menos entre 2.

Opera entre los dos. Lacen después de evocar la ascesis necesaria del analista agrega," mejor que renuncie quien no puede unir a su horizonte la subjetividad de su época". Porque la subjetividad no es individual, mas bien es siempre intersubjetividad.

La subjetividad se construye siempre entre el Otro y el sujeto. No se constituye al nivel del uno, sino al nivel de la respuesta del Otro. La tarea del Psicoanálisis es mediadora entre el hombre de la preocupación y el sujeto del saber absoluto, dice Lacán.

El hombre de la preocupación, que es una formulación Heideggeriana, designa al hombre dedicado al trabajo para dar cuenta de las necesidades. El sujeto del saber es una clara alusión a Hegel. En 1975,en "La tercera", Lacán dice que el Psicoanálisis es un síntoma, pero no un síntoma social. Justamente, el síntoma social es aquel al que el Psicoanálisis está encargado de hacerle la contra y en estos tiempos, tiempos del capitalismo post-industrial y de consumo, todo individuo es un proletario pues no tiene nada para hacer lazo social. No dice todo sujeto. Lacán dice todo individuo. Y este individuo es el sujeto completado por su plus de gozar. Y ese plus de gozar, además de constituir la médula central sobre la que se basa el sistema capitalista en sus efectos de control y dominación social, es, además, de lo que el sujeto no quiere desprenderse. Esto choca con algunas reflexiones de Filósofos Marxistas.

Con Habermas tenemos una ética de la comunicación. El ideal de la comunidad intersubjetiva universal, transparente. La noción de sujeto que hay detrás de esta ética es una nueva versión del antiguo sujeto de la reflexión trascendental. Tanto el Stalinismo como el Fascismo como otras religiones tienen que ver con esta concepción. Con Foucault hay un giro contra esa ética universalista. Cada sujeto sin apoyo alguno de normas universales, debe deconstruir su propio modo de autocontrol, ha de armonizar el sistema de poderes en su interior, inventarse como sujeto con una particular manera de vivir. La noción de sujeto en Foucault es clásica. En realidad es la otra cara de la moneda cuya contrapartida es Habermas. La verdadera ruptura la representa Althusser con su insistencia en el hecho de que es una cierta fisura, un reconocimiento falso, lo que caracteriza a la condición humana en cuanto tal. El conjunto de la obra de Althusser encarna una actitud radical ética que podríamos denominar "el heroísmo de la enajenación", o "de la destitución subjetiva". Según él debemos ubicar este falso reconocimiento como inevitable, como condición para asumir un papel protagonista en la historia. Asumiendo este salto cualitativo ético que implica para el materialismo histórico el pensamiento de Althusser, pero enfrentado a él, encontramos la ética que implica el Psicoanálisis Lacaniano, que tiene que ver con la de la separación de los registros. Lo real, lo imaginario y lo simbólico. El lema lacaniano de "no ceder al propio deseo" apunta a que no hemos de borrar la distancia que separa lo Real de lo Simbólico, puesto que es este plus de lo real que hay en cada simbolización lo que actúa como objeto-causa del deseo y hace posible toda clase de imaginarización. La ética Psicoanalítica se opone a la noción Marxista tradicional de antagonismo social. Y el antagonismo social es desde el punto de vista Marxista una confrontación de clases, que incluye lucha parciales pero no decisivas, mientras persista la lógica capitalista.

El Psicoanálisis Lacaniano da un paso definitivo al afirmar la irreductible pluralidad de las luchas particulares. Si tomamos el concepto Freudiano de Pulsión de muerte, vemos que el aparato psíquico está subordinado a un automatismo de repetición ciego más allí de la búsqueda de placer, de la autoconservación, de la conformidad del hombre con su medio. Como dice Hegel," el hombre es un animal enfermo de muerte". Con su radical negatividad, la pulsión de muerte define la condición humana en cuanto tal. No hay solución ni escape, lo que hay que hacer no es "superarla" o "abolirla", como pretende el Marxismo que se logre con la lucha de clases, en la búsqueda de un paraíso perdido, mítico. Debemos llegar a un acuerdo con la pulsi?n, debemos de reconocerla en su dimensión aterradora y tratar de vivir con ella. El problema para el Materialismo Histórico es que carece de una teoría de las pulsiones, de una concepción de sujeto del inconsciente. Se mueve solo con 2 registros: lo imaginario y lo real.

