Román Reyes (Dir): Diccionario Crítico de Ciencias Sociales

Transiciones (Teoría de las):
Cambios en los países del Este
Emilio Alvarado Pérez
Universidad Complutense de Madrid

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I. EL CAMBIO POLITICO Y LAS TEORIAS SOBRE EL CAMBIO POLITICO

A pesar de la molesta polisemia que envuelve este término, se entiende por cambio político el paso de un sistema político a otro, es decir, la sustitución por otros de todos los elementos de la comunidad política -ideologías y creencias de la comunidad, partidos, sindicatos, corporaciones y élites decisoras- y del régimen político -instituciones y autoridades políticas, normas sobre las que reposan esas instituciones e ideologías y valores del régimen- (Morlino, 1985; Klaus von Beyme, 1994; Wolfgang Merkel, 1994). Así, por lo tanto, el cambio político es un cambio completo porque afecta a todos los elementos del sistema político.

El cambio político ha sido un área tradicional de reflexión para la Filosofía y la Ciencia Política -por ejemplo, los estudios de Aristóteles y de Maquiavelo respectivamente-, aunque las teorías sobre el cambio político experimentaron un desarrollo considerable sólo tras la Segunda Guerra Mundial. Quizá, ello tuviera que ver con varios hechos novedosos: la desaparición de los "grandes relatos" sobre la historia, así como el nuevo clima de guerra fría; la evidencia de que el ritmo histórico se había acelerado vertiginosamente, lo cual hacía más llamativos los aspectos dinámicos de los sistemas políticos -la comprensión de la política como proceso-; y, por último, el hecho de que por vez primera en la historia de la humanidad se había convertido en realidad el viejo sueño de analizar y comparar todos los sistemas de gobierno del mundo, lo cual permitía acumular enormes cantidades de experiencias concretas y de datos de los que inducir abstracciones con pretensiones explicativas e, incluso, predictivas.

El tardío desarrollo de las reflexiones sobre el cambio político provocó una prodigiosa proliferación de teorías, así como un uso poco esmerado de algunos conceptos politológicos esenciales. No obstante, un análisis general de las diversas teorías aparecidas desde entonces desvela la existencia de un panorama mucho más ordenado, ya que todas las teorías sobre el cambio político han de responder al menos a tres preguntas y, por lo tanto, pueden ser ordenadas con arreglo a los siguientes criterios: a) cuáles son las variables que actúan en el cambio y qué influencia ejercen; b) )es suficiente con explicar o hay que predecir? y, en caso de aceptar que es preciso realizar ejercicios de prognosis, )cuál será su alcance?; y c) )equivale el análisis de los procesos de cambio a estudiar las diferentes etapas en las que éste se descompone, o exige además estudiar las diversas trayectorias que podrían haberse trazado tras cada etapa, es decir, nos fuerza también a buscar los lazos que unen una fase con otra?

A. Respecto a la primera cuestión -tipo e importancia de las variables-, las respuestas han oscilado entre el férreo determinismo de los factores estructurales -económicos y sociales- sobre cualquier proceso de cambio político y la casuística más contingente -culturalismo-. Tras decenios de disputa, en la actualidad resulta algo dominante la tesis que afirma que si bien existen factores estructurales de índole no política que afectan a los fenómenos políticos, aquéllos no son determinantes, por lo que deben ser completados en cada caso por factores políticos particulares, subjetivos y cualitativos tales como el liderazgo político, el grado de estabilidad de la élite dominante, sus posibles líneas de ruptura, las relaciones entre la legitimidad, la eficacia y la eficiencia políticas, etc. No obstante, tanto en el seno de los paradigmas macro-orientados -clásicas teorías de sistemas, teoría de los sistemas autopoiéticos y enfoques estructuralistas-, como entre éstos y el paradigma micro-orientado, se mantiene aún viva la discusión sobre este aspecto (Merkel, 1994: 303-331).

