Román Reyes (Dir): Diccionario Crítico de Ciencias Sociales

SIDA y pobreza
Javier Sáez
Sociólogo, Madrid

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1. EL SIDA Y LOS MALDITOS GRUPOS DE RIESGO

La importancia del sida no radica sólo en su faceta de enfermedad individual, sino también en su dimensión social. Esta enfermedad se ha visto utilizada por un dispositivo que ya existía anteriormente, cierta alianza tácita de médicos, religiosos, moralistas, criminólogos, sociólogos, políticos, psiquiatras, medios de comunicación, todos los que han configurado la idea de "normalidad" individual y social. Ya existía antes del sida un discurso que unía la drogadicción, la violencia, la delincuencia, la homosexualidad, la enfermedad mental y física, el pecado, la anormalidad, etc (en la actualidad, en las películas estadounidenses, por ejemplo, esto es muy frecuente). La noción de "grupos de riesgo" ha sido utilizado para reforzar este discurso sobre la desviación.

Existen dos situaciones de responsabilidad social que han influido en la propagación de esta enfermedad: por una parte, la prohibición que existe sobre el consumo de ciertas drogas (la heroína, en particular) y, en segundo lugar, la situación de desprecio y humillación social y legal que sufren algunas opciones sexuales como la homosexualidad. No se trata de consolidar la categoría de grupos de riesgo, ni asociar la homosexualidad a la drogadicción, sino mostrar precisamente que estas conductas en sí mismas no tienen en principio nada que ver con la enfermedad. En el primer caso, la prohibición del consumo de heroína ha hecho que la gente consuma esta droga compulsivamente, en situaciones de clandestinidad y persecución, sin ningún tipo de higiene ni de información. Además, es sabido que la prohibición conlleva una adulteración de esta droga hasta límites insospechados.

La prohibición y lo clandestino son también dos constantes en la vida de los homosexuales: a partir de la intolerancia que existe sobre esta práctica sexual, la gente se relaciona de forma vergonzante, con un sexo rápido y anónimo en guetos (el ambiente, los cuartos oscuros, las saunas), sin que haya espacios públicos de comunicación y de libertad para iniciar una relación afectiva estable y sin agresiones. Esta situación social de homofobia favoreció la difusión de la enfermedad en un primer momento entre las personas con prácticas homosexuales. Estos condicionantes sociales han influido en la situación del sida en la actualidad.

Habría que ampliar el enfoque del problema; la solidaridad con los enfermos es el último escalón de una pirámide mucho más amplia que la mayoría de la sociedad y de los mass media no ven o no quieren ver. El problema no son los heroinómanos en sí mismos, ellos son una consecuencia (no una causa) de la legislación que prohíbe las drogas. Mientras no se luche contra esa prohibición, la situación de persecución favorecerá el contagio, al compartir jeringuillas.

Oficialmente, el 22% de los presos españoles está infectado por el virus del sida. Dado que estos datos y su progresión alarmante se conocían desde hace bastantes años, algunos han interpretado la pasividad de las autoridades como una especie de política de exterminio. En realidad, toda la estructura del sistema carcelario tiende al exterminio (sobre todo psicológico, y a menudo físico), el sida es sólo un síntoma más de su funcionamiento. En las cárceles, las jeringuillas son un bien preciado, escaso; se comercia con ellas una vez usadas, se emplean una y otra vez ante el cinismo de las autoridades penitenciarias, que tienen el siguiente argumento: está prohibido la venta y el consumo de heroína, luego en las cárceles no hay heroína, luego no hay por qué repartir jeringuillas entre los presos (por otra parte, es conocida la implicación de algunos carceleros y policías en el tráfico de drogas en las cárceles). Otro argumento: si repartiéramos jeringuillas sería reconocer que existe heroína en las cárceles, y como eso nos comprometería, pues no se reparten. Otro más: si repartiéramos jeringuillas estaríamos promoviendo el consumo. Chorradas similares también se dicen de los condones (incitamos al sexo a nuestros adolescentes); es como decir que los extintores incitan a la piromanía o el cinturón de seguridad a chocarse contra un árbol.

Es importante recordar algo tan evidente como que el virus del sida no está en la heroína, si uno consume una dosis con su jeringuilla y la destruye después, no coge el sida. Por cierto, esto es lo que hacía la gente cuando esta droga era legal, cada uno la consumía normalmente en su casa y no pasaba nada. Esto es necesario recordarlo ante campañas terroristas y mentirosas como aquella de "el sida te engancha por el pico" (mentira: una jeringuilla nueva no transmite el sida, la heroína tampoco; es como decir que practicar el sexo transmite el sida: es mentira, si ninguno de los dos tiene el sida, no hay nada que transmitir).