Lo imaginario corresponde al concepto de realidad y lo real es del orden del mito y de la construcción histórica. Los deseos de abolir las pulsiones y sus efectos son precisamente la fuente de toda aspiración terapéutica. Pero todo intento de suturar la hendidura original está por definición condenada al fracaso. Las soluciones son temporales y provisionales. Una manera de posponer una imposibilidad fundamental. Para ello el sistema nos propone, como complemento lógico a la aberración cognitivista, un sistema global-social de consumo, regido por un pensamiento único, en una lógica de adhesión al goce que nos es implantado por una comercialización en serie de objetos más o menos inútiles, que consumimos sin cesar, y que imaginariamente se nos tornan imprescindibles. El goce, como satisfacción neurótica e invalidaste de nuestra capacidad crítica nos convierte en clientes de objetos que se encadenan metonímicamente, perversamente, arrastrándonos hacia la anulación de nuestra voluntad, acabando con toda posibilidad de resistencia al sistema. A veces, como núcleo indomeñable, el inconsciente hace acto de presencia y surge la angustia. Es el encuentro con el cero, de Lacán. Pero para la angustia y todas las diversas manifestaciones del sujeto o de ese cero al que nos vemos reducidos, en este caso no ya el cero de Lacán sino el cero del extravío del deseo, para todo esto hay una batería inagotable de medicamentos que terminará con todo vestigio de< resistencia, con toda posibilidad de emergencia del sujeto del inconsciente. Es el fin de la histeria y de la historia, y el tiempo de la depresión. Una época de vacío y pobreza intelectual, una época gobernada por los mass-media en un mundo sin sujeto que se desbarranca por la estupidez con el telón de fondo de la risa enlatada de la última serie de moda. Con este panorama, un intento de suicidio, se denomina eufemísticamente, ahora, autálisis, y ya no es producido por la diversidad de circunstancias que una persona atraviesa sino por el aumento o el descenso del nivel de los neurotransmisores. En este mundo hecho a la medida del sujeto de la ciencia y de la tecnología, se apela a la perversión, se arrastra el cuerpo por las calles demandando objetos, drogas químicas o artículos capaces de obturar, aunque sea momentáneamente, la falla que constituye nuestro bien más preciado pero que se nos ha tornado insoportable. El deseo inconsciente. Para el sistema, el inconsciente es lo inútil, es lo improductivo, es lo conflictivo, es aquello que hay que domesticar para someternos a la sociedad que se está construyendo.

El Psicoanálisis es en este final de siglo y de milenio, una posibilidad de resistirnos a la uniformidad del pensamiento único, un síntoma de que hay algo profundo en el ser humano que no puede ser abolido porque es consustancial a su existencia, e insiste e insistirá de todas las formas posibles, hasta ser tenido en cuenta, hasta hacerse presente. Y esto tiene que ver con el universo de la palabra. Con el orden simbólico. Los símbolos envuelven la vida del hombre con una red, que reúne, antes de que él venga al mundo, a aquellos que van a engendrarlo, y que aportan a su nacimiento el dibujo de su destino, proveyéndolo de las palabras que lo harán fiel o renegado. Le inscribirán bajo la ley, que le seguirá incluso hasta donde no es todavía y más allí de su misma muerte. Por este universo simbólico su fin encontrará su sentido en el juicio final en el que el verbo absuelva su ser o lo condene, salvo que alcance la realización subjetiva de ser para la muerte. Que es la pérdida definitiva del deseo.


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