Merkel divide la perspectiva macro-orientada sobre el cambio político en tres grandes corrientes. La primera comprende a los teóricos clásicos de la teoría de sistemas, esto es, a Parsons, Easton, Almond y Powell, aunque entre ellos destaca por su intento de amplitud comprensiva y por su inspiración clásica -netamente weberiana y paretiana- la obra de Talcott Parsons. Para Parson, la estabilidad y la capacidad de adaptación de las sociedades depende de su grado de diferenciación funcional. Por éste entiende el establecimiento dentro del sistema social de cuatro ámbitos especializados e interdependientes -cultura, política, economía y derecho-, que tienen como función dar respuestas especializadas y eficaces tanto a las demandas internas cuanto a los desafíos externos a los que han de enfrentarse los sistemas sociales. La existencia de estos cuatro ámbitos de lo social suficientemente diferenciados aunque interdependientes es un imperativo funcional de toda sociedad que pretenda desarrollarse con garantías de éxito. Cuando en una sociedad no se produce esta diferenciación, bien por falta de especialización -sociedades con importantes rasgos primitivos- o bien porque a uno de esos ámbitos se intentan subordinar los tres restantes -por ejemplo, el intento de determinar el mundo del derecho y las esferas de lo económico y de lo cultural por lo político, tal y como ocurrió en la Unión Soviética-, aparecen los fantasmas del estancamiento o, incluso, del hundimiento. Para Parsons, el ejemplo histórico más elaborado de diferenciación social lo proporcionan las sociedades capitalistas y democráticas de occidente. En ellas se ha llegado a altos grados de especialización funcional merced a la consolidación de una serie de características a las que Parsons atribuye el carácter de universales (los universales evolutivos), esto es, las únicas conocidas y, probablemente, posibles, capaces de resolver eficazmente los desafíos a los que han de enfrentarse las sociedades complejas en un mundo cada vez más interrelacionado. Estos universales son una serie de instituciones, procedimientos y reglas políticas y jurídicas -burocracia independiente, elecciones libres y derecho de asociación, establecimiento de un sistema jurídico con pretensiones objetivizadoras y, finalmente, una esfera económica regida por las "impersonales" leyes del mercado- que han de adoptar como imperativo funcional todas las sociedades que quieran avanzar por la senda del desarrollo capitalista. De todo lo anterior se deduce que el camino más eficaz del desarrollo, según Parsons, lo marca la evolución de la sociedad occidental. Por lo tanto, el ámbito de elección de las restantes sociedades se limitaría a decidir si se occidentalizan o, por el contrario, si desean mantener en vigor un sistema autóctono que las condena al atraso o, lo que no es mucho mejor, a un panorama de disolución permanente (Parsons, 1974; 1979).

Uno de los aspectos esenciales que permite distinguir a los teóricos del funcionalismo antes mentados es el de la importancia que conceden a las estructuras. Así, para Parsons, el establecimiento de unas estructuras que permitan una diferenciación social de carácter racional es garantía de orden tanto para el presente como para el futuro. En cambio, tanto para Easton como para Almond, más preocupados por la inestabilidad política que Parsons, el centro de atención se desplaza un tanto a los cometidos que han de desempeñar los sistemas políticos, admitiendo ambos la pluralidad de estructuras para ejecutarlos con eficacia (Easton, 1969; Almond, 1993). De este modo, los enfoques de Easton y de Almond, quizá menos elaborados y estéticamente menos logrados que el de Parsons, tienen la virtud de la flexibilidad, sobre todo en sus reelaboraciones posteriores.

El enfoque parsoniano y, por extensión, de toda la teoría de sistemas, permite tratar el problema de la legitimidad y de la eficacia (Merkel, 1994). Así, según Parsons, un sistema social goza de legitimidad en la medida en que en él se desarrolla el proceso de diferenciación social permitiendo que nuevos grupos accedan a los beneficios que ésta otorga. Por su parte, para Easton y para Almond, un sistema político es eficaz cuando sus estructuras internas, sean cuales fueren, logran dar cumplida respuesta a los retos que se les plantean.

Como antes se ha mencionado, la teoría de los sistemas autopoiéticos -con un clara genealogía parsoniana- también pertenece al ámbito de los paradigmas macro-orientados. Su máximo exponente es Niklas Luhmann. En Luhmann se ha disuelto rotundamente la problemática planteada anteriormente por la teoría de sistemas sobre funciones y estructuras a favor de estas últimas. Luhman, dando un paso más que Parsons, no se contenta con sostener que las estructuras sociales condicionen a los hombres, sino que afirma que son los subsistemas sociales los que constituyen y definen a los individuos. De este modo, de los procesos sociales y políticos desaparecen los actores y los problemas de legitimidad se convierten simplemente en una ilusión teórica. Esta especie de radicalización de los supuestos parsonianos da forma a una teoría social provocadoramente conservadora.