2. FABRICANDO A LOS MALOS

Es la sociedad la que deja inmunes a ciertas personas arbitrariamente, por sus prácticas. Se podría hablar de virus de inmunodeficiencia social. Las leyes crean sus propios marginados, las leyes que prohíben las drogas crean a los drogadictos, las que discriminan a los homosexuales crean los guetos, las que marginan a los inmigrantes crean el racismo. El yonki, el gay, el negro, no existen, son productos culturales, sociales. Existen los discursos que inventaron al yonki y sus tópicos (el mono terrible, la adicción automática, el vivir colgado), al homosexual (el afeminado, el desviado, el perverso, el anormal, el vicioso, el enfermo mental), al negro (los discursos sociológicos sobre la existencia de las razas y sus jerarquías). Todo eso son mentiras al servicio del consumidor; hay quien se identifica con ellas y juega su papel, adquiere una identidad asumiendo esos tópicos. Todo eso se desvanece cuando se conoce la genealogía de esas identidades recientes (el "yonki" aparece en los años 50, el "homosexual" a finales del siglo XIX, el "negro" en el siglo XVII).

Otro caso de cinismo institucional es el de la prostitución. En el colectivo de prostitutas el sida está empezando a hacer estragos; la falta de apoyo de las autoridades, unido a la negativa de muchos clientes a aceptar las medidas de prevención, está contribuyendo a la extensión de la enfermedad. El estatuto de las prostitutas es típico de la doble moral del Estado: no es un delito, pero tampoco es un trabajo legal. Las prostitutas no tienen reconocimiento profesional, ni seguridad social, ni espacios higiénicos para trabajar, ni el resto de los derechos laborales. La errónea categoría de los grupos de riesgo ha hecho que muchos heterosexuales piensen que pueden acudir a las prostitutas sin riesgo de contagio, ya que no pertenecen a esos grupos. Los efectos de este malentendido están a la vista: en España el sida se transmite más por prácticas heterosexuales que homosexuales; curiosamente, no existe la categoría de "heterosexuales" como grupo de riesgo.

No es casual que una inmunodeficiencia social esté, en ocasiones, vinculada a una inmunodeficiencia vital, es lógico. En el caso del sida los efectos están siendo dramáticos. Los famosos grupos de riesgo no eran más que una consecuencia de los ya preexistentes grupos marginados. El capitalismo arruinó a Asia, Africa y a América, la cruzada antidroga machacó a los heroinómanos, el discurso científico-médico-religioso condenó a los homosexuales. El sida es sólo un indicador de una problemática mucho más grave, y más amplia. La injusticia y la explotación (el equivalente a la enfermedad, el virus) existen para todos, pero al más débil socialmente le afecta más fácilmente (la inmunodeficiencia). Por cierto, las metáforas médicas aplicadas a la sociedad forman parte de esta tradición fascista: la sociedad como un cuerpo sano y estructurado, con elementos peligrosos, infecciosos, que la hacen enfermar y que hay que perseguir, la higiene social, limpiar la calle, limpiar Europa (leyes de extranjería de nuestros padres fundadores de la Unión Europea, a cuyo lado los "skinheads" son angelitos de la guarda, o, como mucho, buenos alumnos). Este lenguaje higienista es frecuente tanto en el Ministerio del Interior como entre el pueblo; éxito del control social, éxito del fascismo, éxito del Estado.

Desgraciadamente la atención de la opinión pública se centra en esos seres delgados y enfermizos que pueden atracarnos en el metro para conseguir una dosis de matarratas. No se presta mucha atención a que los representantes de la ley y el orden participen de la barbarie a escala mucho mayor: hechos como que en 1993 se detuviera a parte de la cúpula de la guardia civil por estar implicada en el tráfico de drogas (repito, la cúpula, altos mandos), o que en España haya actualmente la friolera de 160 insumisos presos de conciencia en la cárcel, o que la policía española torture, o que un Ministro del Interior tenga que dimitir por promover leyes inconstitucionales, o que banqueros y empresarios estafen miles de millones de pesetas en facturas falsas, estos hechos no parecen alterar a la opinión pública, a los chicos del PSOE no se les puede pedir responsabilidades, faltaría más. Estos no son problemas sociales, no producen "alarma social", preocupa más que un yonki atraque a un señor y le robe 5.000 pesetas en la Gran Vía. Habría que preguntarse cómo se genera esta percepción de lo que es un problema social.