Dentro aún del campo de los estudios macro-orientados nos encontramos también con el enfoque estructuralista, representado principalmente por B. Moore. Este modo de abordar las transformaciones sistémicas coloca en un plano de cierta igualdad tanto a actores como a estructuras, siendo por lo tanto necesario estudiar ambos aspectos para comprender cabalmente la dinámica política. En realidad, este enfoque no aporta un procedimiento especial de análisis sino que, todo lo más, nos advierte de la necesidad de introducir nuevas variables en el estudio de los procesos de cambio (B. Moore, 1966). La forma en que se haga dependerá de la sagacidad de cada autor.

De este modo, si alineáramos todas las perspectivas macro-orientadas según el grado de determinación que conceden a las estructuras, tendríamos el siguiente resultado. Ambos extremos estarían ocupados por los enfoques de Luhman y de B. Moore respectivamente. Los análisis de Luhman revelarían el más alto grado de determinación concedido a las estructuras; por su parte, los trabajos de B. Moore se caracterizarían por lo contrario, esto es, por situar aproximadamente en el mismo nivel tanto estructuras como actores. Y entre estas dos perspectivas opuestas se encontrarían las aportaciones de Parsons -más cercanas al parecer de Luhman- y las de Easton, Almond y Powell -más flexibles en orden a la importancia concedida a las estructuras y, en consecuencia, algo más próximas a los planteamientos de B. Moore-.

En cuanto al paradigma micro-orientado, que constituye la alternativa a todo lo expuesto hasta ahora sobre el análisis de las transformaciones sistémicas, lo que lo caracteriza, según Merkel, es que en él se convierten en determinantes los actores. Así, las estructuras no son sino lo que los actores desean y construyen en cada momento. Consiguientemente, no es de extrañar que los teóricos que proponen este modelo de análisis fijen su interés en las teorías de la acción colectiva y en las estrategias de los actores. Al identificar el cambio con las acciones de los actores, conceptos tan importantes para los enfoques macro-orientados como el de legitimidad y el de pre-requisitos quedan mermados en su alcance. Ello explica en parte que sus análisis hagan especial hincapié en la determinación de fases cronológicas que marcarían cada proceso de cambio. Este modo de ver el cambio político corresponde a una época: la que estuvo marcada por las transiciones en América Latina y en el Sur de Europa. No es de extrañar, por lo tanto, que el análisis de estos procesos de cambio político limitado reclamara colocar en un lugar de honor a los actores políticos. En el fondo, el principal reto político que ejemplificaron todos estos casos empíricos consistía en la sustitución de un régimen por otro. Dicho de otro modo, en todos estos países no era necesaria también la "transición" hacia el mercado y hacia el "espíritu capitalista". Entre los autores que destacan en este enfoque se encuentran Przeworski, Schmitter, O'Donnell, Lipset y Huntington.

B. En cuanto al segundo problema -dilema comprensión/predicción y alcance de la predicción-, las respuestas se han movido entre dos límites: el del optimismo teleológico y eurocéntrico que se sentía capaz de preverlo casi todo -la primera generación de estudios sobre la modernización política- y el pesimismo de aquellos que sostenían que era imposible ir más allá de la comprensión de procesos concretos de cambio político -por ejemplo, algunos estudios de C. Black y de B. Moore-. En la actualidad, se tiende a considerar que, a pesar de que existen rasgos comunes a toda situación de cambio, cada caso es en cierto sentido único y que, en consecuencia, no existen esquemas comprensivos universales sino, todo lo más, grupos de esquemas aplicables regionalmente y limitados a concretos períodos de tiempo. Es evidente que las aportaciones de Luhman sobre la autopoiesis constituyen una excepción notable a este parecer.

C. Y, finalmente, en lo tocante al problema de lo que debe ser estudiado, las teorías se dividían en sincrónicas y diacrónicas. Por fortuna, en la actualidad se ha alcanzado un cierto consenso sobre la pertinencia de estudiar los procesos de cambio político de manera diacrónica -por ejemplo, los diversos ensayos de Almond-, esto es, entendiendo que el proceso es movimiento.