Existe una grave confusión de causas y consecuencias. Hay que distinguir distintos momentos:

Primero: cómo un discurso -o varios- se inventa en una época y en una sociedad dada un colectivo o una identidad (el negro, el gay, el delincuente, el yonki, etc). En realidad estas identidades son totalmente ficticias, pero eso no importa. No existe ningún fundamento biológico de las razas en los seres humanos, ni fronteras en las opciones sexuales, ni tendencias innatas a la delincuencia, ni hay problemas sociales si las drogas son libres, pero está prohibido hablar de ello. Por supuesto estos discursos están ligados al poder, incluso se podría decir que, en su difusión y en su diversidad, son el poder (Foucault).

Segundo: se atribuyen al colectivo inventado una serie de propiedades, conductas, hábitos, costumbres 'innatas, naturales'.

Tercero: se juzga moralmente a ese colectivo, se le califica de anormal, de peligroso, se le persigue, castiga y margina. Se aplica la violencia física, mental, legal y social contra ellos. Se les culpa de todos los males de la sociedad.

Cuarto: a consecuencia de esa segregación, algunas de las personas del colectivo, efectivamente, se empobrecen y se embrutecen, y se agrupan en guetos por exclusión.

Quinto: el discurso inicial constata esta última situación (borrando el proceso de su producción) y encuentra precisamente en ella su legitimación: ¡mirad, ese colectivo existe (Harlem, el ambiente, la cárcel), y sus propiedades son tales y como  suponíamos!


3. ¡VIRUS, VIRUS, ESTAN POR TODAS PARTES!

Esta exclamación es una variación de la proferida por Lucien Lefebvre ("¡Demonios, demonios, están por todas partes!") cuando, estudiando la historia de las mentalidades en los países europeos durante los siglos XVI y XVII, constataba que incluso los grandes pensadores de la época estaban obsesionados por las presencias demoníacas y su exterminio.

Hasta aquí hemos aceptado implícitamente que el causante del sida es un virus, el famoso VIH (virus de inmunodeficiencia humana). Sin embargo, en los últimos años ha aparecido una corriente de investigación sobre el sida que empieza a cuestionar seriamente la hipótesis vírica.

La teoría de la infección asigna todos los males a agentes microbianos, externos e invisibles, que nos atacan y ante los que hemos de defendernos (con glóbulos, antibióticos, etc). Como se puede ver, el planteamiento es bien simple: se trata de una batalla entre el individuo y un minúsculo ser de terribles poderes. La dimensión social de la enfermedad ha desaparecido. Volvemos a una posible confusión de causas y consecuencias: ¿y si el microbio no causara la enfermedad, sino que apareciera cuando uno ya está enfermo? Recordemos la declaración de Pasteur a Renon durante su agonía: "Claude Bernard tenía razón: el germen no es nada, el terreno lo es todo".

En el caso del sida, los que cuestionan la capacidad del virus apelan a una serie de contradicciones:

- El VIH no se encuentra aislado en la mayoría de los enfermos (hay que aislarlo indirectamente dado el pequeño número de virus que hay en cada enfermo). Los enfermos de sida no poseen prácticamente virus VIH.

- El virus debería provocar la enfermedad cuando se inyecta a personas sanas: todos los ensayos experimentales que se han hecho inyectando el VIH contradicen esta idea.

- El virus sólo infecta una de cada 10.000 células T (la pérdida de estas células causa la pérdida del sistema inmunológico); con esta proporción es difícil comprender la causalidad del virus el agotamiento de las células T.

- El diagnóstico del sida se produce a partir de la detección de anticuerpos (no por la detección del virus) y por enfermedades asociadas. Recientemente se ha descubierto que muchas de esas enfermedades no son causadas por el VIH (la demencia, el sarcoma de Kaposi, la neumonía, etc, ya existían antes del sida).

- El propio Jean-Luc Montagnier ha publicó en 1990 un artículo en el que reconocía que el virus es incapaz de causar por sí solo la enfermedad.

Si hemos apelamos a la vieja imagen de la persecución demoníaca es porque en la actualidad quizá estemos cayendo en una histeria irracional semejante. Los medios de comunicación han ocultado que el virus VIH es sólo una hipótesis, y han llenado los canales de comunicación de virus que nos infectan por doquier, que afectan nuestra salud a la menor promiscuidad.