Debido al escaso o nulo desarrollo de las Ciencias Sociales en los países del Este de Europa es imposible encontrar en ellos teorías novedosas sobre el cambio político. Todo lo más, en el mejor de los casos, sus teóricos han adoptado las reflexiones elaboradas en occidente. En Hungría, por ejemplo, y desde el decenio de los sesenta, el Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Eötvös Loránd de Budapest fue un importante centro de difusión de la politología y sociología occidentales y, en lo que respecta a la transición y al cambio político, de las tesis de Brzezinski, O'Donnell, Schmitter, Stepan, Casanova, Linz, Di Palma, Maravall y Dahrendorf (Bozóki, Körörsényi y Schöpflin, 1992). Algo similar aconteció en Polonia, donde se hizo notar grandemente la tradición intelectual francesa. En cambio, en la Unión Soviética primero y en Rusia después, excepto las primitivas versiones conservadoras de Migranian y Kliamkin, el cambio y la transición política no han sido materia de interés académico, tal y como lo demuestran las principales obras politológicas allí publicadas -por ejemplo, los once volúmenes de la obra colectiva Perestroika: glasnost, democracia y socialismo, el Breve Diccionario de Política, editado por Literatura Política o el Diccionario Enciclopédico de Politología de la Cátedra de Politología de la Universidad Comercial de Moscú-.



 

II. LA TRANSICION POLITICA Y LAS TEORIAS SOBRE LAS TRANSICIONES POLITICAS.

Se entiende por transición política el proceso mediante el cual un régimen político es sustituido por otro (Morlino: 1985). La transición política no es un cambio político sistémico, aunque en numerosas ocasiones forme parte de un verdadero cambio sistémico. Los estudios sobre las transiciones políticas dirigen su atención al modo en que un régimen político entra en crisis y, finalmente, es sustituido por otro. En consecuencia, los análisis sobre las transiciones son una parte especial de los estudios sobre el cambio político. Del contenido de las definiciones de cambio político y de transición política se deduce que sería más conveniente considerar las transformaciones políticas acaecidas en Europa del Este como verdaderos cambios sistémicos; esto es, analizarlos desde la perspectiva del cambio político. A este respecto, resulta muy útil la diferenciación establecida recientemente por la politología alemana entre "cambio social o sistémico" -Systemwandel- y "conversión o transformación sistémica" -Systemwechsel- (Nohlen y Beyme, ????). El primero aludiría al proceso de cambio relacionado con la diferenciación social o modernización. Así, el cambio social o sistémico sería fundamentalmente un cambio profundo y ordenado que no altera sustancialmente la estructura económica. Por el contrario, la conversión o transformación sistémica aludiría al proceso de cambio fruto del empeño de evitar la diferenciación social desde el particular ámbito de la política. Desde este punto de vista, la historia reciente de Europa occidental sería un caso paradigmático de cambio social o sistémico, mientras que los procesos de crisis política y económica de Europa del Este serían excelentes ejemplos de conversión o transformación sistémica, si bien el grado de conversión variaría según el caso considerado. Afirmar que se han producido conversiones sistémicas en Europa del Este significa aludir a lo específico de los cambios allí acaecidos. Por ejemplo, significa aceptar que el sistema socialista fracasó por agotamiento estructural, esto es, por razones de orden interno, por lo que la influencia del factor internacional, al menos en los primeros estadios de la crisis, fue irrelevante. El agotamiento estructural redujo imparablemente la legitimación, la eficacia y la eficiencia del sistema socialista. A su vez, ello produjo un doble efecto: la ruptura de la élite dominante y la disminución del apoyo que ésta recibía de los ciudadanos. Finalmente, estos resultados realimentaban la dinámica de la crisis acelerándola y profundizándola a medida que transcurría el tiempo. Por ello, pudo producirse en Europa del Este un cambio político general en ausencia de fuertes oposiciones nacionales organizadas.

No obstante, a pesar de estas distinciones necesarias -de una parte entre transición y cambio político y de otra entre cambio social o sistémico y conversión o transformación sistémica-, al análisis de las transformaciones políticas en los países del Este le pueden resultar útiles algunas de las conclusiones a las que han llegado los estudiosos de la transición. Estas conclusiones pueden sistematizarse como sigue:

1) En política no existen procesos teleológicos. Esto significa que no hay dictados suprahumanos ni condicionantes funcionales que lleven a las sociedades humanas a un destino políticamente ineluctable, sea éste la dictadura o la democracia. De aquí se deriva una consecuencia relativamente importante para todos los estudios sobre el cambio político, cual es la tesis de que procesos políticos distintos pueden converger en un mismo punto si se dan las condiciones pertinentes, y viceversa.