4. SIDA Y POBREZA

Los médicos que cuestionan el virus hacen referencia a una etiología diversa donde lo social, y en especial la cuestión de la pobreza, tiene un papel importante. Por una parte señalan que el consumo desmedido de drogas adulteradas altera enormemente el sistema inmunológico (además de los antibióticos que usan muchos drogadictos para detener las infecciones). A esto hay que añadir las drogas legales (alcohol y tabaco), cuyo abuso también influye en las defensas del individuo. Determinadas condiciones sociales de la pobreza conllevan malnutrición, estrés, ambientes contaminados, consumo de alimentos adulterados por los herbicidas, consumo excesivo de fármacos, viviendas insalubres; éstas y otras muchas circunstancias agreden directa o indirectamente el sistema inmunológico de los seres humanos. Por otra parte, hay un vínculo bastante fuerte entre la miseria y el consumo de drogas (legales o ilegales). A nadie le impresiona ver a un mendigo emborracharse a diario con vino peleón, sin embargo sus efectos sobre el organismo son devastadores. Este tipo de análisis, donde el deterioro previo del sistema de defensas permite la aparición de la enfermedad, quizá podría explicar mejor que el virus el fenómeno del sida.

Hay que analizar los discursos sobre el sida para identificar sus consecuencias sobre las políticas de los límites del cuerpo. En efecto, el discurso que individualiza el problema y lo circunscribe a la lógica de la infección por la vía sexual está configurando una nueva apreciación del propio cuerpo y del cuerpo del otro en términos de peligro de muerte (y desvinculando al cuerpo de lo social). Es preciso incorporar otros discursos que recuperen el vínculo social, entre ellos el del problema de la pobreza y su incidencia sobre la enfermedad, como causa y como remedio.

Debido a esta nueva visión de la sexualidad y del cuerpo como peligro se están desarrollando en las sociedades tecnológicas nuevas modalidades de sexualidad sin cuerpo: "party line", teléfono erótico, redes de mensajes sexuales por ordenador, sexo virtual, etc. Con estas tecnologías los individuos se relacionan 'limpiamente' desde casa por medio de un soporte informático con personas que no conocen, de forma anónima. El impacto de esta forma de comunicación sobre lo social puede llegar a ser trascendental (desaparición de los espacios públicos y de sus interacciones). No deja de ser curioso que esta paz sin cuerpo se haya visto perturbada por la existencia de otra infección paralela, la de los virus informáticos. Llegará un momento en que será difícil distinguir entre el virus del sida y el virus de los ordenadores.

Convendría hacer más estudios sobre la estratificación social de los enfermos de sida: una ojeada a nuestro alrededor nos indica rápidamente que la enfermedad está afectando mucho más a los pobres que a los ricos. Globalmente, el Tercer Mundo es el más afectado; localmente, por ejemplo en España, la enfermedad se da sobre todo en heroinómanos y en presos. Aunque es cierto que hay heroinómanos de todas las clases sociales, los consumidores de clase baja se drogan "peor" que los de clase alta: su heroína es pésima (se calcula que sólo el 5% de cada dosis es heroína, y el resto venenos diversos para adulterarla), sus condiciones higiénicas son precarias (jeringuillas compartidas, infecciones por agua sucia, etc), y su alimentación es baja en vitaminas. En cuanto a los presos, todo el mundo sabe que los ricos nunca van a la cárcel.

Aunque esta corriente de investigación alternativa al virus es ya importante (en 1992 se creó el "Grupo por la reevaluación científica de la Hipótesis VIH/sida", con más de cien investigadores de todo el mundo), pocos medios de comunicación se han hecho eco de ella. Esto no ha de extrañarnos, pues además estos médicos cuestionan también la administración del AZT para enfermos de sida (incluso plantean que acelera la enfermedad). Alrededor de este medicamento y de la hipótesis vírica se mueve un emporio económico médico-farmacéutico que absorbe anualmente miles de millones de dólares en todo el mundo, aunque los efectos de estas investigaciones sigan sin salvar vidas.

Del mismo modo que el oscurantismo demoníaco obstaculizaba las tareas del pensamiento y le entretenía en invocaciones y persecuciones delirantes e inútiles, quizá sería conveniente empezar a admitir otras hipótesis para el estudio del sida, abandonando el esquema simplista 'individuo-virus' para abordar los condicionantes de la desigualdad social y sus efectos. Ya conocimos la barbarie de la caza de brujas, y desde hace años vivimos otra contra los drogadictos, igual de injusta e inútil. Aún estamos a tiempo de evitar una tercera contra los enfermos de sida.


THEORIA  | Proyecto Crítico de Ciencias Sociales - Universidad Complutense de Madrid