2) Los procesos de transición pueden estancarse, retroceder y, finalmente, malograrse. Pocas transiciones se han desarrollado sin contratiempos, y de aquí se deduce que muchos de los nuevos regímenes políticos no respondan exactamente a las características teóricas que considerábamos definitorias de tal tipo de régimen.

3) El proceso de transición forja buena parte de las propiedades originarias de cada nuevo régimen y, a la inversa, el modo en que se disuelve poco a poco un régimen depende en buena medida de los caracteres que lo definen. Esto significa que hay que estudiar con sumo rigor las especificidades, en muchos casos irrepetibles, de cada régimen y de cada proceso de transición.

4) Probablemente, a cada época le corresponden unas trayectorias particulares de transformación política y, por lo tanto, unos resultados distintos. En el mundo de hoy, nuevos actores y nuevas fuerzas, algunas de alcance mundial, irrumpen en los procesos de transición acelerándolos hasta tal punto que pareciera que muchas transformaciones comprimen e incluso solapan etapas lógicas de su devenir.

5) Los procesos de transición política rara vez se presentan solos. Suelen estar acompañados y condicionados por otros cambios. Por lo tanto, su comprensión exige conocer esos cambios y la influencia que irradian.

6) No es desdeñable la fuerza del efecto de "contagio" en los procesos de transición. El triunfo en un lapso de tiempo relativamente corto de evoluciones políticas semejantes crea una red supranacional de intereses solidarios, de esperanzas y de experiencias que alienta cambios orientados en el mismo sentido en otros lugares. De aquí se deduce la tesis que sostiene que en un mundo como el nuestro crece constantemente el peso que tienen las variables internacionales en el resultado final de cada proceso nacional de transición.



 

III. TIPOS DE CAMBIO POLITICO EN LOS PAISES DEL ESTE

Es preciso abordar el estudio de las transformaciones políticas acaecidas en la Europa del Este admitiendo que nos enfrentamos a diferentes procesos de conversión o transformación sistémica que darán lugar a diversos escenarios políticos futuros. Teniendo en cuenta sus respectivas especificidades nacionales y sus trayectorias, en estos procesos es posible distinguir, al menos, cinco transformaciones sistémicas ordenadas de menor a mayor grado:

1) la RDA o la rápida absorción política de una nación escindida y no consolidada en una doble estatalidad (Fritsch-Bournazel, R., 1991; Lhomel y Schreiber, 1992; Monedero, 1993);

2) Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia o la relativamente fácil restauración de ideales políticos occidentales (Bozóki, Körösényi y Schöpflin, 1992; Csepeli y Örkény, 1992; González Enríquez, 1993; Blazyca, G. y Rapacki, 1991; Wolchik, 1991; von Beyme, 1994);

3) Rumania y Bulgaria o la reconversión de las viejas élites comunistas al nacionalismo (Lhomel y Schreiber, 1992; von Beyme, 1994);

4) la ex-Yugoeslavia o la implosión violenta del sistema social en un clima de exacerbación nacionalista (Lhomel y Schreiber, 1992; von Beyme, 1994), y

5) la URSS o la implosión semi-pacífica del sistema político-económico en un clima de creciente nacionalismo esencialista (Carrère d'Encausse, 1992; von Beyme, 1994; Laqueur, 1995). Además, estas tres últimas formas de cambio político permanecen inciertamente abiertas y en las dos últimas -en la ex-Yugoeslavia y en la ex-URSS- es todavía posible trazar nuevas divisiones internas -Serbia-Montenegro es muy diferente a Eslovenia y los Estados bálticos tienen pocas semejanzas con Azerbaiyán o con el Tadyikistán- (von Beyme, 1994).

El caso ruso es, de entre todos los procesos aún inconclusos, el que más puede afectar a los equilibrios políticos y económicos de occidente (Karaganov, 1994). El fuerte peso de su historia, su pasado imperialista y la fuerte humillación nacional que experimentan sus dirigentes y ciudadanos, la desestructuración completa que han sufrido su economía, sanidad, educación y sistema de pensiones, la pobreza generalizada, el saberse pertenecientes a una cultura política diferente de la occidental, el vacío ideológico cubierto bien por un nihilismo destructor o por un nacionalismo agresivo, junto con la convicción de sentirse aún poderosos en términos militares y de no tener gran cosa que perder ante un futuro muy incierto, hace que existan allí condiciones propicias para que triunfen proyectos políticos basados en la fe y en el culto a la autoridad y no en la razón y en la crítica permanentes al poder (Laqueur, 1995).


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